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MISIONEROS EN CAMINO: Pascua Juvenil 2008: Semana Santa
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viernes, 29 de febrero de 2008

Pascua Juvenil 2008: Semana Santa

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LUNES SANTO.

Dinámica #3.

Llamada de Amor”.




Objetivo: Concientizar a los jóvenes y adolescentes de la llamada que Dios les hace, para así comprometerlos a darle una respuesta generosa, firme y llena de amor.

VER.

Presentar un socio drama. “¿Qué quiero de mi vida?”.

JUZGAR.

Presentar la vocación de Jeremías (Jr 1,4-19).

Posteriormente habiendo invitado a personas previamente a compartir su testimonio de vida, por ejemplo: Una pareja de esposos, una religiosa, una persona soltera, un sacerdote etc.

ACTUAR.

Que los jóvenes reflexionen: ¿Cuál es su vocación a luz del Espíritu Santo?.

REVISAR.

CELEBRAR.

Escuchar y analizar la canción de “Aquí hay un muchacho” de Jésed (Cfr letra anexos de cantos

al final).

MARTES SANTO.

Dinámica #4.



“Tú tienes la oportunidad de hacer la mejor opción: Optar por el llamado de Jesús”.

Objetivo: Concientizar al joven y al adolescente de su dignidad y del llamado de Jesús para hacerlo su discípulo y su misionero y proyecte la imagen de un hombre nuevo y resucitado”.

Motivación: Expresar una experiencia personal o de alguna persona que ponga en evidencia su testimonio de haber hecho la opción por Cristo.

Profesión de fe: (Is. 6,1-13).

VER.

Elegir un video de acuerdo a la realidad de cada comunidad, relacionado con la motivación.

(puede ser el video del martirio de José Sánchez del Río).

JUZGAR.

Lc 7,36; Jn 8,1-11.

ACTUAR.

Elaborar unas pulseras (del material que se facilite), las cuales sean signo de compromiso y de la respuesta a Cristo.

CELEBRAR.

Dar a conocer el canto Pascua (Cfr. la letra al final en el anexo).

MIERCOLES SANTO.

Dinámica #5.

“Un llamado a una renovación”.



Objetivo: Ayudar al joven y adolescente a reflexionar sobre su vida para emprender el cambio y responder al llamado.

Motivación: Presentar la estadística sobre la falta de participación del joven en los actos litúrgicos en la Iglesia.

Profesión de fe: La cita de la “vocación y misión de Moisés” (Ex 3,1-22).

VER.

Reflexión Autoanálisis.

JUZGAR.

Lucas 21,12-19

ACTUAR.

CELEBRAR.

JUEVES SANTO.

Introducción al Triduo Pascual.



Sentido del día Jueves Santo:

El Triduo pascual está formado por el viernes, sábado y Domingo de Pascua: o sea, los tres días de la muerte, el entierro y la Resurrección del Señor. Los tres días forman el Gran Día, un único día. La dinámica del año litúrgico culmina en la Eucaristía del Triduo Pascual.

La celebración vespertina del jueves debería ser sobria. La dinámica pascual va de la austeridad a la alegría y de la muerte a la Resurrección.

El jueves no se debe convertir en un día de la caridad, día de la Eucaristía, o del sacerdocio. No debe ser una celebración aparte. La celebración tiende hacia la Pascua. Su cúlmen es la Vigilia.

La Eucaristía, memorial de la Muerte.

La Liturgia de Jueves Santo nos sitúa. La Eucaristía es el Sacramento, el memorial de la Muerte y Resurrección del Señor. Su celebración es una profecía de la Pascua. Y a la vez es el centro de la Iglesia, la “comunidad eucarística” por excelencia.

Los judíos celebran, en su cena pascual, el acontecimiento del Éxodo. Los constituyó como pueblo y les hizo experimentar la salvación de Dios. Y en su celebración actualizan y participan de esa misma salvación (primera lectura: Éxodo 12).

Los cristianos hemos el encargo de celebrar la Eucaristía, como memorial de un Nuevo Éxodo. El paso de Cristo a través de la Muerte a la Nueva Vida. En este sacramento actualizamos y participamos de todo lo que significa el sacrificio pascual de Cristo en la Cruz: mi cuerpo entregado por..., mi sangre derramada por...(segunda lectura: 1Col 1).

San Juan Evangelista nos cuenta, en la Última Cena del Señor, la institución de la Eucaristía. La sustituye con el gesto simbólico del lavatorio de los pies. Pero ambos relatos terminan igual: “haced esto como memorial mío”...”para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Tercera lectura Jn 13).

JUEVES SANTO.

Dinámica #6.

Los jóvenes y señoritas, obreros de la Viña del Señor”.

OBJETIVO: Concientizar a los jóvenes y adolescentes de que están llamados a servir y trabajar en la Viña del Señor para ser verdaderos discípulos y misioneros desde su proyecto de vida.

Motivación: Una reflexión de la situación actual en el mundo de los jóvenes.

Profesión de fe: (1Jn 2,13ss.).

VER.

Dinámica de los espejos”.

JUZGAR.

Leer Lc. 2,52.

Leer Capítulo IV Los obreros de la Viña del Señor” de la Carta ExhortativaChristifideles Laici”.

CAPÍTULO IV

LOS OBREROS DE LA VIÑA DEL SEÑOR

Buenos administradores de la multiforme gracia de Dios

Jóvenes, niños, ancianos

Los jóvenes, esperanza de la Iglesia

46. El Sínodo ha querido dedicar una particular atención a los jóvenes. Y con toda razón. En tantos países del mundo, ellos representan la mitad de la entera población y, a menudo, la mitad numérica del mismo Pueblo de Dios que vive en esos países. Ya bajo este aspecto los jóvenes constituyen una fuerza excepcional y son un gran desafío para el futuro de la Iglesia. En efecto, en los jóvenes la Iglesia percibe su caminar hacia el futuro que le espera y encuentra la imagen y la llamada de aquella alegre juventud, con la que el Espíritu de Cristo incesantemente la enriquece. En este sentido el Concilio ha definido a los jóvenes como «la esperanza de la Iglesia».

Leemos en la carta dirigida a los jóvenes del mundo el 31 de marzo de 1985: «La Iglesia mira a los jóvenes; es más, la Iglesia de manera especial se mira a sí misma en los jóvenes, en todos vosotros y, a la vez, en cada una y en cada uno de vosotros. Así ha sido desde el principio, desde los tiempos apostólicos. Las palabras de San Juan en su Primera Carta pueden ser un singular testimonio: "Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijos míos, porque habéis conocido al Padre (...). Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios habita en vosotros" (1 Jn 2, 13 ss.) (...). En nuestra generación, al final del segundo Milenio después de Cristo, también la Iglesia se mira a sí misma en los jóvenes».

Los jóvenes no deben considerarse simplemente como objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia; son de hecho —y deben ser incitados a serlo— sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social.. La juventud es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso del propio «yo» y del propio «proyecto de vida»; es el tiempo de un crecimiento que ha de realizarse «en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).

Como han dicho los Padres sinodales, «la sensibilidad de la juventud percibe profundamente los valores de la justicia, de la no violencia y de la paz. Su corazón está abierto a la fraternidad, a la amistad y a la solidaridad. Se movilizan al máximo por las causas que afectan a la calidad de vida y a la conservación de la naturaleza. Pero también están llenos de inquietudes, de desilusiones, de angustias y miedo del mundo, además de las tentaciones propias de su estado».

La Iglesia ha de revivir el amor de predilección que Jesús ha manifestado por el joven del Evangelio: «Jesús, fijando en él su mirada, le amó» (Mc 10, 21). Por eso la Iglesia no se cansa de anunciar a Jesucristo, de proclamar su Evangelio como la única y sobreabundante respuesta a las más radicales aspiraciones de los jóvenes, como la propuesta fuerte y enaltecedora de un seguimiento personal («ven y sígueme» [Mc 10, 21]), que supone compartir el amor filial de Jesús por el Padre y la participación en su misión de salvación de la humanidad.

