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MISIONEROS EN CAMINO: Palabra de Misión: Parábola del sembrador despistado / Décimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A – Mt. 13, 1-23 / 10.07.11
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domingo, 10 de julio de 2011

Palabra de Misión: Parábola del sembrador despistado / Décimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A – Mt. 13, 1-23 / 10.07.11

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Por Leonardo Biolatto

Ninguno de los tres Evangelios Sinópticos pudo obviar la parábola del sembrador. A la vez, ninguno de los tres soportó la tentación de darle una explicación a la misma. Quizás, Jesús sólo pronunció los primeros versículos, la parábola sin argumentos, sin digresiones. Quizás, Jesús no explicó nada en privado. Quizás, los primeros oyentes de la parábola, directamente de los labios del Maestro, entendieron otra cosa. Quizás Jesús quiso decir otra cosa a la que estamos acostumbrados. Hoy, la mayoría de los exegetas sostienen la clara diferencia entre la parábola y la alegoría. La primera es una narración breve, sin demasiados detalles, con un cambio entre el inicio y el final, que transmite un mensaje global desde sus partes. La alegoría, en cambio, otorga a cada elemento de la narración un paralelo en la realidad, un correspondiente, de manera que el mensaje pasa de la globalidad a la particularidad. Si nos fijamos bien en el texto que propone para este domingo la liturgia, la primera parte es una parábola y la segunda una alegoría (o una interpretación alegórica). Suponemos, junto con los expertos, que Jesús pronunció la parábola y la comunidad cristiana fue elaborando una interpretación en línea alegórica cuando la parábola original fue perdiendo sentido, ya sea por el paso del tiempo o por la incomprensión de las nuevas generaciones. Algunos, yendo más lejos, postulan que la parábola estaba dirigida, en un principio, a los apóstoles/misioneros, y que luego se la transformó en una parábola para los recién convertidos. Jesús habría querido enseñar sobre lo variado del trabajo apostólico que se encuentra con diferentes terrenos, y la comunidad cristiana quiso enseñar a sus miembros las distintas posibilidades del corazón, que puede ceder a las tentaciones, al Maligno, a las riquezas y a las tribulaciones. Literariamente, el cambio se observa en la variación de los oyentes, que comienza con la multitud al borde del mar y pasa a los discípulos sin matiz. ¿Cómo puede suceder esta explicación en privado frente a la multitud que escucha el resto de las parábolas? Debemos suponer una inclusión posterior de la escena de la explicación dentro del discurso parabólico.

El primero en conservar esta tradición parabólica es Marcos (cf. Mc. 4, 1-20). Mateo y Lucas (cf. Lc. 8, 4-15) lo siguen, pero con modificaciones. Hoy, las que no interesan son las variantes mateanas. En primer lugar, el adelantamiento de la frase de Mt. 13, 12, que Marcos y Lucas presentan más adelante, como conclusión. Para Mateo, la frase es lo suficientemente importante como para servir de nexo entre la parábola y la explicación. Es la frase que dará pie para citar al profeta Isaías. La cita (cf. Is. 6, 9-10) proviene del relato vocacional de Isaías, cuando recibe su misión profética en la visión de Yahvé. Mateo intenta establecer un vínculo entre el encargo que hace Dios a Isaías y el encargo que tiene Jesús como enviado del Padre. En resumen, Isaías está siendo enviado a la creación de un nuevo pueblo. Todo lo anterior tiene que ser destruido: ciudades, habitantes y suelo (cf. Is. 6, 11). A partir de esa destrucción surgirá un nuevo retoño, una nueva semilla del tronco talado (cf. Is. 6, 13) que es la esperanza de Israel. El proceso por el cual el pueblo no entiende, comprende, ve ni oye, parece ser un proceso necesario para la renovación, para que surja el nuevo Israel. Jesús, en parangón, hará surgir el nuevo Pueblo de Dios. Él es el nuevo Moisés (según la tradición mateana), el nuevo gran profeta, el nuevo gran rey como David (también un tema importante mateano). Dios confía en la semilla sagrada (qodesh zera) que quedará tras la acción del profeta. De la misma manera, en Jesús, Dios confía en la semilla del sembrador.

