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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequéticos: VI Domingo de Pascua (Jn 14, 15-21) - Ciclo A
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jueves, 26 de mayo de 2011

Materiales liturgicos y catequéticos: VI Domingo de Pascua (Jn 14, 15-21) - Ciclo A



Monición de entrada:

(A)
Hace ya seis semanas que venimos celebrando la Pascua, la victoria del Crucificado sobre la muerte. Este triunfo se actualiza para nosotros aquí y ahora, en la celebración de la Eucaristía, de modo que lo que aquí hacemos no es sólo un rito, sino el encuentro de amor con la Vida de nuestra Vida. Dispongámonos a participar activamente, a escuchar con atención la Palabra de Dios y a buscar la manera de hacer nuestra vida cada vez más conforme a la voluntad de Dios nuestro Padre.

(B)
Frente a una sociedad “individualista e insolidaria”, la Iglesia debe ser “solidaria y fraternal”.
Frente a la “insensibilidad” de mucha gente ante los problemas del mundo, los cristianos debemos ser “sensibles” a dichos problemas.
Muchas veces, en nuestra sociedad, se margina y se abandona al enfermo, porque el enfermo no produce, no sirve, es una carga, un estorbo.
Para nosotros, los creyentes, el enfermo es una persona que sufre, que necesita nuestro cariño, nuestra compañía y nuestras atenciones.
No olvidemos nunca el cariño con que Jesús trató siempre a los enfermos.

(C)

Cuando un padre ejemplar de una familia fallece, es de gran consuelo para su esposa y amigos si sus ideales y estilo de vida permanecen vivos en sus hijos. “Él sigue inspirándoles”, se dice. Jesús no está muerto, pues, aunque murió, resucitó a una nueva vida, aunque ya no esté físicamente entre nosotros. Pero su Espíritu mismo está todavía con nosotros, como un aliento, como el viento, o incluso como una tormenta. Donde él sopla, le sentimos sin verle. Él toca nuestros corazones y nos empuja hacia este mundo frío, para renovarnos a nosotros, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo por medio de nuestras manos y corazones. Oremos para que este Espíritu viva siempre en nosotros.

(D)

El clima de la resurrección sigue respirándose en estos domingos de Pascua.
La Palabra de Dios que proclamamos hoy, nos ofrece tres puntos de alegría y de reflexión:
1°) que la Buena Noticia del Evangelio, respaldada por la resurrección del Señor, se va extendiendo por todas las regiones, incluso por las más reacias a recibir los mensajes como es la región de Samaría,
2°) que no solamente hemos de vivir la fe entre nosotros mismos, sino que hemos de dar “razón de nuestra esperanza” a los demás,
3°) que si decimos que amamos a Dios, es necesario practicar sus mandamientos



Saludo

Hermanos, el amor de Dios nuestro Padre, que mandó al mundo a su Hijo Único para que vivamos por medio de él, esté siempre con vosotros...

Acto penitencial

(A)

Dios es amor; Dios envió a su Hijo para manifestarnos ese amor; nosotros no siempre lo reconocemos ni lo aceptamos; pero Dios no tiene en cuenta nuestra ingratitud si acudimos a Él arrepentidos.

Tú nos enseñas que si nos amamos todos reconocerán que somos discípulos tuyos. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Tú viniste al mundo para revelarnos a todos el amor que nos tiene Dios nuestro Padre. CRISTO, TEN PIEDAD...
Tú quieres que no hagamos distinciones entre las personas, pues nos llamas a todos a seguirte. SEÑOR, TEN PIEDAD...

Aspersión (En lugar del acto penitencial)

El día de nuestro bautismo recibimos el mismo Espíritu de Jesús. En un momento de recogimiento recordamos este día, agradecidos a quienes nos acercaron a él, y renovamos, con la aspersión del agua bendita nuestra fe en el Señor.

Canto…

Que Dios nuestro Padre, nos purifique del pecado y nos haga dignos de participar esta Eucaristía.


Escuchamos la Palabra

Lectura de los Hechos de los Apóstoles

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos salían espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

Palabra de Dios

Salmo 65
Aclamad al Señor, tierra entera

+ Lectura del santo Evangelio según San Juan

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: - Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.

