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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales litúrgicos y Catequéticos: VI Domingo del T.O - Ciclo B (Mc 1,40-45)
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jueves, 9 de febrero de 2012

Materiales litúrgicos y Catequéticos: VI Domingo del T.O - Ciclo B (Mc 1,40-45)



Monición de entrada
(A)
Hermanos, vamos a celebrar una vez más la memoria de Jesús. Un domingo en que la Palabra de Dios nos mostrará a Jesús compasivo, curando al leproso, curando las enfermedades y dolores de todos los hombres.
Jesús, en primer lugar, cura al hombre desde dentro, porque escucha su llamada de necesidad y la situación que vive la persona, por encima de cualquier prescripción legal y religiosa. Es el contraste de un Jesús que se acerca y cura, y una sociedad que discrimina, margina y condena.
La curación y salvación que nos ofrece Jesús, se produce cuando nosotros eliminamos las barreras que ponemos a nuestro alrededor y nos abrimos a Él y le pedimos, como el leproso: "Si quieres, puedes limpiarme". Es entonces, cuando el "quiero" de Jesús se hace realidad en nosotros, y el Espíritu de Jesús desmonta las barreras para poder amar y ser amados en la cercanía y en la solidaridad. Y, además, rescata de la marginación a los que viven en ella, o nos implica, con actitud permanente y de ayuda eficaz, para que escuchemos el grito de dolor de nuestros hermanos.
Que la Eucaristía nos ayude a estar atentos, a descubrir los nuevos leprosos de la sociedad: inmigrantes, hambrientos, paro, droga, guerra, etc… Y no olvidemos de darle gracias, porque nos limpia, nos perdona y salva.

(B)

Hermanos, un domingo más, la Palabra de Dios nos mostrará a Cristo, compasivo, curando las enfermedades y dolores de los hombres. En el leproso del Evangelio estamos representados todos, necesitados de perdón y salvación. Con gozo participemos hoy en la celebración y no olvidemos darle gracias, porque nos limpia, nos perdona y nos salva.

(C)

El mensaje del evangelio de hoy es que, todo ser humano es amado por Dios en sí mismo, independientemente de su condición social o forma de ser. Es también nuestra tarea, trabajar para que sea reconocida la dignidad humana de cada persona, sin exclusiones.
Bienvenidos a la Eucaristía, que nuestra participación, en esta fiesta, sea activa y nos llene de alegría.

(D)

Las manos son como lo más íntimo del ser humano. Los gestos de una mano pueden expresar, sin una sola palabra, infinidad de sentimientos. Todos entendemos lo que significa una mano extendida o un puño cerrado.
La mano, trabaja, lucha y defiende. La mano saluda, orienta y corrige. La mano ama, acaricia y une. La mano crea, colabora y ora. Las manos son uno de los medios más importantes de comunicación entre los hombres y Dios. La mano amiga de Dios está presente en toda nuestra vida. A veces lo notamos con una fuerza especial.
De esto vamos a tratar en esta Celebración, de sentir cercana la mano amiga de Dios. Sobre todo, cuando nos puede parecer que nos ha abandonado.
Vamos a sentir una vez más su caricia, su ayuda y protección.

Saludo del Sacerdote


Las manos de Dios se alargan por mis manos para saludaros y daros la bienvenida a todos. Este es mi saludo de su parte.
- Que la mano Amiga de Dios esté con todos vosotros ...

Pedimos perdón

(A)

Mira tus manos. No las escondas ni las metas en los bolsillos. No te dediques a lavarlas y perfumarlas. Dios las ha creado para alargarlas al necesitado. No seas como "el hombre de las manos atadas". Gasta y ensucia las manos para ayudar al necesitado.

* Pedimos perdón al Señor por no alargar nuestras manos al necesitado. SEÑOR, TEN PIEDAD...

* Pedimos perdón al Señor, por no prestar nuestras manos al que se encuentra atado de pies y manos. CRISTO, TEN PIEDAD...

* Pedimos perdón al Señor, por no señalar con nuestras manos el camino al que se encuentra perdido. SEÑOR, TEN PIEDAD...


(B)

Al comenzar la Celebración, vamos a pedir perdón a Dios.

*Pedimos perdón al Señor:
- por no alargar nuestras manos al que pide ayuda;
- por no señalar el camino al que anda descarriado;
- y por no prestarlas al hermano que está atado de pies y manos.. SEÑOR, TEN PIEDAD...

