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MISIONEROS EN CAMINO: V Domingo de Cuaresma (Jn 12,20-33) - Ciclo B: La hora de la verdad
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jueves, 22 de marzo de 2012

V Domingo de Cuaresma (Jn 12,20-33) - Ciclo B: La hora de la verdad


Publicado por Fundación Epsilon

Jesús sintió miedo ante la hora que se le avecinaba. La reacción de los guardianes de la Ley, cuyo código legal había cuestionado, la ortodoxia de los teólogos conservadores e inmovilistas, la inhibición de los políticos y la maleabilidad del pueblo que hoy dice sí y mañana no, estaban a punto de descargar sobre él un zarpazo mortal. La muerte en el patíbulo le acechaba cada día como posible. Aún estaba a tiempo de rectificar, de abandonar el camino, dejando en la estacada su maravillosa pero conflictiva doctrina evangélica.
Lleno de miedo, se paró a reflexionar. Atrás quedaba la semilla de Evangelio, ahogada por las zarzas del sistema mundano; aunque a su alrededor permanecía aún el grupo de discípulos, día a día, se iba quedando solo, terriblemente solo, acorralado y asediado por la violencia y el odio de quienes, instalados en la cúspide del poder, buscaban el momento oportuno para quitarlo de en medio.
Arriba, allá en lo alto del cielo, se encontraba su Padre Dios; a punto estuvo de pedirle que lo librara de pasar aquel mal trago. Tenía miedo a morir y dijo a sus discípulos; "Ahora me siento fuertemente agitado, pero ¿qué voy a decir: Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero si para esto he venido, para esta hora! Padre, manifiesta la gloria de tu persona". Y decidió seguir adelante.
Al instante de tomar esta decisión, dice el evangelista Juan, "se oyó una voz del cielo: Acabo de manifestar mi gloria y volveré a manifestarla". La gloria, la manifestación del Dios-Amor tenía su aparición más perfecta en Jesús de Nazaret.
"Ante esto la gente que estaba allí escuchando decía que había sido un trueno; algunos decían que le había hablado un ángel". Bella imagen para confirmar desde arriba la decisión de Jesús, como trueno que hace estremecerse, como voz de un mensajero divino dirigida a todos cuantos aún dudaban del camino del Maestro: "Esta voz no era por mí, sino por vosotros" -precisó Jesús.
Antes de pronunciar estas palabras había declarado: "Sí, os lo aseguro: si el grano de trigo caído en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto". Estaba convencido de que no se puede producir vida sin dar la propia; la vida es fruto del amor y no brota si el amor no es pleno, si no llega al don total. Amar es darse sin escatimar nada; hasta desaparecer, si es necesario. En la imagen del grano que muere en la tierra, la muerte es condición para que se libere toda la energía vital que contiene. El fruto comienza en el mismo grano que muere. Dar la propia vida es la suprema medida de amor: "Quien tiene apego a la propia vida, la pierde". Jesús era consciente de que sólo queda lo que damos. Y se decidió a dar lo único que le quedaba: la vida.
Sin posesiones, sin dinero, sin honores, sin dignidad, sin amigos, solo, subió al patíbulo. Su muerte, semilla de vida, fue consecuencia inevitable de un amor sin límites a los despojados de la sociedad, de un compromiso solidario con el pueblo, de una denuncia tenaz y abierta de la opresión. Fue la hora de la verdad. Bendita hora...

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WebJCP | Abril 2007