La Iglesia tiene tantas cosas que decir a los jóvenes, y los jóvenes tienen tantas cosas que decir a la Iglesia. Este recíproco diálogo —que se ha de llevar a cabo con gran cordialidad, claridad y valentía— favorecerá el encuentro y el intercambio entre generaciones, y será fuente de riqueza y de juventud para la Iglesia y para la sociedad civil. Dice el Concilio en su mensaje a los jóvenes: «La Iglesia os mira con confianza y con amor (...). Ella es la verdadera juventud del mundo (...) miradla y encontraréis en ella el rostro de Cristo».

Los niños y el Reino de los cielos

47. Los niños son, desde luego, el término del amor delicado y generoso de Nuestro Señor Jesucristo: a ellos reserva su bendición y, más aún, les asegura el Reino de los cielos (cf. Mt 19, 13-15; Mc 10, 14). En particular, Jesús exalta el papel activo que tienen los pequeños en el Reino de Dios: son el símbolo elocuente y la espléndida imagen de aquellas condiciones morales y espirituales, que son esenciales para entrar en el Reino de Dios y para vivir la lógica del total abandono en el Señor: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba incluso a uno solo de estos niños en mi nombre, a mí me recibe» (Mt 18, 3-5; cf. Lc 9, 48).

La niñez nos recuerda que la fecundidad misionera de la Iglesia tiene su raíz vivificante, no en los medios y méritos humanos, sino en el don absolutamente gratuito de Dios. La vida de inocencia y de gracia de los niños, como también los sufrimientos que injustamente les son infligidos, en virtud de la Cruz de Cristo, obtienen un enriquecimiento espiritual para ellos y para toda la Iglesia. Todos debemos tomar de esto una conciencia más viva y agradecida.

Además, se ha de reconocer que también en la edad de la infancia y de la niñez se abren valiosas posibilidades de acción tanto para la edificación de la Iglesia como para la humanización de la sociedad. Lo que el Concilio dice de la presencia benéfica y constructiva de los hijos en la familia «Iglesia doméstica»: «Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen, a su manera, a la santificación de los padres», se ha de repetir de los niños en relación con la Iglesia particular y universal. Ya lo hacía notar Juan Gersón, teólogo y educador del siglo XV, para quien «los niños y los adolescentes no son, ciertamente, una parte de la Iglesia que se pueda descuidar».

Fundamentos antropológicos y teológicos

50. La condición para asegurar la justa presencia de la mujer en la Iglesia y en la sociedad es una más penetrante y cuidadosa consideración de los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina, destinada a precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre, no sólo por lo que se refiere a los papeles a asumir y las funciones a desempeñar, sino también, y más profundamente, por lo que se refiere a su estructura y a su significado personal. Los Padres sinodales han sentido vivamente esta exigencia, afirmando que «los fundamentos antropológicos y teológicos tienen necesidad de profundos estudios para resolver los problemas relativos al verdadero significado y a la dignidad de los dos sexos».

Empeñándose en la reflexión sobre los fundamentos antropológicos y teológicos de la condición femenina, la Iglesia se hace presente en el proceso histórico de los distintos movimientos de promoción de la mujer y, calando en las raíces mismas del ser personal de la mujer, aporta a ese proceso su más valiosa contribución. Pero antes, y más todavía, la Iglesia quiere obedecer a Dios, quien, creando al hombre «a imagen suya», «varón y mujer los creó» (Gn 1, 27); así como también quiere acoger la llamada de Dios a conocer, a admirar y a vivir su designio. Es un designio que «al principio» ha sido impreso de modo indeleble en el mismo ser de la persona humana —varón y mujer— y, por tanto, en sus estructuras significativas y en sus profundos dinamismos. Precisamente este designio, sapientísimo y amoroso, exige ser explorado en toda la riqueza de su contenido: es la riqueza que desde el «principio» se ha ido manifestando progresivamente y realizando a lo largo de la entera historia de la salvación, y ha culminado en la «plenitud del tiempo», cuando «Dios mandó su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4, 4). Aquella «plenitud» continúa en la historia: la lectura del designio de Dios acerca de la mujer se realiza incesantemente y se ha de llevar a cabo en la fe de la Iglesia, también gracias a la existencia concreta de tantas mujeres cristianas; sin olvidar la ayuda que pueda provenir de las diversas ciencias humanas y de las distintas culturas. Éstas, gracias a un luminoso discernimiento, podrán ayudar a captar y precisar los valores y exigencias que pertenecen a la esencia perenne de la mujer, y aquéllos que están ligados a la evolución histórica de las mismas culturas. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, «la Iglesia afirma que, bajo todos los cambios, hay muchas cosas que no cambian; éstas encuentran su fundamento último en Cristo, que es siempre el mismo: ayer, hoy y para siempre (cf. Hb 13, 8)».

La Carta Apostólica sobre la dignidad y la vocación de la mujer se detiene en los fundamentos antropológicos y teológicos de la dignidad personal de la mujer. El documento —que vuelve a asumir, proseguir y especificar las reflexiones de la catequesis de los miércoles dedicada por largo tiempo a la «teología del cuerpo»— quiere ser, a la vez, el cumplimiento de una promesa hecha en la Encíclica Redemptoris Mater y también la respuesta a la petición de los Padres sinodales.

La lectura de la Carta Mulieris dignitatem, también por su carácter de meditación bíblico-teológica, podrá estimular a todos, hombres y mujeres, y en particular a los cultores de las ciencias humanas y de las disciplinas teológicas, a que prosigan el estudio crítico, de modo que profundicen siempre mejor —sobre la base de la dignidad personal del varón y de la mujer y de su recíproca relación— los valores y las dotes específicas de la feminidad y de la masculinidad, no sólo en el ámbito del vivir social, sino también y sobre todo en el de la existencia cristiana y eclesial.

La meditación sobre los fundamentos antropológicos y teológicos de la mujer debe iluminar y guiar la respuesta cristiana a la pregunta, tan frecuente, y a veces tan aguda, acerca del espacio que la mujer puede y debe ocupar en la Iglesia y en la sociedad.

De la palabra y de la actitud de Jesús —que son normativos para la Iglesia— resulta con gran claridad que no existe ninguna discriminación en el plano de la relación con Cristo, en quien «no existe más varón y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28); ni tampoco en el plano de la participación en la vida y en la santidad de la Iglesia, como testifica espléndidamente la profecía de Joel, que se cumplió en Pentecostés: «Yo derramaré mi espíritu sobre cada hombre y vuestros hijos y vuestras hijas se convertirán en profetas» (Jl 3, 1; cf. Hch 2, 17 ss.). Como se lee en la Carta Apostólica sobre la dignidad y la vocación de la mujer, «uno y otro —tanto la mujer como el varón— (...) son capaces, en igual medida, de recibir el don de la verdad divina y del amor en el Espíritu Santo. Los dos acogen sus "visitaciones" salvíficas y santificantes».


Misión en la Iglesia y en el mundo

51. Después, acerca de la participación en la misión apostólica de la Iglesia, es indudable que —en virtud del Bautismo y de la Confirmación— la mujer, lo mismo que el varón, es hecha partícipe del triple oficio de Jesucristo Sacerdote, Profeta, Rey; y, por tanto, está habilitada y comprometida en el apostolado fundamental de la Iglesia: la evangelización. Por otra parte, precisamente en la realización de este apostolado, la mujer está llamada a ejercitar sus propios «dones»: en primer lugar, el don de su misma dignidad personal, mediante la palabra y el testimonio de vida; y después los dones relacionados con su vocación femenina.

En la participación en la vida y en la misión de la Iglesia, la mujer no puede recibir el sacramento del Orden; ni, por tanto, puede realizar las funciones propias del sacerdocio ministerial. Es ésta una disposición que la Iglesia ha comprobado siempre en la voluntad precisa —totalmente libre y soberana— de Jesucristo, el cual ha llamado solamente a varones para ser sus apóstoles;(188) una disposición que puede ser iluminada desde la relación entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad.

