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martes, 26 de abril de 2011

Vocaciones Nativas: Llamadas a la Misión


Por Mons. Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona-Tudela y Director Nacional de OMP España

Hablar de vocación o simplemente pronunciar este nombre no se comprende en la sociedad moderna. Es una palabra que se pone en tela de juicio. Hoy, más bien, se habla de empleo, profesión, posición social, realización laboral o frustración laboral, trabajo o paro… Parece como si solo existiera el trabajo o la profesión como el máximo a lo que cada uno debe aspirar. Es cierto que con el trabajo nos realizamos como personas o nos frustramos si este nos falta, pero el ser humano debe tener aspiraciones mayores: la realización de su personalidad humana y espiritual. Como todo se mide por el rendimiento o por lo que el trabajo comporta económicamente, se ha ido perdiendo aquello que es la esencia propia del mismo. No nos extrañemos de que, como consecuencia, se vean situaciones de ambiciones, corruptelas y desviaciones que indican hasta dónde puede llevar el desenfoque de la auténtica antropología. Por naturaleza el ser humano tiene una vocación, que es la respuesta a una llamada para ejercer, con su esfuerzo y dedicación, el bien que redunde en la sociedad.
La vocación secunda una llamada que se hace viva en la persona, y esa llamada es originada por un protagonista que tiene la cualidad de diseñar nuestra vida y nos convoca para administrar dignamente un proyecto que, si se realiza bien, embellecerá y armonizará a la misma creación. El protagonista, que es Dios, nos ofrece a cada uno las cualidades suficientes para conseguir el fin como objeto de la vocación. Si se ha sido fiel a la vocación, los frutos serán el premio mejor.
Cuando el ser humano margina a Dios, pierde todo; es más, pierde la referencia a la vocación. En la historia de la humanidad lo hemos podido comprobar en muchos momentos: cuanto más el hombre se afirma a sí mismo y se cree totalmente autónomo, más pierde el objeto de su realización. La vocación fundamental del género humano es la del amor, puesto que por Amor es creado y al Amor es llamado.

La dimensión antropológica de la actividad misionera

El “ser para las gentes” es el elemento dinamizante del ser eclesial. Precisamente, la actividad misionera pone a la Iglesia en una permanente búsqueda del hombre concreto para ofrecerle la Buena Noticia de su salvación integral. La acción misionera debe ser una propuesta firme pero respetuosa de la libertad. Como decía el muy pronto beato Juan Pablo II en la última visita a España: “A Cristo se le propone, pero no se le impone”. Esta actitud está basada en la convicción de que el Evangelio constituye un bien para el ser humano y para su realización como persona y como camino de santificación. El cristiano ha de sentirse colmado de un gran amor que Dios le concede, y se hará más evidente que en la entraña misma de su vida lo importante es la filiación divina adoptiva. La fe cristiana ofrece respuestas a los interrogantes más profundos del ser humano y da sentido a su existencia.
Aunque lo primordial de la actividad misionera de la Iglesia se manifiesta en la dimensión trascendente, esta supone e incluye dentro de sus tareas la promoción humana en sí. En este compás entre la actividad misionera y la historia humana con su propia progresividad, la misión de la Iglesia se apoya en la esperanza de la consumación definitiva, y poniendo la mirada en el final, no ha de olvidarse de promover los valores evangélicos. Y esto es verdadera promoción humana, puesto que la fe no disminuye al ser humano, sino que lo dignifica y ennoblece.
La misma teología de la misión ha de subrayar absolutamente que la misión de Cristo Redentor, que se continúa a través de la Iglesia, es principalmente transformación espiritual, la cual ha de repercutir en la transformación integral de la persona y de la sociedad. La Iglesia, anunciando la salvación en Cristo que lleva a la conversión y el bautismo, fundando nuevas comunidades locales, contribuye al verdadero progreso humano salvaguardando la prioridad de su realidad trascendente. La Iglesia fundada y sustentada en Cristo es Reino del Dios vivo que en Jesucristo resucitado hace caminar con mayor firmeza hacia la plenitud escatológica.
La vocación del misionero es una vocación de entrega, ante todo, para llevar la salvación en Cristo a toda la humanidad. Conviene mentalizarse siempre de que la finalidad de la misión es prioritariamente la salvación en el Señor y para que el género humano encuentre el abrazo amoroso del Padre. Que no se desfigure la misión poniendo el acento sobre las realidades humanas que han de cambiar o que hay que cubrir. Alguien desafortunadamente afirmaba que él estaba en la misión para salvar los cuerpos, no las almas; estaba cometiendo un grave error y cayendo en la herejía más absurda sobre el sentido de la misión. Solo tiene sentido misionar si se lleva la salvación en Cristo, que quiere hacernos partícipes de su vida en eternidad. Y esto no significa desentenderse del progreso y la promoción humana en la búsqueda de transformaciones sociales, políticas y culturales que eliminen la injusticia y la pobreza. Pero hay que tener presente que todo ello debe orientarse a Cristo, sabiendo que Él es el que, resucitado y sentado a la derecha del Padre, lleva la historia a su plenitud.

