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domingo, 29 de abril de 2012

Oficio santo, tarea sagrada



Evangelio según San Juan 10, 11-18

(Para la gran mayoría de las mujeres y los hombres del siglo XXI, los temas referidos a pastores y rebaños no nos resultan incomprensibles pero sí decididamente ajenos a nuestras vidas modernas, especialmente porque la gran mayoría portamos una cultura mediatizada y citadina de la que es muy difícil escapar.

Jesús de Nazareth enseñaba la Buena Noticia a partir de las cosas cotidianas que sus oyentes y amigos -y Él mismo- conocían; les encendía luces de eternidad desde esas cosas sencillas que eran parte de sus días, y es algo que nosotros hemos olvidado y perdido, y es el anuncio del Reino comenzando por lo que sabemos y conocemos, por las cosas conocidas y asumidas en la rutina y la repetición. Es todo un desafío y una tarea pendiente.

En aquellos tiempos, los oyentes del Maestro eran en su gran mayoría campesinos galileos a los que -para nada- les era desconocida la tarea pastoril, como tampoco les resultaban extrañas estas cuestiones a pescadores, a peregrinos de la Diáspora, a extranjeros de Samaría y la Decápolis, a fariseos y saduceos.

El oficio pastoril tenía una decidida influencia socioeconómica, pues el ganado ovino proveía, en la palestina del siglo I las necesidades de carne, de leche y hasta indirectamente de vestido por las pieles de los animales, cuando nó también fuente de materia prima de usos múltiples hasta médicas también: la grasa de oveja solía utilizarse para curar diversas heridas y lesiones en la dermis, tan comunes en la región por las inclemencias del clima -un uso que llega hasta nuestros días, y que nosotros conocemos como lanolina-.
Sin embargo y a pesar de esta relevancia, el pastor era mirado habitualmente de manera desconfiada y sospechosa; eran habitualmente considerados amigos de lo ajeno, tenaces quebrantadores de los preceptos sabatinos, de dudosa ortodoxia y, en la crueldad de la interpretación literal de la Ley, hombres inmersos en la pobreza y la miseria justificadas por pretéritos pecados.

-Quizás por ello mismo el Dios del Universo los invita con preferencia y primacía a saludar antes que nadie a su Hijo recién nacido y a su Madre...-

A la vez, para Israel el pastor era un símbolo cargado de significado en su historia y en su fé, caudillos y reyes que cuidaban de su pueblo, signo cierto de su Dios que no los abandonaba.

Desde estas ventanas tan contrapuestas, Jesús de Nazareth invita a dar un paso más allá de lo establecido por que hay más, siempre hay más, hay una eternidad escondida más allá de lo evidente y de lo duramente establecido.

El Buen Pastor no es una reivindicación de la autoridad entendida como el extremo superior de una específica pirámide de poder; Jesús de Nazareth sólo comprende y enseña a la autoridad como servicio y más aún, no como poder detentado sino como un esclavo a favor de sus hermanos en asunción libre y consciente. Es el que reniega de cualquier interés previo y egoísta -no lo hace por un salario-, sino que considera a sus ovejas como familia propia, y a su vez es reconocido como parte fundamental del rebaño por ellas mismas.
Él vuelve a decirnos que todas las ovejas son importantes, todas y cada una de ellas, y que es deber sagrado salir en busca de la que se ha extraviado, aún cuando se ponga en riesgo a las otras noventa y nueve.

Más aún: hay otras ovejas que nos son desconocidas, posiblemente de carácter inaceptable y decididamente ajenas a las que hay que ir a buscar con el mismo cuidado con que se protege a los considerados propios.
En la asombrosa Gracia del Reino, hay ovejas aún insospechadas para la gran mayoría pero nunca para el Buen Pastor, recordando que Él no nos pertenece a unos pocos sino que más bien es de toda la humanidad.

En el esplendor único y humilde de la Resurrección, tal vez sea menester detenernos por un momento; por rutina y costumbre hemos relegado el significado de pastor a determinadas funciones eclesiales específicas, cuando en realidad es oficio santo de todos los bautizados el cuidado del otro, el rescate del extraviado, la vida que se ofrece alegremente como rescate del que peligra, y ese mandato que no se negocia y es irreductible, y es que todos -sin excepción- estamos llamados a pastos de calma, de paz, de plenitud y de fraternidad)

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WebJCP | Abril 2007