Palabra del Señor

Homilías

(A)

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (JNn 14,15),
nos dice Jesús en el Evangelio de hoy.
Los guardias de tráfico y cualquiera que va sentado al volante saben que en la carretera son necesarias las señales de mandato o de prohibición. Sin ellas, la carretera sería un caos y se producirían innumerables accidentes. También en la vida humana son necesarios mandatos y prohibiciones; de lo contrario, la vida sería un caos; reinaría la ley de la selva, la ley del más fuerte.
Eran dos los sospechosos de un asesinato. El joven abogado conocía la verdad: ¡el asesino era su propio padre! Sin embargo, había reunido abundantes documentos y testigos falsos para hacer recaer la culpabilidad en un extraño. ¡Y cuánto mal hacen en el mundo los testigos falsos!
-¿Esto no va contra tu conciencia? -le preguntó un colega.
-¿Qué quieres? ¡Se trata de mi padre! -respondió el abogado.
-¿Y pretendes defender a tu padre a costa de que sea condenado un inocente? -siguió preguntando el colega.
El abogado respondió con el silencio. Y logró salvar a su padre con el triunfo de la mentira. Allá en la cárcel, el inocente indefenso pagó las consecuencias.
Este abogado, al pasar por encima de su conciencia, no amaba a Cristo.
Una joven sencilla tenía su más cordial amistad con los pobres del pueblo.
-¿Me quieres? -preguntó la joven a su novio enamorado. .
-¡Con toda mi alma! -respondió zalamero el muchacho. -
-¿Tal como soy?
-¡Tal cual eres, cariño! -aseguró él.
El problema surgió cuando, ya casados, la joven esposa llegaba con frecuencia a casa acompañada de gente pobre y mal vestida. Él entonces manifestó su desagrado y su rechazo.
-¿No me quieres? -preguntó su esposa.
-¡Te quiero a ti, no a ellos; como tampoco a tu madre, que está demasiado metida en esta casa! -gritó con mal humor.
-Si no amas a los que yo amo, tampoco me amas a mí
-se quejó con mansedumbre la esposa.
-Te amo a ti y al amor que me tienes a mí, no al amor que le tienes a esta gentuza -respondió él.
-En ese caso, lo único que amas de mí es lo que te interesa a ti, y eso se llama egoísmo -añadió ella.
Al no amar a su suegra y a aquellos pobres, no respetaba los sentimientos de amor que tenía su esposa hacia ellos; por lo tanto, tampoco la amaba a ella.
Pues bien; el que no ama a los demás, buenos o malos, tampoco respeta los sentimientos de amor que tiene Cristo hacia ellos, y por lo tanto no ama a Cristo. Para amar a Cristo, de verdad, hay que amar al prójimo. Y el amor al prójimo es la mejor manera de comprobar que de verdad amamos a Dios y que no todo se queda en palabras, más o menos bonitas, dirigidas a Él.
Al fin y al cabo, al final de nuestras vidas seremos examinados del amor al prójimo; y esto nos lo recuerda aquella bella canción: «Al atardecer de la vida me examinarán del amor...».


(B)

Los creyentes –a pesar de los problemas de la vida- debemos tener esperanza y vivir con esperanza, porque creemos y confiamos en Jesús.
Pero, lo que los creyentes no podemos hacer, es vivir como personas que desconocen o se desentienden de la presencia del mal en el mundo, que aparece bajo mil formas: hambre, injusticia, pobreza, enfermedad.
Hoy, día del enfermo, nos planteamos un mal real y universal: la enfermedad.
La enfermedad es una experiencia personal y una realidad universal.
Poderosos y débiles, ricos y pobres, sabios e ignorantes, todos están (estamos) expuestos al riesgo de la enfermedad.
El progreso de la ciencia, de la medicina ha aliviado muchas dolencias y vencido muchas enfermedades, pero aparecen otras nuevas, como el “cáncer” y el “sida”, que nos recuerdan que todos podemos pasar por la experiencia de la enfermedad.

En este domingo del enfermo debemos plantearnos:
Qué enseñanza podemos sacar de la experiencia de la enfermedad.
La enfermedad puede ayudarnos a descubrir la fragilidad y los límites de nuestra condición humana.
A cuestionar el “culto” que damos muchas veces a nuestro cuerpo.
A poner a prueba nuestra seguridad y nuestro orgullo, ya que la enfermedad puede echar por tierra todos nuestros planes.
La enfermedad puede ayudarnos a conocernos mejor a nosotros mismos, descubriendo si somos o no somos capaces de hacer frente a los problemas de la enfermedad.