En realidad, se debe afirmar que, «aunque la Iglesia posee una estructura "jerárquica", sin embargo esta estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo».

Pero, como ya decía Pablo VI, si «nosotros no podemos cambiar el comportamiento de nuestro Señor ni la llamada por Él dirigida a las mujeres, sin embargo debemos reconocer y promover el papel de la mujer en la misión evangelizadora y en la vida de la comunidad cristiana».

Es del todo necesario, entonces, pasar del reconocimiento teórico de la presencia activa y responsable de la mujer en la Iglesia a la realización práctica. Y en este preciso sentido debe leerse la presente Exhortación, la cual se dirige a los fieles laicos con deliberada y repetida especificación «hombres y mujeres». Además, el nuevo Código de Derecho Canónico contiene múltiples disposiciones acerca de la participación de la mujer en la vida y en la misión de la Iglesia. Son disposiciones que exigen ser más ampliamente conocidas, y puestas en práctica con mayor tempestividad y determinación, si bien teniendo en cuenta las diversas sensibilidades culturales y oportunidades pastorales.

Ha de pensarse, por ejemplo, en la participación de las mujeres en los Consejos pastorales diocesanos y parroquiales, como también en los Sínodos diocesanos y en los Concilios particulares. En este sentido, los Padres sinodales han escrito: «Participen las mujeres en la vida de la Iglesia sin ninguna discriminación, también en las consultaciones y en la elaboración de las decisiones». Y además han dicho: «Las mujeres—las cuales tienen ya una gran importancia en la transmisión de la fe y en la prestación de servicios de todo tipo en la vida de la Iglesia— deben ser asociadas a la preparación de los documentos pastorales y de las iniciativas misioneras, y deben ser reconocidas como cooperadoras de la misión de la Iglesia en la familia, en la profesión y en la comunidad civil».

En el ámbito más específico de la evangelización y de la catequesis hay que promover con más fuerza la responsabilidad particular que tiene la mujer en la transmisión de la fe, no sólo en la familia sino también en los más diversos lugares educativos y, en términos más amplios, en todo aquello que se refiere a la recepción de la Palabra de Dios, su comprensión y su comunicación, también mediante el estudio, la investigación y la docencia teológica.

Mientras lleve a cabo su compromiso de evangelizar, la mujer sentirá más vivamente la necesidad de ser evangelizada. Así, con los ojos iluminados por la fe (cf. Ef 1, 18), la mujer podrá distinguir lo que verdaderamente responde a su dignidad personal y a su vocación, de todo aquello que —quizás con el pretexto de esta «dignidad» y en nombre de la «libertad» y del «progreso»— hace que la mujer no sirva a la consolidación de los verdaderos valores, sino que, al contrario, se haga responsable de la degradación moral de las personas, de los ambientes y de la sociedad. Llevar a cabo un «discernimiento» semejante es una urgencia histórica impostergable; y, al mismo tiempo, es una posibilidad y una exigencia que derivan de la participación, por parte de la mujer cristiana, en el oficio profético de Cristo y de su Iglesia. El «discernimiento», del que habla muchas veces el apóstol Pablo, no consiste sólo en la ponderación de las realidades y de los acontecimientos a la luz de la fe; es también decisión concreta y compromiso operativo, no sólo en el ámbito de la Iglesia, sino también en aquél otro de la sociedad humana.

Se puede decir que todos los problemas del mundo actual —de los que ya hablaba la segunda parte de la Constitución conciliar Gaudium et spes, y que el tiempo no ha resuelto en absoluto, ni los ha atenuado— deben ver a las mujeres presentes y comprometidas, y precisamente con su aportación típica e insustituible.

En particular, dos grandes tareas confiadas a la mujer merecen ser propuestas a la atención de todos.

En primer lugar, la responsabilidad de dar plena dignidad a la vida matrimonial y a la maternidad. Nuevas posibilidades se abren hoy a la mujer en orden a una comprensión más profunda y a una más rica realización de los valores humanos y cristianos implicados en la vida conyugal y en la experiencia de la maternidad. El mismo varón _el marido y el padre_ puede superar formas de ausencia o presencia episódica y parcial, es más, puede involucrarse en nuevas y significativas relaciones de comunión interpersonal, gracias precisamente al hacer inteligente, amoroso y decisivo de la mujer.

Después, la tarea de asegurar la dimensión moral de la cultura, esto es, de una cultura digna del hombre, de su vida personal y social. El Concilio Vaticano II parece relacionar la dimensión moral de la cultura con la participación de los laicos en la misión real de Cristo. «Los laicos —dice—, también asociando fuerzas, purifiquen las instituciones y las condiciones de vida en el mundo, si se dieran aquéllas que empujan las costumbres al pecado, de modo que todas sean hechas conformes con las normas de la justicia y, en vez de obstaculizar, favorezcan el ejercicio de las virtudes. Obrando de este modo, impregnarán de valor moral la cultura y los trabajos del hombre».

A medida que la mujer participa activa y responsablemente en la función de aquellas instituciones de las que depende la salvaguardia del primado que se ha de dar a los valores humanos en la vida de las comunidades políticas, las palabras recién citadas del Concilio señalan un importante campo de apostolado femenino. En todas las dimensiones de la vida de estas comunidades, desde la dimensión socioeconómica a la socio-política, deben ser respetadas y promovidas la dignidad personal de la mujer y su específica vocación: no sólo en el ámbito individual, sino también en el comunitario; no sólo en las formas dejadas a la libertad responsable de las personas, sino también en las formas garantizadas por las justas leyes civiles.

«No es bueno que el hombre esté solo; quiero hacerle una ayuda semejante a él» (Gn 2, 18). Dios creador ha confiado el hombre a la mujer. Es cierto que el hombre ha sido confiado a cada hombre, pero lo ha sido en modo particular a la mujer, porque precisamente la mujer parece tener una específica sensibilidad —gracias a su especial experiencia de su maternidad— por el hombre y por todo aquello que constituye su verdadero bien, comenzando por el valor fundamental de la vida. ¡Qué grandes son las posibilidades y las responsabilidades de la mujer en este campo!; especialmente en una época en la que el desarrollo de la ciencia y de la técnica no está siempre inspirado ni medido por la verdadera sabiduría, con el riesgo inevitable de «deshumanizar» la vida humana, sobre todo cuando ella está exigiendo un amor más intenso y una más generosa acogida.

La participación de la mujer en la vida de la Iglesia y de la sociedad, mediante sus dones, constituye el camino necesario de su realización personal —sobre la que hoy tanto se insiste con justa razón— y, a la vez, la aportación original de la mujer al enriquecimiento de la comunión eclesial y al dinamismo apostólico del Pueblo de Dios.

En esta perspectiva se debe considerar también la presencia del varón, junto con la mujer.

ACTUAR.

-Hacer un Proyecto de vida, Cfr. un modelo aquí presentamos uno:

PROYECTO DE VIDA PERSONAL

LLAMADA DE DIOS.

¿Qué quiere Dios de mí en las circunstancias en las que me encuentro?

Encontrar 2 ó 3 aspectos en los que me encuentro más interpelado.

I.En diálogo con Dios............

1.Promover...

2.Asistir...

3.Tomar....

II.En relación con mi familia.........

5.

6.

7.

III.En relación con mis amistades (amigos y novia-o).................

8.

9.

10.

IV.En relación con mi desempeño (estudio / ó trabajo)........

11.

12.

13.

MI SITUACIÓN ACTUAL.

¿Dónde me encuentro respecto la llamada de Dios?

1. Tomando un aspecto después de otro, identifica los 2 ó 3 puntos significativos de éxito”, o elementos favorables en tu vida.

2. De modo semejante, en c/u de los aspectos antes mencionados identifica los 2 ó 3 puntos significativos que tienen necesidad de ser reforzados o cambiados en mi vida.

EXITOS

1.

2.

3.

