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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequéticos: V Domingo de Pascua (Jn 14,1-12) - Ciclo A
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miércoles, 18 de mayo de 2011

Materiales liturgicos y catequéticos: V Domingo de Pascua (Jn 14,1-12) - Ciclo A



Monición de entrada

(A)
“¿A dónde vamos en la vida, o para qué vivimos?”, es la pregunta más importante que tenemos que hacernos. Muchos no saben qué respuesta dar. Incluso nosotros, cristianos, a veces nos sentimos perdidos. Sin embargo no habríamos de sentirnos así, ya que tenemos a Jesús que nos muestra el camino, que es nuestro camino hacia Dios. Jesús es no solamente nuestro camino, sino también nuestro compañero al caminar. Que él nos muestre su camino aquí y ahora, en esta eucaristía.

(B)

¡Qué triste es perder el camino; buscar a una persona o una dirección que no podemos encontrar! Y, más triste todavía: cuando nos sentimos totalmente “perdidos”, cuando no sabemos dónde estamos en la vida, cuando todo parece confuso y sin sentido. Hoy Alguien -Jesús mismo- nos habla en el Evangelio, y nos dice: No sólo “os voy a mostrar el camino”, sino “YO SOY EL CAMINO”. Venid conmigo, seguidme, os voy a llevar a vuestra meta en la vida. Os voy a llevar de manera segura al Padre y a los hermanos, e incluso a lo más auténtico de vosotros mismos. Vivid como yo he vivido, pues yo soy el camino, la verdad y la vida.

(C)

Jesús empieza a despedirse de sus discípulos y trata de animarlos, diciéndoles: No perdáis la calma. Creed en Dios y creed en mí.
Palabras que no pierden actualidad y que también a nosotros nos pueden ayudar en tantas ocasiones y momentos de la vida.
Más tarde, Jesús les promete que no les dejará solos; que les mandará su Espíritu; que se acordará siempre de ellos y que un día volverán a estar todos juntos.

(D)

El deseo de saber dónde está Dios y cómo es Dios es una de las primeras y más profundas curiosidades de los niños y suele pervivir en los mayores.
Al deseo manifestado por los discípulos de saber dónde está Dios y cuál es el camino para llegar hasta él responde Jesús: Dios no necesita casa ni espacio. Pero si queremos entendernos, el lugar donde está Dios se llama “la casa del Padre” y en esa casa hay muchas moradas. El camino para llegar al Padre soy yo mismo.
Y dice algo más que no le habían preguntado: que viéndole a él podemos estar viendo al Padre y que el Padre actúa por medio de él de manera peculiar al resucitarle y glorificarle.
A Jesús glorificado y presente entre nosotros invocamos al comenzar esta celebración.

(E)

Una pregunta que tantos hombres y mujeres se han hecho a lo largo de la historia: ¿Quién es Dios?
En un momento, la persona de Jesús obstaculiza la visión del Padre. Felipe dice a Jesús: “Muéstranos al Padre”. Jesús le responde: “¿Tanto tiempo con vosotros y aún no me conoces y aún no conoces que el Padre y yo somos una misma cosa y aún no conoces que, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre...?”
Es la ausencia de Jesús lo que va a permitir a los discípulos la plenitud de la verdad que Él es. En definitiva, estamos ante una experiencia humana corriente: es preciso tomar distancia de las cosas, de las personas, para poder “entenderlas” en toda plenitud, para poder ir más allá de las apariencias. Hay ausencias, que por dolorosas que sean, son esenciales para descubrir la verdad.

Saludo

Que el Señor Jesucristo, Camino, Verdad y Vida de los hombres, esté con todos vosotros...

Aspersión

El agua nos sirve para refrescar nuestros cuerpos, nos ayuda a quitar la sed, el agua es vida para las plantas, animales y todo ser viviente.
La Iglesia se sirve del agua para significar la gracia del bautismo.
Vamos a invocar la ayuda del Señor para que descienda su fuerza sobre esta agua y así nos ayude a renovar nuestras promesas, las de nuestro bautismo.