* Pedimos perdón al Señor:
- por no desterrar de nosotros el puño que golpea, la bota que aplasta y las manos que desgarran al hermano que está a falta de cariño, compañía y simpatía.

CRISTO, TEN PIEDAD...

* Pedimos perdón al Señor:
- por no alejar de nosotros todo gesto que tenga signos de humillación, desprecio y violencia que dejan herido al que consideramos enemigo por falta de diálogo y de comprensión. SEÑOR, TEN PIEDAD...

(C)

Sabemos que tenemos limitaciones y pecados, que nuestra humanidad deja mucho que desear. Pedimos perdón por todo ello.
- Jesús, tú que te conmueves ante el enfermo, y el marginado. Señor, ten piedad.
- Jesús, tú que eres la esperanza de los decaídos. Cristo, ten piedad.
- Jesús, tú que eres la alegría de los tristes. Señor, ten piedad.


Gloria

Dios nos ha vuelto a perdonar. Él es el Padre que tiende sus manos a todos y nos recibe con un abrazo. Por eso le damos las gracias diciendo: Gloria a Dios en el Cielo …


Escuchamos la Palabra

Monición a la lectura

La lepra era considerada en el pueblo de Israel una enfermedad tabú. Todo leproso era excluido del pueblo para que no contaminara a la comunidad. Se le prohibía toda relación con los demás. La lepra era la mayor muralla social de aquel tiempo. Ahora tenemos otros leprosos que los apartamos de la sociedad: los emigrantes, los parados, los enfermos de sida, los ancianos que perturban nuestra comodidad… etc.

(B)

La primera lectura, nos relata la dureza con que era tratado el enfermo de lepra, en el pueblo de Israel. Esto nos ayudará a comprender mejor la cercanía de Jesús con los marginados por aquella sociedad, y, a la vez, nos ayudará a comprometernos más con los marginados de nuestro tiempo.

Lectura del Libro del Levítico

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel y se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra, y es impuro. El sacerdote le declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: «¡Impuro, impuro!» Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»

Palabra de Dios



SALMO RESPONSORIAL

R/ Tú eres mi refugio me rodeas de cantos de liberación.

+ Lectura del santo Evangelio según san Marcos

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:

- «Si quieres, puedes limpiarme».
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
- «Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:
- «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés».
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor


Evangelio Dialogado (Niños)

Narrador: Mientras Jesús iba de un pueblo a otro hablando de Dios, se le acercó un leproso y le dijo:

Leproso: - Si Tú quieres puedes curarme.

Narrador: A Jesús le dio pena de aquel hombre, le puso su mano sobre el hombro y le dijo:

Jesús: - Sí que quiero. Cúrate.

Narrador: Y en aquel momento le desapareció la lepra.

Pero Jesús le dijo: Por favor, no se lo digas a nadie. Eso sí, vete al templo y da gracias a Dios por tu curación.

Pero el hombre curado se sintió tan contento que no pudo callarse lo que había hecho Jesús con El y lo iba contando por todos los sitios.

Palabra del Señor



Homilías

(A)