LINEAS DE ACCION.

¿Qué pasos quiero dar?

¿En qué dirección, por qué caminos, con qué intervenciones?

1. A la luz de lo que ha surgido en los precedentes anteriores, escoge las líneas de acción más convenientes para alcanzar tus metas, con qué objetivos, procesos y acciones.

2. Determina cuándo y cómo piensas evaluar el progreso, o lo contrario, en la realización de estas líneas de acción y en la consecución de tus metas.

*OBJETIVO (Personalizado).

Metas o Políticas.

1ª. Debo (un verbo en infinitivo)

2ª. Debo

3ª. Debo

4ª. Debo

Procesos (Estrategias).

Para la Primera Meta:

§ Formando

§ Elaborando

§ Organizando

Para la segunda Meta:

§ Reuniendo

§ Estando

§ Dando

Para la tercera Meta:

§ Haciendo

§ Calendarizando

Para la cuarta Meta:

§ Elaborando

§ Promoviendo


ACCIONES

(Cada acción se enuncia con un verbo en infinitivo: ar, er ir).

REVISAR.

Compartir comentarios y experiencias a partir de la dinámica, donde se comparta el “Proyecto de vida” con los del pequeño grupo.

CELEBRAR.

Dinámica de oración y entregar el “Proyecto de vida” por medio de un signo (un globo o una semilla).

Dinámica #7.

Nos comprometemos a ser discípulos con nuestro compromiso”

Objetivo: Lograr que los jóvenes y adolescentes se comprometan en alguna estructura de la Parroquia.

VER.

Realizar un socio drama referente a ¿cómo los jóvenes rechazan el compromiso con la Iglesia y con Jesucristo?.

JUZGAR.

Leer la introducción a la “Christifideles Laici”; o también la pág. 46 del folleto “Jóvenes discípulos y misioneros en la Iglesia para el México de hoy”.

Aquí presentamos algunos números de la Exhortación Apostólica Post-sinodal Christififeles Laici:

A todos los fieles laicos

Introducción.

1. LOS FIELES LAICOS (Christifideles laici ), cuya «vocación y misión en la Iglesia y en el mundo a los 40 años del Concilio Vaticano II» ha sido el tema del Sínodo de los Obispos de 1987, pertenecen a aquel Pueblo de Dios representado en los obreros de la viña, de los que habla el Evangelio de Mateo: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario, que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña» (Mt 20, 1-2).

La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamadas por Él y enviadas para que tengan trabajo en ella. La viña es el mundo entero (cf. Mt 13, 38), que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios.

Id también vosotros a mi viña.

2. «Salió luego hacia las nueve de la mañana, vio otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo: "Id también vosotros a mi viña(Mt 20, 3-4).

El llamamiento del Señor Jesús «Id también vosotros a mi viña» no cesa de resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día: se dirige a cada hombre que viene a este mundo.

En nuestro tiempo, en la renovada efusión del Espíritu de Pentecostés que tuvo lugar con el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha madurado una conciencia más viva de su naturaleza misionera y ha escuchado de nuevo la voz de su Señor que la envía al mundo como «sacramento universal de salvación».[1]

Id también vosotros. La llamada no se dirige sólo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo. Lo recuerda San Gregorio Magno quien, predicando al pueblo, comenta de este modo la parábola de los obreros de la viña: «Fijaos en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la viña del Señor».[2]

De modo particular, el Concilio, con su riquísimo patrimonio doctrinal, espiritual y pastoral, ha reservado páginas verdaderamente espléndidas sobre la naturaleza, dignidad, espiritualidad, misión y responsabilidad de los fieles laicos. Y los Padres conciliares, haciendo eco al llamamiento de Cristo, han convocado a todos los fieles laicos, hombres y mujeres, a trabajar en la viña: «Este Sacrosanto Concilio ruega en el Señor a todos los laicos que respondan con ánimo generoso y prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita a todos con mayor insistencia, y a los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que esta llamada va dirigida a ellos de manera especialísima; recíbanla con entusiasmo y magnanimidad. El mismo Señor, en efecto, invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este santo Concilio, a que se le unan cada día más íntimamente y a que, haciendo propio todo lo suyo (cf. Flp 2, 5), se asocien a su misión salvadora; de nuevo los envía a todas las ciudades y lugares adonde Él está por venir (cf. Lc 10, 1».

Id también vosotros a mi viña. Estas palabras han resonado espiritualmente, una vez más, durante la celebración del Sínodo de los Obispos, que ha tenido lugar en Roma entre el 1º y el 30 de octubre de 1987. Colocándose en los senderos del Concilio y abriéndose a la luz de las experiencias personales y comunitarias de toda la Iglesia, los Padres, enriquecidos por los Sínodos precedentes, han afrontado de modo específico y amplio el tema de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo.

En esta Asamblea episcopal no ha faltado una cualificada representación de fieles laicos, hombres y mujeres, que han aportado una valiosa contribución a los trabajos del Sínodo, como ha sido públicamente reconocido en la homilía conclusiva: «Damos gracias por el hecho de que en el curso del Sínodo hemos podido contar con la participación de los laicos (auditores y auditrices), pero más aún porque el desarrollo de las discusiones sinodales nos ha permitido escuchar la voz de los invitados, los representantes del laicado provenientes de todas las partes del mundo, de los diversos Países, y nos ha dado ocasión de aprovechar sus experiencias, sus consejos, las sugerencias que proceden de su amor a la causa común».

Dirigiendo la mirada al posconcilio, los Padres sinodales han podido comprobar cómo el Espíritu Santo ha seguido rejuveneciendo la Iglesia, suscitando nuevas energías de santidad y de participación en tantos fieles laicos. Ello queda testificado, entre otras cosas, por el nuevo estilo de colaboración entre sacerdotes, religiosos y fieles laicos; por la participación activa en la liturgia, en el anuncio de la Palabra de Dios y en la catequesis; por los múltiples servicios y tareas confiados a los fieles laicos y asumidos por ellos; por el lozano florecer de grupos, asociaciones y movimientos de espiritualidad y de compromiso laicales; por la participación más amplia y significativa de la mujer en la vida de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad.

Al mismo tiempo, el Sínodo ha notado que el camino posconciliar de los fieles laicos no ha estado exento de dificultades y de peligros. En particular, se pueden recordar dos tentaciones a las que no siempre han sabido sustraerse: la tentación de reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político; y la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas.

En el curso de sus trabajos, el Sínodo ha hecho referencia constantemente al Concilio Vaticano II, cuyo magisterio sobre el laicado, a veinte años de distancia, se ha manifestado de sorprendente actualidad y tal vez de alcance profético: tal magisterio es capaz de iluminar y de guiar las respuestas que se deben dar hoy a los nuevos problemas. En realidad, el desafío que los Padres sinodales han afrontado ha sido el de individuar las vías concretas para lograr que la espléndida «teoría» sobre el laicado expresada por el Concilio llegue a ser una auténtica «praxis» eclesial. Además, algunos problemas se imponen por una cierta «novedad» suya, tanto que se los puede llamar posconciliares, al menos en sentido cronológico: a ellos los Padres sinodales han reservado con razón una particular atención en el curso de sus discusiones y reflexiones. Entre estos problemas se deben recordar los relativos a los ministerios y servicios eclesiales confiados o por confiar a los fieles laicos, la difusión y el desarrollo de nuevos «movimientos» junto a otras formas de agregación de los laicos, el puesto y el papel de la mujer tanto en la Iglesia como en la sociedad.

Los Padres sinodales, al término de sus trabajos, llevados a cabo con gran empeño, competencia y generosidad, me han manifestado su deseo y me han pedido que, a su debido tiempo, ofreciese a la Iglesia universal un documento conclusivo sobre los fieles laicos.

Las actuales cuestiones urgentes del mundo: ¿Porqué estáis aquí ociosos todo el día?

