XXVIII Domingo del T.O. (Lc 17, 11-19) - Ciclo C
Por Josetxu Canibe
Por Josetxu Canibe
De los diez leprosos que fueron curados solo uno regresó donde Jesús para agradecer el que habían sido sanados por la fuerza salvadora de Dios. Solo uno volvió a Jesús y se echó por tierra dándole gracias. Solo uno regresó alabando a Dios con grandes gestos. Ciertamente Jesús se merecía mejor respuesta, pues si hay alguna enfermedad repulsiva es la lepra. No sé si vosotros habéis observado de cerca esta enfermedad. Yo he tenido la oportunidad en una ocasión, en Angola, en una leprosería. A pesar de que la lepra no estaba activa, fui incapaz de darles la mano, aunque lo intenté.
Jesús se sirvió de este suceso para hablarnos del agradecimiento. Una virtud que nos puede parecer de segunda o tercera categoría, pero que entraña gran importancia al convertirnos en más humanos, en más amables, incluso en más justos.
Desde pequeños somos reacios a ser agradecidos respecto a Dios y respecto a la gente de nuestro entorno. El niño coge el regalo y tienen que ser los padres quienes le recuerden y casi, casi, le obliguen a decir entre dientes: gracias.
Una de las frases más duras que he leído o escuchado es del famoso Rabindranath Tagore: “Nadie se acuerda, nadie agradece al cauce seco”. Es decir, cuando una persona, esto es, el cauce, arrastra, lleva mucho agua, es decir, mucha influencia o poder, se ve permanentemente solicitado, asediado, aplaudido, honrado, halagado, porque tiene poder. Pero, cuando, por las circunstancias que sean, el cauce se ha secado o carece de influencia, entonces, se siente marginado, ignorado.
Vivimos en una sociedad competitiva y ocurre que se imponen los intereses. Se nos hace cuesta arriba el agradecimiento, a pesar del bienestar interno que nos produce. El ser agradecido exige finura de alma, ser generosos y nos empuja a practicar más la oración de alabanza, de acción de gracias, que la de petición.
Una observación: tendemos a ser más agradecidos (por lo menos a expresarlo) con los “forasteros” que con los más cercanos o próximos. Sucede con cierta frecuencia que es preciso morirse o jubilarse para que se le elogie, se le rinda homenaje, se cante sus virtudes y se admiren sus obras. Pero esto hay que hacerlo “en vida, hermano, en vida”.
Jesús acusó la gratitud del samaritano y la frialdad de los otros nueve leprosos, que no se acordaron de quién les había curado.
No se trata de caer en lo empalagoso, ni en lo amanerado, sino en dejarse llevar de la delicadeza y de la sencillez. Ciertamente es un regalo vivir junto a gente agradecida.
Tal vez las preguntas que dirigió Jesús al público que le escuchaba, nos las dirige hoy a nosotros: ¿No han quedado limpios los diez?. Los otros nueve ¿dónde están?.
Una última pregunta: ¿podemos hacer memoria y recordar cuándo ha sido la última vez que hemos expresado nuestro agradecimiento a Dios o a alguna persona”.
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