Por Juan Jauregui
Monición de entrada
(A)
Para creer en la Resurrección no hay que esperar milagros espectaculares, sino valorar el milagro de la transformación de los creyentes.
Los primeros discípulos de Jesús estaban mortalmente heridos por la duda, el desencanto, el miedo y la tristeza.
Y aquellos hombres acobardados se llenan de valentía; aquellos hombres tristes se llenan de alegría; el desencanto se convierte en entusiasmo. Aquellos discípulos de Jesús estaban como muertos y resucitan.
¿De dónde les vino aquella energía, aquel entusiasmo y aquella valentía que cambió su vida?
De su fe en Jesús Resucitado.
Es la fe que nos reúne a nosotros aquí en torno a su altar.
(B)
Jesús ha Resucitado. Lo hemos celebrado el domingo pasado. Y este Jesús Resucitado es quien nos ha reunido aquí, como a sus apóstoles, para darnos sus mejores consejos.
Tomás, uno de los apóstoles no cree en la Resurrección hasta ver a Jesús. Jesús se aparece ante él, y le ofrece tocar sus heridas; así se convence de que ha Resucitado.
Nosotros en el Bautismo recibimos la fe, y entramos a formar parte del pueblo, de la familia de Jesús.
Ahora tenemos que hacer personal y propia esa fe, porque nadie puede creer en nuestro lugar. Y vamos a hacer que esa fe sea personal, y dentro de la Comunidad Cristiana en la que vivimos.
Vamos a decir “si” a Jesús Resucitado y Él nos dirá: “Dichosos los que creen sin haber visto”.
(C)
A los ocho días de Pascua y el primer día de la semana, volvemos a encontrarnos para llenarnos de la alegría, de la paz y del perdón que Jesús nos da en la Eucaristía.
Posiblemente, como Tomás, necesitamos hoy más que nunca, experimentar por nosotros mismos, a ese Jesús resucitado y lleno de vida. Entonces sí podremos decir de corazón: “Señor mío y Dios mío”.
Saludo
Hermanos y hermanas, que la paz de Jesús resucitado esté con todos vosotros
Bendición y aspersión del agua:
Amigos, en la antigüedad, el día de hoy recibía el nombre de domingo “in albis”, pues, los que habían sido bautizados en la Noche de Pascua, habían recibido unos vestidos blancos, de los cuales hoy se desprendían. Por eso, este primer domingo, tras la resurrección del Señor, conserva un carácter bautismal, que nosotros significamos mediante la bendición y la aspersión con el agua, que nos ayudan a renovar nuestro bautismo y a revisar si de verdad seguimos llevando las vestiduras blancas de la gracia que obró en nuestros corazones. Antes de nada, invoquemos a Dios Padre, para que bendiga esta agua que va a ser derramada sobre nosotros
(Breve momento de silencio)
Señor Dios Todopoderoso, escucha las oraciones de tu pueblo, ahora, que recordamos la acción maravillosa de nuestra creación y la maravilla, aún más grande, de nuestra redención; dígnate bendecir esta agua. La creaste para hacer fecunda la tierra, y para favorecer nuestros cuerpos con el frescor y la limpieza. La hiciste también instrumento de misericordia al liberar a tu pueblo de la esclavitud y al apagar con ella su sed en el desierto; por los profetas la revelaste como signo de la nueva alianza que quisiste sellar con los hombres. Y, cuando Cristo descendió a ella en el Jordán, renovaste nuestra naturaleza pecadora en el baño del nuevo nacimiento. Que esta agua, Señor, avive en nosotros el recuerdo de nuestro bautismo y nos haga participar en el gozo de nuestros hermanos bautizados en la Pascua. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.
(Todos cantan: Un canto bautismal. El sacerdote se signa él en primer lugar y, después asperja a la comunidad).
Una vez acabada la aspersión y el canto, el sacerdote dice:
Que Dios todopoderoso nos purifique del pecado y, por la celebración de esta eucaristía dominical, nos haga dignos de participar del banquete de su reino.
R/. Amén.
Escuchamos la Palabra
Monición a la lectura:
Una pintura encantadora de la comunidad cristiana. No es extraño que todo el mundo estuviera impresionado y que fueran bien vistos de todo el pueblo. Ni tampoco era extraño que día tras día creciera el grupo.
No era tanto los signos que hacían los apóstoles, sino por el gran signo de la común-unión: vida común, todos unidos y lo tenían todo en común, el pan partido y con alegría. En un mundo dividido, ¿cabe mejor testimonio?
Lectura de los Hechos de los Apóstoles
Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.
Palabra de Dios
Salmo: 117
Este es el día en que actuó el Señor...
Monición al Evangelio
Jesús se manifiesta a sus discípulos el primer día de la semana. Sin Jesús los discípulos estaban miedosos, tristes y vacíos. Pero la experiencia de Jesús en medio de ellos los transforma, se llenaron de alegría al ver al Señor. Y se llenaron de paz, regalo de Jesús. Y se llenaron, sobre todo, del Espíritu Santo, aliento del mismo Jesús, y con el Espíritu la capacidad de amar y perdonar.
El caso de Tomás es distinto, se trata de un largo y difícil proceso de fe. Por fin creyó y fue dichoso. Sólo después de palpar las llagas creyó. Sólo después de penetrar en la hondura del dolor y del amor. Con Tomás tenemos que agradecer a Jesús no sólo la fe, sino la paciencia y misericordia que tiene con nosotros.
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: - Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó: - Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: - Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: - Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás: - ¡Señor mío y Dios mío!.
Jesús le dijo: - ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Palabra del Señor
Homilías
(A)
No seas incrédulo, sino creyente
El relato evangélico es breve y conciso. Jesús resucitado se dirige a Tomás con unas palabras que tienen mucho de invitación amorosa, pero también de llamada apremiante. «No seas incrédulo, sino creyente.» Tomás responde con la confesión de fe más solemne de todo el Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío.»
¿Qué recorrido interior ha hecho este hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Cómo se camina desde la resistencia y la duda hasta la confianza? La pregunta no es superflua, pues, más tarde o más temprano, de forma totalmente inesperada o como fruto de un proceso interior, todos podemos escuchar más o menos claramente la misma invitación:
«No seas incrédulo, sino creyente.»
Tal vez la primera condición para escucharla es percibirse amado por Dios, cualquiera que sea mi postura o trayectoria religiosa. «Soy amado», ésta es la verdad más profunda de mi existencia. Soy amado por Dios tal como soy, con mis deseos inconfesables, mi inseguridad y mis miedos. Soy aceptado por Dios con amor eterno. Dios me ama desde siempre y para siempre, por encima de lo que otros puedan ver en mí.
Se puede dar un paso más. «Soy bendecido por Dios.» Él no me maldice nunca, ni siquiera cuando yo mismo me condeno. Más de una vez escucharé en mi interior voces que me llaman perverso, mediocre, inútil o hipócrita. Para Dios soy algo valioso y muy querido. Puedo confiar en él a pesar de todo.
En Dios encuentro a alguien en el que mi ser puede sentirse a salvo en medio de tanta oscuridad, maledicencia y acusaciones. Puedo confiar en él sin miedo, con agradecimiento.
Por lo general, la gratitud hacia Dios se despierta al mismo tiempo que la fe. No se puede volver a Dios sino con un sentido hondo de gratitud.
Me he preguntado muchas veces por qué unos «deciden» ser agradecidos, generosos y confiados, y por qué otros se inclinan a ser amargados, egoístas y recelosos. No lo sé. En cualquier caso, estoy convencido de que nuestra vida no está predeterminada o totalmente marcada de antemano. Siempre hay rendijas por las que se nos cuela la invitación a creer y confiar.
