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MISIONEROS EN CAMINO: Palabra de Misión: El Reino de los Cielos se parece al mercado laboral / Vigésimoquinto Domingo del T O – Ciclo A – Mt. 19, 30 – 20, 16 / 18.09.2011
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sábado, 17 de septiembre de 2011

Palabra de Misión: El Reino de los Cielos se parece al mercado laboral / Vigésimoquinto Domingo del T O – Ciclo A – Mt. 19, 30 – 20, 16 / 18.09.2011



Tenemos este domingo una parábola propia del Evangelio según Mateo. A lo largo de la investigación exegética ha recibido múltiples títulos posibles, que pueden resumirse en los siguientes: el patrón generoso, los obreros de la viña, la paga igual. Además, algunos estudiosos suponen que la parábola pronunciada por Jesús no contaba con ninguno de los dos versículos que Mateo sitúa como marco en Mt. 19, 30 y Mt. 20, 16. Aunque se admite la posibilidad de identificar como histórica la expresión de los últimos y los primeros, muchos prefieren situarla en otro contexto original, inclusive como frase repetida en diferentes situaciones por Jesús. En la tradición sinóptica, la expresión aparece en Mc. 10, 31; Lc. 13, 30 y los dos versículos de la perícopa de hoy. Marcos la sitúa a continuación del diálogo entre Pedro y Jesús, donde el primero presenta la evidencia de que ellos, los discípulos, han dejado todo para seguirlo, y el Maestro le responde que los que han dejado todo por el Evangelio, reciben el ciento por uno. Aquí, la frase sobre los últimos y los primeros parece tener un sentido de realización personal, más que de realización divina. No se vuelven primeros los que son últimos por su situación social, su pobreza o su exclusión; se vuelven primeros los que han elegido ser excluidos, los que han optado por una marginación en pos del Reino. Por esa opción de vida con los últimos, el Padre los tiene por primeros. En Lucas, la referencia son los paganos, ya que el contexto inmediato es el logion sobre los muchos de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, que se sentarán en la mesa con los patriarcas de Israel. Los gentiles, considerados últimos en la salvación, o peor aún, insalvables, resultan ser para el Reino inaugurado por Jesús los primeros. La expresión de su salvación es la mesa compartida con los próceres israelitas. Marcos contiene, además, en Mc. 9, 35, una frase similar dirigida a los Doce, que los invita a hacerse últimos y servidores si quieren ser los primeros. De una manera más velada en Lucas, pero que también puede entenderse en la misma línea, el final de la parábola del fariseo y el publicano que oran, dice: “Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero” (Lc. 18, 14a).

Vemos así que Marcos es más tendiente a utilizar la expresión como invitación/promesa para que los discípulos asuman el estilo de vida del Reino. Ese estilo de últimos, de marginados sociales, los hace primeros para Dios. Lucas, y como veremos también Mateo, plantean la inversión desde la bondad y la justicia de Dios. Los últimos se hacen primeros porque el Reino de Dios es para ellos, para los olvidados, para los excluidos. El movimiento, en Lucas y Mateo, parte de Dios. De todas maneras, en toda la tradición sinóptica, lo primordial es la inversión de las situaciones presentes. Esa es la esperanza que mantiene la Iglesia: la situación actual es injusta, hay seres humanos que son últimos (odiados, desplazados, rechazados), pero esto no puede quedar así; Dios tomará el control de la situación y los últimos serán primeros. De todas maneras, la esperanza se convierte en advertencia cuando se lee desde senos eclesiales cerrados o con tendencias sectarias no universalizantes. A veces, pensar que los últimos serán los primeros, asusta y conmueve las seguridades. Sociológicamente, los grupos tienden a considerarse los elegidos. Cuando un grupo recibe, de su propio Maestro, la certeza de que los considerados primeros, en realidad, serán últimos, no puede permanecer inmune a la declaración. Puede que, en su originalidad, la parábola estuviese dirigida a los fariseos desde los labios de Jesús, pero la inclusión que realiza Mateo de la expresión sobre los últimos y los primeros para enmarcar la parábola, cambia los destinatarios hacia los discípulos. Mateo le está recordando a su comunidad, formada mayormente por judíos convertidos al cristianismo, que no tienen por qué considerarse los primeros ni los únicos salvados. Si así lo creen, se llevarán una decepción cuando descubran que los últimos son los primeros y viceversa.