Uno no sabe si admirar más el milagro de sanar al leproso o el gesto tan humano de Jesús. Marcos nos dice: “Sintió lástima, extendió la mano y lo tocó.” Hay un refrán que dice: “Ojo que no ve, corazón que no llora.” Aquí tendríamos que decir que “sólo lo que se toca de cerca duele”.
A todos nos resulta difícil acercarnos a los que sufren. Nos cuesta acercarnos a los enfermos, por miedo al contagio. Nos cuesta acercarnos a los que están en la cárcel, por miedo a cualquier cosa. Nos cuesta acercarnos a los que están contagiados del Sida, por toda una serie de miedos. Nos cuesta acercarnos al mendigo que pide limosna, porque nos duele meter la mano al bolsillo. Nos cuesta acercarnos a los ancianos, porque nos resultan pesados.
Cada uno prefiere encerrarse en su pequeño mundo, como en una especie de salón aséptico, para no contagiarse del virus del dolor de los demás. Mejor nos pasamos de largo sin ver y que cada uno baile con su propio pañuelo.
El gesto de Jesús de “tocarle con la mano”, ponerle la mano en la cabeza, no solo es un gesto para sanarlo, sino un gesto humano, un gesto de cariño, de ternura, de amabilidad.
Y eso que era consciente de lo que para Él significaba tocar a un leproso. Era quedar legalmente impuro, como si también Él se quedase leproso y, por tanto, marginado del resto de la comunidad.
Hoy vivimos demasiados distanciados todos, menos los enamorados. Todos los demás marcamos distancias y espacios que nos separan y aíslan. Como si hubiésemos perdido la sensibilidad y el sentido de cercanía de los unos con los otros. Desde hace muchos años comprendí que el acercarse a la gente, cogerla de la mano, es uno de los signos que más confianza nos suele inspirar. Cuando alguien te da un abrazo, te palmotea el hombro o simplemente te estrecha la mano crea un clima de cercanía y proximidad.
Los que sufren son los más necesitados de este contacto humano. Se habla de aquel leproso que cada mañana se subía al muro donde estaban recluidos y esperaba a que una mujercita sencilla pasase y le sonriese. Para él era suficiente aquella sonrisa para que pudiese pasar el día un poco más feliz.
Hoy la lepra ya nos queda un tanto lejana a la mayoría de nosotros, pero ha aparecido otra enfermedad parecida que se llama Sida. ¿Cuántos tienen el coraje y la valentía de acercarse a los portadores del Sida para estrechar sus manos o darle una palmadita de cariño y aliento? A mí una vez me tocó atender a uno de ellos que estaba ya Terminal. Confieso que sentí una resistencia interior, tuve que hacer un gran esfuerzo y al fin cogí sus manos entre las mías. Traté de hacerlo con todo cariño. Nunca olvidaré aquella sonrisa que me regaló. Creo que fue su última sonrisa.

(B)

1. TÚ ERES MI REFUGIO

Todos nos sentimos a veces desprotegidos. ¿A quién podemos acudir? ¿Qué podemos hacer? Qué hermosas suenan entonces las súplicas del salmista: “Tú eres mi refugio, mi amparo, mi roca, mi protector”
Los leprosos de los que hablan hoy las lecturas eran personas enteramente desprotegidas, diríamos que rechazadas de Dios y de los hombres. A un buen judío leproso seguro que lo que más le hacía sufrir era el verse como un maldito de Dios, sin poder acercarse al Templo y postrarse en su presencia.
Él en el fondo sí que rezaría con fuerza: Aunque mi padre y mi madre me abandonen, Yahveh me acogerá» (Sal 26, 10). Todos me aborrecen y maldicen, Tú, Señor, bendíceme.
Podemos dirigir nuestra mirada a los leprosos de nuestro tiempo. ¿A dónde irán los leprosos, excluidos de nuestros confortables paraísos? ¿A dónde irán los inmigrantes sin papeles que llamen a nuestras puertas? ¿A dónde irán los 11 millones de refugiados que no se encuentran seguros en sus países? ¿A dónde irán los millones de enfermos de Sida de los países más pobres? ¿A dónde irán los millones de hambrientos? ¿A dónde tantos enfermos ancianos, gentes en paro? ¿A dónde tanto desvalidos y desgraciados?
Sigue habiendo cuevas inhumanas, reductos sociales humillantes, tal vez las cárceles, tal vez los campos de refugiados, tal vez tiendas detrás de muros y alambradas, tal vez residencias descuidadas, tal vez zulos o refugios improvisados en la selva para personas secuestradas.
Ojalá que puedan encontrar una respuesta a sus angustias. Ojalá que no pierdan la fe y sigan clamando al Señor: Tú eres mi refugio. Ojalá encuentren en los creyentes ese refugio y protección que esperan de Dios.


2. EL TRIUNFO DE LA MISERICORDIA

En toda esta historia de la curación del leproso, podríamos poner el acento en varios aspectos:

. La fe del leproso, seguro de que Jesús podía curarle.

. La valentía del leproso, que se salta todas las prohibiciones.

. La humildad del leproso, que se pone de rodillas.

. La oración del leproso, que se acerca y suplica ¡Qué fuerza pondría en su petición!

. El testimonio del leproso, que se convierte en evangelizador de Jesús, con grandes ponderaciones por todas partes, y contagia a todo el mundo.

. La desobediencia del leproso, que no hace caso a la exigencia severa de Jesús, porque le puede la alegría y el agradecimiento.

Es un leproso anónimo, uno de tantos, pero que representa a todos los leprosos de la historia. JESÚS

Pero más importantes son las actitudes y gestos de Cristo.