Cada uno podemos hacernos las preguntas decisivas: ¿Por
qué no creo?, ¿por qué no confío?, ¿qué es lo que en el fondo
estoy rechazando? No se me debería pasar la vida sin enfrentarme con sinceridad a mí mismo: ¿Cuándo soy más humano y realista, cuando pretendo salvarme a mí mismo o cuando le invoco con fe: «Señor mío Y Dios mío»?
(B)
Se llenaron de alegría al ver al Señor
María de Magdala ha comunicado a los discípulos su experiencia y les ha anunciado que Jesús vive, pero ellos siguen encerrados en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. El anuncio de la resurrección no disipa sus miedos. No tiene fuerza para despertar su alegría.
El evangelista evoca en pocas palabras su desamparo en medio de un ambiente hostil. Va a «anochecer». Su miedo los lleva a cerrar bien todas las puertas. Sólo buscan seguridad.
Es su única preocupación. Nadie piensa en la misión recibida de Jesús.
No basta saber que el Señor ha resucitado. No es suficiente escuchar el mensaje pascual. A aquellos discípulos les falta lo más importante: la experiencia de sentirle a Jesús vivo en medio de ellos. Sólo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes.
Los discípulos «se llenan de alegría al ver al Señor».
Siempre es así. En una comunidad cristiana se despierta la alegría, cuando allí, en medio de todos, es posible «ver» a Jesús vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz que sólo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el centro de nuestros encuentros, reuniones y asambleas, sin que nadie lo oculte.
A veces somos nosotros mismos quienes lo hacemos desaparecer. Nos reunimos en su nombre, pero Jesús está ausente de nuestro corazón. Nos damos la paz del Señor, pero todo queda reducido a un saludo entre nosotros. Se lee el evangelio y decimos que es «Palabra del Señor», pero a veces sólo escuchamos lo que dice el predicador.
En la Iglesia siempre estamos hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Jesús es predicado, enseñado y celebrado constantemente, pero en el corazón de no pocos cristianos hay un vacío: Jesús está como ausente, ocultado por tradiciones, costumbres y rutinas que lo dejan en segundo plano.
Tal vez, nuestra primera tarea sea hoy «centrar» nuestras comunidades en Jesucristo, conocido, vivido, amado y seguido con pasión. Es lo mejor que tenemos.
(C)
Durante cincuenta días seguiremos celebrando la Pascua de Jesucristo. Son siete semanas que quieren expresar plenitud, permanencia. La fuente de la vida se abrió en Jesús y no se va a agotar. La Pascua no tiene fecha de caducidad, tiene sello de eternidad.
Signos de resurrección
Los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Eran una prueba de la energía espiritual que les acompañaba. Ellos, pobres, qué iban a decir, qué iban a hacer. No tengo oro ni plata. Tampoco tenían influencias políticas ni oratoria brillante. Por sí mismos, nada. Pero tenían otra cosa. Tenían la fe en el Resucitado. Tenían la fuerza de su Espíritu. Tenían una buena noticiaque dar. Por eso, dijo Pedro al paralítico: Te doy lo que tengo, te doy la salud, te doy la vida, te doy la experiencia de mi fe.
Muchos signos, pero el más importante era la experiencia de esa fe, la transformación que se había realizado en esos hombres, la nueva primavera que estaba brotando aquí y allá. Tres grandes manifestaciones de ese cambio eran la alegría, la libertad, la unión.
Alegría:
Se repite constantemente el “se llenaron de alegría, alabando a Dios con alegría, “hubo una gran alegría en aquella ciudad” “los discípulos se quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo”... “Contentos... por sufrir los ultrajes por el Nombre”...
Era una alegría que iba unida a la paz. No tenía explicación humana, brotaban de muy dentro, era un don de Dios. Se alegraban porque Cristo había resucitado, pero también porque ellos mismos se sentían resucitados y salvados. Se alegraban porque estaban llenos de Dios.
Libertad:
Eran interiormente libres. Ya no tienen miedo a nada ni a nadie. Es manifiesta la audacia, la valentía con que hablan ante el pueblo y las autoridades. No les importan las amenazas ni los castigos. Ni siquiera la muerte. Si están arropados por el amor de Dios, por el Espíritu de Dios, ¿a qué o a quién van a temer?
Es tan inmensa esta libertad interior que, a veces, se manifiesta exteriormente, curando enfermos, liberando paralíticos o abriendo las puertas de las cárceles, haciendo saltar los cepos y los cerrojos. La razón es que estaban llenos del Espíritu. Y dondequiera que se haga presente el Espíritu tiene que quedar alguna huella de libertad.
Unión:
Era el signo más importante, el signo por el que se tiene que reconocer a todo cristiano. Es claro que vivían unidos, quehablaban la misma lengua, que se extendían y compenetraban, que lo ponían todo en común,. que tenían un solo corazón y una sola alma.
Esta comunión cristiana era tanto más llamativa, cuanto que en el mundo no se estilaba –ni se estila-. Lo que dominaba era “la enfermedad de las disputas y contiendas de palabras, de donde proceden las envidias, discordias, maledicencias, sospechas malignas, discusiones sin fin” (1 Tm 6,4-5). Dominaba y domina, la enfermedad de la envidia, de la rivalidad, de la codicia, de la ambición. Lo que divide a los hombres es el espíritu competitivo y posesivo. Por eso brillaba con fuerza la vida de los cristianos, basada en el compartir, en la solidaridad, en la comunión.
(D)
El evangelio que leemos este domingo parece que quiere decirnos que el día de la resurrección de Jesús, el primer día de la semana, al anochecer, se producía en la comunidad cristiana un cambio importante. Hasta entonces había sido Jesús el verdadero protagonista: Jesús curaba a los enfermos, atendía a los pobres, perdonaba a los pecadores, anunciaba a todos la buena noticia del amor de Dios. A partir de ese momento, Jesús está resucitado y transmite sus poderes y sus tareas a los cristianos. Les dice: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros”. Ahora somos nosotros los que llevamos entre manos la hermosa tarea que tuvo Jesús; anunciar a todos el amor de Dios, cuidar de los pobres del mundo, devolver la dignidad a las personas destrozadas, buscar a los que se pierden, construir fraternidad entre todos los hombres e incluso hacer milagros, como Jesús.
Seguramente que todo esto nos puede parecer demasiado grande, como les parecía también a los primeros cristianos. Pensarían: nosotros, que hacemos tantas cosas mal, ¿cómo vamos a repetir la figura asombrosa de Jesús, que es irrepetible? Y pensarían que no estaban preparados para tomar en sus manos una tarea tan hermosa. Por eso, en aquella tarde de resurrección, cuenta el evangelio que Jesús “sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. Este gesto es impresionante. Quiere decirnos el evangelio que Jesús nos transmitió su Espíritu y desde ese momento ya no vamos solos por la vida. Algo del Señor ha entrado en nosotros y en nuestras comunidades.
Con frecuencia pensamos que nuestras parroquias y comunidades son sólo la suma de unos pocos hombres y mujeres con todos sus defectos a cuestas. Pues no son sólo eso. En nuestras parroquias y comunidades, pequeñas o grandes, también anda el Espíritu de Jesús. Seguramente haremos muchas cosas mal, pero el Espíritu de Dios también está entre nosotros dando una eficacia asombrosa a nuestras chapuzas pastorales. Tenemos los poderes de Jesús. Hasta podemos perdonar pecados. Les decía Jesús a sus discípulos: “A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá”. Los creyentes en Jesús llevamos en nuestra vida unas posibilidades asombrosas, capaces de repetir en nuestro tiempo los milagros de Jesús. Todos sabemos que aún siguen ocurriendo en las comunidades cristianas cosas maravillosas, verdaderos milagros. No son habilidades nuestras. Es que Jesús, en aquella tarde de Resurrección, exhaló su aliento sobre nosotros para que recibiéramos su Espíritu.