La enfermedad ajena puede ayudarnos a preocuparnos más de los demás y no preocuparnos sólo de nosotros mismos.
En cualquier caso, la enfermedad nos plantea a los creyentes, una serie de interrogantes:
¿Hago yo algo por aliviar la soledad y el sufrimiento de los enfermos?
¿Veo en el enfermo, no a un ser inútil, sino a un ser que sufre y que necesita compañía, comprensión y cariño?
¿Estoy dispuesto a hacer algo por los enfermos?

Recordemos, para acabar, aquellas palabras de Jesús: “Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para vosotros, porque estuve enfermo y me visitasteis...”

(C)

Celebramos hoy el día del enfermo. Y quisiera hacer alguna consideración a este respecto.
Lo primero, decir, que el dolor es un misterio al que hay que acercarse con los pies descalzos, como Moisés se acercó a la zarza ardiente. Nada realmente más grave que acercarse al dolor con sentimentalismos y, no digamos, con frivolidad.
Y quizá, una primera consideración que yo haría es la de la “cantidad de dolor que hay en el mundo”, agravado en estos tiempos por los medios de comunicación que en seguida nos informan de la muerte que se ha producido en la otra parte del mundo.
Es cierto, que hoy se lucha más y mejor que nunca contra el dolor y la enfermedad. Pero no parece que la gran montaña del dolor disminuya. Incluso, cuando hemos derrotado una enfermedad aparecen otras. Sé que es amargo y doloroso decir esto, pero en lo que respecta al dolor, la enfermedad y la muerte, podemos ganar muchas batallas, pero la guerra la tenemos perdida.
Y aunque la enfermedad y el dolor son un misterio, me atrevo a formular algunas respuestas parciales.
Una primera, sería, que dedicarnos a combatir el dolor es más importante y urgente que dedicarnos a hacer teorías y respuestas sobre él.
En la vida de Buda se cuenta la historia de un hombre que fue herido por una fecha envenenada y, cuando acudieron a curarlo, exigía que, antes, le respondieran a tres preguntas: quién disparó la flecha, qué clase de flecha era y qué tipo de veneno se había puesto en la punta. Por supuesto que el hombre se murió y nadie había respondido a sus preguntas.
Igual pensáis que el cuento de Buda es una pura fábula. Y, sin embargo, es cierto que el hombre ha gastado más tiempo en preguntarse por qué sufrimos, que en combatir el sufrimiento. Por eso ¡benditos sean los médicos, las enfermeras, cuantos se dedican a curar cuerpos o almas, cuantos luchan por disminuir la montaña de dolor que padecen los hombres!
Una segunda respuesta parcial, es aquella que nos ayude a ver a nosotros y a enseñar a los demás que el dolor es una herencia de todos los humanos sin excepción.
Uno de los grandes peligros de la enfermedad es que empieza convenciéndonos de que nosotros somos los únicos que sufrimos en el mundo, o en todo caso, los que más sufrimos. Una de las caras más negras del dolor es que tiende a convertirnos en egoístas, que nos incita a mirar sólo hacia nosotros. Un simple dolor de muelas nos empuja a creernos la víctima número uno. Si en un telediario nos muestran miles de muertos, pensamos en ellos durante dos minutos, pero si nos duele el dedo meñique gastamos las veinticuatro horas del día en autocompadecernos. Salir de uno mismo es muy difícil, salir de nuestro propio dolor es casi un milagro. Y tendríamos que empezar por ese descubrimiento del dolor de los demás para medir y situar convenientemente el nuestro.
Hay que tratar de no mitificar nuestro dolor o no volvernos contra Dios y contra la vida como si fuéramos las únicas víctimas. Cuando vas conociendo a los hombres descubres que todos estamos mutilados de algo. Hay a quien le faltan los riñones, o le sobra un cáncer, o le falta un brazo o trabajo, o tiene un amor no correspondido, o un hijo muerto... Y muchos, que quisieron ser actores o médicos, hoy, trabajan en una oficina. Otros tienen un hijo drogadicto, o hubieran querido tener una cultura que no pudieron adquirir. Todos. Todos...
¿Qué derecho tengo a quejarme de mis carencias como si fueran las únicas del mundo?
La tercera gran respuesta es la que enseña a ver los aspectos positivos de la enfermedad. Dejando de lado una seudoespiritualidad cristiana que hablaba de las excelencias del dolor, hay que decir, que en la mano del hombre está el conseguir que ese dolor sea ruina o parto.
Yo nunca me imagino a Dios, mandando dolores a sus hijos sólo para probarlos. El dolor es más bien una parte de nuestra condición humana, deuda de nuestra raza atada al tiempo. Por eso hay que decir que no hay hombre sin dolor.
Lo que Dios, sí, nos da, es la posibilidad de que ese dolor sea fructífero. El hombre tiene en sus manos ese don terrible de conseguir que su propio dolor y el de sus prójimos se convierta en vinagre o en vino generoso. Y tenemos que reconocer con tristeza que desgraciadamente son muchos más los seres destruidos por la amargura que aquellos que saben convertirlo en fuerza y alegría. Por esto, el verdadero problema del dolor no es su naturaleza, sino su sentido. Ahí es donde se retrata un ser humano, la manera de sufrir es el más grande testimonio que un alma da de sí misma: Así ocurre que hay supuestos “grandes” de este mundo que se hunden en la primera tormenta, mientras que “pequeñas” personas son maravillosas cuando llega la angustia. Un hospital es siempre como una especie de juicio final anticipado.
Desde esta premisas llego a un conclusión: me interesa más una vida plena que una vida larga. El valor de una vida no se mide por los años que dura, sino por los frutos que produce. De ahí, que ante la enfermedad, pase lo que pase, a lo que no tenemos derecho es a desperdiciar nuestra vida, a creer que porque estoy enfermo tengo disculpa para no cumplir con mi deber o a amargar la vida a los que me rodean.
Y me veo obligado a subrayar que la verdadera enfermedad del mundo es la falta de amor, el egoísmo. ¡Tantos enfermos amargados porque no encontraron una mano compasiva y amiga! ¡Qué fácil, en cambio, seguir cuando te sientes amado y ayudado!
Nunca en nuestra vida haremos algo mejor que querer a nuestros enfermos, sostenerlos y sonreírles. Hay en el mundo un déficit de compasión.