3. El significado fundamental de este Sínodo, y por tanto el fruto más valioso deseado por él, es la acogida por parte de los fieles laicos del llamamiento de Cristo a trabajar en su viña, a tomar parte activa, consciente y responsable en la misión de la Iglesia en esta magnífica y dramática hora de la historia, ante la llegada inminente del tercer milenio.

Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.

Reemprendamos la lectura de la parábola evangélica: «Todavía salió a eso de las cinco de la tarde, vio otros que estaban allí, y les dijo: "¿Por qué estáis aquí todo el día parados?" Le respondieron: "Es que nadie nos ha contratado". Y él les dijo: "Id también vosotros a mi viña"» (Mt 20, 6-7).

No hay lugar para el ocio: tanto es el trabajo que a todos espera en la viña del Señor. El «dueño de casa» repite con más fuerza su invitación: «Id vosotros también a mi viña».

La voz del Señor resuena ciertamente en lo más íntimo del ser mismo de cada cristiano que, mediante la fe y los sacramentos de la iniciación cristiana, ha sido configurado con Cristo, ha sido injertado como miembro vivo en la Iglesia y es sujeto activo de su misión de salvación. Pero la voz del Señor también pasa a través de las vicisitudes históricas de la Iglesia y de la humanidad, como nos lo recuerda el Concilio: «El Pueblo de Dios, movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o del designio de Dios. En efecto, la fe todo lo ilumina con nueva luz, y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas».

Es necesario entonces mirar cara a cara este mundo nuestro con sus valores y problemas, sus inquietudes y esperanzas, sus conquistas y derrotas: un mundo cuyas situaciones económicas, sociales, políticas y culturales presentan problemas y dificultades más graves respecto a aquél que describía el Concilio en la Constitución pastoral Gaudium et spes. De todas formas, es ésta la viña, y es éste el campo en que los fieles laicos están llamados a vivir su misión. Jesús les quiere, como a todos sus discípulos, sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5, 13-14). Pero ¿cuál es el rostro actual de la «tierra» y del «mundo» en el que los cristianos han de ser «sal» y «luz»?

Es muy grande la diversidad de situaciones y problemas que hoy existen en el mundo, y que además están caracterizadas por la creciente aceleración del cambio. Por esto es absolutamente necesario guardarse de las generalizaciones y simplificaciones indebidas. Sin embargo, es posible advertir algunas líneas de tendencia que sobresalen en la sociedad actual. Así como en el campo evangélico crecen juntamente la cizaña y el buen grano, también en la historia, teatro cotidiano de un ejercicio a menudo contradictorio de la libertad humana, se encuentran, arrimados el uno al otro y a veces profundamente entrelazados, el mal y el bien, la injusticia y la justicia, la angustia y la esperanza.

Secularismo y necesidad de lo religioso.

4. ¿Cómo no hemos de pensar en la persistente difusión de la indiferencia religiosa y del ateísmo en sus más diversas formas, particularmente en aquella —hoy quizás más difundida— del secularismo? Embriagado por las prodigiosas conquistas de un irrefrenable desarrollo científico-técnico, y fascinado sobre todo por la más antigua y siempre nueva tentación de querer llegar a ser como Dios (cf. Gn 3, 5) mediante el uso de una libertad sin límites, el hombre arranca las raíces religiosas que están en su corazón: se olvida de Dios, lo considera sin significado para su propia existencia, lo rechaza poniéndose a adorar los más diversos «ídolos».

Es verdaderamente grave el fenómeno actual del secularismo; y no sólo afecta a los individuos, sino que en cierto modo afecta también a comunidades enteras, como ya observó el Concilio: «Crecientes multitudes se alejan prácticamente de la religión». Varias veces yo mismo he recordado el fenómeno de la descristianización que aflige los pueblos de antigua tradición cristiana y que reclama, sin dilación alguna, una nueva evangelización.

Y sin embargo la aspiración y la necesidad de lo religioso no pueden ser suprimidos totalmente. La conciencia de cada hombre, cuando tiene el coraje de afrontar los interrogantes más graves de la existencia humana, y en particular el del sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte, no puede dejar de hacer propia aquella palabra de verdad proclamada a voces por San Agustín: «Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti». Así también, el mundo actual testifica, siempre de manera más amplia y viva, la apertura a una visión espiritual y trascendente de la vida, el despertar de una búsqueda religiosa, el retorno al sentido de lo sacro y a la oración, la voluntad de ser libres en el invocar el Nombre del Señor.

La persona humana: una dignidad despreciada y exaltada.

5. Pensamos, además, en las múltiples violaciones a las que hoy está sometida la persona humana. Cuando no es reconocido y amado en su dignidad de imagen viviente de Dios (cf. Gn 1, 26), el ser humano queda expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de «instrumentalización», que lo convierten miserablemente en esclavo del más fuerte. Y «el más fuerte» puede asumir diversos nombres: ideología, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los mass-media. De nuevo nos encontramos frente a una multitud de personas, hermanos y hermanas nuestras, cuyos derechos fundamentales son violados, también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión de fe religiosa.

¿Quién puede contar los niños que no han nacido porque han sido matados en el seno de sus madres, los niños abandonados y maltratados por sus mismos padres, los niños que crecen sin afecto ni educación? En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y de trabajo; les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna del ser humano; y algunas carecen hasta de lo necesario para su propia subsistencia. Tremendos recintos de pobreza y de miseria, física y moral a la vez, se han vuelto ya anodinos y como normales en la periferia de las grandes ciudades, mientras afligen mortalmente a enteros grupos humanos.

Pero la sacralidad de la persona no puede ser aniquilada, por más que sea despreciada y violada tan a menudo. Al tener su indestructible fundamento en Dios Creador y Padre, la sacralidad de la persona vuelve a imponerse, de nuevo y siempre.

De aquí el extenderse cada vez más y el afirmarse siempre con mayor fuerza del sentido de la dignidad personal de cada ser humano. Una beneficiosa corriente atraviesa y penetra ya todos los pueblos de la tierra, cada vez más conscientes de la dignidad del hombre: éste no es una «cosa» o un «objeto» del cual servirse; sino que es siempre y sólo un «sujeto», dotado de conciencia y de libertad, llamado a vivir responsablemente en la sociedad y en la historia, ordenado a valores espirituales y religiosos.

Se ha dicho que el nuestro es el tiempo de los «humanismos». Si algunos, por su matriz atea y secularista, acaban paradójicamente por humillar y anular al hombre; otros, en cambio, lo exaltan hasta el punto de llegar a una verdadera y propia idolatría; y otros, finalmente, reconocen según la verdad la grandeza y la miseria del hombre, manifestando, sosteniendo y favoreciendo su dignidad total.

Signo y fruto de estas corrientes humanistas es la creciente necesidad de participación. Indudablemente es éste uno de los rasgos característicos de la humanidad actual, un auténtico «signo de los tiempos» que madura en diversos campos y en diversas direcciones: sobre todo en lo relativo a la mujer y al mundo juvenil, y en la dirección de la vida no sólo familiar y escolar, sino también cultural, económica, social y política. El ser protagonistas, creadores de algún modo de una nueva cultura humanista, es una exigencia universal e individual.

Conflictividad y paz.

6. Por último, no podemos dejar de recordar otro fenómeno que caracteriza la presente humanidad. Quizás como nunca en su historia, la humanidad es cotidiana y profundamente atacada y desquiciada por la conflictividad. Es éste un fenómeno pluriforme, que se distingue del legítimo pluralismo de las mentalidades y de las iniciativas, y que se manifiesta en el nefasto enfrentamiento entre personas, grupos, categorías, naciones y bloques de naciones. Es un antagonismo que asume formas de violencia, de terrorismo, de guerra. Una vez más, pero en proporciones mucho más amplias, diversos sectores de la humanidad contemporánea, queriendo demostrar su «omnipotencia», renuevan la necia experiencia de la construcción de la «torre de Babel» (cf. Gn 11, 1-9), que, sin embargo, hace proliferar la confusión, la lucha, la disgregación y la opresión. La familia humana se encuentra así dramáticamente turbada y desgarrada en sí misma.