Señor Dios, que hiciste pasar a pie el mar Rojo a los israelitas, para que así quedasen libres de la esclavitud de los egipcios.
Señor Dios, que quisiste que Cristo, tu Hijo, recibiera el abutismo en las aguas del Jordán.
Mira con bondad a los que te suplicamos y que baje tu fuerza sobre esta fuente.
Que esta agua reciba, por el Espíritu, la gracia de Cristo para que nos regenere de todo mal, muramos al pecado y renazcamos a la vida
Te pedimos, Señor, que tu fuerza descienda sobre esta agua, para que los que han sido sepultados con Cristo, renazcan a la vida.
Por JNS...

El sacerdote realiza la aspersión, mientras se canta un canto...

Que Dios nuestro Padre que nos ha dado una vida nueva por el agua y el Espíritu, nos confirme en la fe, y realice en nosotros la obra emprendida por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


Escuchamos la Palabra

Monición a las lecturas

La primera lectura nos habla de cómo la comunidad va haciendo frente a los problemas y nuevas situaciones que se les presentan, y cómo apoyados por el Espíritu las van resolviendo.
Escuchemos atentos la Palabra que hoy nos dirige el Señor.


Lectura de los Hechos de los Apóstoles

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los apóstoles convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra.
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquia. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

Palabra de Dios

Salmo 32

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

+ Lectura del santo Evangelio según San Juan

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: - No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice: - Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde: - Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
Felipe le dice: - Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica: - Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.

Palabra del Señor

Homilías

(A)

Nuestra Iglesia no nació hecha y terminada. A lo largo de casi dos mil años de historia se ha ido adaptando para poder dar respuesta a las necesidades que han ido apareciendo en cada momento. La primera lectura cuenta cómo la Iglesia primitiva tuvo que dar respuesta a un problema que surgió en la comunidad cristiana de entonces.
En aquel momento, los apóstoles tenían un excesivo protagonismo: ellos eran los que bautizaban, predicaban, visitaban comunidades, presidían, confirmaban en la fe a los bautizados y atendían las necesidades de los pobres. Eran demasiadas tareas para poder hacerlas todas bien. Y surgió el malestar en la comunidad. Las viudas de habla griega se quejaban de que eran peor tratadas en sus necesidades que las viudas de lengua hebrea. Entonces los apóstoles convocaron a los cristianos como para una asamblea parroquial y propusieron a la comunidad una nueva forma de actuar. Decían: «No está bien que nosotros dejemos de anunciar la palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas». Desde ese momento, los apóstoles se dedicarían a predicar y a la oración, y eligieron a siete hombres para que se encargaran de atender las necesidades de los pobres. Así surgía el primer grupo de acción social en la Iglesia. No era bueno que todas las tareas de la comunidad recayeran sobre las espaldas de los apóstoles. Los primeros cristianos aprenden a participar en las variadas tareas de su comunidad y toman conciencia de algo muy bonito: que no son espectadores pasivos, que todos tienen algo que hacer en su comunidad, que todos son sacerdotes.
Me cuesta trabajo recordar esto ahora porque hay pocas cosas en la teología cristiana tan olvidadas. Al afirmar el sacerdocio de los laicos, mucha gente pone cara de asombro o de incredulidad, como si estuviera diciendo despropósitos.
Aquellos primeros cristianos tomaron conciencia de su capacidad de acción en la comunidad cristiana, y esa conciencia se refleja en los escritos que nos dejaron. Luego, con el paso del tiempo, todo esto se fue perdiendo y fue apareciendo el protagonismo clerical. El cura lo hacía todo o casi todo en la comunidad cristiana. Los demás cristianos estaban de oyentes. Los frutos de esa práctica excluyente aún los estamos padeciendo en la vida mortecina de muchas parroquias.
Pero entre todos habremos de provocar un cambio de mentalidad.
La Iglesia está dejando de ser “un asunto de curas y monjas” para convertirse en la comunidad de todos los que se sienten seguidores de Jesús.
Los sacerdotes hemos de renunciar a tanto protagonismo... La Iglesia no es nuestra. No hemos de acapararlo todo. Al contrario, una de nuestras tareas más importantes hoy ha de ser animar y estimular la responsabilidad de todos...
Los laicos, por vuestra parte, tendréis que superar la pasividad y la inhibición cómoda de quien se instala en la Iglesia como “espectador” o “cliente”, dispuesto a recibir, pero no a aportar.
Si alguien me preguntase cuál ha sido la mayor de las herejías y la que más daño ha hecho a la Iglesia a lo largo de su historia, creo que respondería sin vacilar que esa, tan extendida todavía hoy, de que la “Iglesia son los curas y los obispos”, y que los seglares serían simplemente oyentes, los que se limitan a obedecer y cumplir lo que los curas guisan y comen ellos solos...
Nada más grave podría pasarle a una comunidad que tener el 98% de su cuerpo paralítico...
La verdad es que teológicamente siempre estuvo claro que la “Iglesia somos todos los que hemos sido bautizados y creemos en Jesús”, pero a la hora de la práctica las cosas han sido y siguen siendo bastante restringidas. Los cristianos de la Iglesia primitiva no entenderían esto. Para ellos era claro que convertirse al evangelio era incorporarse vitalmente a la acción misionera de la Iglesia. Predicaban los sucesores de los Apóstoles, pero ayudaban todos, participaban todos.
Hoy, aún, estamos lejos de que esto se haga realidad entre nosotros... Hay que iniciar una nueva historia en la que hay que dar muerte al clericalismo de los curas y a la comodidad de los seglares. Porque en un mundo que cuenta con seis mil millones de habitantes, de los cuales al menos mil quinientos millones no tienen fe alguna, no parece demasiado inteligente que el 98 % de los cristianos siga pensando que eso de la evangelización es una cosa que hace dos mil años encargó Cristo a los curas...
La Iglesia es de todos y la hemos de hacer entre todos.