Cuenta el evangelio que Tomás, uno de los doce, no estaba allí cuando ocurrieron estas cosas y no quería creerlo. Ninguno de nosotros estuvimos allí aquella tarde y también nos resulta demasiado hermoso para creerlo. ¿Cómo creer que hemos sido enviados a sacar adelante la misma tarea que tuvo Jesús? ¿Cómo creer que el Espíritu de Jesús anda en nuestras pobres comunidades cristianas? ¿Cómo creer que tenemos poderes tan maravillosos, si nos vemos tan pobres, tan inseguros y tan llenos de errores? Jesús decía a Tomás: “¿Crees porque has visto? Dichosos los que creen sin haber visto”. Nosotros no estuvimos allí. NO pudimos ver al Señor con los ojos de la cara, pero también creemos que Jesús está vivo y anda con nosotros en nuestras comunidades cristianas produciendo cosas asombrosas. El Señor resucitado vive entre nosotros.
(E)
Es muy interesante seguir con interés los primeros pasos de la comunidad cristiana después de la Resurrección. Muy interesante ver cómo aquellos hombres que “habían conocido a Jesús”, que le habían visto, que habían compartido con Él la vida, empezaban a interpretar su doctrina; ver el estilo y el talante con que empezaban su andadura.
Es muy interesante profundizar un poco en esa realidad, porque será expresiva en orden a lo que debiera de ser una comunidad cristiana.
Hoy, los Hechos de los Apóstoles apuntan magníficamente al modo en el que una comunidad cristiana empezó a vivir su compromiso cristiano; y aun cuando posiblemente no haya que tomar el texto literalmente, sí que podemos, a través del mismo, establecer hondas diferencias entre aquella pequeña comunidad y nuestro modo de vida.
Lo cierto es que aquellos primeros cristianos hicieron en el mundo un fuerte impacto, porque comenzaron a vivir de un modo que chocaba frontalmente con el modo ordinario que tenían de vivir los hombres de su tiempo. El autor de Hechos destaca el espíritu de fraternidad, la alegría con que vivían su fe, la disponibilidad de todos para todos, la oración en común. Una maravilla. El pueblo los veía y... “se apuntaba”.
Una cosa queda clara: aquellos hombres y mujeres eran distintos de los demás, tenían una forma de vivir que nada tenía que ver con el resto de los hombres y mujeres; los bienes no eran para satisfacción exclusiva de sus dueños, las necesidades de los hermanos se sentían como propias, la oración en común era una exigencia de la fe en común y la alegría era el resultado de esa vida tan llena de Dios.
Pasado el tiempo, es posible que no todas las comunidades cristianas que conocemos y a las que pertenecemos entren dentro del esquema de Hechos. Épocas ha habido, y bien recientes, en las que en España se hablaba de una mayoría católica. Y decidme: ¿Eso significa que una mayoría de españoles vivíamos a semejanza de aquella comunidad primitiva que nos describe Lucas en los Hechos?, ¿quería decir que la mayoría de los españoles estábamos dispuestos a dar lo que teníamos para remediar la necesidad de los hermanos?, ¿quería decir que la mayoría de los españoles esperábamos con ilusión el momento de la oración en comunidad para ponernos todos en contacto con Dios?, ¿quería decir que la mayoría de los españoles teníamos una alegría contagiosa precisamente porque vivíamos una vida de fe?.
¿Todo esto y algo más se podía decir cuando se afirmaba que la gran mayoría de los españoles éramos católicos? PUES NO SÉ.
Cada uno de vosotros puede juzgar y decidir. Yo, de momento, me atrevo a decir que no se podía decir alegremente que España era mayoritariamente católica si por católico entendemos al hombre o a la mujer de fe que quiere vivir según el evangelio.
La estampa de los primeros cristianos, queriéndose y poniendo en común todas las cosas, es uno de los mejores signos de la Pascua y es una de las pruebas más seguras de la resurrección.
Nuestro mundo siempre ha sufrido y sigue sufriendo fuerzas de disgregación, de separación. El mundo nunca se ha visto libre de guerras, de divisiones y rupturas de todo tipo. Si en el mundo se presenta un grupo de personas que no se consideran rivales, sino hermanos; que tratan de comprenderse y compenetrarse, que se perdonan fácilmente y colaboran gustosamente, que ponen en común los bienes y los sentimientos, que no viven para sí, sino que viven los unos para los otros, que forman una verdadera comunidad, entonces es como si una luz brillara en las tinieblas, el signo de una vida, señal de que se ha puesto en marcha una fuerza de atracción capaz de restaurar al mundo dividido.
Esa es la vida de la Pascua, una vida alentada por el Espíritu; la vida de los hombres nuevos, los hijos de Dios, que se ven y se quieren como hermanos.
Los primeros cristianos lo entendieron así y, dentro de sus limitaciones y debilidades, se esforzaban por realizarlo así. Ésta es también para nosotros una vocación y una urgencia. A nuestro mundo dividido debemos ofrecerle la prueba de la común-unión. Que vean en nosotros personas liberadas del espíritu competitivo y posesivo, que esto es lo que realmente divide a los hombres. Si optamos por un estilo de vida distinto, en el que prevalezca la colaboración sobre la rivalidad, el compartir sobre el tener... verán con admiración un ejemplo de la Pascua. Una maravilla tal que, al vernos los demás... “se apuntarán”.
(F)
La Pasión y Muerte de Jesús fue una dura prueba para los apóstoles.
La fe de los apóstoles había quedado fuertemente afectada y tambaleante por todo lo sucedido.
Abandonan a Jesús en el Huerto de los Olivos; Pedro le niega tres veces; todos huyen y se esconden por miedo.
Pero, Jesús les había impactado y cautivado de tal manera, que no era posible que todo aquello hubiera sido un sueño o una ilusión; no era posible que todo lo que Jesús les había dicho y enseñado quedara olvidado.
Los apóstoles, que habían dejado todo por seguir a Jesús y que habían comprometido muchas cosas por seguirle, mantenían aún una pequeña esperanza.
Se reúnen; se animan mutuamente; recuerdan los tres años de vida con Jesús; recuerdan sus consejos, sus enseñanzas y todo ello les hace reaccionar.
Pierden el miedo y comienzan a dar testimonio de Jesús con la fuerza que da la fe, cuando es una fe auténtica, comprometida.
Nuestra fe también es probada
Nuestra fe tiene que ser probada, para que se consolide, para que sea una fe auténtica.
En la vida de cada día, nos encontramos con montones de dificultades, de obstáculos, de problemas, que ponen a prueba nuestra fe.
Es cierto que, muchas veces, se necesita tener mucho valor y una gran fe para vivir contracorriente, para no dejarse arrastrar o contagiar de tantas cosas que no son cristianas, pero que nos atraen fácilmente.
Pero, cuando se vive profundamente la fe; cuando se experimenta esa fuerza y esa paz que da la fe; cuando uno ha sido valiente para mantener la esperanza cuando todo se tambaleaba; cuando uno ha sido capaz de hacer algo por los demás...
Entonces la fe tiene sentido y se convierte en algo importante en nuestra vida.
Oración de los fieles
(A)
Unidos por la experiencia pascual de sentirnos resucitados con Jesús, elevemos nuestra oración respondiendo:
JESÚS RESUCITADO, DANOS TU PAZ.