(D)

Hoy se celebra en la Iglesia el día del enfermo. La enfermedad es una limitación humana, una carga que deben soportar, tanto el enfermo como les que le atienden.
Dios es vida. Cristo vino para que tengamos vida en plenitud. Y la enfermedad es falta de vida. Por eso, Cristo curaba a los enfermos. Por eso la Iglesia, debe cuidar a los enfermos. Por eso, nosotros debemos volcarnos sobre los enfermos con amor. No podemos curar a todos los enfermos, ni siquiera Cristo lo hizo; pero sí podemos volcar sobre ellos nuestra ternura y nuestra solidaridad, nuestra estima y nuestro respeto o simplemente nuestra mirada.
Raúl Follerau solía contar una historia emocionante: visitando una leprosería en una isla del Pacífico le sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaban con un “gracias” cuando le ofrecían algo. Entre tantos cadáveres ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano. Cuando preguntó qué era lo que le mantenía a este leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y allí esperaba. Esperaba hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos un rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía también. Luego el rostro de mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era –le explicaría, después el leproso- su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor.
“Al verla cada día –comentaba el leproso- sé que todavía vivo”.
No exageraba: vivir es saberse queridos, sentirse queridos. por eso tienen razón los psicólogos cuando dicen que los suicidas se matan cuando han llegado al convencimiento pleno de que ya nadie les querrá nunca. Porque ningún problema es verdadero y totalmente grave mientras se tenga a alguien a nuestro lado.
Por eso yo no me cansaré de predicar que la soledad es la mayor de las miserias y que lo que más necesitan de nosotros los demás, no es nuestra ayuda, sino nuestro amor. Para un enfermo es la compañía sonriente la mejor de las medicinas. Para un viejo no hay ayuda mejor como un rato de conversación sin prisas y un poco de comprensión en sus rarezas.
Y, asombrosamente, la sonrisa –que es la más barata de las ayudas- es la que más tacañeamos. Es mucho más fácil dar un euro a un pobre que dárselo con amor. Y es más sencillo comprarle un regalo al abuelo que ofrecerle media hora de amistad.
¡Todo sería, en cambio, tan distinto si les diéramos cada día una sonrisa de amor desde la tapia de la vida!
A veces la mejor medicina es la cercanía, la comprensión cordial.
Un viejo militar francés fue gravemente herido en la última guerra mundial. Al explotarle una granada, perdió las manos y los ojos. Luego fue diácono permanente, casado y con cinco hijos. Hablaba siempre con emoción de lo que le hizo cambiar, lo que fue su conversión. Habla de aquella vieja amiga, aquella enfermera no creyente. “Ella puso simplemente su mano sobre mi hombro, arrimó su frente sobre mi frente”. Era al mismo tiempo el signo de impotencia y la expresión silenciosa de su amistad. Un testimonio de amor. Aunque no le devolviera sus ojos, ya veía.
Este debe ser el gesto cristiano de cara al enfermo; acercarse a él, ponerle la mano sobre la herida, compartir su dolor, aliviarlo en lo posible...
Y a lo mejor descubrimos que en vez de darle nosotros a él, es él quien nos da a nosotros. Porque siempre es así: es más lo que recibimos que lo que damos.