. El toque. Tocar a un leproso estaba prohibido. Eran intocables. Jesús tocó a un intocable. Ese toque derribaría todos los obstáculos, prejuicios, castas y barreras que separan a los hombres. Desde que Jesús tocó al leproso ya no hay intocables y menos en nombre de Dios. Desde que Jesús tocó al leproso ya no hay muros que dividan a los hombres, se vinieron abajo definitivamente cuando abrió sus brazos en la cruz (Ef 2, 14). No hablamos tanto de muros como los de Berlín, Israel, Estados Unidos, China, sino de esas murallas culturales, sociales y religiosas, como ricos y pobres, blancos y negros, cristiano o musulmán, hombre o mujer...

. La curación. Quedó limpio. Las manos de Jesús eran curativas y liberadoras. Sus dedos estaban cargados de la fuerza del Espíritu. Dedo de Dios equivale a Espíritu de Dios (Lc 11, 20 y Mt 12, 28). Jesús estaba lleno del Espíritu, por eso se le escapaba hasta por los vestidos.

. Quiero. La voluntad. ¿Cómo no voy a querer curarte? Si he venido para eso. Quiero devolverte la salud y la alegría, quiero que recuperes tu dignidad, quiero integrarte en la sociedad y en la familia, quiero que vivas. Yo quiero si tú crees.

. Sintiendo lástima. Llegamos ahora al punto nuclear, el que puso en marcha todo este movimiento salvador. Todo empezó porque Jesús se compadeció.

Jesús hacía milagros, unas veces por la fe extraordinaria de los que se acercaban a él -no los hacía expresamente para que creyeran en él-, otras por su gran sensibilidad y piedad hacia los que sufrían.

Así, cuando dijo al leproso: quiero, en el fondo le estaba diciendo: ¡te quiero! Hermosa palabra y buena noticia!

Ese te quiero traspasa los tiempos y los espacios. A ti, leproso del siglo XXI, donde quieras que te encuentres y cualquier clase de lepra que tengas, Jesús te repite: ¡te quiero!


«De Belén a las puertas hallábase un leproso... lloroso...

Entonces Juan, quitándose el abrigo,

piadosamente lo entregó al mendigo.

y Pedro... le alargó sus sandalias... conmovido.

Jesús entonces se acercó.

Y gozoso, con íntimo fervor, con embeleso,

estrechando sus brazos al leproso,

dejó en sus llagas el clavel de un beso»

(RICARDO NIETO)

Esta es la misión del cristiano, besar las llagas de nuestros leprosos. Naturalmente que junto al beso, habrá que añadir otros claveles, no tanto los del manto y las sandalias, sino los de las medicinas curativas y preventivas, para que no se den más leprosos en nuestro mundo.


(C)