La comunidad cristiana es como un edificio, como un templo de Dios, y todos nosotros somos piedras vivas. Pero no se nos olvida que la piedra angular, la piedra importante, la piedra sobre la que nos apoyamos todos es Jesucristo. No hay otra. Por Jesús conocemos a Dios, nuestro Padre, y nos disponemos a llevar una vida de amor a Dios y de servicio a nuestros hermanos. Proclamamos que él es el camino, la verdad y la vida. Habrá otras gentes que elijan otros caminos. Nuestro camino hacia Dios pasa por Jesucristo. Y esto es lo que celebramos y saboreamos en cada eucaristía.

(B)

Estas palabras que acabamos de escuchar en el evangelio: “No perdáis la calma”. “Creed en mí”. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, forman parte del testamento de Cristo; son palabras de despedida de Cristo a sus amigos. Palabras profundas y consoladoras.
Lo primero es una invitación a la “paz interior”: “No perdáis la calma. Creed en mí”.
No sufráis por mi marcha, nos viene a decir Cristo, porque seguiré junto a vosotros, hasta que nos encontremos definitivamente con Dios.
Pero, para poder encontrarnos un día con Dios, tenemos que seguir un camino, tenemos que seguir a Jesús, porque “Él es el camino, la verdad y la vida”.
A través de la historia, al hombre se le han ofrecido incontables caminos, para ser feliz, para conseguir la plenitud.
Se nos ha ofrecido:
El camino del dinero, de la riqueza: que da felicidad durante algún tiempo, pero al final esclaviza y degenera.
El camino del éxito, de la fama: que suele acabar entonteciendo, suele acabar en orgullo y soberbia.
El camino del placer: que también da felicidad durante un tiempo, pero acaba embotando la mente y degradando.
El camino del poder: que normalmente acaba en abuso y en tiranía.
El camino de la violencia, de la fuerza: que acaba destruyendo.

¿Cuál es el camino de Cristo?
¿Cuál es el camino que Cristo nos invita a seguir?

El camino del amor, de la amistad, de la comprensión.
El camino de la fraternidad, de la solidaridad.
El camino de la paz, de la no violencia.
El camino del perdón.
El camino de la sencillez, de la humildad.

Y Cristo es nuestro camino, porque todo lo que nos enseñó, Él fue el primero en vivirlo.
Cristo amó, fue comprensivo, fue humilde y sencillo; perdonó, fue pacífico, solidario...
Y solamente quien es así puede decir: Yo soy el camino, la verdad y la vida.

(C)

El evangelista S. Juan ha sabido resumir en términos inolvidables lo que Jesús significaba para las primeras comunidades creyentes: “YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA”.