Las vocaciones nativas, profecía de la misión.
Cuanto más santa es la vida del misionero, tanto más eficaz es la misión

Al celebrar los veinte años de la encíclica Redemptoris missio (7-12-1990), que tenía como finalidad subrayar la validez permanente del mandato misionero y de la misión ad gentes en particular, no podemos pasar por alto la labor que están realizando hoy tantos misioneros que han tomado en serio el mandato de Cristo para llevar el Evangelio a todo el mundo. Ante la globalización que se hace cada día más honda y donde las fronteras se desvanecen, no hemos de olvidar que para la misión y los misioneros, sus servidores, se hace más urgente llevar el mensaje liberador de Jesucristo.
El Papa Juan Pablo II, en dicha encíclica, afirma que la acción misionera hacia los pueblos y grupos humanos no evangelizados sigue siendo necesaria, particularmente en algunas áreas del mundo y en determinados contextos culturales. En el centro de la actividad misionera está el anuncio de Cristo, el conocimiento y la experiencia de su amor. Este anuncio no quita la autonomía propia de algunas actividades como el diálogo y la promoción humana, sino que, al contrario, las funda en la caridad difusiva y las encamina a un testimonio siempre respetuoso de los otros en el atento discernimiento de lo que el Espíritu suscita en ellos. No se debe olvidar nunca –continúa el Papa– que la fidelidad del evangelizador a su Señor está en la base de la actividad misionera. Cuanto más santa es la vida, tanto más eficaz es esta misión suya. La llamada a la misión es llamada incesante a la santidad.
Si la Jornada de Vocaciones Nativas nos interpela a todos es por su calado vocacional, de muchos hombres y mujeres que ponen en el centro de su vida la entrega generosa por llevar a todo el género humano el amor de Cristo. La sociedad contemporánea adolece de una gran enfermedad: la falta de sentido en su vida. Las grandes promesas que ofrecían los buscadores y conquistadores de “paraísos perdidos” han fracasado. Sólo quien se afiance en el amor salvador de Cristo encontrará su realización más plena.
Recemos por los que sienten la llamada a ser promotores de la nueva misión: los sacerdotes, religiosos y laicos. Miles y miles de misioneros durante siglos han mostrado la cara auténtica de la vida humana. Hoy, a través de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, que atiende las vocaciones nativas, hagamos lo posible para cooperar y apoyar desde la oración, la ofrenda de sacrificios y la solidaridad económica, con vistas a que nadie se pierda en el recorrido de este hermoso camino de llevar al género humano al encuentro con Cristo.
Roguemos a la Virgen María, auxilio de los misioneros, para que los jóvenes, que celebrarán en Madrid el gran evento de la Jornada Mundial de la Juventud, juntos con el Papa, vivan una explosión misionera y que muchos se sientan interpelados para donarse a favor de la misión y así llegar a tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo que aún no conocen a Jesucristo.

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WebJCP | Abril 2007