Esta semilla de la parábola está sembrada azarosamente. El sembrador no cuida de ver con detenimiento dónde cae lo que lanza. Las esparce, y algunas caen en terreno fértil, pero otras no. Eso no desespera al sembrador. De alguna manera, confía en su semilla más que en cualquier otra cosa. O si queremos ser más ecologistas, confía en la naturaleza antes que en su capacidad. Cuando la naturaleza decida hacer coincidir un terreno fértil con la semilla y las condiciones climáticas adecuadas, habrá fruto. Esta despreocupación del sembrador puede ser una de las razones que asustan de la parábola y que obligan a explicarla. ¿Por qué la siembra no es más cuidadosa? ¿Por qué tanto desinterés frente al lugar donde cae la semilla? ¿Por qué no se cuida más la semilla? El azar de la narración nos desespera. La explicación alegórica interpreta que la semilla es la Palabra y que los terrenos son los corazones humanos. Pero eso no termina por explicar la razón de lo azaroso de la siembra. Aún peor: si la semilla es la Palabra, el sembrador debería ser más cuidadoso y no desperdiciarla. La explicación intenta llevar el centro de la responsabilidad al ser humano, al que recibe la Palabra. Pero la parábola tiene su atención en la semilla que, de una u otra manera, dará fruto. Y fruto abundante. Según la geografía de Palestina, un terreno promedio rendía casi cinco medidas de grano por cada medida de semilla sembrada. En el valle de Sarón, lugar considerado el más fértil, rendía 8 medidas. Algunos historiadores han llegado a hablar de cosechas que rindieron 10 medidas como un hecho anecdótico y sorprendente. Pues bien, Jesús habla de un terreno fértil que rinde treinta medidas, sesenta y hasta cien. Para cualquier sembrador galileo, este hombre estaba hablando de una estupidez. Ningún terreno, puede rendir así. Sin embargo, esa exageración parece ser la clave de la parábola. El sembrador confía en su semilla y lanza azarosamente, porque el rinde es magnífico. No tiene que preocuparse de dónde cae la semilla, sino confiar en la acción natural que será sobreabundante. De manera sencilla, la parábola del sembrador es un tratado sobre la gracia. La tarea del Reino es azarosa, es Palabra que se esparce por el mundo y, en muchas oportunidades, no tiene fruto visible, pero cuando cae en terreno fértil, cuando la naturaleza hace su parte, los frutos son incontables y gigantescos. La gracia exige esa confianza. No hay la seguridad de lo comprado a buen precio, ni la seguridad de un contrato. La gracia impele a confiar en la semilla, en la naturaleza, en su propia dinámica de gracia.

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La parábola del sembrador es escandalosa, en uno de sus aspectos, porque seculariza lo sagrado. No se habla directamente de Dios ni de la Palabra ni del Mesías (sí lo dice la explicación, pero ya dijimos que es un añadido eclesial). Se habla de un sembrador, de una semilla y del azar de su siembra. No se habla de la gracia, pero sí de un terreno fértil que puede dar hasta cien medidas de rinde. No se hace explícito lo tradicionalmente sagrado, pero está allí. En lugar de utilizar vocablos conocidos del ritual litúrgico o teológico, Jesús relaciona directamente el Reino con la vida cotidiana. Se seculariza lo trascendente. Se hace cotidiano a Dios. Muchos de los oyentes de Jesús, ciertamente, eran sembradores. Podían entender mejor que nadie lo que el Maestro les estaba contando. El dato del rinde exagerado era la clave para que ellos entraran en la dinámica de la gracia, para que captaran que la parábola no era una mera narración de lo que les sucedía a diario, sino una enseñanza sobre este Reino que Dios quiere para el mundo.

Esta secularización de lo sagrado asustó a la Iglesia (y la sigue asustando). Por eso hubo que elaborar explicaciones, sobre todo alegóricas, para que nada escape a la interpretación. Seguramente fue una necesidad del momento histórico, de dejar en claro que la Palabra y su puesta en práctica son mucho mayores que las tribulaciones, las riquezas o las tentaciones. No estuvo mal alegorizar la parábola, pero sí es peligroso ponerle cercos al azar de Dios. Gran parte de lo llamativo de la parábola está en la despreocupación del sembrador por el lugar donde cae su semilla. El sembrador confía. La Iglesia tiene que confiar en la siembra del Reino, sino se envuelve en discusiones, concilios y congresos para determinar quién se salva y quién no. Mientras tanto, la semilla sigue cayendo en distintos terrenos y sigue dando frutos extraordinarios. Si estuviésemos más focalizados en la confianza que genera la gracia, evangelizar sería más simple, o al menos, más relajado. La evangelización preocupada por los resultados es la evangelización desentendida de la gracia. El Reino está dando frutos, está floreciendo, está teniendo resultados magníficos. Si no sabemos reconocerlos, entonces caemos en la frustración que nos lleva a acorralar la gracia en métodos, asambleas y estadísticas. Los frutos del Reino están en lo cotidiano, en lo secular; allí tenemos que buscar la semilla que rinde treinta, sesenta y hasta cien.

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WebJCP | Abril 2007