1.- Por todos los creyentes; para que la paz que Jesús nos transmite, nos libere de los miedos que nos paralizan. Una paz que no la vamos a encontrar buscando poder y seguridad, sino acogiendo el Espíritu de Jesús. Oremos.
2.- Para que nunca perdamos la esperanza ante las dificultades de la vida, y seamos siempre conscientes de que el Amor de Dios es más fuerte que la muerte. Oremos.
3.- Por quienes participan en la vida social y política con el deseo de construir un mundo más libre, más justo y más humano para todos. Oremos.
4.- Por cuantos viven en la angustia y el dolor a causa de la enfermedad, de las depresiones, de la soledad, de las amenazas terroristas. Oremos.
5.- Pedimos al Señor que nos inspire palabras y gestos de paz; paz para toda la humanidad siempre amenazada por las guerras. Oremos.
Escucha, Señor, nuestra oración. Por JNS
(B)
Pedimos a Dios, Padre de misericordia, que quiere que sus hijos vivan:
Por los pueblos que sufren miseria, guerra, opresión...
Por las iglesias que no encuentran caminos de unidad...
Por las familias divididas o sin amor...
Por los que no creen en Jesucristo...
Por los cristianos que no dan testimonio de la Pascua...
Por los que tienen llagas abiertas en su cuerpo o en su alma...
Por nosotros, que comulgamos a Cristo y recibimos su Espíritu...
Oremos: Concede, Padre, a todos tus hijos los frutos abundantes de la Pasión y Resurrección de tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
(B)
Damos gracias a Dios nuestro Padre, por su gran misericordia con nosotros, y le presentamos nuestras necesidades, diciéndole:
Escúchanos, Señor.
Fortalece, Señor, la fe de los que creemos en Ti...
Ayúdanos, Señor, a ser testigos de tu amor y de tu perdón...
Haz, Señor, que sepamos reconocerte en el dolor de los que sufren...
Ayúdanos, Señor, a ser testigos de tu Resurrección: compartiendo y viviendo unidos...
Te bendecimos, Señor, por la Resurrección de Jesucristo, que nos hace renacer a una vida nueva. Por JNS...
(C)
A Dios Padre, que nos ha hecho renacer de nuevo a la esperanza, le presentamos nuestras necesidades.
Todos: Necesitamos renacer de nuevo a la esperanza
Profundamente desanimados por la marcha de los acontecimientos públicos y las crisis políticas, tentados de abandonar nuestro compromiso en la transformación de la sociedad actual, necesitamos...
Profundamente desengañados de la confianza depositada en familiares y amigos más cercanos, tentados de encerrarnos en nosotros mismos, dar la espalda y olvidarnos de todos, necesitamos...
Profundamente desilusionados de la Iglesia oportunista, burócrata, clientelista y aburguesada, tentados de abandonar la nave varada en lugar de hacernos a la mar y remar, necesitamos...
Profundamente decepcionados de nosotros mismos -¿qué ha sido de nuestros ideales más nobles?-, tentados de echar por la borda los buenos propósitos y dejar ahogarse nuestras mejores ilusiones, necesitamos...
Concédenos, Padre, esa esperanza que haga renacer en nosotros la semilla de la gracia y de la salvación. Por JNS...
Ofrenda:
Se presenta un Cristo crucificado…
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no creo”
El hombre de hoy necesita de los ojos de los creyentes:
Ojos capaces de ver lo que vemos todos, pero ver lo que hay detrás de lo que vemos.
Ojos capaces de ver en cada hombre a un hijo de Dios y a un hermano.
Ojos capaces de ver el dolor y el sufrimiento de los hombres.
Ojos capaces de ver en los acontecimientos de la vida las señales de Dios.
El hombre de hoy necesita de los dedos de los creyentes:
Dedos que tocan las llagas del corazón del hermano.
Dedos que tocan las llagas de la pobreza del hermano.
Dedos que tocan las llagas del sufrimiento humano.
Dedos que tocan las llagas del hermano abandonado.
El hombre de hoy necesita de las manos de los creyentes:
Manos que se tienden fraternalmente a todos los hombres.
Manos que se tienden para levantar al hermano caído.
Manos que se tienden para curar las heridas del hermano que sufre.
Manos que se tienden para compartir el mismo pan.
Manos que se tienden para reconciliarse con el hermano.
Manos que se tienden para acariciar al anciano abandonado.
Manos que se tienden para unirse a todas las manos para construir un mundo mejor.
Manos que se tienden para crear una comunidad de hermanos prescindiendo del color,
de la raza y de las condiciones sociales.
Ya ves, Tomás, también nuestros ojos, dedos y manos pueden ser testigos del Resucitado.
Prefacio...
Hoy elevamos nuestra acción de gracias
hacia Ti, Padre,
porque una vez más nos hemos reunido en tu nombre,
en comunidad, en torno a tu Hijo Jesús.
Te damos gracias por todas las fraternidades
que hoy se reunirán en tu nombre.
Sin que a veces lo sepamos,
Tú eres quien nos convoca,
Tú eres la llamada,
Tú nos invitas a la unidad.
Tú eres el amor que nos hermana,
el amor que nos invita a romper esclavitudes,
el amor que genera fraternidad.
Por eso, con la comunidad de los santos
y con todos los creyentes que hoy te alaban
desde tantos rincones de la tierra,
nosotros unimos nuestras voces
y queremos cantar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...
Padrenuestro
En comunión con todos los que sienten la alegría de la Resurrección de tu Hijo, acoge, Padre, la oración que sella nuestra fe: Padre nuestro...
Nos damos la paz
El gran don de Jesús Resucitado a sus discípulos atemorizados y acobardados es el don de la Paz. Es lo que deseamos hoy para nosotros y para todos los hombres y mujeres de la tierra.
Comunión
Si, bajo el signo de este pan, sabemos reconocer al Señor y decir: “Señor mío y Dios mío”, como Tomás, tendremos vida en su nombre. Dichosos los invitados...
Oración
Paz con vosotros
Estaban reunidos tus amigos, asustados y llenos de miedo,
hasta que sintieron tu presencia
y te oyeron decir: PAZ A VOSOTROS.
Inmediatamente recuperaron la calma.
Al momento recordaron que estaban reunidos en tu nombre.
Sintieron tu fuerza y tu apoyo y perdieron el miedo.
Se les habían escapado los sueños, habían olvidado tus signos.
Y, al reunirse en tu nombre, se revitalizaron,
como nos pasa a nosotros
siempre que vivimos la fe en comunidad.
Y así estamos hoy aquí, como aquellos discípulos tuyos,
con miedos a la vida, a los cambios, a tantas cosas...
pero en cuanto nos ponemos en tu presencia
te oímos decirnos: PAZ A VOSOTROS.
Te necesitamos, Señor,
porque Tú nos serenas por dentro,
nos llenas de tu espíritu,
nos envías a liberar a la gente de sus culpas,
a disfrutar de tu perdón misericordioso y a vivir libres.
Gracias, Jesús, una vez más vienes a traernos tu paz,
vienes a traernos tarea y a llenar nuestra vida de sentido.
Y quieres que llenemos el mundo de tu PAZ.
Tú que vives…
Bendición
Hermanos, el Señor se ha hecho presente hoy en medio de nosotros. Como a los primeros seguidores suyos, nos ha concedido saborear el amor de la comunidad y nos ha dado su gracia y su paz. Salgamos ahora a nuestros ambientes y a nuestras tareas, llevando nuestra experiencia, para que los hombres puedan descubrir que Jesús ha resucitado y merece la pena confesarle como el único Señor. Para ello que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R/. Amén.
Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya.
Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya.
Los primeros discípulos de Jesús estaban mortalmente heridos por la duda, el desencanto, el miedo y la tristeza.
Y aquellos hombres acobardados se llenan de valentía; aquellos hombres tristes se llenan de alegría; el desencanto se convierte en entusiasmo. Aquellos discípulos de Jesús estaban como muertos y resucitan.
¿De dónde les vino aquella energía, aquel entusiasmo y aquella valentía que cambió su vida?
De su fe en Jesús Resucitado.
Es la fe que nos reúne a nosotros aquí en torno a su altar.
(B)
Jesús ha Resucitado. Lo hemos celebrado el domingo pasado. Y este Jesús Resucitado es quien nos ha reunido aquí, como a sus apóstoles, para darnos sus mejores consejos.
Tomás, uno de los apóstoles no cree en la Resurrección hasta ver a Jesús. Jesús se aparece ante él, y le ofrece tocar sus heridas; así se convence de que ha Resucitado.
Nosotros en el Bautismo recibimos la fe, y entramos a formar parte del pueblo, de la familia de Jesús.
Ahora tenemos que hacer personal y propia esa fe, porque nadie puede creer en nuestro lugar. Y vamos a hacer que esa fe sea personal, y dentro de la Comunidad Cristiana en la que vivimos.
Vamos a decir “si” a Jesús Resucitado y Él nos dirá: “Dichosos los que creen sin haber visto”.
(C)
A los ocho días de Pascua y el primer día de la semana, volvemos a encontrarnos para llenarnos de la alegría, de la paz y del perdón que Jesús nos da en la Eucaristía.
Posiblemente, como Tomás, necesitamos hoy más que nunca, experimentar por nosotros mismos, a ese Jesús resucitado y lleno de vida. Entonces sí podremos decir de corazón: “Señor mío y Dios mío”.
Saludo
Hermanos y hermanas, que la paz de Jesús resucitado esté con todos vosotros
Bendición y aspersión del agua:
Amigos, en la antigüedad, el día de hoy recibía el nombre de domingo “in albis”, pues, los que habían sido bautizados en la Noche de Pascua, habían recibido unos vestidos blancos, de los cuales hoy se desprendían. Por eso, este primer domingo, tras la resurrección del Señor, conserva un carácter bautismal, que nosotros significamos mediante la bendición y la aspersión con el agua, que nos ayudan a renovar nuestro bautismo y a revisar si de verdad seguimos llevando las vestiduras blancas de la gracia que obró en nuestros corazones. Antes de nada, invoquemos a Dios Padre, para que bendiga esta agua que va a ser derramada sobre nosotros
(Breve momento de silencio)
Señor Dios Todopoderoso, escucha las oraciones de tu pueblo, ahora, que recordamos la acción maravillosa de nuestra creación y la maravilla, aún más grande, de nuestra redención; dígnate bendecir esta agua. La creaste para hacer fecunda la tierra, y para favorecer nuestros cuerpos con el frescor y la limpieza. La hiciste también instrumento de misericordia al liberar a tu pueblo de la esclavitud y al apagar con ella su sed en el desierto; por los profetas la revelaste como signo de la nueva alianza que quisiste sellar con los hombres. Y, cuando Cristo descendió a ella en el Jordán, renovaste nuestra naturaleza pecadora en el baño del nuevo nacimiento. Que esta agua, Señor, avive en nosotros el recuerdo de nuestro bautismo y nos haga participar en el gozo de nuestros hermanos bautizados en la Pascua. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.
(Todos cantan: Un canto bautismal. El sacerdote se signa él en primer lugar y, después asperja a la comunidad).
Una vez acabada la aspersión y el canto, el sacerdote dice:
Que Dios todopoderoso nos purifique del pecado y, por la celebración de esta eucaristía dominical, nos haga dignos de participar del banquete de su reino.
R/. Amén.
Escuchamos la Palabra
Monición a la lectura:
Una pintura encantadora de la comunidad cristiana. No es extraño que todo el mundo estuviera impresionado y que fueran bien vistos de todo el pueblo. Ni tampoco era extraño que día tras día creciera el grupo.
No era tanto los signos que hacían los apóstoles, sino por el gran signo de la común-unión: vida común, todos unidos y lo tenían todo en común, el pan partido y con alegría. En un mundo dividido, ¿cabe mejor testimonio?
Lectura de los Hechos de los Apóstoles
Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.
Palabra de Dios
Salmo: 117
Este es el día en que actuó el Señor...
Monición al Evangelio
Jesús se manifiesta a sus discípulos el primer día de la semana. Sin Jesús los discípulos estaban miedosos, tristes y vacíos. Pero la experiencia de Jesús en medio de ellos los transforma, se llenaron de alegría al ver al Señor. Y se llenaron de paz, regalo de Jesús. Y se llenaron, sobre todo, del Espíritu Santo, aliento del mismo Jesús, y con el Espíritu la capacidad de amar y perdonar.
El caso de Tomás es distinto, se trata de un largo y difícil proceso de fe. Por fin creyó y fue dichoso. Sólo después de palpar las llagas creyó. Sólo después de penetrar en la hondura del dolor y del amor. Con Tomás tenemos que agradecer a Jesús no sólo la fe, sino la paciencia y misericordia que tiene con nosotros.
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: - Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó: - Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: - Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: - Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás: - ¡Señor mío y Dios mío!.
Jesús le dijo: - ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Palabra del Señor
Homilías
(A)
No seas incrédulo, sino creyente
El relato evangélico es breve y conciso. Jesús resucitado se dirige a Tomás con unas palabras que tienen mucho de invitación amorosa, pero también de llamada apremiante. «No seas incrédulo, sino creyente.» Tomás responde con la confesión de fe más solemne de todo el Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío.»
¿Qué recorrido interior ha hecho este hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Cómo se camina desde la resistencia y la duda hasta la confianza? La pregunta no es superflua, pues, más tarde o más temprano, de forma totalmente inesperada o como fruto de un proceso interior, todos podemos escuchar más o menos claramente la misma invitación:
«No seas incrédulo, sino creyente.»
Tal vez la primera condición para escucharla es percibirse amado por Dios, cualquiera que sea mi postura o trayectoria religiosa. «Soy amado», ésta es la verdad más profunda de mi existencia. Soy amado por Dios tal como soy, con mis deseos inconfesables, mi inseguridad y mis miedos. Soy aceptado por Dios con amor eterno. Dios me ama desde siempre y para siempre, por encima de lo que otros puedan ver en mí.
Se puede dar un paso más. «Soy bendecido por Dios.» Él no me maldice nunca, ni siquiera cuando yo mismo me condeno. Más de una vez escucharé en mi interior voces que me llaman perverso, mediocre, inútil o hipócrita. Para Dios soy algo valioso y muy querido. Puedo confiar en él a pesar de todo.
En Dios encuentro a alguien en el que mi ser puede sentirse a salvo en medio de tanta oscuridad, maledicencia y acusaciones. Puedo confiar en él sin miedo, con agradecimiento.
Por lo general, la gratitud hacia Dios se despierta al mismo tiempo que la fe. No se puede volver a Dios sino con un sentido hondo de gratitud.
Me he preguntado muchas veces por qué unos «deciden» ser agradecidos, generosos y confiados, y por qué otros se inclinan a ser amargados, egoístas y recelosos. No lo sé. En cualquier caso, estoy convencido de que nuestra vida no está predeterminada o totalmente marcada de antemano. Siempre hay rendijas por las que se nos cuela la invitación a creer y confiar.