Por otra parte, es completamente insuprimible la aspiración de los individuos y de los pueblos al inestimable bien de la paz en la justicia. La bienaventuranza evangélica: «dichosos los que obran la paz» (Mt 5, 9) encuentra en los hombres de nuestro tiempo una nueva y significativa resonancia: para que vengan la paz y la justicia, enteras poblaciones viven, sufren y trabajan. La participación de tantas personas y grupos en la vida social es hoy el camino más recorrido para que la paz anhelada se haga realidad. En este camino encontramos a tantos fieles laicos que se han empeñado generosamente en el campo social y político, y de los modos más diversos, sean institucionales o bien de asistencia voluntaria y de servicio a los necesitados.

Jesucristo, la esperanza de la humanidad.

7. Este es el campo inmenso y apesadumbrado que está ante los obreros enviados por el «dueño de casa» para trabajar en su viña.

En este campo está eficazmente presente la Iglesia, todos nosotros, pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y laicos. Las situaciones que acabamos de recordar afectan profundamente a la Iglesia; por ellas está en parte condicionada, pero no dominada ni muchos menos aplastada, porque el Espíritu Santo, que es su alma, la sostiene en su misión.

La Iglesia sabe que todos los esfuerzos que va realizando la humanidad para llegar a la comunión y a la participación, a pesar de todas las dificultades, retrasos y contradicciones causadas por las limitaciones humanas, por el pecado y por el Maligno, encuentran una respuesta plena en Jesucristo, Redentor del hombre y del mundo.

La Iglesia sabe que es enviada por Él como «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano».

En conclusión, a pesar de todo, la humanidad puede esperar, debe esperar. El Evangelio vivo y personal, Jesucristo mismo, es la «noticia» nueva y portadora de alegría que la Iglesia testifica y anuncia cada día a todos los hombres.

En este anuncio y en este testimonio los fieles laicos tienen un puesto original e irreemplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor.

ACTUAR.

Simbolizar aquello con que yo me quiera comprometer ejemplo: Leer diariamente un párrafo de la Sagrada Escritura, el rezo del Santo Rosario, ir a visitar algún orfanatorio, organizar un grupo de jóvenes para ir a dar apoyo a los enfermos en los hospitales o formar un grupo para colaborar apostólicamente en la parroquia, etc.

CELEBRAR.

Participar en la CENA del Señor (Institución de la Eucaristía, del Sacerdocio y Sacramento del amor).


HORA SANTA


Guía: Los invitamos a disponernos a nuestra Hora Santa ante el Santísimo.

(Canto y Exposición del Santísimo, y el sacerdote pone incienso y todos de rodillas).

Guía: Nos ponemos de rodillas.

Sacerdote: Alabado sea el Santísimo Sacramento.

Todos: Sea por siempre alabado el corazón amoroso de Jesús sacramentado.

Sacerdote: Padre Nuestro...

Todos: Señor, ante tu presencia amorosa, los jóvenes aquí reunidos te pedimos bendigas nuestra juventud; di de ella palabras buenas que día a día se nos vuelvan vida.

Oración

De la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe

Señor Jesucristo,
Camino, Verdad y vida,
rostro humano de Dios
y rostro divino del hombre,
enciende en nuestros corazones
el amor al Padre que está en el cielo
y la alegría de ser cristianos.

Ven a nuestro encuentro
y guía nuestros pasos
para seguirte y amarte
en la comunión de tu Iglesia,
celebrando y viviendo
el don de la Eucaristía,
cargando con nuestra cruz,
y urgidos por tu envío.

Danos siempre el fuego
de tu Santo Espíritu,
que ilumine nuestras mentes
y despierte entre nosotros
el deseo de contemplarte,
el amor a los hermanos,
sobre todo a los afligidos,
y el ardor por anunciarte
al inicio de este siglo.

Discípulos y misioneros tuyos,
queremos remar mar adentro,
para que nuestros pueblos
tengan en Ti vida abundante,
y con solidaridad construyan
la fraternidad y la paz.

Señor Jesús, ¡Ven y envíanos!

Amén.

Joven 1: Queremos ser jóvenes nuevos, estrenar nuestra vida de ti recibida y por ti hecha buena. Déjanos “morir al hombre viejo” que está en nosotros y que a nosotros se aferra. Déjanos descubrir que ese “hombre viejo” quiere morir en Cruz contigo y resucitar el “joven nuevo”.

Danos un recto pensar y un actuar acorde.

Joven 2: Queremos vivir en paz, con la conciencia limpia de pecado, aceptamos las penas, nada queremos hacer para evitarlas. Nos hiciste de barro. Aceptamos la cruz, te pedimos nos des a cambio, fortaleza para vencer las tentaciones que nos presenta el mundo, danos una vida nueva cargada de amor y espíritu de compromiso. Concédenos ser tus amigos y acéptanos como tus discípulos queremos estar contigo, queremos ser misioneros del mensaje de la Resurrección a otros jóvenes de este tiempo sembrándoles la semilla de tu Palabra .

Joven 1: Queremos sembrar cosas nuevas, pero danos también el consuelo de cosechar el futuro y gozar lo sembrado. Danos el don de ser felices con lo que somos, sin dejar nunca el esfuerzo de conseguir un mejor mañana, con el intento de vivir y cumplir tu Palabra hoy, ser mejores que como fuimos el día de ayer.

Déjanos sentirnos discípulos tuyos, confiados entre tus brazos y recibir el sustento. Danos, Jesús, te lo pedimos, el sentirnos por ti siempre llamados a vivir contentos nuestra juventud, sabiendo que al final de nuestro camino te encontramos a ti con los brazos abiertos; para llevarnos al encuentro paternal cariñoso del Padre.

(Se escucha la Palabra sentados).

Lectura Bíblica (1Sam. 17,32-33.37.40-51).

Dijo David a Saúl: «Que nadie se acobarde por ese filisteo. Tu siervo irá a combatir con ese filisteo»: Dijo Saúl a David: «No puedes ir contra ese filisteo para luchar con él, porque tú eres un niño y él es un hombre de guerra desde su juventud». Añadió David: «Yavéh, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo». Dijo Saúl a David: «Vete, y que Yavéh sea contigo».

Tomó su cayado en la mano, escogió en el torrente cinco piedras lisas y las puso en su morral de pastor, con su morral y con su honda en la mano se acercó al filisteo. El filisteo fue avanzando y acercándose a David, precedido de su escudero. Volvió los ojos el filisteo y viendo a David, lo despreció porque era un muchacho rubio y apuesto. Dijo el filisteo a David: «¿Acaso soy un perro, pues vienes contra mí con palos?» Y maldijo a David el filisteo por sus dioses, y dijo el filisteo a David: «Ven hacia mí y daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo». Dijo David al filisteo: «Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero Yo voy contra ti en nombre de Yavéh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado. Hoy mismo te entregará Yavéh en mis manos, te mataré y te cortaré la cabeza y entregaré hoy mismo tu cadáver y los cadáveres del ejercito filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios-para Israel. Y toda esta asamblea sabrá que no por la espada ni por la lanza salva Yavéh, porque de Yavéh es el combate y los entrega en nuestras manos.

Se levantó el filisteo y fue acercándose a David; se apresuró David, salió de las filas y corrió al encuentro del filisteo. Metió su mano David en su morral, sacó de él una piedra, la lanzó con la honda e hirió al filisteo en la frente, la piedra se clavó en su frente y cayó de bruces en tierra. Y venció David al filisteo con la honda y la piedra; hirió al filisteo y le mató sin tener espada en su mano. Corrió David, se detuvo sobre el filisteo y tomando la espada de este la sacó de su vaina, le mató y le cortó la cabeza.

Viendo los filisteos que había muerto su campeón, huyeron.

Palabra de Dios.

RESPONSORIO BREVE.