Los hebreos del desierto, sabían muy bien que uno puede seguir mil caminos diferentes por las áridas tierras del Arabá y dejarse atraer por mil rastros distintos. Pero, si no acierta con el camino verdadero, puede darse por hombre muerto.
Los griegos que escuchaban en sus plazas a los filósofos, oían hablar de verdades muy diferentes a cada uno de ellos. Pero ¿dónde encontrar la verdad? ¿quién puede ayudar a descubrirla?
Los hombres de todos los tiempos queremos vivir. Vivir más, vivir mejor. Pero, vivir ¿qué?, vivir ¿para qué?.
¿Qué es vivir la vida? ¿Qué hay que hacer para acertar a vivir?
Preguntas tremendamente elementales y sencillas a las que no es tan fácil responder.
Y, sin embargo, el Evangelio nos dice que Jesús es el CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.
Los caminos que se ofrecen al hombre para conseguir la meta de su plenitud y de su felicidad, son incontables.
Los políticos, los científicos, los filósofos, los teólogos de todos los tiempos, se esfuerzan por convencer de la bondad de sus caminos. Pero Jesús va más allá. No dice: éste es el camino, sino “Yo soy el camino... Nadie va a Dios sino por mí”.

Cristo es el camino...Descartamos, por tanto, otros caminos tortuosos que conducen a la muerte. No al camino del PODER, que esclaviza. No al camino del PLACER, que embota. No al camino del CONSUMO, que cosifíca. No a los caminos de los hombres que no conducen a ninguna parte. El camino no está en la política, ni en la economía ni en las armas, ni en la ciencia, ni en la diversión... El camino está en un hombre: JESÚS DE Nazaret.
Cristo, camino, es decir, la no violencia, la humildad, el perdón, el compartir, el servir, el amor. Todo esto fue encarnado por Jesús, que se convirtió en puerta de acceso a Dios.
Cristo, camino, visible también en el pobre, en el enfermo, en el pequeño, en todo el que sufre. Cristo encarnado en todo hombre. Por eso podemos concluir, que el camino para llegar a Dios pasa por el hombre. No es necesario ir a los santuarios, a Tierra Santa, o al desierto o a la montaña. El camino está más cerca de Ti, está en el hermano, y está incluso dentro de ti mismo. El camino es Cristo; el camino es el hombre; el camino es el pobre. Acércate a cualquier pobre y caminarás derecho hacia Dios.

(D)

Hay una frase en el evangelio de hoy, que creo que podría ser el grito de muchos hombres de nuestro tiempo. Es la frase que Felipe dirige a Jesús: “Muéstranos al Padre y nos basta”.
Creo que ésta es una de las exigencias más urgentes –aunque inconfesadas- del hombre de nuestro tiempo: cristianos, mostradnos a Dios y nos basta...
A nosotros nos corresponde satisfacer esta exigencia.
Y la vida cristiana es una manifestación de Dios o es un miserable montaje.
El mundo de hoy está orgulloso de sus conquistas, se jacta de estar bajo el signo del progreso.
Pero en su carrera anhelante ha terminado por dejar a sus espaldas, muchas cosas importantes: el espíritu, Dios, la oración, la contemplación, el silencio, la atención...
Y se ha olvidado hasta de sí mismo. Ha perdido su propia identidad. Ha perdido el sentido de su gran carrera. Y ya no sabe a dónde va y por qué.
El hombre, está desmemoriado, está distraído.
Pero, también: el hombre está insatisfecho.
Cargado de derechos, puede disponer de placeres y de comodidades que le vienen ofrecidas en abundancia por la técnica, puede concederse todas las libertades a las que llama la sociedad permisiva...
Sin embargo, le falta algo.
Se ha dicho paradójicamente: el hombre de hoy lo tiene todo, y nada más.
No tiene necesidad de dinero. Tiene necesidad, sencillamente, de todo lo que el dinero no puede darle.
El hombre está frustrado. El psicoanálisis subraya los desastres provocados por la represión del instinto sexual.
Pero nadie se preocupa de poner en guardia al hombre moderno contra los desastres provocados por sofocar su instinto de lo divino, de lo trascendente.
“El corazón del hombre ha sido creado lo suficientemente grande para contener a Dios mismo”.
Pero como, parece que, el hombre no se da cuenta de lo que ha perdido, nos corresponde a nosotros volverlo consciente, despertar en él la nostalgia de lo que ha perdido.
En una palabra: se trata de devolverle el deseo de Dios.
Sucede, frecuentemente, que nos lamentamos de la indiferencia, del desinterés de los hombres de nuestro tiempo hacia Dios, hacia las cosas del espíritu.
Un sacerdote decía: “En mi parroquia tengo la impresión de estar en medio de un rebaño de individuos que roncan”. Y ante esta situación es honrado que nos hagamos una pregunta: ¿Y nosotros qué hacemos por despertarlos?
¿Cuál es nuestra capacidad para perturbar?
¿Qué imagen de Dios podemos exhibir?
El Padre Arrupe, en una carta a su Orden, se desahogaba así: “Dejadme que os diga con toda sinceridad que no es a este mundo nuevo al que yo temo. Más bien, me hace temer que nosotros, los jesuitas, tenemos poco o nada que ofrecer a este mundo, poco o nada que justifique nuestra existencia como jesuitas”.
Ahora bien, ¿cuál es don principal de la vida cristiana frente al mundo moderno? Pienso que sea el don de la nostalgia.
Nostalgia de algo distinto. Nostalgia de Otro.
El hombre además del coche, de la TV y de una discreta colección de ídolos, posee en la profundidad de su ser, algo de gran valor: la marca de fábrica.
“Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios lo creó”.
En todo hombre existe esta “marca de fábrica”, tal vez sepultada bajo una capa de polvo y de sueño...
Nuestra tarea, consiste, precisamente en hacer de espejo: avivar esa imagen, hacerla salir a la luz.
Y ojalá, respondamos a este grito de sed de tantos hermanos nuestros, indicándoles, con nuestra vida, la fuente donde pueden saciar su sed.


