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MISIONEROS EN CAMINO: XXXI Domingo del T.O. (Mt 23,1-12) - Ciclo A: LA CÁTEDRA DE MOISÉS. LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO
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miércoles, 26 de octubre de 2011

XXXI Domingo del T.O. (Mt 23,1-12) - Ciclo A: LA CÁTEDRA DE MOISÉS. LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Un hombre sencillo, un pastor, por su fidelidad y su devoción a su rey fue elegido como primer ministro del reino.
Los otros ministros, ofendidos y llenos de envidia, le declararon la guerra. Que un hombre sin apellidos famosos y sin títulos nobiliarios hubiera sido honrado con semejante cargo les parecía una infamia.
Espiaron su vida para poder acusarlo y eliminarlo, pero no encontraron nada. Alguien descubrió que una vez a la semana se cerraba con llave en una pequeña habitación durante una hora. Los ministros se lo comunicaron al rey y le dijeron que sospechaban que allí almacenaba las riquezas que robaba. El rey no les creyó, pero les permitió entrar en esa habitación secreta.

Sólo encontraron unas viejas zapatillas y unas viejas ropas. Lo llevaron ante el rey y éste le preguntó qué significaban esas pobres ropas.

“Yo llevaba estas ropas cuando era pastor. Me las pongo una vez a la semana para no olvidarme de lo que fui y cuan indigno soy de la confianza que su majestad ha depositado en mí”, contestó el primer ministro y pastor.

En todas las religiones hay líderes y seguidores, jefes y súbditos, maestros sabios y alumnos ignorantes, santos y pecadores, curas y laicos, fariseos y pueblo…

Los que se sientan en la cátedra de Moisés, en la cátedra de Roma, en la cátedra de Canterbury…en todas las cátedras del poder y del saber, en las cátedras de todas las religiones, a todos se dirige la crítica feroz que Mateo, en el evangelio de hoy, pone en boca de Jesús.

Esta diatriba vale para los fariseos de ayer y para los fariseos de todos los tiempos.

Los de arriba reciben más honores, visten ornamentos más lujosos, proclaman nuevas normas cada día, espían a los de abajo, les imponen cargas que ellos no llevan, maximizan la importancia de la obediencia a las normas y el respeto a sus personas, minimizan el amor y la misericordia y al ser más visibles son más criticados. Pero el enojo de Jesús vale para todos los miembros de cualquier religión.

Disfrazarse de cristiano cuesta poco. Cumplir unas normas y unos ritos es cómodo y da seguridad. Nos libera del juicio severo de los guardianes de la ortodoxia, pero no nos da la alegría de Jesús y, muchas veces, no nos conecta con el Dios de Jesús.

Todos cuidamos el afuera, la fachada, lo que todos ven. Cuidar el interior, embellecerlo y fortalecer el carácter y la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos nos preocupa mucho menos. Nadie lo ve.

En esta sociedad en la que todo se falsifica, el fariseísmo es una falsificación eterna. Todos, los de arriba y los de abajo, todos convocados a ser lo que decimos ser. El fariseísmo, la hipocresía, es un problema que se da en todas las religiones, en todas las iglesias y en la vida de todo cristiano. No es fácil vivir con radicalidad la fe que decimos profesar. Los otros siempre encontrarán inconsistencias y fallos entre nuestra fe y nuestra vida.

“La Iglesia no es un museo de santos. Es más bien un hospital para pecadores”.

Los líderes religiosos, blanco de la ira de Jesús en este evangelio, tienen que estar abiertos a todos, “vosotros sois hermanos”, vivir con dedicación el servicio y ser humildes.

Como el pastor, tienen que ponerse las viejas ropas, hacer memoria de su debilidad y agradecer a Dios el honor y la carga del ministerio.

Tienen que señalar a Jesús, el líder de la banda, y reconocer con humildad que todos somos extras en esta gran orquesta de la vida cristiana, empeñados en que el Señor Jesús sea conocido, amado y seguido. “A Dios sólo tienes que adorar”.

En el año 1953 un hombre llegaba a la estación de ferrocarril de Chicago. Le habían concedido el Premio NOBEL DE LA PAZ. Bajó del tren un hombre alto con el pelo enmarañado y un gran bigote.

Allí lo esperaban las autoridades y los reporteros con sus cámaras. Les dio las gracias y pidió que le excusaran un momento. Caminó entre la multitud y se dirigió a una señora negra muy mayor que apenas podía llevar dos grandes maletas. Le cogió las maletas, la acompañó hasta el autobús y le deseó un feliz viaje.

Albert Schweitzer pidió disculpas a las autoridades y reporteros por haberles hecho esperar. Un reportero exclamó: “Es la primera vez en mi vida que veo un sermón que camina”.

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WebJCP | Abril 2007