Oración de los fieles

(A)

A Dios nuestro Padre, que está con nosotros, que nos escucha y que nos ama, le presentamos confiadamente nuestras necesidades.

Te pedimos, Padre, por tus hijos enfermos, los que sufren en su cuerpo o en su alma, que encuentren salud, consuelo y fortaleza.
Te pedimos, Padre, por los que atienden y cuidan a los enfermos, que lo hagan con cariño.
Te pedimos, Padre, por todos nosotros, que sepamos respetar y acompañar a los enfermos, y aliviarles con nuestra presencia.
Te pedimos, Padre, por los enfermos del Espíritu, los que no tienen fe ni esperanza, ni encuentran sentido a su vida, para que al menos reconozcan su enfermedad.
Te pedimos, Padre, por la Iglesia, para que sea sacramento de salud y salvación.

Te pedimos, Padre, por medio de Jesucristo, que des salud y gracia a los enfermos y nos concedas a todos aumento de vida y salvación. Por JNS...

(B)

Pidamos a Dios, que nos protege y regala con su infinita misericordia:

Por todos los que sufren enfermedad y dolor, para que sean respetados y aliviados en sus sufrimientos. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por todos los que cuidan a los enfermos, para que lo hagan con cariño y delicadeza. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por la Iglesia, por todos los discípulos de Cristo, para que prolonguen su misericordia y compasión con los que sufren. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por los enfermos que conocemos o están más cerca, para que unan sus dolores a la Pasión de Jesús. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por todos nosotros, para que sintiéndonos amados y protegidos de Dios, seamos testigos de su amor, especialmente con los más necesitados. ROGUEMOS AL SEÑOR...

Míranos, Padre, con amor, que todos sintamos tu protección paternal. Por JNS...

(C)

Con la confianza con que los hijos se acercan a un Padre lleno de bondad y de ternura, presentamos ahora nuestra oración, diciendo: ¡Ayúdanos, Señor!

Por la Iglesia, de la que formamos parte, para que los problemas que nacen del anuncio del Evangelio no puedan quitarnos el ánimo ni la esperanza. Oremos.
Por todos los que llevamos el nombre de cristianos, para que nuestra vida y entrega haga a otros preguntarse por Dios y descubrirle en la vida. Oremos.
Por todos nosotros aquí reunidos, para que sepamos hacer unidad de vida, unidad de lo que somos y sentimos, y vivamos en fidelidad al Padre y a los hermanos. Oremos.
Por nuestra comunidad parroquial, para que vivamos la alegría de saber que no estamos solos, que Jesús Resucitado nos promete su Espíritu y nos llama a la Vida plena. Oremos.

Atiende, Padre, nuestras súplicas y ayúdanos a vivir amando a tu Hijo y mostrando ese amor en nuestro constante cumplimiento de su voluntad. Te lo pedimos por Jesucristo

(D)

Es bueno preguntarnos a quién nos dirigimos al rezar en la salud y en la enfermedad; en el dolor y en la alegría; cuando vivimos y cuando nos llega la hora de la muerte.
Respondemos a cada petición con un momento de silencio oracional.

M1.- ¿A quién oramos?. Oremos a un Dios Creador que nos habita y nos transforma.
M2.- Ayúdanos, Señor, a experimentar tu presencia en nuestras vidas. Oremos en silencio.

M1.- Oremos a un Dios Padre con corazón de madre que nos hace hijos y hermanos.
M2.- Ayúdanos, Señor, a vivir sintiendo el calor de la amistad. Oremos.

M1.- Oremos a un Dios, que por su Espíritu nos hace acogedores y hospitalarios.
M2.- Ayúdanos, Señor, a acoger con ternura a tantas personas enfermas que sufren solas y abandonadas. Oremos.