Cada uno podemos hacernos las preguntas decisivas: ¿Por
qué no creo?, ¿por qué no confío?, ¿qué es lo que en el fondo
estoy rechazando? No se me debería pasar la vida sin enfrentarme con sinceridad a mí mismo: ¿Cuándo soy más humano y realista, cuando pretendo salvarme a mí mismo o cuando le invoco con fe: «Señor mío Y Dios mío»?
(B)
Se llenaron de alegría al ver al Señor
María de Magdala ha comunicado a los discípulos su experiencia y les ha anunciado que Jesús vive, pero ellos siguen encerrados en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. El anuncio de la resurrección no disipa sus miedos. No tiene fuerza para despertar su alegría.
El evangelista evoca en pocas palabras su desamparo en medio de un ambiente hostil. Va a «anochecer». Su miedo los lleva a cerrar bien todas las puertas. Sólo buscan seguridad.
Es su única preocupación. Nadie piensa en la misión recibida de Jesús.
No basta saber que el Señor ha resucitado. No es suficiente escuchar el mensaje pascual. A aquellos discípulos les falta lo más importante: la experiencia de sentirle a Jesús vivo en medio de ellos. Sólo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes.
Los discípulos «se llenan de alegría al ver al Señor».
Siempre es así. En una comunidad cristiana se despierta la alegría, cuando allí, en medio de todos, es posible «ver» a Jesús vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz que sólo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el centro de nuestros encuentros, reuniones y asambleas, sin que nadie lo oculte.
A veces somos nosotros mismos quienes lo hacemos desaparecer. Nos reunimos en su nombre, pero Jesús está ausente de nuestro corazón. Nos damos la paz del Señor, pero todo queda reducido a un saludo entre nosotros. Se lee el evangelio y decimos que es «Palabra del Señor», pero a veces sólo escuchamos lo que dice el predicador.
En la Iglesia siempre estamos hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para nosotros. Jesús es predicado, enseñado y celebrado constantemente, pero en el corazón de no pocos cristianos hay un vacío: Jesús está como ausente, ocultado por tradiciones, costumbres y rutinas que lo dejan en segundo plano.
Tal vez, nuestra primera tarea sea hoy «centrar» nuestras comunidades en Jesucristo, conocido, vivido, amado y seguido con pasión. Es lo mejor que tenemos.
(C)
Durante cincuenta días seguiremos celebrando la Pascua de Jesucristo. Son siete semanas que quieren expresar plenitud, permanencia. La fuente de la vida se abrió en Jesús y no se va a agotar. La Pascua no tiene fecha de caducidad, tiene sello de eternidad.
Signos de resurrección
Los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Eran una prueba de la energía espiritual que les acompañaba. Ellos, pobres, qué iban a decir, qué iban a hacer. No tengo oro ni plata. Tampoco tenían influencias políticas ni oratoria brillante. Por sí mismos, nada. Pero tenían otra cosa. Tenían la fe en el Resucitado. Tenían la fuerza de su Espíritu. Tenían una buena noticiaque dar. Por eso, dijo Pedro al paralítico: Te doy lo que tengo, te doy la salud, te doy la vida, te doy la experiencia de mi fe.
Muchos signos, pero el más importante era la experiencia de esa fe, la transformación que se había realizado en esos hombres, la nueva primavera que estaba brotando aquí y allá. Tres grandes manifestaciones de ese cambio eran la alegría, la libertad, la unión.
Alegría:
Se repite constantemente el “se llenaron de alegría, alabando a Dios con alegría, “hubo una gran alegría en aquella ciudad” “los discípulos se quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo”... “Contentos... por sufrir los ultrajes por el Nombre”...
Era una alegría que iba unida a la paz. No tenía explicación humana, brotaban de muy dentro, era un don de Dios. Se alegraban porque Cristo había resucitado, pero también porque ellos mismos se sentían resucitados y salvados. Se alegraban porque estaban llenos de Dios.
Libertad:
Eran interiormente libres. Ya no tienen miedo a nada ni a nadie. Es manifiesta la audacia, la valentía con que hablan ante el pueblo y las autoridades. No les importan las amenazas ni los castigos. Ni siquiera la muerte. Si están arropados por el amor de Dios, por el Espíritu de Dios, ¿a qué o a quién van a temer?
Es tan inmensa esta libertad interior que, a veces, se manifiesta exteriormente, curando enfermos, liberando paralíticos o abriendo las puertas de las cárceles, haciendo saltar los cepos y los cerrojos. La razón es que estaban llenos del Espíritu. Y dondequiera que se haga presente el Espíritu tiene que quedar alguna huella de libertad.
Unión:
Era el signo más importante, el signo por el que se tiene que reconocer a todo cristiano. Es claro que vivían unidos, quehablaban la misma lengua, que se extendían y compenetraban, que lo ponían todo en común,. que tenían un solo corazón y una sola alma.
Esta comunión cristiana era tanto más llamativa, cuanto que en el mundo no se estilaba –ni se estila-. Lo que dominaba era “la enfermedad de las disputas y contiendas de palabras, de donde proceden las envidias, discordias, maledicencias, sospechas malignas, discusiones sin fin” (1 Tm 6,4-5). Dominaba y domina, la enfermedad de la envidia, de la rivalidad, de la codicia, de la ambición. Lo que divide a los hombres es el espíritu competitivo y posesivo. Por eso brillaba con fuerza la vida de los cristianos, basada en el compartir, en la solidaridad, en la comunión.
(D)
El evangelio que leemos este domingo parece que quiere decirnos que el día de la resurrección de Jesús, el primer día de la semana, al anochecer, se producía en la comunidad cristiana un cambio importante. Hasta entonces había sido Jesús el verdadero protagonista: Jesús curaba a los enfermos, atendía a los pobres, perdonaba a los pecadores, anunciaba a todos la buena noticia del amor de Dios. A partir de ese momento, Jesús está resucitado y transmite sus poderes y sus tareas a los cristianos. Les dice: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros”. Ahora somos nosotros los que llevamos entre manos la hermosa tarea que tuvo Jesús; anunciar a todos el amor de Dios, cuidar de los pobres del mundo, devolver la dignidad a las personas destrozadas, buscar a los que se pierden, construir fraternidad entre todos los hombres e incluso hacer milagros, como Jesús.
Seguramente que todo esto nos puede parecer demasiado grande, como les parecía también a los primeros cristianos. Pensarían: nosotros, que hacemos tantas cosas mal, ¿cómo vamos a repetir la figura asombrosa de Jesús, que es irrepetible? Y pensarían que no estaban preparados para tomar en sus manos una tarea tan hermosa. Por eso, en aquella tarde de resurrección, cuenta el evangelio que Jesús “sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. Este gesto es impresionante. Quiere decirnos el evangelio que Jesús nos transmitió su Espíritu y desde ese momento ya no vamos solos por la vida. Algo del Señor ha entrado en nosotros y en nuestras comunidades.
Con frecuencia pensamos que nuestras parroquias y comunidades son sólo la suma de unos pocos hombres y mujeres con todos sus defectos a cuestas. Pues no son sólo eso. En nuestras parroquias y comunidades, pequeñas o grandes, también anda el Espíritu de Jesús. Seguramente haremos muchas cosas mal, pero el Espíritu de Dios también está entre nosotros dando una eficacia asombrosa a nuestras chapuzas pastorales. Tenemos los poderes de Jesús. Hasta podemos perdonar pecados. Les decía Jesús a sus discípulos: “A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá”. Los creyentes en Jesús llevamos en nuestra vida unas posibilidades asombrosas, capaces de repetir en nuestro tiempo los milagros de Jesús. Todos sabemos que aún siguen ocurriendo en las comunidades cristianas cosas maravillosas, verdaderos milagros. No son habilidades nuestras. Es que Jesús, en aquella tarde de Resurrección, exhaló su aliento sobre nosotros para que recibiéramos su Espíritu.
