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MISIONEROS EN CAMINO: XXII Domingo del T.O. (Mt 16, 21- 27) - Ciclo A: Por qué sufrir al seguir a Jesús.
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sábado, 27 de agosto de 2011

XXII Domingo del T.O. (Mt 16, 21- 27) - Ciclo A: Por qué sufrir al seguir a Jesús.





Camino de Jerusalén, Jesús asegura a sus discípulos que va a padecer mucho, le van a prender y ajusticiar. Sus discípulos están siguiéndole, pero se niegan a subir a Jerusalén ante el anuncio y perspectivas de sufrimientos y persecuciones. Jesús les responde: “el que me siga ha de tomar su cruz”.

Seguimos a Jesús cuando continuamos su vida. Nos ha dicho que su vida es: construir el Reino de Dios, proclamar su palabra. Porqué la cruz al asumir su palabra y seguirle.

La palabra que Jesús nos ha dejado es que Dios es Padre de todos los seres humanos, al ser hijos de Dios, llevamos en nosotros su imagen, es el fundamento de nuestra dignidad, todos somos hermanos, hemos de amar como Dios nos ama, hemos de prestar ayuda con una atención preferente, como Jesús lo hacía, a los más débiles, a los que sufren, a quienes más lo necesiten.

Jesús nunca exaltó el sufrimiento. El mensaje de Jesús no pretende deshumanizarnos como se ha entendido a veces, sino llevarnos a la verdadera plenitud humana. Dios quiere nuestra felicidad, la felicidad de todos sus hijos, Dios no puede querer ninguna clase de sufrimiento; Él es amor y sólo puede querer para nosotros lo mejor en todos los aspectos.

Jesús buscó en su vida aliviar los sufrimientos de las gentes, consolarles, hacerles felices y lo hizo con tal radicalidad y verdad, que en la búsqueda de esa felicidad no se detuvo ni siquiera ante su propio sufrimiento, sino que lo asumió por fidelidad al mensaje que el Padre le encomendó por amor a los seres humanos. Lo que Jesús exige a sus seguidores, es que recorran como Él el camino del amor, es decir, el camino del servicio a los demás aunque en ese camino encuentren sufrimientos e incluso la muerte, cada uno asumir su cruz.

Pedro se opone tajantemente a Jesús porque esperaba un Mesías triunfante y las palabras que escucha a Jesús echaban por tierra todas sus pretensiones y las de sus compañeros, que no se ajustaban a lo que Jesús venía realizando durante su misión de dar prioridad al acercamiento y ayuda a los pobres; si quieren seguir siendo discípulos suyos, tendrán también que seguir sus pasos y correr su suerte, olvidar egoísmos, privilegios sociales logrados a costa de privaciones, de sufrimientos de otros, así es como anuncia Jesús: “la necesidad de cargar cada uno con su cruz y entregar la vida”.

Llevar la cruz no es sacrificarse creyendo que Dios quiere nuestro sufrimiento, negarse a si mismo no es una invitación a un ejercicio piadoso. La salvación no consiste en “sacrificios religiosos” con la pretensión de que aplacar a un Dios sádico, no existe tal Dios, Dios no se complace con nuestros sufrimientos.

Cargar con la cruz, la cruz de que habló Jesús tiene una dimensión redentora y solidaria: se trata de la ser fieles a las palabras que Él enunció, es su mandamiento del amor, es superar nuestros egoísmos, superar nuestras ambiciones pequeñas y grandes, que incluye trabajar por la paz y por la liberación de la miseria, de la exclusión social que se imponen en todos los tiempos, así lo decía Jesús “bienaventurados los que sufren persecución por buscar la paz, la justicia”..

Convenzámonos, "llevar la cruz" siguiendo a Jesús no significa añadir y buscar para nuestra vida nuevos sufrimientos, nuevas mortificaciones y nuevas cargas, como si esto nos identificara más con el crucificado. Quien de verdad quiere seguir a Jesús no se pone a buscar sufrimientos, se dispone a seguir el camino de Jesús que es desvivirse por los demás.

Tengamos bien claro, la ascesis cristiana es un buen ejercicio para templar nuestro espíritu y estar siempre dispuestos a superar nuestros egoísmos, para cuando nos resulte molesto, opuesto a nuestros intereses el acudir en ayuda y el olvidarnos de las necesidades perentorias de los demás.

La renuncia y la cruz cristiana llegarán como consecuencia de la experiencia positiva del servicio y de la entrega, de valorar nuestra generosidad por encima de nuestras vanidades y egoísmos y de ver a Jesús que en la cruz nos ama del modo más increíble y nos invita a amar asumiendo el sufrimiento que el amor generoso nos exija.

El amor solidario, doloroso, hace surgir salvación y liberación, es “el fruto del grano de trigo que cae en tierra y muere”. Lo descubrimos en Jesús crucificado: sólo salva, sólo libera el que es capaz de compartir el dolor solidarizándose con el que sufre.

Cada uno habremos de descubrir nuestra cruz. La aplicación de la cruz a nuestra vida habremos de hacerla personalmente cada uno.

Por todo ello, no podemos olvidar a los que, con tanto dolor, sufren hoy en este mundo en crisis junto a nosotros, aquí y más lejos, a los obligados a abandonar su tierra por venir con tantos riesgos un país extraño, a madres embarazadas o con el niño en brazos al que ven morir de hambre, a los cuatro o cinco millones de parados de nuestro país, a los ancianos abandonados, olvidados....

Jesús sigue su camino, sube a Jerusalén, es plenamente consciente de lo que le espera. Sigámosle así.

Él siempre buscaba el silencio para comunicarse con el Padre, así templa su espíritu para estar dispuesto a asumir la cruz. Así lo decía la víspera de morir en la soledad del huerto: “Padre hágase tu voluntad”.

Si queremos seguir a Jesús llevando nuestra cruz, tendremos como Él, que hacer silencio, pedir a Dios fortaleza, encontrarnos el Espíritu que Jesús nos comunica, que mora en nosotros, decía San Pablo, que “es Espíritu de amor, de fuerza, de buen sentido”, que nos ayuda a seguir a Jesús.

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WebJCP | Abril 2007