Cuenta el evangelio de este domingo que un leproso se atrevió a acercarse a Jesús. Le suplicaba «de rodillas» porque deseaba ardientemente que Jesús le sacara de aquella situación espantosa en la que vivía. Conocemos por la primera lectura la triste suerte de las personas leprosas. El leproso le decía a Jesús: «Si quieres, puedes limpiarme». Su fe le decía que Jesús podía hacer esas cosas tan extraordinarias. Entonces, Jesús sintió lástima, porque tenía buen corazón, y le tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Sin duda quedó grabado en la memoria de todos los presentes el gesto de extender la mano y tocar a un leproso. Con ese gesto tan humano y su palabra poderosa, Jesús le curó. Sabemos bien que al curar a aquel hombre, otra vez le devolvía a la sociedad y a la vida. No es extraño que aquel leproso divulgara su curación con grandes ponderaciones, a pesar de la prohibición expresa de Jesús. Se sentía tan feliz que no podía guardar para él solo lo que acababa de ocurrirle. Era demasiado bonito para guardar el secreto.
Para nosotros, este gesto de Jesús contiene un mensaje hermoso. Sabemos que Jesús siempre estuvo cerca de los más despreciados. El evangelio cuenta muchas veces la atención que Jesús prestaba a enfermos, paralíticos, pecadores, leprosos, marginados, etc. Y es que para ellos también traía Jesús la buena noticia del amor de Dios. Con mucha frecuencia, esa pobre gente le rodeaba y le seguía a todos los sitios. El evangelio de este domingo dice que, desde ese día, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo y que, aun así, acudían a él de todas partes. Y ello porque había demasiada gente en Israel que sufría y buscaba su salvación en Jesús. Jesús siempre sentía lástima y terminaba accediendo a lo que le suplicaban con tanta insistencia y tanta fe.
Ahora nosotros también vemos que nuestra sociedad margina a muchas personas. Por los márgenes de nuestra sociedad podemos encontrar a drogadictos, personas sin cultura, pobres, negros, emigrantes sin papeles, enfermos y otros muchos seres humanos que arrastran una vida llena de penalidades. No vivimos en un paraíso. A las puertas de nuestra sociedad rica llegan también multitud de seres humanos huyendo de una vida insoportable. Basta con poner los ojos en el mapa del mundo para ver el espectáculo terrible del hambre, las guerras, las epidemias, las violaciones de los derechos humanos, la explotación o la degradación de muchos hombres, mujeres y niños, condenados a vivir una vida indigna. Son como los nuevos leprosos de nuestro mundo.
Seguramente mucha gente no tendrá tiempo para pensar en estas cosas, porque está entretenida en una vida sin grandes sobresaltos o en sus pequeños problemas de gentes satisfechas. Pero los cristianos debemos tener una sensibilidad especial ante el sufrimiento de nuestros hermanos. Así lo hemos aprendido de Jesús.
Cada año, la campaña contra el hambre, celebrada el domingo pasado, nos recuerda algunos datos que nos intranquilizan. Sabemos también que Jesús, con sus milagros y sus palabras, nos fue enseñando a los cristianos que, para nuestro Padre Dios, no hay gentes extrañas ni delincuentes, sino hijos, muchos de ellos condenados a vivir en ese mundo dolorido. Nosotros, los cristianos, tenemos una tarea hermosa: hacer presente en nuestro mundo el poder salvador de nuestro Dios. Por eso nos acercamos a los pobres y marginados del mundo con el empeño hermoso de aliviar y dulcificar sus sufrimientos, como hacía Jesús.


(D)

En la sociedad judía el leproso no era sólo un enfermo. Era, antes que nada, un peligro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad, sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida. El viejo libro del Levítico lo decía en términos claros: «El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la cabeza desgreñada... Irá avisando a gritos: "Impuro, impuro ". Mientras le dura la lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del poblado».
La actitud correcta y santa, sancionada por las Escrituras, era clara: la sociedad ha de excluir a los leprosos. Es lo mejor para todos. Una postura firme de exclusión y rechazo. Siempre habrá en la sociedad personas que sobran.
Jesús se rebela ante esta situación. En cierta ocasión se le acerca un leproso avisando sin duda a todos de su impureza. Jesús está solo. Tal vez, los discípulos han huido horrorizados. El leproso no pide «ser curado» sino «quedar limpio». Lo que busca es verse liberado de la impureza y del rechazo social. Jesús queda conmovido, extiende su mano, «toca» al leproso y le dice «Quiero. Queda limpio».
Jesús no acepta una sociedad que excluye a leprosos e impuros. No admite el rechazo social hacia los peligrosos. Jesús toca al leproso para liberarlo de miedos, prejuicios y tabúes. Lo limpia para decir a todos que Dios no excluye ni castiga a nadie con la marginación. Es la sociedad la que, pensando sólo en su seguridad, levanta barreras y excluye de su seno a los indignos.
Hace unos años pudimos escuchar todos la promesa que el responsable máximo del Estado hacía a los ciudadanos: «Barreremos la calle de pequeños delincuentes». Al parecer, en el interior de una sociedad limpia, compuesta por gentes de bien, hay una «basura» que es necesario retirar para que no nos contamine. Una basura por cierto no reciclable pues la cárcel actual no está pensada para rehabilitar a nadie sino para castigar a los «malos» y defender a los «buenos».
Qué fácil es pensar en la «seguridad ciudadana» y olvidarnos del sufrimiento de pequeños delincuentes, drogadictos, prostitutas, vagabundos y desarraigados. Muchos de ellos no han conocido el calor de un hogar ni la seguridad de un trabajo. Atrapados para siempre, ni saben ni pueden salir de su triste destino. Y a nosotros, ciudadanos ejemplares, sólo se nos ocurre barrerlos de nuestras calles. Al parecer, todo muy correcto y muy «cristiano». Y también muy contrario a Dios.

El Credo de nuestra fe

Todos unidos reconocemos que somos hijos de un mismo Dios al que llamamos Padre y hermanos de su Hijo Jesús, que vino al mundo a vivir entre nosotros, y a enseñarnos a amar.

