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jueves, 16 de febrero de 2012

¿Qué misiones hoy? Sentido de las misiones


Publicado por Por un Mundo Mejor

CHARLES DE FOUCAULD

Charles de Foucauld nació el 15 de septiembre de 1858 y murió asesinado el 1 de diciembre de 1916 con poco más de 58 años. Se puede decir que estaba en la etapa de madurez de su vida. Ya a los 43 había iniciado su opción fundamental instalándose en Beni-Abbés, en el corazón del Sahara
argelino, donde se da cuenta que hay una muchedumbre de personas por evangelizar y un ministerio muy importante que realizar. Pero durante los años que pasa en este oasis del desierto va experimentando una nueva transformación.
Rompe con su auto-impuesta clausura. Acepta con sencillez los acontecimientos que van en contra de lo que siempre había creído que era la voluntad de Dios y se deja llevar por las circunstancias, que lo conducen a los tuaregs, instalándose en medio de ellos el año 1905 en Tamanrasset.

El padre Foucauld ha sido un testigo privilegiado de la experiencia de Dios en medio del mundo. Se ha creído que su presencia en la ermita del Asekrem, el punto más alto de las montañas del Hoggar, o en Tamanrasset, fue un retiro, como antaño hicieron los Padres del Desierto, pero
fue todo lo contrario: partió para vivir la vida de Nazaret con los nómadas más aislados, por ser este un lugar de tránsito de las caravanas, que ofrecía grandes ventajas para las relaciones con los “tuareg”, a los que hospedaba estableciendo relaciones de amistad. Once años convivirá con ellos, haciéndose uno de tantos, aprendiendo su lengua, sus costumbres, etc. Con ánimo evangelizador, aunque nada más sea realizando gestos de bondad.

Así, resumiendo, Charles de Foucauld vivió dieciséis años en tierras argelinas, y especialmente once entre los “tuaregs” hasta que llegó su muerte como acto supremo de entrega a imitación de su hermano mayor Jesús de Nazaret, sin haber conseguido que ni uno de ellos se hiciera cristiano.

PARA PENSAR……

Uno de los puntos sensibles del cristianismo que resulta más sacudido por la irrupción de este nuevo espíritu pluralista es el de la «misión», el quehacer misionero. Es lógico. En el cristianismo por ejemplo, durante XIX siglos la misión ha estado fundamentada en el planteamiento
exclusivista: «fuera de la Iglesia no hay salvación». Durante largos períodos de la historia de la Iglesia se ha pensado que «ninguno de aquellos que se encuentran fuera de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también los judíos, los herejes y los cismáticos, podrán participar en la vida eterna».

La misión no va a llevar la salvación a un lugar que fuese una especie de «vacío soteriológico», ayuno de salvación, porque tal lugar no existe. Como expresa una frase célebre, «el primer misionero siempre llega tarde: el Dios Trinidad llegó siempre antes». El misionero no va a llevar
la salvación como si sin su presencia la salvación no pudiera llegar o no estuviera ya allí desde siempre.

La Misión tiene sentido, sí, pero otro sentido. En un contexto pluralista, la misión está centrada en Dios, en el Dios del Reino, y en el Reino de Dios. La misión es un impulso hacia los demás pueblos y religiones, para compartir con ellos –en ambas direcciones- la búsqueda religiosa. Para enseñar y para aprender. Para anunciar nuestra buena noticia y para escuchar las buenas noticias que es seguro que los otros también tienen para ofrecernos. Sin ir pensando a priori, que los otros
deberán abandonar su religión y adoptar la nuestra para poder profundizar su encuentro
con Dios.

Hoy también continúa siendo necesaria la misión, pues el Misterio de Dios en su inabarcable riqueza y sobreabundancia de sus manifestaciones no puede ser acogido y recibido plenamente por ninguna religión. Pero la misión actualmente tiene que realizarse de otra forma y con otro estilo, he aquí algunos de sus rasgos que exigen los signos de los tiempos:

* Aceptar sincera y consecuentemente que fuera de la Iglesia hay salvación…

* Contemplar la presencia de la Historia de la salvación en cada pueblo y escuchar la Buena Nueva que se da en él…

* Distinguir claramente lo que es la fe, la religión y la cultura…

* Buscar la conversión de todos y de todo a Dios y a su voluntad, por los muchos caminos hacia Dios…

* Vivir la dinámica complementaria del “dar” y “recibir”…

* Pretender no tanto hacer Iglesia, cuanto construir el Reino en el Mundo y en la Historia…

“Formar los misioneros con horizonte del Reino”: es esta una de las conclusiones a las cuales llegó el P. Ricardo Lombardi al reflexionar sobre “La Iglesia a la luz del Reino”. Después de citar un texto del Vaticano II (AG 23) habló de la necesidad de reducir y casi anular diferencias entre misioneros indígenas y fuerzas católicas de ayuda extranjera: “Que quede totalmente el compromiso fundamental de evangelizar, principalmente el de anunciar a Cristo muerto y resucitado; sin esto, perderán el sentido esencial de su vocación. Sin embargo, aprendan también la vía extraordinaria de salvación, es decir la del amor, la que podría decirse del Reino. Numéricamente hay que considerarla la más ordinaria.” (P. Lombardi, Iglesia y Reino de
Dios, cap. V, 27, a).

PARA INTERROGARNOS

No cabe la menor duda que nos sentimos afectados e interpelados en nuestra pastoral misionera
por el Pluralismo religioso, pero creemos que también tenemos que sentirnos llamados a la conversión:

¿A qué suenan hoy las palabras de Pío XII cuando hablaba de los mil millones de seres humanos que «yacen en las tinieblas y sombras de muerte» (salmo 107)? ¿Nos atrevemos a hablar así de los hombres y mujeres que pertenecen a otras religiones? ¿Qué nueva sensibilidad o espiritualidad yace ahí debajo?
¿Qué pensamos de las siguientes expresiones?:
«La Misión tiene sentido, sí, pero otro sentido».

«La Misión es para «convertir a los infieles».

Si ya no hay que ir a convertir, ¿para qué la misión?

¿Una misión sin conversiones, tendría sentido? ¿Qué sentido?

¿Cómo vivo y me siento hoy en la tarea misionera?

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WebJCP | Abril 2007