Cuenta el evangelio que Tomás, uno de los doce, no estaba allí cuando ocurrieron estas cosas y no quería creerlo. Ninguno de nosotros estuvimos allí aquella tarde y también nos resulta demasiado hermoso para creerlo. ¿Cómo creer que hemos sido enviados a sacar adelante la misma tarea que tuvo Jesús? ¿Cómo creer que el Espíritu de Jesús anda en nuestras pobres comunidades cristianas? ¿Cómo creer que tenemos poderes tan maravillosos, si nos vemos tan pobres, tan inseguros y tan llenos de errores? Jesús decía a Tomás: “¿Crees porque has visto? Dichosos los que creen sin haber visto”. Nosotros no estuvimos allí. NO pudimos ver al Señor con los ojos de la cara, pero también creemos que Jesús está vivo y anda con nosotros en nuestras comunidades cristianas produciendo cosas asombrosas. El Señor resucitado vive entre nosotros.
(E)
Es muy interesante seguir con interés los primeros pasos de la comunidad cristiana después de la Resurrección. Muy interesante ver cómo aquellos hombres que “habían conocido a Jesús”, que le habían visto, que habían compartido con Él la vida, empezaban a interpretar su doctrina; ver el estilo y el talante con que empezaban su andadura.
Es muy interesante profundizar un poco en esa realidad, porque será expresiva en orden a lo que debiera de ser una comunidad cristiana.
Hoy, los Hechos de los Apóstoles apuntan magníficamente al modo en el que una comunidad cristiana empezó a vivir su compromiso cristiano; y aun cuando posiblemente no haya que tomar el texto literalmente, sí que podemos, a través del mismo, establecer hondas diferencias entre aquella pequeña comunidad y nuestro modo de vida.
Lo cierto es que aquellos primeros cristianos hicieron en el mundo un fuerte impacto, porque comenzaron a vivir de un modo que chocaba frontalmente con el modo ordinario que tenían de vivir los hombres de su tiempo. El autor de Hechos destaca el espíritu de fraternidad, la alegría con que vivían su fe, la disponibilidad de todos para todos, la oración en común. Una maravilla. El pueblo los veía y... “se apuntaba”.
Una cosa queda clara: aquellos hombres y mujeres eran distintos de los demás, tenían una forma de vivir que nada tenía que ver con el resto de los hombres y mujeres; los bienes no eran para satisfacción exclusiva de sus dueños, las necesidades de los hermanos se sentían como propias, la oración en común era una exigencia de la fe en común y la alegría era el resultado de esa vida tan llena de Dios.
Pasado el tiempo, es posible que no todas las comunidades cristianas que conocemos y a las que pertenecemos entren dentro del esquema de Hechos. Épocas ha habido, y bien recientes, en las que en España se hablaba de una mayoría católica. Y decidme: ¿Eso significa que una mayoría de españoles vivíamos a semejanza de aquella comunidad primitiva que nos describe Lucas en los Hechos?, ¿quería decir que la mayoría de los españoles estábamos dispuestos a dar lo que teníamos para remediar la necesidad de los hermanos?, ¿quería decir que la mayoría de los españoles esperábamos con ilusión el momento de la oración en comunidad para ponernos todos en contacto con Dios?, ¿quería decir que la mayoría de los españoles teníamos una alegría contagiosa precisamente porque vivíamos una vida de fe?.
¿Todo esto y algo más se podía decir cuando se afirmaba que la gran mayoría de los españoles éramos católicos? PUES NO SÉ.
Cada uno de vosotros puede juzgar y decidir. Yo, de momento, me atrevo a decir que no se podía decir alegremente que España era mayoritariamente católica si por católico entendemos al hombre o a la mujer de fe que quiere vivir según el evangelio.
La estampa de los primeros cristianos, queriéndose y poniendo en común todas las cosas, es uno de los mejores signos de la Pascua y es una de las pruebas más seguras de la resurrección.
Nuestro mundo siempre ha sufrido y sigue sufriendo fuerzas de disgregación, de separación. El mundo nunca se ha visto libre de guerras, de divisiones y rupturas de todo tipo. Si en el mundo se presenta un grupo de personas que no se consideran rivales, sino hermanos; que tratan de comprenderse y compenetrarse, que se perdonan fácilmente y colaboran gustosamente, que ponen en común los bienes y los sentimientos, que no viven para sí, sino que viven los unos para los otros, que forman una verdadera comunidad, entonces es como si una luz brillara en las tinieblas, el signo de una vida, señal de que se ha puesto en marcha una fuerza de atracción capaz de restaurar al mundo dividido.
Esa es la vida de la Pascua, una vida alentada por el Espíritu; la vida de los hombres nuevos, los hijos de Dios, que se ven y se quieren como hermanos.
Los primeros cristianos lo entendieron así y, dentro de sus limitaciones y debilidades, se esforzaban por realizarlo así. Ésta es también para nosotros una vocación y una urgencia. A nuestro mundo dividido debemos ofrecerle la prueba de la común-unión. Que vean en nosotros personas liberadas del espíritu competitivo y posesivo, que esto es lo que realmente divide a los hombres. Si optamos por un estilo de vida distinto, en el que prevalezca la colaboración sobre la rivalidad, el compartir sobre el tener... verán con admiración un ejemplo de la Pascua. Una maravilla tal que, al vernos los demás... “se apuntarán”.
(F)
La Pasión y Muerte de Jesús fue una dura prueba para los apóstoles.
La fe de los apóstoles había quedado fuertemente afectada y tambaleante por todo lo sucedido.
Abandonan a Jesús en el Huerto de los Olivos; Pedro le niega tres veces; todos huyen y se esconden por miedo.
Pero, Jesús les había impactado y cautivado de tal manera, que no era posible que todo aquello hubiera sido un sueño o una ilusión; no era posible que todo lo que Jesús les había dicho y enseñado quedara olvidado.
Los apóstoles, que habían dejado todo por seguir a Jesús y que habían comprometido muchas cosas por seguirle, mantenían aún una pequeña esperanza.
Se reúnen; se animan mutuamente; recuerdan los tres años de vida con Jesús; recuerdan sus consejos, sus enseñanzas y todo ello les hace reaccionar.
Pierden el miedo y comienzan a dar testimonio de Jesús con la fuerza que da la fe, cuando es una fe auténtica, comprometida.
Nuestra fe también es probada
Nuestra fe tiene que ser probada, para que se consolide, para que sea una fe auténtica.
En la vida de cada día, nos encontramos con montones de dificultades, de obstáculos, de problemas, que ponen a prueba nuestra fe.
Es cierto que, muchas veces, se necesita tener mucho valor y una gran fe para vivir contracorriente, para no dejarse arrastrar o contagiar de tantas cosas que no son cristianas, pero que nos atraen fácilmente.
Pero, cuando se vive profundamente la fe; cuando se experimenta esa fuerza y esa paz que da la fe; cuando uno ha sido valiente para mantener la esperanza cuando todo se tambaleaba; cuando uno ha sido capaz de hacer algo por los demás...
Entonces la fe tiene sentido y se convierte en algo importante en nuestra vida.
Oración de los fieles
(A)
Unidos por la experiencia pascual de sentirnos resucitados con Jesús, elevemos nuestra oración respondiendo:
JESÚS RESUCITADO, DANOS TU PAZ.
