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domingo, 24 de abril de 2011

Palabra de Misión: Tres son Iglesia / Domingo de Pascua – Ciclo A – Jn. 20, 1-9 / 24.04.11


La Pascua es el momento para reflexionar sobre el misterio de Dios. Eso es lo principal. Sobre todo, el misterio de Dios en Jesús de Nazareth. Pero además, la Pascua es la oportunidad para reflexionar sobre la Iglesia. Jesús ha creado comunidad, y esa comunidad fue re-creando la comunidad original a través de la historia. La maravilla de esa re-creación es que las comunidades subsiguientes no resultaron en mera copia de la primera, en simple emulación. Las comunidades eclesiales, a través del tiempo, intentaron respetar la tradición de Jesús y de los Apóstoles, pero también se fueron adaptando. Esa re-creación realizada como fidelidad creativa hace que todas las comunidades eclesiales sean, como la primera, comunidades originales. En la línea del tiempo no serán las originarias, pero en la línea del Espíritu sí lo son. Somos originalmente Iglesia en este milenio tanto como fueron Iglesia las comunidades de Antioquia o la de Jerusalén. Sí es cierto que, para que la fidelidad sea fidelidad verdadera, siempre hay que recuperar las bases. Esas bases están en la vida, muerte y resurrección de Jesús. Pero el problema no acaba allí, sino que recién comienza, porque la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazareth nos llegan a través de interpretaciones de comunidades que nos antecedieron en el tiempo. La comunidad de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan nos dan su visión de Jesús. Nosotros miramos la existencia del Hijo de Dios a través de los ojos de esas comunidades. Entonces, muchas veces, lo que estamos mirando (leyendo) no es precisamente la acción o las palabras del Jesús histórico, sino la acción o las palabras de la interpretación histórica que hizo tal o cual comunidad sobre Jesús.

Considerando esto, algunos estudiosos bíblicos creen que el relato que leemos hoy (y otros del Evangelio según Juan) realiza un contrapunto entre Pedro y el discípulo amado que está elaborado adrede para manifestar la oposición entre dos comunidades cristianas primitivas, o dos tipos de interpretación cristiana, o dos maneras de vivir el discipulado. Fuerte es la sospecha fundada de que detrás de la elaboración del relato joánico está la figura del Discípulo Amado, personaje de quien no se nos ha conservado el nombre, pero que sería el iniciador y guía pastoral de la Iglesia que luego escribiría el último Evangelio canónico. El Discípulo Amado habría cortado lazos con el resto de las comunidades eclesiales, sobre todo con la corriente jerosolimitana (encabezada por Santiago) y la corriente petrina (representada con más ahínco en los Evangelios según Marcos y Mateo). Con el tiempo habría vuelto la unidad, o el intento de la misma, pero durante la elaboración del cuerpo del libro, esta comunidad joánica habría vivido alejada de las otras, estableciendo sus propios tintes teológicos, su interpretación tan sui generis y su manera particular de vida comunitaria. A la larga, los discípulos del Discípulo Amado se descubrieron ubicados en otra locación del cristianismo, distinta a las comunidades petrinas. Este alejamiento, o distanciamiento, habría provocado la inclusión de escenas donde Pedro y el discípulo amado se muestran en contrapunto, generalmente con victoria del último sobre el primero. Tenemos, por ejemplo, Jn. 18, 15-16, donde el discípulo amado (llamado aquí el otro discípulo) hace que Pedro pueda entrar al patio del Sumo Sacerdote; o Jn. 13, 23-26, donde el discípulo amado, más cercano a Jesús que Pedro en la mesa, se recuesta sobre el pecho del Maestro para hacerle la pregunta sobre la traición. En el texto que la liturgia nos propone hoy, los dos salen corriendo hacia el sepulcro, pero el discípulo amado corre más rápido, y cuando ambos arriban, es el discípulo amado quien ve y cree. La posición de Pedro, evidentemente, queda desprestigiada. Diversos exegetas han buscado una interpretación simbólica satisfactoria al contrapunto de ambos discípulos:

a) Judíos y gentiles (Bultmann): para este estudioso, Pedro es el cristianismo que viene del judaísmo y el discípulo amado es el que viene de la gentilidad. Ese fue uno de los grandes problemas de la Iglesia naciente hace dos mil años. ¿Cómo compatibilizar la enorme tradición judía y sus prácticas religiosas con los gentiles convertidos? ¿Qué hacer con la circuncisión? Los judeocristianos quieren mantener la asistencia al Templo de Jerusalén, las sinagogas, la circuncisión, los rituales de los alimentos. Los gentilcristianos quieren compartir la mesa, no circuncidarse, establecer una nueva manera de celebrar distinta a la de las sinagogas. Uno y otro lado pujan. La Pascua los une. Es una visión más histórica del problema, pero válida par meditar. Al fin y al cabo, siempre la Iglesia se está disputando entre una forma de cristianismo u otra, e inclusive entre varias maneras de ser cristiano. Algunos hacen hincapié en como se venían haciendo las cosas, privilegiando la fidelidad antes que la creatividad; otros privilegian la creatividad, la modificación, lo nuevo que irrumpe. Si entre judeocristianos y gentilcristianos no se alza la Pascua como mediación de paz y comunión, la historia se devora la Iglesia.

