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sábado, 26 de mayo de 2012

Domingo de Pentecostés (Jn 15, 26-27. 16, 12-15) ciclo B: EL ESPÍRITU EN ACCIÓN



1. El don del Espíritu. El domingo de Pentecostés es la culminación de la pascua. Con esta festividad se cierra la cincuentena pascual, centrada en el misterio de Cristo resucitado y glorioso. No es que el Espíritu Santo aparezca hoy por primera vez al fin del tiempo pascual. Su presencia es realidad desde el día de pascua de resurrección, como vemos en el evangelio de hoy.

En la liturgia de la presente festividad (oraciones y prefacio) se expresa bien la unidad existente entre pascua de resurrección y Pentecostés. Por ejemplo, en el prefacio se dice: "Señor, Padre Santo: Para llevar a plenitud el misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos por su participación en Cristo".

Para el autor del cuarto evangelio el envío del Espíritu Santo sobre los apóstoles tiene lugar el mismo día de la resurrección de Jesús. En su inesperada aparición vespertina a los discípulos en el día de su resurrección, Jesús les da su paz, su misión, su Espíritu y el poder de perdonar pecados: "Como el Padre me envió, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos". Jesús cumple así la promesa que les había hecho repetidas veces. Como la de Cristo, la misión de los apóstoles irá sellada por el Espíritu.



2. Espíritu y misión. Sin embargo, el evangelista Lucas retrasa el don del Espíritu hasta Pentecostés, esto es, cincuenta días (1ª Lct); lo mismo que establece el plazo de cuarenta días para la ascensión del Señor (He 1,3). En la primera lectura describe una escena en que el Espíritu Santo aparece ya en acción por medio del grupo de los apóstoles el día de Pentecostés, que era la fiesta de las Semanas al tiempo de la siega. El contraste entre la situación de antes y después del don del Espíritu es muy fuerte. Antes: miedo, tristeza, puertas cerradas, incomunicación, duda, angustia, silencio y clandestinidad. Después: valor, alegría, apertura, comunicación, paz, fe, seguridad y proclamación profética en plena calle. Una vez bautizados con el Espíritu Santo, es visible en los apóstoles la fuerza y dinamismo de lo alto, que refleja el relato de la primera lectura.

Como en la vida de Cristo, el Espíritu va a ser también protagonista, desde el principio y hasta el fin, en la vida y actividad misionera de la Iglesia. Así, por la fuerza del Espíritu aquellos pobres pescadores galileos se transformaron en apóstoles y testigos de Cristo en todo el mundo entonces conocido.

Lucas trata de dar plasticidad narrativa a una realidad invisible, a un dato de fe: la manifestación del Espíritu que Jesús dio a su Iglesia. Por eso emplea la simbología propia de las teofanías bíblicas, con una clara alusión a los fenómenos de la promulgación de la ley mosaica en el Sinaí: ruido, viento y lenguas de fuego, signos todos de la presencia de Dios.


3. Espíritu y carismas. En la segunda lectura san Pablo realiza el paso del Pentecostés histórico o primero al pentecostés perenne en la vida cotidiana de la Iglesia, donde el Espíritu actúa mediante la diversidad de carismas, servicios y funciones para la edificación de la comunidad eclesial. Centrado Pablo en los carismas auténticos, profundiza el tema estableciendo dos principios fundamentales:

a) La pluralidad de carismas y ministerios en la comunidad cristiana es tan normal y necesaria como la diversidad de miembros y funciones en el cuerpo humano, a cuya semejanza entiende Pablo la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo.

Contra la tentación de monopolizar el Espíritu, sea por parte de la autoridad eclesial o por otros miembros de la comunidad, Pablo afirma sin discriminaciones: "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común". El Espíritu es variedad y no monotonía uniforme, es riqueza y no pobreza. Por tanto hay que respetar a cada uno en su carisma y personalidad cristiana dentro de la libertad de los hijos de Dios. No es justificable sacrificar la pluralidad en aras de la unicidad; pero a la autoridad eclesial compete el juicio de autenticidad de los carismas, servicios y ministerios. No para sofocar el Espíritu, sino para probarlo todo y quedarse con lo que es bueno.

b) No obstante, la diversidad de carismas auténticos en los miembros de la comunidad no rompe la unidad dentro de la misma. Porque los diversos dones y servicios coinciden en su origen y finalidad. Su origen es el Espíritu de Dios, en el que todos hemos sido bautizados para constituir un solo cuerpo; y su finalidad, edificar la comunidad.

Hay cristianos llamados al sacerdocio o a la vida consagrada a Dios por los consejos evangélicos. Otros, los más, son llamados al matrimonio y la familia. Hay cristianos, hombres y mujeres, dedicados a la vida apostólica, la predicación, la teología, la enseñanza, la educación de niños y jóvenes, la catequesis, la atención asistencial a pobres, enfermos y ancianos abandonados. Hay también cristianos comprometidos, como todos los anteriores, en la promoción y liberación integral del hombre. Hay otros finalmente, que tan sólo pueden aportar el testimonio personal de su vida corriente, lo cual es muchísimo.

La diversidad de carismas no es para el enfrentamiento y la competencia, sino para la unidad y la complementariedad. Cada uno vive su condición cristiana y el seguimiento de Cristo dentro de la comunidad cristiana conforme a una vocación que es llamada y carisma, don de Dios y servicio a los demás.

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WebJCP | Abril 2007