Oración de los fieles

(A)
Con la confianza que despiertas en nosotros, Dios bueno y acogedor, te expresamos algunas de las necesidades que sentimos importantes para mejorar la vida de nuestro mundo.

- Para que sepamos orientar a las personas, especialmente a los jóvenes, que buscan su camino en la vida. Oremos.
- Para que seamos, con nuestro ejemplo de atención a los pobres y necesitados, luz orientadora de los que buscan la verdad. Oremos.
- Que todas las comunidades cristianas mantengamos el coraje evangelizador y abierto que caracterizó a la Iglesia de los primeros tiempos. Oremos.
- Que la paz de Jesús Resucitado arraigue con fuerza en nuestro mundo y se alejen de todos los pueblos el odio, la violencia y las guerras. Oremos.
- Que concretemos en hechos nuestro amor a los demás, especialmente a los débiles y necesitados. Oremos.
- Que la celebración de los sacramentos nos ayude a dar fruto abundante y a crecer como Comunidad evangelizadora. Oremos.

Dios bueno, escucha nuestra oración que sale de las condiciones lastimosas de nuestro mundo y de nuestro deseo de verlo mejor. Haz que te ayudemos en la hermosa tarea de arreglarlo un poco. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.


(B)

Te presentamos, Padre, nuestras necesidades y la de todos los hombres.

Decimos: Ten misericordia de nosotros.

Mira, Padre, a los que carecen de una vida digna, a los que son víctimas de la injusticia, de la guerra y el terrorismo. Oremos...
Mira, Padre, a los que carecen de salud, enfermos crónicos, deficientes y minusválidos. Oremos...
Mira, Padre, a los que no se sienten libres y no pueden caminar dignamente por la vida, a los esclavos de la droga y el vicio. Oremos...
Mira, Padre, a los que no encuentran sentido a la vida, a los que viven el error o se dejan llevar por el fanatismo. Oremos...
Mira, Padre, a los que no tienen fe, a los que no creen Jesucristo, a los que dudan de todo. Oremos...
Mira, Padre, a los que no tienen esperanza, a los que viven desencantados o deprimidos. Oremos...
Mira, Padre, a tu Iglesia, a todos nosotros, que queremos conocer y seguir mejor a tu Hijo, Jesucristo. Oremos...

Ten misericordia de nosotros, Padre, ten misericordia de todos tus hijos, especialmente de los que más sufren y más la necesitan. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

(C)

Pidamos al Señor que su misericordia venga sobre nosotros, porque en Él hemos puesto toda nuestra esperanza.

Ten misericordia, Señor, de este mundo que no encuentra el camino para solucionar sus problemas.
Ten misericordia, Señor, de los hombres que buscan desesperadamente la verdad y no la encuentran.
Ten misericordia, Señor, de quienes viven desesperados y no encuentran sentido a sus vidas.
Ten misericordia, Señor, de los que no tienen medios para vivir una vida digna.
Ten misericordia, Señor, de los niños, los enfermos, los ancianos y los pobres, que tanto necesitan de ayuda y protección.
Ten misericordia, Señor, de los que viven sin amor, de todos los que viven una vida miserable.
Ten misericordia, Señor, de todos nosotros, para que lleguemos a vivir una vida en plenitud.

