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MISIONEROS EN CAMINO: V Domingo de Cuaresma (Jn 12,20-33) - Ciclo B: La Religión del corazón
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jueves, 22 de marzo de 2012

V Domingo de Cuaresma (Jn 12,20-33) - Ciclo B: La Religión del corazón


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Un hombre arriesgó su vida lanzándose a las aguas turbulentas de un río para salvar a un muchacho que era arrastrado por la furiosa corriente. Cuando el muchacho se recuperó de su trágica experiencia le dijo al hombre: “Gracias por salvarme la vida”. El hombre le miró a los ojos y le dijo: “Estás bien, muchacho, pero procura que haya merecido la pena salvar tu vida”.

Habrá merecido la pena si, una vez salvado, la vive bien, la pone al servicio de los demás y no la guarda para sí mismo.

Jesús es ese hombre, el hijo que Dios nos dio, para salvarnos a todos los que somos arrastrados por las aguas turbulentas de la vida social, familiar y personal. Nosotros le damos las gracias y le pedimos que, con su ayuda, nuestras vidas sean merecedoras de la salvación ofrecida.

El evangelio de este domingo quinto de Cuaresma es el prólogo al gran relato de la Pasión de Jesús, de lo que llamamos la Semana Santa.

Jesús está en Jerusalén. El pueblo, y Jesús con él, celebra la fiesta de la Pascua, los judíos de la diáspora, unos griegos dice Juan, también han acudido a la gran cita religiosa, a la fiesta central, la fiesta de la liberación y de la libertad.

Este Jesús que celebra la Pascua, la fiesta de la salida de la casa de la esclavitud, quiere introducirnos a nosotros, sus seguidores, en la nueva libertad, la libertad de los hijos de Dios, la conquistada en la nueva Pascua.

Ver a Jesús.

Aquellos griegos, venidos de lejos, han leído en el Jerusalem Post el nombre de Jesús de Nazaret, la última celebridad llegada a la ciudad y no quieren volver a casa sin haberle visto en la carne.

El culto a las celebridades es propio de todos los tiempos. Hoy consumimos más celebridades de todo tipo que ideas y grandes visiones religiosas o sociales.

Jesús de Nazaret, el hombre histórico, es conocido y admirado por millones de personas en el mundo. Lo podemos ver y conocer a través de los miles de libros que nos lo describen desde todos los ángulos posibles de su existencia, unos reales, otros imaginarios. Es la religión de la cabeza de la fantasía.

Jesucristo, el hijo que Dios en su gran amor entregó al mundo, sólo se ve bien con los ojos de la fe. Exige mucho más que saberes, pide adhesión, pide seguimiento, pide amor, pide muerte.

Jesús nos ofrece la religión del corazón.

Dios quiere vivir en los corazones, templos itinerantes que llevan al mundo el evangelio. No quiere vivir en los templos, las catedrales convertidas en ídolos, en lugares turísticos, vacíos y fríos en los que las piedras son más importantes que el mensaje de Jesús. La religión del corazón, semilla invisible, crece dentro de nosotros y se manifiesta en los frutos visibles.

La religión del corazón es “el grano de trigo sembrado en tierra, que muere y da mucho fruto”.

Una cosa es cierta, no semillas, no frutos. Las semillas sembradas son enterradas y duermen. ¿Se despertarán? ¿Darán frutos?

Durante nueve meses los padres esperan que el embrión se convierta en persona, largo proceso de sementera y crecimiento hasta que llega a ser adulto. Toda nuestra vida somos sembrados por los padres, los profesores, la sociedad, los curas…muchas semillas se perderán y nunca darán frutos. Las que nosotros acojamos y cultivemos con amor esas darán frutos.

La semilla de la fe es la que nosotros venimos a abonar aquí, en la casa de oración.

Jesús es para nosotros la semilla plantada y enterrada que dio mucho fruto porque no almacenó para si sino que se entregó y lo dio todo.

Ojalá muera el gran Yo del orgullo humano para que crezca en nosotros el Yo de Jesús y nos llegue la hora de la glorificación, la hora de la verdad, la del Padre.

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WebJCP | Abril 2007