b) Ministerio pastoral y ministerio profético (Kragerud): según este autor, Pedro representa a los que pastorean la Iglesia y el discípulo amado a los que profetizan en la Iglesia. Los pastores parecen más abocados a la legislación y los profetas a la denuncia. Inevitablemente, pastores y profetas chocan. Unos porque se ven más relacionados al mantenimiento de una organización eclesial que los otros cuestionan. El profeta, en algún momento, avanza contra la estructura organizativa al descubrir puntos débiles. El pastor intenta detener los embates intempestivos para canalizarlos. Por eso se produce el choque. Son dos maneras de situarse frente a la comunidad. Si el pastor y el profeta no aprenden a convivir, la Iglesia se cae, se desmorona. En la Pascua, nuestro pastor y profeta nos indica el camino ideal del pastoreo (dar la vida) y el camino ideal del profetismo (combatir la injusticia de las víctimas). Cuando ambos ministerios son vividos en la línea de Jesús, en su manera más plena, no tienden al enfrentamiento, sino a la complementariedad.

c) Rostro contemplativo y rostro oficial (Brodie): la diferencia, en este caso, es complicada. El autor sugiere que el discípulo amado es la Iglesia contemplativa, la que cree y experimenta místicamente las verdades de fe. Pedro vendría a representar la Iglesia oficial que está obligada a comprobar y demostrar su fe para afianzar en la fe al pueblo de Dios. Lo que la contemplación encuentra como prueba indubitable, la oficialidad debe pasar por el tamiz más preciso posible para no caer en errores. Mientras en Pedro hablaríamos de un magisterio institucionalizado, en el discípulo amado tendríamos el sentir eclesial, lo que se vive a flor de piel, en pura emoción. La Iglesia oficial se ve forzada a detener la emoción para examinarla y determinar cuánto hay en ella de Dios y cuánto de sentimentalismo meramente humano. En la Pascua, ambos rostros eclesiales se acercan al misterio de la resurrección desde ópticas diversas: Pedro (oficial) necesita una corroboración para que sus hermanos tengan la certeza que él quiere llevarles; el discípulo amado ha contemplado la maravilla de Dios, que no podrá compartir oficialmente, pero sí invitando a la experiencia, para que otros sientan como él sintió al ver la tumba vacía.

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La Iglesia institucional es un gran contrapunto. Los hay neoconservadores, los hay de izquierda, los hay moderados, los hay reformados, los hay en el margen, los hay en el centro. Los hay de todos colores y de todos los tamaños. La Iglesia institucional abarca un sinnúmero de movimientos, corrientes e ideologías. Si la Pascua no sostiene la Iglesia, entonces la Iglesia se vendría abajo, se caería con sus derechas, sus centros y sus izquierdas. En la Pascua hay un motivo para seguir creyendo, para seguir luchando por la comunión. En la Pascua hay, también, una guía hacia la unidad. Allí están María Magdalena, está el discípulo amado y está Pedro. Son una Iglesia despareja. Una es mujer, el otro es un varón íntimo del Maestro y con talante místico, el tercero es complicado, impulsivo, radical para algunas cosas y conservador en otras. Son un grupo que tienen en común a Jesús. Y que por ese común, ahora son partícipes de la Pascua. El hecho pascual es una realidad donde purificar nuestras diferencias, y donde reconocer qué particularidades nuestras están dañando la comunión. Yo no creo que Jesús esté de acuerdo con la postura de absolutamente todos los grupos que se denominan cristianos, pero estoy seguro que desea la comunión de absolutamente todos esos grupos. Quizás no estaba de acuerdo con la interpretación que hacía María Magdalena de su persona y su mensaje, o con la que hizo el discípulo amado, o la de Pedro en su momento, pero los quería juntos, amándose a pesar de todo. Para la Iglesia de hoy vale el mismo razonamiento. Puede no estar de acuerdo con nuestra praxis o con nuestra teología particular, pero está ansioso de que nos amemos. Nos ha dejado la Pascua, nos ha dejado tres humanos distintos encontrados en una tumba vacía, nos ha dejado una Iglesia de judíos y gentiles, de pastores y profetas, de rostro oficial y rostro contemplativo. Nos ha dejado su vida, su muerte y su resurrección: con eso debe ser suficiente para hacernos comunión.

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WebJCP | Abril 2007