1.- Por todos los creyentes; para que la paz que Jesús nos transmite, nos libere de los miedos que nos paralizan. Una paz que no la vamos a encontrar buscando poder y seguridad, sino acogiendo el Espíritu de Jesús. Oremos.
2.- Para que nunca perdamos la esperanza ante las dificultades de la vida, y seamos siempre conscientes de que el Amor de Dios es más fuerte que la muerte. Oremos.
3.- Por quienes participan en la vida social y política con el deseo de construir un mundo más libre, más justo y más humano para todos. Oremos.
4.- Por cuantos viven en la angustia y el dolor a causa de la enfermedad, de las depresiones, de la soledad, de las amenazas terroristas. Oremos.
5.- Pedimos al Señor que nos inspire palabras y gestos de paz; paz para toda la humanidad siempre amenazada por las guerras. Oremos.
Escucha, Señor, nuestra oración. Por JNS
(B)
Pedimos a Dios, Padre de misericordia, que quiere que sus hijos vivan:
Por los pueblos que sufren miseria, guerra, opresión...
Por las iglesias que no encuentran caminos de unidad...
Por las familias divididas o sin amor...
Por los que no creen en Jesucristo...
Por los cristianos que no dan testimonio de la Pascua...
Por los que tienen llagas abiertas en su cuerpo o en su alma...
Por nosotros, que comulgamos a Cristo y recibimos su Espíritu...
Oremos: Concede, Padre, a todos tus hijos los frutos abundantes de la Pasión y Resurrección de tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
(B)
Damos gracias a Dios nuestro Padre, por su gran misericordia con nosotros, y le presentamos nuestras necesidades, diciéndole:
Escúchanos, Señor.
Fortalece, Señor, la fe de los que creemos en Ti...
Ayúdanos, Señor, a ser testigos de tu amor y de tu perdón...
Haz, Señor, que sepamos reconocerte en el dolor de los que sufren...
Ayúdanos, Señor, a ser testigos de tu Resurrección: compartiendo y viviendo unidos...
Te bendecimos, Señor, por la Resurrección de Jesucristo, que nos hace renacer a una vida nueva. Por JNS...
(C)
A Dios Padre, que nos ha hecho renacer de nuevo a la esperanza, le presentamos nuestras necesidades.
Todos: Necesitamos renacer de nuevo a la esperanza
Profundamente desanimados por la marcha de los acontecimientos públicos y las crisis políticas, tentados de abandonar nuestro compromiso en la transformación de la sociedad actual, necesitamos...
Profundamente desengañados de la confianza depositada en familiares y amigos más cercanos, tentados de encerrarnos en nosotros mismos, dar la espalda y olvidarnos de todos, necesitamos...
Profundamente desilusionados de la Iglesia oportunista, burócrata, clientelista y aburguesada, tentados de abandonar la nave varada en lugar de hacernos a la mar y remar, necesitamos...
Profundamente decepcionados de nosotros mismos -¿qué ha sido de nuestros ideales más nobles?-, tentados de echar por la borda los buenos propósitos y dejar ahogarse nuestras mejores ilusiones, necesitamos...
Concédenos, Padre, esa esperanza que haga renacer en nosotros la semilla de la gracia y de la salvación. Por JNS...
Ofrenda:
Se presenta un Cristo crucificado…
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no creo”
El hombre de hoy necesita de los ojos de los creyentes:
Ojos capaces de ver lo que vemos todos, pero ver lo que hay detrás de lo que vemos.
Ojos capaces de ver en cada hombre a un hijo de Dios y a un hermano.
Ojos capaces de ver el dolor y el sufrimiento de los hombres.
Ojos capaces de ver en los acontecimientos de la vida las señales de Dios.
El hombre de hoy necesita de los dedos de los creyentes:
Dedos que tocan las llagas del corazón del hermano.
Dedos que tocan las llagas de la pobreza del hermano.
Dedos que tocan las llagas del sufrimiento humano.
Dedos que tocan las llagas del hermano abandonado.
El hombre de hoy necesita de las manos de los creyentes:
Manos que se tienden fraternalmente a todos los hombres.
Manos que se tienden para levantar al hermano caído.
Manos que se tienden para curar las heridas del hermano que sufre.
Manos que se tienden para compartir el mismo pan.
Manos que se tienden para reconciliarse con el hermano.
Manos que se tienden para acariciar al anciano abandonado.
Manos que se tienden para unirse a todas las manos para construir un mundo mejor.
Manos que se tienden para crear una comunidad de hermanos prescindiendo del color,
de la raza y de las condiciones sociales.
Ya ves, Tomás, también nuestros ojos, dedos y manos pueden ser testigos del Resucitado.
Prefacio...
Hoy elevamos nuestra acción de gracias
hacia Ti, Padre,
porque una vez más nos hemos reunido en tu nombre,
en comunidad, en torno a tu Hijo Jesús.
Te damos gracias por todas las fraternidades
que hoy se reunirán en tu nombre.
Sin que a veces lo sepamos,
Tú eres quien nos convoca,
Tú eres la llamada,
Tú nos invitas a la unidad.
Tú eres el amor que nos hermana,
el amor que nos invita a romper esclavitudes,
el amor que genera fraternidad.
Por eso, con la comunidad de los santos
y con todos los creyentes que hoy te alaban
desde tantos rincones de la tierra,
nosotros unimos nuestras voces
y queremos cantar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...
Padrenuestro
En comunión con todos los que sienten la alegría de la Resurrección de tu Hijo, acoge, Padre, la oración que sella nuestra fe: Padre nuestro...
Nos damos la paz
El gran don de Jesús Resucitado a sus discípulos atemorizados y acobardados es el don de la Paz. Es lo que deseamos hoy para nosotros y para todos los hombres y mujeres de la tierra.
Comunión
Si, bajo el signo de este pan, sabemos reconocer al Señor y decir: “Señor mío y Dios mío”, como Tomás, tendremos vida en su nombre. Dichosos los invitados...
Oración
Paz con vosotros
Estaban reunidos tus amigos, asustados y llenos de miedo,
hasta que sintieron tu presencia
y te oyeron decir: PAZ A VOSOTROS.
Inmediatamente recuperaron la calma.
Al momento recordaron que estaban reunidos en tu nombre.
Sintieron tu fuerza y tu apoyo y perdieron el miedo.
Se les habían escapado los sueños, habían olvidado tus signos.
Y, al reunirse en tu nombre, se revitalizaron,
como nos pasa a nosotros
siempre que vivimos la fe en comunidad.
Y así estamos hoy aquí, como aquellos discípulos tuyos,
con miedos a la vida, a los cambios, a tantas cosas...
pero en cuanto nos ponemos en tu presencia
te oímos decirnos: PAZ A VOSOTROS.
Te necesitamos, Señor,
porque Tú nos serenas por dentro,
nos llenas de tu espíritu,
nos envías a liberar a la gente de sus culpas,
a disfrutar de tu perdón misericordioso y a vivir libres.
Gracias, Jesús, una vez más vienes a traernos tu paz,
vienes a traernos tarea y a llenar nuestra vida de sentido.
Y quieres que llenemos el mundo de tu PAZ.
Tú que vives…
Bendición
Hermanos, el Señor se ha hecho presente hoy en medio de nosotros. Como a los primeros seguidores suyos, nos ha concedido saborear el amor de la comunidad y nos ha dado su gracia y su paz. Salgamos ahora a nuestros ambientes y a nuestras tareas, llevando nuestra experiencia, para que los hombres puedan descubrir que Jesús ha resucitado y merece la pena confesarle como el único Señor. Para ello que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R/. Amén.
Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya.
Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya.
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