* Creemos en el Padre del Cielo, que nos ha invitado a su Gran Familia, la Iglesia y nos da la alegría de poder juntar nuestras manos para hacer un corro inmenso de niños, jóvenes y adultos en esta antigua y siempre nueva Familia.

*Creemos en su Hijo-Jesús, hermano y amigo nuestro, que nos invita cada día a trabajar en su mies, a embarcarnos en su barca, a seguirle a su viña, para que a nadie le falte el pan, la pesca y el vino de fiesta en su mesa.

* Creemos en su Espíritu de Amor, que vive entre nosotros como amigo, la Paloma de la Paz, que sigue dibujando el Arco-Iris en el cielo y extiende sus alas para cobijar a todos, sin distinción de pueblos, idiomas y colores.

* Creemos en nuestra Comunidad Parroquial de _________, y soñamos, que entre todos, podremos construir un mundo limpio, que piense en la vida y no en la muerte, que ofrezca el perdón y no el rechazo, para que todos podamos vivir como hermanos.



Oración de los fieles

Sintiendo que en todo necesitamos de Dios, y que Él en todo nos ayuda, le presentamos nuestra oración, diciendo: ¡Escúchanos, Señor, y sálvanos!

‑ Por la Iglesia, para que seamos la comunidad y la familia que Dios quiere de nosotros, donde se acoja a todas las personas y se reconozca su dignidad y valía. Oremos.

‑ Por los cristianos, para que trabajemos luchando contra todo tipo de discriminación que agobia a las personas, y seamos motivo de unión y de respeto entre las gentes. Oremos.

‑ Por todos los enfermos, por todos los que sufren, para que reciban el cuidado, el cariño y la dedicación que, como personas, necesitan y merecen. Oremos.

‑ Por nuestra comunidad parroquial, para que en medio de la sociedad busquemos el bien de todos y nunca callemos ante las injusticias. Oremos.

Escúchanos, Señor, y haznos mensajeros de tu amor y de tu misericordia para toda la humanidad. Por Jesucristo.

(B)

1. Por la Iglesia, sacramento de salvación, para que sea lugar de consuelo para todos los hombres y mujeres marginados de nuestra sociedad. OREMOS AL SEÑOR.

2. Por los gobernantes, para que tengan en cuenta a los nuevos leprosos de nuestra sociedad: los emigrantes, los presos, los parados, los ancianos, los enfermos de cualquier situación, para que no se les nieguen los derechos humanos, y se les atiendan de los problemas más urgentes. OREMOS AL SEÑOR.

3. Por los que sufren en el cuerpo y en su espíritu, para que encuentren en los cristianos solidaridad, consuelo y fortaleza. OREMOS AL SEÑOR.

4. Por cuantos luchan por erradicar el hambre, la marginación, la injusticia en tantos lugares, para que no desfallezcan, a pesar de no ver resultados positivos. Hazlos fuertes en su compromiso. OREMOS AL SEÑOR.

5. Para que en nuestra Comunidad (Parroquial), seamos sensibles a tantas necesidades que se nos presentan, de tantos nuevos leprosos que hay en nuestra sociedad. Haznos cercanos a todos ellos. OREMOS AL SEÑOR.

(C)

Acudimos con confianza a Dios nuestro Padre, pidiéndole nos ayude en nuestras necesidades.



1.- Por los que queremos hacer presente el Reino de Dios en el mundo. Para que se nos conmueva el corazón ante un enfermo, un drogadicto, un pordiosero, un mendigo. Roguemos al Señor...

2.- Para que la Iglesia haga un esfuerzo serio y eficaz a la hora de dar una respuesta válida a los problemas de nuestro tiempo. Roguemos al Señor...

3.- Para que los gobernantes de todo el mundo sirvan al bien común, sin caer en imposiciones, en partidismos ni en faltas de respeto a las minorías. Roguemos al Señor...

4.- Por todos los que se sienten marginados y señalados por la sociedad o por la iglesia; para que tengan la ocasión de descubrir al Dios que extiende su mano y les envuelve con su comprensión y acogida. Roguemos al Señor...

5.- Por los que celebramos la Eucaristía; para que sepamos poner las leyes al servicio de las personas, y no esclavicemos a nadie con leyes y legalismos. Roguemos al Señor...

Danos valentía, Señor, para comprometernos de verdad en lo que te hemos pedido. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Rito de Ofrendas


El Grupo se expresa.

