Hace muchísimo tiempo existió un diminuto pajarillo. Las plumas verde aceitunado de su espalda contrastaban con el blanco brillante de su cuello y pecho y le daban un hermoso aspecto cuando cruzaba por campos y aldeas.
Un buen día, sobre la cima de una pequeña colina, cercana a su nido, se alzaron tres cruces. En ellas tres hombres sufrían el cruel tormento de la crucifixión. El pajarillo se acercó, con esa curiosidad tímida de las aves. Era mediodía.
Le llamó la atención el hombre que ocupaba la cruz central. Su cuerpo estaba lleno de heridas, sus rodillas eran una llaga en carne viva... y una corona de espinas gruesas hacía sangrar su cabeza.
Aquel pajarillo nunca había contemplado de cerca el dolor. Asustado revoloteó hasta su matorral, sin saber qué hacer. Después de pensar escondido entre la vegetación, se armó de valor: las cosas no podían seguir como estaban. Era urgente hacer algo.
Se posó con cuidado sobre la madera de la cruz. Observó de cerca al hombre y escuchó su respiración acelerada y jadeante. Luego inició un vuelo corto y, sosteniéndose en le aire con el esfuerzo de sus alas, acercó el pico hasta que pudo asir una espina de la corona... Tiró con todas sus fuerzas hasta que logró arrancarla.
Aquel hombre se sintió aliviado, al tiempo que el pajarillo se alejaba, emocionado por el gesto que acababa de realizar. Dejó caer la espina bien lejos y volvió sus alas hacia la cruz, con intención de arrancar otra de las espinas... Y así lo hizo una y otra vez.
Con tantas idas y venidas hasta la frente sangrante, sus plumas blancas se mancharon de sangre. Llevaba el cuello y pecho de un color rojo intenso, pero no le importaba: su única preocupación era arrancar el mayor número posible de espinas para proporcionar a aquel crucificado un poco de alivio.
Poco después aquel hombre moría con una palabra de perdón para quienes le hacían sufrir y una mirada de agradecimiento hacia el pajarillo que no había escatimado esfuerzos para mitigar sus dolores.
En el mismo momento en que aquel hombre bueno expiró, el pajarillo descubrió que la mancha que llevaba en el pecho y cuello, brillaba con una intensidad extraña. Intentó quitársela, pero fue en vano. Permanecía allí como recuerdo y signo de su generosidad.
Desde aquel día hay un pajarillo que cruza nuestros campos y pueblos con una hermosa mancha roja y brillante en su pecho. Cruza los campos con orgullo. Sabe que lleva en sus plumas el recuerdo agradecido que le dejara para siempre Alguien que murió en una cruz para que todos tuviéramos vida. Desde entonces todos le llaman “Petirrojo”, porque lleva su pecho marcado con color rojo.
● ¿Qué sufrimientos -como los que quitaba el petirrojo- hay en nuestro mundo de hoy... cerca y lejos de nosotros?
● ¿Qué haría Jesús al ver todo esto?
● ¿Qué podemos hacer nosotros?
Un buen día, sobre la cima de una pequeña colina, cercana a su nido, se alzaron tres cruces. En ellas tres hombres sufrían el cruel tormento de la crucifixión. El pajarillo se acercó, con esa curiosidad tímida de las aves. Era mediodía.
Le llamó la atención el hombre que ocupaba la cruz central. Su cuerpo estaba lleno de heridas, sus rodillas eran una llaga en carne viva... y una corona de espinas gruesas hacía sangrar su cabeza.
Aquel pajarillo nunca había contemplado de cerca el dolor. Asustado revoloteó hasta su matorral, sin saber qué hacer. Después de pensar escondido entre la vegetación, se armó de valor: las cosas no podían seguir como estaban. Era urgente hacer algo.
Se posó con cuidado sobre la madera de la cruz. Observó de cerca al hombre y escuchó su respiración acelerada y jadeante. Luego inició un vuelo corto y, sosteniéndose en le aire con el esfuerzo de sus alas, acercó el pico hasta que pudo asir una espina de la corona... Tiró con todas sus fuerzas hasta que logró arrancarla.
Aquel hombre se sintió aliviado, al tiempo que el pajarillo se alejaba, emocionado por el gesto que acababa de realizar. Dejó caer la espina bien lejos y volvió sus alas hacia la cruz, con intención de arrancar otra de las espinas... Y así lo hizo una y otra vez.
Con tantas idas y venidas hasta la frente sangrante, sus plumas blancas se mancharon de sangre. Llevaba el cuello y pecho de un color rojo intenso, pero no le importaba: su única preocupación era arrancar el mayor número posible de espinas para proporcionar a aquel crucificado un poco de alivio.
Poco después aquel hombre moría con una palabra de perdón para quienes le hacían sufrir y una mirada de agradecimiento hacia el pajarillo que no había escatimado esfuerzos para mitigar sus dolores.
En el mismo momento en que aquel hombre bueno expiró, el pajarillo descubrió que la mancha que llevaba en el pecho y cuello, brillaba con una intensidad extraña. Intentó quitársela, pero fue en vano. Permanecía allí como recuerdo y signo de su generosidad.
Desde aquel día hay un pajarillo que cruza nuestros campos y pueblos con una hermosa mancha roja y brillante en su pecho. Cruza los campos con orgullo. Sabe que lleva en sus plumas el recuerdo agradecido que le dejara para siempre Alguien que murió en una cruz para que todos tuviéramos vida. Desde entonces todos le llaman “Petirrojo”, porque lleva su pecho marcado con color rojo.
● ¿Qué sufrimientos -como los que quitaba el petirrojo- hay en nuestro mundo de hoy... cerca y lejos de nosotros?
● ¿Qué haría Jesús al ver todo esto?
● ¿Qué podemos hacer nosotros?
HOY TE MIRO CLAVADO EN LA CRUZ
Señor Jesús, hoy te miro clavado en la Cruz
y mi corazón se llena de tristeza.
Al verte así me doy cuenta de todo el amor
que tu Padre Dios nos tiene
al entregarte para que todos nos salvemos.
¡Gracias, Padre Dios,
por tu gran amor!
¡Gracias, Señor Jesús,
por dar tu vida por nosotros!
Hoy te pido por todas las personas
que también sufren la cruz.
Te pido por los enfermos,
los ancianos solos,
los niños que no nacen
y los abandonados,
los padres que están en el paro,
las personas que sufren las guerras...
Ayúdales, Señor, desde tu Cruz.
Señor Jesús, hoy te miro clavado en la Cruz
y mi corazón se llena de tristeza.
Al verte así me doy cuenta de todo el amor
que tu Padre Dios nos tiene
al entregarte para que todos nos salvemos.
¡Gracias, Padre Dios,
por tu gran amor!
¡Gracias, Señor Jesús,
por dar tu vida por nosotros!
Hoy te pido por todas las personas
que también sufren la cruz.
Te pido por los enfermos,
los ancianos solos,
los niños que no nacen
y los abandonados,
los padres que están en el paro,
las personas que sufren las guerras...
Ayúdales, Señor, desde tu Cruz.
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