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viernes, 22 de abril de 2011

LA HOMILÍA MÁS JOVEN: VIERNES SANTO



1.- Hoy no celebramos misa, es el único día que está prohibido hacerlo. Nos reunimos para una acción litúrgica exclusiva de esta jornada. Los que gozamos de larga y provechosa vida, sabemos cómo impacta y enriquece la muerte de un ser entrañablemente amado. Sus últimas palabras las recordamos siempre. Su marcha, que no huida, hacia la eternidad, nos interroga profundamente. Los que le hemos amado en vida, nos encontramos abrazados en el dolor. Acude gente que también le amaban. Hablamos, son momentos de generosidad, de renovación de amor, de ofrecimiento de ayuda… El entierro posterior, nos vuelve a interrogar…

2.- Sobre este cañamazo humano, debemos bordar lo que celebramos hoy. Rezamos. La liturgia occidental sugiere que la oración del sacerdote al menos, se haga como en el momento álgido de sus ordenaciones diaconal y presbiteral: totalmente postrado, estirado en el suelo. No es un espectáculo. Anonadado me siento cada año, iniciando la conmemoración y comunión íntima con el acto que cambió la historia humana. No soy digno de estar allí. Si a Santa María, la Madre del Señor, se le permitió estar cerca del calvario, a ella, a Juan y a las dos Marías, a mí, a nosotros los que con fervor estamos celebrando la liturgia de hoy, se nos concede la Gracia de entrar en comunión sacramental.

Por si hemos visto demasiados crucifijos bonitos, tal vez incluso convertidos en joyas preciosas, la lectura de Isaías es un jarro de agua que nos desconcierta, pero que debe limpiarnos de equívocas imaginaciones. Jesús en la cruz, a los ojos de los hombres, a los ojos de la cara, era así, como nos lo anuncia el profeta. No ocurriera que fuéramos vanagloriándonos con decorativas cruces, cual logos de prendas de marca.

3.- Pero la imagen humilde del Jesús ajusticiado, no debe acomplejarnos. Por paradójico que parezca, es salvación. A nadie, excepto a Dios, se le podía ocurrir iniciar la salvación del género humano, la fundación de una Iglesia Madre, centrada en un ejecutado. La Carta a los Hebreos, segunda lectura, nos despierta de posibles letargos, para decirnos que, precisamente porque el Señor fue y vivió de la manera que sabemos, debemos mantener la confesión de la Fe. Que la lectura de la pasión pueda parecer larga, mis queridos jóvenes lectores, es una apreciación injusta. Duro mucho más la detención, tortura, condena y crucifixión del Señor.

4.- Reunidos como estamos en el seno de la universalidad de la Iglesia madre nuestra y esposa de Cristo, acordémonos de todos aquellos que tienen necesidades. Es momento de generosidad. El redactado de esta oración debería ser patrón de todas las oraciones comunitarias a lo largo del año. Se nos muestra la cruz. Antiguamente se creía poseer muchos fragmentos de la auténtica, en la que crucificaron a Jesús, hoy que se sabe que no hay seguridad, se nos enseña un símbolo, que debería ser un desnudo y tosco cruce de dos maderos, pero que, por diversos motivos, con frecuencia, es una devota imagen. Prestémosle la pleitesía que merece. No hay normas de protocolo, que exijan obligado cumplimiento. Arrodillarse, besar, depositar la frente… cada uno debe expresarse con sinceridad y humildad. Sin que sea un texto litúrgico, el himno tan extendido: “Victoria, tu reinarás, oh, cruz, tu nos salvarás” es muy apropiado para finalizar esta etapa de la acción litúrgica.

Agradecidamente conmovidos, nos acordamos de su enseñanza y rezamos el Padrenuestro, como el esposo recuerda las palabras de su esposa, como el hijo la última conversación tenida con su padre, como el amigo las recomendaciones que le hizo.

5.- No se nos quita la posibilidad de comulgar. Que no es con un cadáver. El Señor proclamamos que en el sepulcro no estaba ocioso, visitaba, sacando del abismo, a los justos que esperaban santo advenimiento. Las Iglesias Orientales tienen un precioso icono que describe este misterio. El Salvador acude y alarga la mano para levantar a Eva, para con la otra sacar a Adán, Abraham, David y los profetas, también esperan felices. Con este Dios comulgamos y a continuación debemos retirarnos en reverencial silencio.

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WebJCP | Abril 2007