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martes, 18 de octubre de 2011

Una cuestión de fe


“Creo, y mi fe me ayuda directamente en cómo uso la física, mientras que la física cimienta las bases racionales de mi fe”.


Si yo no hubiese seguido el camino no convencional de mi carrera hacia la cual mi fe católica me guió, jamás habría estado parado al lado de los malolientes restos del World Trade Center en el invierno de 2002. Había ido a New York para testificar ante un comité del congreso acerca de que las condiciones del aire alrededor del lugar “no eran seguras”, como había declarado el encargado de la Environmental Protection Agency (Agencia de Protección Medioambiental), sino que contenían materiales que afectarían de manera severa e inevitable la salud de los que trabajaban en el lugar, la mayoría de los cuales lo hacía sin mascarillas de protección.


Décadas antes de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, yo había abandonado gradualmente el campo de la astrofísica nuclear para aplicar mis conocimientos de física a la contaminación del aire, motivado en parte por la injusticia de los daños medioambientales sobre personas incapaces de protegerse. La moral católica y las enseñanzas éticas estaban —en ese momento— muy alejadas de mi investigación y de lo que yo enseñaba —una separación entre fe y vida que había aprendido a temprana edad—.

Crecí en la década de los ’40 en un sector rural de New England, en un pueblo donde había seis católicos (nuestra familia y una pareja de ancianos). Todavía existía allí una presión anti católica de parte de los puritanos, de modo que éramos discretos en nuestra religiosidad. Más tarde, cuando empecé mis estudios doctorales en física en la Universidad de California, en Los Ángeles, inmerso en una universidad y una carrera que rechazan a Dios, casi me sentí como en casa. Mi catolicismo, que practicaba (casi) todos los domingos, tenía poca gravitación en mi trabajo.

Sin embargo, esos eran tiempos de gran desarrollo de armamento mortal, tanto nuclear como convencional, dado que el complejo militar-industrial estaba impulsado por el temor frente a las capacidades e intenciones de los soviéticos. Los problemas morales abundaban para los físicos, pero en términos generales, el Departamento de Física, la Universidad y la Academia no se ocupaban de ello. No obstante, estos temas eran tratados por Elwood Kieser, C.S.P. y un pequeño grupo de ayudantes en una serie de televisión producida por Paulist Productions en Los Ángeles. Me ofrecí como voluntario para ayudarlos a que los temas científicos no tuvieran errores en algunos episodios y bolsee equipamiento entre los excedente de la U.C.L.A. para que los sets tuvieran un aspecto más científicamente creíble. Aunque mi participación fue muy menor, puso mi fe católica bajo un nuevo y relevante enfoque. Luego tuve otro aporte a mi renovada fe durante una poco frecuente visita a Newman Center local. Conocí a mi futura esposa.

En mi calidad de profesor de UC Davis, en 1967, vi aparecer un problema de fe, no con mis pares, sino con mis alumnos. Algunos venían de estrictos hogares evangélicos y tenían valores que chocaban con lo que yo enseñaba. Esto llevó a muchas conversaciones durante las cuales traté de demostrarles que no había conflicto alguno entre mi condición de cristiano y la de físico, y que la verdad es unitaria, en la ciencia como en la religión. La aceptación de la ciencia moderna por el Concilio Vaticano II y de la evolución contribuyó a debilitar aun más la barrera artificial entre mi fe y la física.

Mis alumnos y yo empezamos a aplicar métodos de la física para testear la calidad del aire en carreteras y en áreas residenciales, ayudando a crear la legislación de California para eliminar las emisiones de plomo de los automóviles, que ahora ha sido copiada en todas partes del mundo. Mientras llevábamos a cabo nuestro trabajo en justicia medioambiental, expandimos el rango de nuestro trabajo hacia el eco-sistema natural. Como veterano de innumerables batallas medioambientales, también propuse, diseñé, y durante más de 20 años administré programas de calidad del aire para proteger la visibilidad en parques nacionales y monumentos, incluyendo una difícil batalla con una central termoeléctrica alimentada con carbón para proteger el Gran Cañón.

Una década más tarde, cuando un colega de New York me pidió que enviara nuestros exclusivos equipos para testear el aire a su laboratorio después del 11 de septiembre, estuve dispuesto a ayudar, y felizmente pude hacerlo. Nuestro estudio del World Trade Center enojó tanto a la Alcaldía de New York como al gobierno de Bush porque nuestros equipos probaron que los trabajadores que estaban en la zona y sus alrededores estaban siendo afectados por aire que no era seguro respirar en los meses que siguieron al 11 de septiembre, a pesar de declaraciones en contra. Mis contactos federales fueron repentinamente terminados y todavía recibo llamadas y cartas desagradables a causa de dicha investigación. No obstante, contribuí a una reciente victoria: un acuerdo por US$ 750 millones para cubrir los gastos médicos de aquellos trabajadores.

La física en sí misma ha vuelto al principio. Abismados por el descubrimiento del Big Bang y un universo unidireccional, la física ha abandonado su fase de “ateísmo de segundo año de ingeniería”. Muchos de los grandes físicos del siglo XX terminaron aceptando la necesidad de un poder creador, dado que el origen del Big Bang no puede explicarse por las leyes de nuestro universo (ver Einstein’s God, de Krista Tippett y Andrew Solomon). Un conocido astrofísico inglés contemporáneo, John Polkinghorne, se transformó en sacerdote anglicano. Y desde 1985 los físicos se han dado cuenta que las leyes de la física sustentan la hipótesis que la vida misma es la razón del universo, que ésta no es sólo un mancha orgánica, accidental, sobre este planeta rocoso. Las implicancias de esta hipótesis todavía están siendo debatidas y desarrolladas, tanto por los físicos como por los teólogos.

A medida que mi trabajo en la física evolucionó hacia la protección global del clima, he vivido otro beneficio del catolicismo. He debido viajar a lugares muy remotos, algunos bastante primitivos, no obstante, he presenciado la celebración de Misa. La experiencia de estas atesoradas Misas me ha cambiado profundamente, me ha hecho más humilde y agradecido de los sacrificios y la fe de aquellos que las hicieron posible. He llegado a la siguiente concordancia: Creo, y mi fe me ayuda directamente en cómo uso la física, mientras que la física cimienta las bases racionales de mi fe.
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Thomas A. Cahill. Profesor emérito de física y ciencias atmosféricas y ex director tanto del Institute of Ecology y del Crocker Nuclear Laboratory de la Universidad de California, Davis. Actualmente es director del U.C. Davis DELTA Group, que se dedica a los problemas climáticos globales. Publicado en revista America, www.americamagazine.org

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WebJCP | Abril 2007