Introduciéndonos de lleno a la parábola, tenemos que recordar un primer simbolismo: la viña. Para la tradición profética, la viña es el pueblo de Israel (cf. Is. 5, 1-7; Jer. 12, 10). En una zona donde crece la vid y la higuera, la utilización de ambas plantas para representación del pueblo era lógica. Jesús se vale de ello y comienza a contar la historia de un amo y su viña. Estamos, antes que nada, ante un amo rico, que tiene un mayordomo encargado de las finanzas y las contrataciones, y que se puede dar el lujo de contratar una amplia cantidad de jornaleros. En contraste a este amo rico están los jornaleros. Según la descripción de la parábola, son obreros que trabajan por día y que esperan, cada mañana, por la contratación. Del día a día depende su ingreso. No tienen trabajo fijo ni son esclavos viviendo en lo de sus dueños. Su comida y la comida de sus familias dependen directamente de la suerte que cada jornada les depara. Seguramente se reunían en la plaza central del poblado, a la espera de un amo contratista. En nuestro caso está la posibilidad de que sea el mes de septiembre, mes de la vendimia en Palestina. El pago usual para un jornalero de aquella época era un denario. Se calcula que con medio denario podía subsistir un día un obrero, pero para una familia completa se necesitaba más, evidentemente. Esto deja en claro el contraste socio-económico entre el amo y los jornaleros. Analizado en macro-economía, el amo pertenece a la clase social acomodada, lo que hoy llamaríamos la clase capitalista, mientras que los jornaleros son de la clase baja, ni siquiera proletarios reales, ya que no trabajan de manera fija en relación de dependencia. De todas maneras, Jesús utilizará la imagen para explicar un aspecto más del Reino de los Cielos. Dios no es exactamente como el amo de la viña de la historia, no está involucrado en un sistema económico que pone en situación embarazosa a los jornaleros. Pero ciertas características del amo lo hacen similar a Dios Padre. En primer lugar, es raro que el amo salga a contratar en persona teniendo un mayordomo o administrador. Pero lo hace. Son raras también las horas en las que sale. Normalmente, las contrataciones se realizan en la primera hora de la mañana, no durante el día. Esto hace sospechar que el amo contrata jornaleros sin necesidad real, quizás con la intención de dar una mano a la mayor cantidad posible de desempleados. En segundo lugar, el amo se declara bueno y justo, dos atributos propios de Dios. Finalmente, hay una frase que dice el amo y que es clave hermenéutica de la parábola: les pagaré lo que sea justo.

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A partir de la frase sobre lo justo hay que entender el pago igualitario, o lo que Schottroff llama la igualación solidaria que realiza el amo. El pago será lo justo, aunque los primeros jornaleros no entiendan esa justicia. Volvemos a la cuestión de los atributos divinos. El amo actúa con justicia como actúa con justicia el Padre. El pago igualitario es el pago justo. Paradójicamente, en el contexto socio-económico de la parábola, el amo de la clase acomodada les termina dando una lección a los jornaleros que protestan: si ellos se dividen internamente como grupo, si son envidiosos entre sí, si se fracturan como unidad, entonces no podrán plantarse ante las injusticias y procederán a su autodestrucción. Si los jornaleros no se apoyan mutuamente, seguirán en las pésimas condiciones laborales en las que están. Si unos se enojan por la buena suerte de los otros compañeros, se maltratan añadiendo daños al maltrato que de por sí ocasiona el sistema. El amo les recrimina, en el original griego de Mateo, su ophthalmos poneros, o sea, su ojo malo (que algunas traducciones al español interpretan como mal solamente, y otras más acertadamente comoo envidia). La recriminación final del amo es, entonces, sobre la envidia de los primero jornaleros respecto a la bondad del patrón. ¿Qué puede envidiar un jornalero a otro? ¿Que ha ganado un denario, como él, y su familia apenas comerá ese día? ¿Envidia que mañana ambos estarán de nuevo en la plaza probando suerte? ¿O envidia la generosidad del patrón? Lo que hace el amo es desenmascarar el sinsentido de la actitud de los primeros. Si un jornalero ha ganado hoy un denario, es motivo de alegría, no de envidia. Si un compañero puede llevar el sueldo a su casa, es ocasión de festejo. Si el amo entiende la justicia como un trato igualitario, entonces hay una perspectiva de cambio en el horizonte.

Volvemos a repetir que Dios no es exactamente igual al amo de la parábola. No es un terrateniente de viñedos ni pertenece a la clase social alta. Pero sí Dios es justo y bueno. Sí Dios es capaz de invertir el orden. Sí Dios trata a los seres humanos desde la igualdad solidaria, comenzando con el que más lo necesita, con el pobre, con el excluido, con el marginado. Ese es el Reino de los Cielos al que se parece la parábola. Ese es el proyecto para nuestra historia: que los últimos se hagan los primeros. Que haya un movimiento hacia la compasión por los miles de jornaleros actuales que no tienen lo suficiente para sobrevivir. Porque están ahí afuera, en las plazas, en las calles, esperando una mano que cambie el sistema, que los dignifique. Porque tenemos la obligación de trabajar con la mejor economía y la mejor política posible para que nadie se quede lo mínimo indispensable, para que ya no haya excluidos, para que ya no haya últimos y todo puedan ser primeros.

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WebJCP | Abril 2007