Para compartir se necesitan manos generosas,

para salir de uno mismo, se necesita amor sin fronteras.

Ven Espíritu de Dios y haznos generosos,

Ven Espíritu de Dios y haznos bondadosos.

Como este pan y vino que ponemos sobre el Altar,

y son el símbolo de nuestra entrega.

Transfórmalos en Pan de Vida y Bebida de Salvación.

Amén.



Oración:



Padre, me pongo en tus manos.

Haz de mí lo que quieras.

Sea lo que sea, de doy las gracias.

Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo

con tal de que tu voluntad se cumpla en mi

y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Padre, te confío mi alma.

Porque te amo y necesito darme,

ponerme en tus manos sin medida, con infinita confianza.



Prefacio...


Te damos las gracias, Señor y Padre Nuestro,

por habernos llamado a la vida.

Tú nunca nos abandonas

y sin cesar nos manifiestas tu presencia.

Ya en tiempos pasados,

guiaste a Israel, tu pueblo, por el inmenso desierto.

Hoy acompañas a la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios,

dándole la Fuerza de tu Espíritu.

Tu Hijo nos abre el camino,

que nos conducirá de esta vida,

a la alegrías de tu Reino.

Mientras llega ese día soñado por todos,

permítenos unir nuestras voces a las de los ángeles y santos,

para cantar el himno de tu Gloria:



Santo, Santo, Santo...



Padre nuestro


Hijos en el Hijo, dirijamos hoy nuestra plegaria a Dios, aceptando su perdón y siendo conscientes de que somos instrumentos de su reconciliación: Padre nuestro…

Nos damos la paz

La reconciliación sólo es posible, si se vive en paz. Por eso, el Señor resucitado quiso llenar de ella los corazones de quienes le reconocían. Abrámonos a esa experiencia de la paz para, pacificados, poder ser pacificadores. Que la paz del Señor esté con todos vosotros…



Compartimos el Pan


Quien nos ha limpiado de la lepra y nos ha curado, viene ahora a nosotros, bajo el símbolo del pan, ofreciéndonos su Cuerpo y su Sangre, sacramento de fe y de salvación…

- Dichosos los invitados a la Mesa con Jesús.

- Señor, no soy digno de que entres en mi casa.



Oración

Gracias, Señor, por los que me sanan

Gracias por los que soñaron en mí antes de ser,

por mis padres, hermanos y maestros.

Gracias por tantos que trabajaron para que yo

fuera cubriendo mis necesidades vitales.



Gracias por quien jugó, rió, cantó y rezó a mi lado,

acompañando mi ser y mi vivir.

Gracias por las personas que me amaron,

y además me lo supieron decir y demostrar,

con abrazos, besos y ternuras

que alimentaron mi corazón y mi saber amar.



Gracias por los que supieron corregirme,

enseñándome el proceso de cumplirme.



Gracias por quien me eligió como amigo,

porque influyó en mi seguridad y me ilusionó.

Gracias por el que se atreve a recordarme un error,

porque me da la posibilidad de mejorarme.

Gracias por los que viven y trabajan a mi lado,

pues su compañía cotidiana me hace ser yo.



Gracias por los familiares y cercanos

que se interesan por mi salud y mis dificultades.

Gracias por los que se dejan cuidar por mí,

pues hacen brotar mi mejor yo.



Gracias por los que perdonan mis errores,

pues me enseñan a ser humano y disculpador.

Gracias por los que se dejan ayudar por mí,

pues me hacen sentir válido e importante.



Gracias por todos los seres humanos

pues me hacen sentirme fraterno.

Gracias por cada aprendizaje y descubrimiento

porque me vuelven sencillo y sabio a la vez.

Gracias por cada vida entretejida con la mía,

pues hacen que mi historia sea un cántico agradecido.



Despedida y bendición


Dios Padre nuestro: reanimados con esta Eucaristía que acabamos de celebrar, haznos a todos nosotros, personas comprometidas en erradicar la marginación, la pobreza, la droga, la incultura, el paro, las guerras, que son la lepra que tiene nuestra sociedad. Concédenos, Señor, el don de la Paz para todos, desde la acogida y la cercanía, erradicando de nosotros las barreras que nos separan a unos de otros.

Volvamos a nuestras ocupaciones con el deseo de dar gloria a Dios y ser testigos de su amor. Para ello que la bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros…

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WebJCP | Abril 2007