Oremos: Ten misericordia de todos los hombres, y que todos puedan ser salvados por tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

(D)

Oremos a Dios, Creador del Universo y Autor de la vida y digámosle:
ESCÚCHANOS, SEÑOR.

Ilumina a la Iglesia, para que sea de verdad madre y maestra. Oremos...
Ayuda a los que trabajan por la paz y la justicia, para que no decaiga su ánimo. Oremos...
Ayúdanos a descubrir tu misericordia y a ser nosotros misericordiosos con nuestro hermanos. Oremos...
Tú que eres “camino, verdad y vida”, guía nuestros pasos por el camino de la verdad y de la vida. Oremos...

Oremos: Escucha, Señor, nuestras súplicas. Fortalece nuestra fe y haz que confiemos siempre en tus promesas. Por JNS...

Ofrenda

Los Evangelios

Jesús se despide de sus discípulos y quiere dejarlos palabras de consuelo: “No perdías la calma, no tengáis miedo; yo estaré con vosotros”.
Y también les deja palabras que iluminen su vida: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Y creer en Jesús como Camino, Verdad y Vida, nos compromete a seguirlo, imitarlo, llenarnos de sus sentimientos.
Presentamos hoy como ofrenda y signo unos Evangelios, como símbolo de que el Evangelio de Jesús, sus enseñanzas son para nosotros Camino, Verdad y Vida y que el Evangelio tiene que ser siempre el fundamento de nuestra fe y la norma de nuestra vida.

Prefacio...

Te damos gracias, Padre,
por la vida que hemos recibido de Ti.
Te damos gracias por los frutos de los creyentes,
que unidos a Ti,
hacen nuestro mundo más humano
y ponen las huellas de tu presencia entre nosotros.
Te damos gracias, Padre,
por aceptarnos en tu cercanía;
porque no te echas atrás
y quieres que nos unamos a Ti,
Vid verdadera,
nosotros, que somos sarmientos de otro arbusto.
¡Cómo podríamos dar frutos de novedad
si la savia que Jesús nos injertó
no corriera por nuestras vidas!
Gracias, Padre,
por haber convertido nuestra esterilidad
en fecundidad.
Gracias, Padre,
por esta unión tan estrecha con nosotros
que nos permite decir:
tu vida es nuestra vida.
Con todos los que se sienten llenos de Ti,
nosotros cantamos y proclamamos:

Santo, Santo, Santo...


Padrenuestro
Hermanos, con las manos unidas, en testimonio de auténtica fraternidad, dirijamos hoy a nuestro Dios y Padre la oración que el propio Jesús nos enseñó: Padre nuestro...

Nos damos la paz
El sabernos cercanos a la verdad y a la vida nos ha de producir una profunda paz interior, la del encuentro con el Señor resucitado. Que la paz del Señor esté con vosotros...

Comunión
Por la comunión entramos en relación profunda con Dios y con los demás, hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Acerquémonos con este espíritu a la mesa del banquete, porque el mismo Señor nos invita a comer su Cuerpo. Dichosos...


Oración

Señor, Jesús,
ábrenos los ojos “al partir el pan”;
que no nos falte la paciencia,
para seguir en los proyectos de los que sueñan
en una sociedad fraterna.
Que no pierdan la esperanza,
los que tienen motivos para seguir esperando.
Que no cesemos de esforzarnos
los que queremos el reino de Dios.
Que no nos dé vergüenza
defender en todas partes lo que es justo.
Que nos decidamos a compartir cada día
nuestro pan y todo lo que tenemos
con los que no tienen nada.
Señor, Jesús,
al calor de tu palabra
infúndenos tu espíritu de amor.
Por JNS...

Bendición

Vamos a regresar a nuestros hogares, pero la Misa no ha acabado realmente.
Tenemos que seguir ofreciéndola en la vida de cada día, es ahí donde con Cristo nos hacemos camino hacia Dios para los hermanos, verdad creíble y fiable, y vida para la gente que nos rodea.
Para poder hacer esto de todo corazón, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.

Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya.
Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya

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WebJCP | Abril 2007