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sábado, 6 de agosto de 2011

LA HOMILIA MÁS JOVEN: DESIERTO, PAZ ABSOLUTA Y ELOCUENTE.


Mar brava, grito atronador que permite medir las propias posibilidades

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- El profeta Elías es una figura impresionante, su montaña es el Carmelo. Allí fue su apoteosis al vencer él solo a los 400 colegas del dios Baal. Generalmente los peregrinos no visitan el lugar de su triunfo, en el extremo más oriental de la pequeña cordillera. Cuenta el suceso el capitulo 18 del I libro de los Reyes. Si su victoria fue una importante enseñanza para la historia de Israel, el pasaje que se nos ofrece en la primera lectura de este domingo, lo es todavía para nosotros.

Había huido de las tierras del norte, atravesado Galilea y Judea, se adentró en el desierto, su decaimiento no le permitía continuar, no obstante, Dios le animó a proseguir, le convocó a la Montaña Santa, quería confiarle un secreto. Uno imagina que se trataría de una fórmula mágica, del anuncio de alguna catástrofe o de que iba a ser designado soberano. Pues, no. En la soledad del desierto quiere hablarle de sí mismo, como el enamorado le cuenta como es él a su amada, para que decida si está presta a continuar el noviazgo.

(El peregrino que se va elevando hacia la cima del Gebel Musa, ilusionado por llegar arriba, contemplar la vista impresionante que se le ofrece a la salida del sol y recordar la Ley que allí se promulgó, un poco cansado por las dos horas que ya lleva andando y la media que todavía le falta, no acostumbra a pararse en la plataforma que aparece a su derecha. Si está bien informado, lo deja para la vuelta. Lo he hecho yo así y he visto que lo hacen muchos. En aquel rincón puede uno descansar, recordar y meditar.)

2.- Mis queridos jóvenes lectores, el relato se inicia con espectacular teatralidad. Sopla un viento huracanado, pese a su fuerza, no deja de ser aire, al que sin duda acompañara arena que lentamente erosionará las rocas. Está vacío de contenido trascendente, el profeta no se inmuta. Tampoco le interesa el terremoto que sucede después. Los seísmos destruyen, Dios no. Se enciende el entorno y las llamas queman. Tampoco le interesa el fuego, hace tiempo que el hombre lo ha sabido domesticar y conserva dócil en su hogar la lumbre.

Se escuchó un susurro, una suave brisa. Elías lo entendió. Él que había sido feroz exterminador de los falsos profetas, debía entender que su Dios, el de sus antepasados, era manso soplo. La revelación le llenó de serenidad y paz.

Mis queridos jóvenes lectores, influidos por un mundo de competiciones, trofeos y diplomas, tal vez hayáis comprobado que conseguirlo no es garantía de felicidad, hoy debéis comprender que Elías subió al podio para aprender lo que está a vuestro alcance. En el silencio y soledad de la montaña, se nos acerca el Amigo y nos susurra palabras de amor y es entonces cuando nuestro corazón emocionado, se siente feliz.

3.- El pequeño mar de Tiberiades, cada atardecer ensaya el obrar como bravo océano. Rápidamente enseña sus juguetonas olas, que a ninguno del lugar asustan. Quiere lucirse, pero no es dañino. Ahora bien, de cuando en cuando, su enfado es grande y sorprende hasta a la gente ducha en las artes de navegar. Añádase al momento que nos narra el evangelio de este domingo, que entre las crestas distinguen una figura humana. Lo habéis escuchado, el impulsivo Pedro se echa al agua, pero al poco vacila y teme lo peor. Con seguridad Jesús sonreía al extender su mano y todo acabó en un abrazo.

Todos se asombraron. Pensadlo un momento ¿Cuándo fue la última vez que Dios os asombró?

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WebJCP | Abril 2007