M1.- Oremos a un Dios espacio abierto donde nacer y morir.
M2.- Ayúdanos, Señor, a gozar de la vida y a contemplar la muerte con esperanza. Oremos.

M1.- Oremos a un Dios crucificado y resucitado, que rompe todos nuestros esquemas.
M2.- Ayúdanos, Señor, a confiar en Jesús, muerto y resucitado, Señor de la vida y de la muerte. Oremos.

Te lo pedimos por JNS.

Ofrenda

Medicinas

En el Evangelio de hoy hemos escuchado las “recomendaciones y promesas” de Jesús a sus discípulos.
Recomendaciones: que os améis, que me améis, que améis a mi Padre.
Promesas: No estaréis solos. Os mandaré al Espíritu Santo que será vuestro Defensor, vuestra Fuerza y vuestra Verdad.
En este último domingo de Pascua, dedicado a recordar a todos los que sufren enfermedades, presentamos como ofrenda unos medicamentos, como un compromiso de atender y cuidar a quienes necesiten de nuestra atención y cuidado.


Prefacio...

Realmente es justo y necesario
reconocerte como el Dios Padre que eres,
como el Dios del Amor y de la esperanza,
que nos llamas a trabajar por tu Reino,
a vivir como hermanos,
a conseguir que ni uno de tus hijos más pequeños
pase hambre, padezca injusticia,
se encuentre solo o sufra por cualquier causa.
Y aunque nos falta mucho para alcanzar esa meta,
aunque te decepcionamos con demasiada frecuencia,
no podemos olvidar que tú estás siempre a nuestro lado,
pase lo que pase y a pesar de nuestro pecado.
Por eso, unidos a toda la creación,
queremos entonar un himno en tu honor diciendo:

Santo, Santo, Santo...

Padrenuestro

Si Jesús no nos hubiera enseñado esta oración y el Espíritu no las hubiera puesto en nuestros labios, no sabríamos que Él es nuestro Padre y nos faltaría la confianza que hoy nos lleva a decir: Padre nuestro...

Nos damos la Paz

Rebosando felicidad y alegría, la que nos produce el encuentro con el Resucitado, compartamos hoy también la paz que Él nos trajo...

Comunión

En la esperanza de su vuelta, recibamos al Señor que quiere hacer de nosotros lugar de su presencia. Él es el Pan de la Vida y del consuelo. Por eso, dichosos los invitados a la Mesa del Señor...

En el silencio de la comunión

En este día del enfermo, queremos tener un recuerdo especial para los profesionales de la salud.
Queremos apreciar los valores éticos y evangélicos de su profesión, así como, reconocer su carisma de curación.
En su ejercicio profesional pueden hacerse presentes los valores de solidaridad, compasión, respeto, gratuidad y reconciliación.
Los profesionales de la salud, en tanto que cuidadores, necesitan ser cuidados. Son sanadores heridos que necesitan ser atendidos y cuidados.
Por eso, la comunidad cristiana ora por ellos y con ellos y celebra su compromiso y su servicio a los enfermos.

Oración de envío:

Yo no soy el Amor,
pero Dios quiere amar a través de mí
a todos los seres.

Yo no soy la Luz,
pero mi vida es una llama que se alimenta
en la búsqueda sincera de la verdad.

Yo no soy la Palabra,
pero en mi silencio cargado de imperfecciones
se cultiva la flor más bella

Yo no soy la Santidad,
pero en todas mis reconocidas imperfecciones
se cultiva la flor más bella de la humildad.

Yo no soy el Salvador de nadie,
pero el Salvador de todos quiere
apoyarse en mí
para seguir salvando.

Yo no sé quién soy,
pero me basta con saber que Alguien lo sabe
y me lo va diciendo paso a paso.

Para la reflexión

En la calle vi a una niña tiritando de frío con un ligero vestido
y con pocas perspectivas de conseguir comida decente. Me encolericé con Dios:
¿Por qué lo permites? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?
Durante un rato largo Dios guardó silencio.
Pero aquella noche, de improviso, me respondió:
Ciertamente que he hecho algo: Te he hecho a ti.

Bendición

Podemos ir en paz y llevar con nosotros el Espíritu de Cristo, para que nuestras actitudes y mentalidad sean las del mismo Cristo, y nuestra vida sea la vida del Señor.
No tengamos miedo de dar testimonio de él, ya que él mismo es nuestra fortaleza.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.


Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya.
Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya.

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WebJCP | Abril 2007