G. Invoco al Dios Altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

T. Invoco al Dios Altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

G. Desde el cielo me enviará la salvación.

T. El Dios que hace tanto por mí.

G. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

T. Invoco al Dios Altísimo, al Dios que hace tanto por mí.

PRECES

P: Adoremos a Cristo, que se ofreció a Dios como sacrificio sin mancha para purificar nuestras conciencias de las obras muertas, y digámosle con fe:

Todos: En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

Joven 1: Tú que nos has dado la luz del nuevo día, concédenos también caminar durante sus horas por sendas de vida nueva.

T: En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

Joven 2: Tú que todo lo has creado con tu poder y con tu providencia lo conservas, ayúdanos a descubrirte presente en todas tus criaturas.

T: En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

Joven 3: Tú que has sellado con tu sangre una alianza nueva y eterna, haz que, obedeciendo siempre tus mandatos, permanezcamos fieles a su alianza.

T: En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

Joven 1: Tú que colgado en la cruz quisiste que de tu costado manara sangre y agua, purifica con esta agua nuestros pecados y alegra con este manantial a la ciudad de Dios.

T: En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

Joven 2: Tú que has permitido que la semilla del Evangelio se sembrara en estas tierras latinoamericanas, te rogamos que al haberse celebrado la V CELAM se desencadenen estructuras más humanas y más cristianas ricas en los valores del Evangelio.

T: En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

Joven 3: Señor, ponemos en tus manos el desarrollo de esta Pascua Juvenil 2008, para que aprovechemos la oportunidad que nos das de estar aquí para reflexionar en nuestro discipulado estando contigo y teniendo a María como nuestro modelo de discípula.

T: En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

Joven 1: Señor, te pedimos por los pastores de nuestras Diócesis y por los asesores que han apoyado, apoyan y apoyarán el Movimiento de Pascua Juvenil, hoy recordamos a Monseñor Ramón Godínez Flores(+) de feliz memoria, quien fue Obispo de

Aguascalientes, que apoyó el Movimiento Pascua, para que lo tengas en tu santa Gloria (momento de silencio).

T: En tu voluntad, Señor, encontramos nuestra paz.

(Canto eucarístico u otro apropiado).

1. JESUCRISTO: CAMINO, VERDAD Y VIDA.

Lector 1: En la vida hay tantas cosas que nos entristecen. Vivir es un enfrentarnos continuamente a aquello que nos causa pena, dolor y sufrimiento.

Todos: La alegría y la juventud sólo tú la das Señor.

Lector 2: Algunos jóvenes luchan y vencen, otros se dejan llevar por la tristeza y viven sumidos en la oscuridad, en el desenfreno de las pasiones desordenadas, están enfermos del alma.

Todos: La alegría y la juventud sólo tú la des Señor

Lector 1: Algunos jóvenes buscan la alegría desesperadamente en fuentes falsas que sólo producen falsa alegría, quisieran comprar alegría embotellada bajo prestigiosas etiquetas y sólo adquieren vacío.

Todos: La alegría y la juventud sólo tú la das Señor.

Lector 2: El tener no remedia la soledad; las cosas materiales no pueden sustituir la compañía humana; el consumismo que nos aqueja es el signo de una juventud que busca la alegría, la plenitud por caminos equivocados.

Todos: Danos juventud y alegría Señor Jesús.

Lector 1: La alegría no se puede fingir por mucho tiempo; es un estado, una actitud de vida permanente y responsable, una situación de ánimo; la alegría no se pierde ante la adversidad, sino que nos ayuda a superarla y nos tiempla el espíritu.

Todos: Danos juventud y alegría Señor Jesús.

Lector 2: Una alegría natural la encontramos en los niños, ellos no pueden estar mucho tiempo tristes a no ser que ya estén enfermos del alma.

Todos: Danos la alegría natural de los niños, Jesús.

Lector 1: La alegría de los niños viene de la seguridad que les da el tener en quien confiar, viene de la capacidad de asombro ante un mundo que todavía no conocen.

Todos: Los jóvenes queremos confiar ciegamente en ti Jesús.

Lector 2: Esa alegría de los niños viene de que mantienen abierta la puerta de la fantasía, viene de su gozo y de su inmenso deseo de vivir.

Todos: Los jóvenes tenemos deseos de seguir viviendo a pesar de las adversidades, por eso queremos confiar ciegamente en ti Jesús.

Lector 1: Pero ante todo viven de la paz que existe en sus almas, ajenas todavía del conflicto que causa el actuar en contra de la conciencia. Esa tan mencionada inocencia que los adultos lamentamos haber perdido, se llama paz interior.

Todos: Los jóvenes queremos encontrar paz y sentido a nuestra vidas por eso nos acercamos a ti JESÚS, ya que sólo tu das sentido a nuestras vidas.

Lector 2: Dios es la fuente de la alegría porque es la causa de la felicidad del hombre, sólo en Dios podremos encontrar una alegría auténtica.

Todos: Los jóvenes queremos tener un encuentro real y definitivo con CRISTO porque El es, la causa de la felicidad del hombre.

Lector 1: La prueba más real de Dios es la alegría del hombre, se ha manifestado a través de la historia, por medio de cada mártir y en cada auténtico cristiano que en momentos de tribulación y a la hora de la muerte respondieron sólo con una tierna y agradable sonrisa, esperando siempre en Dios como único consuelo, como lo manifestara el adolescente José Sánchez del Río, al morir martirizado.

Todos: Danos valentía y fortaleza en las tribulaciones; que los jóvenes no perdamos de nuestra mente que tú eres nuestro único fin y que siempre nos esperas con los brazos abiertos por medio de la reconciliación, aunque nuestro pecado haya sido muy grande.

Lector 2: Cuando Dios nos perdona volvemos a ser como niños recién nacidos, somos hombres nuevos. ¡Qué sensación de paz nos embarga cuando salimos del confesionario, nos sentimos libres, limpios y alegres!

Todos: JESÚS concede a los jóvenes la valentía necesaria para que se acerquen al sacramento de reconciliación y que hagamos el propósito firme de no volver a faltar nunca jamás.

Lector 1: Después de confesarnos de nosotros depende siempre, con la ayuda de Dios, el continuar viviendo esa alegría todo el tiempo que queramos, siempre y cuando no volvamos a entrar en guerra contra nuestra conciencia y contra la voluntad de Dios; esa es la alegría de los niños y de los que son como ellos, la alegría de los santos que siempre es una participación del amor de Dios.

Todos: Los jóvenes queremos afirmar que únicamente Dios hace al hombre feliz, porque «sólo Dios basta» y proclamaremos a cuantos encontremos en nuestra vida y no nos cansaremos de ser camino de acogida, de fiesta y de amistad, para cuantos encontremos sentados en el aburrimiento y la soledad.

(se entona un canto)

2. LOS JÓVENES CONSTRUYEN LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR:

Lector 3: Los jóvenes debemos formar una sociedad nueva, en la que se respete la vida, protegiéndola desde su concepción hasta una muerte digna y humana.

Todos: Jesús necesitamos jóvenes dispuestos a respetar la vida; que digan no al aborto y que respeten a los ancianos.

Lector 4: Los jóvenes debemos formar una sociedad en la que se camine por rutas de valores y que declare que la felicidad es un derecho de la persona humana y está en el orden del ser, no del poder, ni del tener, ni del consumismo.

Todos: Jesús, necesitamos jóvenes que se cultiven con valores, que digan no al poder, al tener y al consumismo como único fin y única meta.

Lector 3: Necesitamos una sociedad que rechace todo lenguaje de terrorismo, revancha y venganza, por eso le pedimos a Jesús.

Todos: Danos jóvenes que rechacen la cultura de la muerte y promuevan una cultura de vida y amor.

Lector 4: Necesitamos una sociedad nueva con jóvenes que no vivan en el mundo de la droga, del alcohol ni del sexo-objeto como caminos de felicidad, por eso le decimos a Jesús.

Todos: Danos jóvenes que digan no a las drogas y a los vicios, pidiéndote al mismo tiempo por aquellos jóvenes que de alguna manera han caído en las drogas y el alcoholismo, para que descubran que la verdadera libertad la das tú, JESÚS.

