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sábado, 13 de abril de 2013

Encontrando a Jesús en nuestra vida

Domingo tercero de Pascua. Ciclo C. 14 de abril

Jesús resucitado quiere dar las últimas enseñanzas e instrucciones a los apóstoles antes de que vayan a presentar la Buena Noticia. Les invita a volver a su tierra, a Galilea quiere encontrarse con ellos allí. Este es el último encuentro que narra Juan.
Los discípulos, pescadores del lago, esta noche estaban pescando. Allí, de mañana, les encuentra Jesús, sin que ellos lo esperen, se presenta en la orilla. Les saluda:
-“Muchachos, ¿tenéis algo para acompañar el pan?”
-“No, toda la noche sin coger nada”
-“Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis”.
Así lo hicieron y no tenían fuerzas para sacar a tierra la cantidad de peces.
Ante el signo extraordinario, Juan dice a Pedro: “Es el Señor”.


Solo el discípulo más cercano a Jesús, lo ha reconocido. Es la clave del relato. Juan, no es el que mejor vista tiene. Él sabe del amor a Jesús y acierta a leer las señales de la presencia de quien ama. Señala el camino, descubre a los demás que “es el Señor”.

Si queremos vivir en la presencia de Jesús, lo descubriremos en nuestra vida normal. Si no lo encontramos, es posible que tratemos de buscarlo en personas o hechos singulares. Pero si ponemos amor en lo que hacemos, aun en pequeñas cosas, encontraremos a Jesús, siempre presente donde hay amor. La clave no está en las cosas que hagamos, sino en nuestra actitud ante la vida, ante las personas. Descubrir la presencia de Dios, es tarea de todo cristiano, es amar, Jesús lo dijo.

El encuentro con Dios, no es seguir sin más un impulso hacia Él, ha de estar apoyado en un servicio para ayudar a alguien. Aquellos pescadores que vivían junto al lago, habían escogido un trabajo del que podían vivir ellos y sus familias. Dios quiere que pongamos nuestra fe, el amor, más en obras que ayuden a vivir, que en palabras, es la manera de tener seguridad de que creemos, de que amamos.

Dios quiere que colaboremos todos para el cabal funcionamiento de este mundo, para “hacer saltar del mundo las injusticias, el pecado”, para eso envió a su Hijo a este mundo. Nos lo dice Juan en este relato con los pescadores en el lago. Cuando colaboramos así, Dios mueve y apoya todo lo valioso simbolizado en la pesca de hoy.

Todos tendremos experiencias vividas en familia, en nuestro trabajo. La gran obra de Dios es la humanidad, el culmen de su creación, estamos llamados a colaborar en ella y todos tendremos a la vista personas, instituciones en que colaborar.

Ya en la playa, todos juntos en el almuerzo que Jesús ha preparado, Jesús quiere confiar a Pedro la dirección del grupo. Espera el testimonio de su amor y de su fidelidad, le quiere encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Le va a exigir la renuncia a su idea de jefe religioso, que no coincidía con lo que es Jesús, pastor que se entrega totalmente por todas las ovejas. Un examen de su amor.

Jesús le pregunta: ¿Pedro, me amas más que éstos? Pedro había renegado de Jesús al no estar dispuesto a arriesgar su vida. Por tres veces le pregunta si le ama. Pedro recuerda su cobardía, las tres negaciones, comprende que sólo una entrega total a los demás, hasta la muerte, como la de Jesús, podrá manifestar su amor. Confundido, “Señor, tu sabes que te amo”. Es su juramento de amor definitivo y total.

Los que nos decimos creyentes, hemos de ver aquí que nuestra la fe no es un asunto de comprensión intelectual, de deseos y anhelos, sino ante todo es un amor sincero a Jesús y en Jesús a los demás en acciones, en ayuda a tantos que necesitan afecto, estima, lo necesario para una vida digna.

El relato nos dice que solo el amor generoso, sincero, humilde, permite a Pedro entrar en relación viva con Jesús resucitado, que solo el amor es lo que nos puede introducir a nosotros en la vida de seguimiento a Jesús. Por eso, el que es capaz de amar en esta vida como Jesús pide, puede estar seguro de su fe, de su amor a Dios, podrá entender algo de su fidelidad a Jesús manifestada en este episodio de Jesús con los suyos.

Todos sabemos que el amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otras personas en actitud de confianza y entrega, siempre mucho más allá de las razones, pruebas y demostraciones. Por amor auténtico somos capaces de hacer cualquier cosa, a veces incluso hasta locuras. De alguna manera amar es siempre "aventurarse" en el otro, sentirse querido por él en plena entrega de confianza y de riesgo. Puede haber algo más. Cuando queremos realmente a alguien, pensamos en él, le buscamos, le escuchamos, nos sentimos cerca. De alguna manera, nuestra vida queda tocada por esa persona, por su vida, por su misterio.

Así fue la vida de Jesús, así nos lo dijo. Podemos tener razones para creer en Él. Pero si llego a amarle, no será por las razones que nos faciliten los investigadores, los teólogos, sino porque Él, su vida, su persona, su palabra han despertado en mi una confianza radical en Él.

El amor de Juan a Jesús hizo posible que el grupo de discípulos se acercara rápidamente a la orilla, que Pedro no esperara a llegar en la barca y se arrojara al agua, luego será su juramento de amor, por tres veces olvidando su pecado, su negación, Jesús lo esperaba, por encima de todo le amaba, confiaba en él, “su roca, su Pedro”.

Dios que es amor, ha identificado en nuestro verdadero amor nuestro amor a Él y a nuestros hermanos los seres humanos sus hijos.

No tengamos miedo. El amor a Jesús es un amor que no desvirtúa ni destruye nuestro amor a las personas que amamos en nuestra vida. Puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la mediocridad y de la mentira. Al vivir en comunión con Jesús será fácil descubrir, que lo que llamamos a veces "amor", es el egoísmo de quien se comporta hábilmente sin arriesgarse a amar de verdad, sin dar nada a nadie.

El verdadero amor a Jesús nos da fuerzas para liberar nuestra existencia de tanta sensatez fría y calculadora que nos impide comprometernos por el bien de los demás de mil maneras: en compromisos sociales, en compromisos que acarrean gastos y sacrificios de toda índole, en el compromiso de amar incluso sin esperar ganancia alguna como contrapartida y superar el modo mezquino de amar que conocemos: conseguir algo con palabras fáciles de amor.

Alguien se empeñará de decir que nos acercamos de algún modo a la fe con razones, con ideas, pero la fe cristiana, el seguir a Jesús en nuestra vida, es ante todo una experiencia de amor. Creer en Jesucristo es mucho más que aprender verdades de un catecismo sobre él. Le amamos de verdad, cuando experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar, de nuestro querer, de nuestra gran esperanza, de todo nuestro vivir. Y esto es así cuando tomamos en serio su palabra y amamos a quien nos necesita. Cuando vivimos así, la fe es de verdad un amor.

Desde las personas que sufren, desde hombres y mujeres cercanos a nuestra vida, también desde los alejados, desde los que padecen por tantas desgracias del vivir, Jesús resucitado, que habita en ellos nos dice: "¿tú me amas?". El amor a Jesucristo es lo que nos puede enseñar a amar.

En nuestra vida se producirá algo realmente nuevo si somos capaces de escuchar con sinceridad esa pregunta y de responder a ella con la generosidad de Pedro. Se realizará el que comenzaremos a vivir lo que es creer, el tener fe de verdad.

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WebJCP | Abril 2007