Lector 3: No podemos esperar que haya justicia y honestidad, si nosotros no empezamos a luchar por ejercer la justicia y a vivir como hombres honestos; por eso le decimos a Jesús.

Todos: Los jóvenes queremos un México mejor, por eso te pedimos nos ayudes para que desde ahora comencemos a ser más justos y honestos con todos los que nos rodean.

Lector 4: México es un país que vive una espantosa crisis de valores. Buscamos muchas justificaciones y pretextos para esa crisis, pero la verdadera razón de la crisis es la falta de valores auténticos en todos los hombres y mujeres que formamos la nación; es decir, la ausencia de Dios en sus vidas.

Todos: Los jóvenes no queremos estar como paralíticos ante esta situación, por eso le pedimos a Jesús que nos dé jóvenes comprometidos en los campos de la política, en los grupos juveniles, promoviendo siempre los valores auténticos que emanan del Evangelio, y así iluminar la sociedad que nos rodea.

(Se entona un canto).

3.- APÓSTOLES CON LA FUERZA DEL ESPÍRITU:

(La lectura la escuchamos de pie).

EVANGELIO (Lc. 10,25-37).

+Proclamación de la Buena Nueva según San Lucas.

Se levantó entonces un maestro de la ley, y le dijo a Jesús para tenderle una trampa:

_Maestro, ¿qué debo hacer para obtener la vida eterna?

Jesús le contestó:

_¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?

El maestro de la ley le respondió:

_Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

Jesús le dijo:

_Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás.

Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:

_¿Y quién es mi prójimo?

Jesús le contestó:

_Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos asaltantes que, después de despojarlo y golpearlo sin piedad, se alejaron dejándolo medio muerto. Un sacerdote bajaba casualmente por aquel camino y, al verlo se desvió y pasó de largo. Igualmente un levita que pasó por aquel lugar, al verlo, se desvió y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a él y verlo, sintió lástima. Se acercó y le vendó las heridas después de habérselas limpiado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacó unas monedas y se las dio al encargado, diciendo: “Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a mi regreso” ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los asaltantes?

El maestro de la ley contestó:

_El que tuvo compasión de él.

Jesús le dijo:

_Vete y haz tú lo mismo.

Palabra del Señor.

(Varios cantos de alabanza a Cristo).

Lector 1: Los jóvenes necesitamos comprometemos a dar testimonio de nuestra fe ante nuestros padres, hermanos, compañeros y vecinos.

Todos: Jesús, danos jóvenes valientes que quieran comprometerse de verdad a dar testimonio de nuestra fe cristiana.

Lector 2: Necesitamos jóvenes comprometidos a ayudarse como amigos, a amarse como hermanos y a trabajar por la paz y la justicia.

Todos: Danos jóvenes comprometidos con el amor fraternal.

Lector 3: El joven, pues, debe sentirse un miembro responsable en la Iglesia, con derechos y obligaciones, dispuesto a ofrecer su persona, su tiempo y sus habilidades para construir una comunidad cristiana más alegre, dinámica y comprometida en el servicio del Reino de Dios.

Todos: Danos jóvenes comprometidos en los grupos juveniles, que estén dispuestos a entregar un poco de su tiempo al servicio de Dios y de otros jóvenes con problemas.

Lector 4: Las áreas donde los jóvenes pueden aportar su dinamismo juvenil son muchas y diferenciadas...

Todos: Queremos jóvenes que se integren a los planes y programas pastorales de su comunidad Parroquial

Lector 1: Ante tanta ignorancia religiosa ¿quiénes les dirán a los demás jóvenes que llevan un alma inmortal por la sangre de Cristo?

Todos: Necesitamos Apóstoles jóvenes, que por medio de su palabra y testimonio les digan a otros jóvenes que «DIOS EXISTE».

Lector 2: Ante tanto conflicto de relaciones personales en que se pierde la paz por fricciones ridículas, ¿quién recordará el mensaje insistente de Cristo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado».

Todos: Necesitamos Apóstoles, jóvenes, que hablen de Cristo a los hombres y lo den a conocer.

Lector 3: Joven, que estas en la flor de la edad, en la primavera de los años, ¿para qué dejar que tu corazón se llene de hastío al no encontrar la felicidad que anhelabas? Mira el ancho mundo donde tú puedes llevar el mensaje de salvación, "Si tu corazón no arde muchos se morirán de frío". Déjate quemar del amor de Dios si quieres alumbrar.

Arriésgate a ser otro David en el mundo actual con la honda de la fe, la piedra de la juventud y el compromiso, para erradicar al filisteo de la cultura de la muerte que como lobo rapaz acosa a nuestros jóvenes y adolescentes.

Sé otro Daniel que se atreva a denunciar las perversiones de los corruptos y promueva los principios del Evangelio con valor, con su vida y testimonio.

Sé hoy el muchacho del Evangelio que compartió sus cinco panes y sus dos peces y que Jesús los multiplicó; compartiendo tu entusiasmo, tu juventud. Sé otro Francisco de Asís que se arriesgue a dejar la comodidad de la vida confortable y se lance a ser misionero del Evangelio entregando la Juventud a Cristo hermanando al mundo.

Todos: Necesitamos Apóstoles, jóvenes, que hablen de Cristo a los hombres y lo den a conocer.

Sé otro Santo Toribio Romo que no titubeó ante el compromiso de testimoniar la fe en Cristo Rey ante el peligro de las balas y la muerte.

Sé otro Don Bosco hoy que se siga preocupando por otros jóvenes que buscan sentido a su vida y que buscan ser “buenos cristianos y honestos ciudadanos”.

Sé otro Domingo Savio, que con creatividad y perspicacia, sepa meterse entre sus compañeros jóvenes siendo un animador y transmitas los valores de la santidad juvenil, sabiendo que la “santidad es estar siempre alegres”.

Sé otra Madre Teresa de Calcuta que no le tenga miedo a la pobreza con tal de compartirles la riqueza de Cristo.

Sé otro José Sánchez del Río que no tuvo miedo a las agresiones de los ateos y se hizo cristero para defender la fe en Cristo Rey.

Todos:

Señor, te damos gracias por nuestra juventud, el más grande de los regalos. Tu Palabra sigue viva en muchos hombres y mujeres, entre pueblos oprimidos y hombres sin esperanza.

Señor, queremos ser jóvenes que se comprometan a fondo con el hombre, hasta arriesgar su vida y su dinero; que amen con algo más que con palabras, al hombre solo, triste y abatido.

Señor, haznos jóvenes de tu Reino ante los descreídos, poderosos y arrogantes; jóvenes de la “Civilización del amor”, en las calles de nuestras ciudades y pueblos, en nuestras Universidades, en la tiendas, en las fábricas, en las playas y los montes e incluso en los “antros” donde ocasionalmente vamos a divertirnos. Jóvenes que lleven la justicia y la paz a todos; en fin, Señor, que llevemos el amor más que con palabras, con obras. Amén.

(Se hace una pausa; luego prosigue)...

Sacerdote: ¡Oh Dios!, que bajo un Sacramento admirable

Nos dejaste el memorial de tu Pasión,

Te pedimos, Señor, nos concedas celebrar

De tal manera los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre,

Que sintamos constantemente en nosotros el fruto de tu Redención.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

(todos se ponen de rodillas)

+Bendición con el Santísimo.

-Bendito sea Dios...

-Bendito sea su santo nombre...

-Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre...

-Bendito sea el nombre de Jesús...

-Bendito sea su sacratísimo corazón...

-Bendita sea su preciosísima sangre...

-Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar...

-Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito...

-Bendita sea la excelsa Madre de Dios María Santísima...

-Bendita sea su santa e Inmaculada Concepción...

-Bendita sea su gloriosa Asunción...

-Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre...

-Bendito sea San José, su castísimo esposo...

-Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos. Amén.

Un canto (mientras se hace la reserva).


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WebJCP | Abril 2007