Por B. Caballero
1. Institución de la Eucaristía. Hoy es un día señalado en la vida de una comunidad cristiana. Jueves único en el año litúrgico. Si la celebración eucarística es siempre memorial de la muerte y resurrección del Señor, hoy lo es más si cabe. Este jueves requiere de nosotros una actitud y una celebración conscientes, como efecto de una fe alertada en circunstancias especiales. Durante cuarenta días nos hemos preparado a la pascua que hoy comienza con el triduo pascual, cuyo centro celebrativo es el misterio de la redención humana por la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
El triduo pascual evidencia la unión inseparable que existe entre la teología de la cruz y la teología de la gloria, como se significa visiblemente en Jesús resucitado mostrando a sus discípulos las señales de la cruz en su cuerpo glorioso. Hoy celebramos la institución de la Eucaristía por Jesús en la cena de despedida de sus discípulos, la víspera de su pasión. Tarde grávida de recuerdos, palabras de adiós, signos sacramentales y gestos de profundo sabor fraterno.
Entre los temas principales que destacan en la liturgia de hoy: eucaristía, sacerdocio ministerial y amor fraterno en la comunidad cristiana, el primero y determinante de los demás es la Eucaristía, memorial de la pasión y muerte del Señor hasta que él vuelva de nuevo (2ª lectura), y nueva pascua o banquete sacrificial del pueblo cristiano, que viene a sustituir a la cena pascual judía, memorial de liberación (1ª lectura).
En la cena del Señor sitúan algunos teólogos el nacimiento de la Iglesia, pues es evidente que el mandato de Jesús "haced esto en conmemoración mía" origina la repetición de la Eucaristía y, por tanto, la convocación permanente de la asamblea eclesial a través de los tiempos. Asimismo, ese mandato y deseo de Cristo de repetir su cena eucarística es posible en la comunidad gracias al ministerio sacerdotal de los obispos y presbíteros en continuidad con los apóstoles del cenáculo.
2. Un testamento de amor. En el transcurso de la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: "Me queda poco tiempo de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros" (Jn 13,33ss). El amor fraterno o mandamiento de Jesús aparece como signo visible de la comunidad cristiana. Será lo que la identifique ante el mundo.
Hay dos gestos en la cena del Señor que apuntan al amor fraterno: el lavatorio de los pies de los apóstoles por Jesús y la mesa común en que se participa eucarísticamente y por primera vez su cuerpo y su sangre. Ambos gestos son expresión de servicio, amor y entrega por parte de Cristo e invitación para que nosotros hagamos lo mismo, pues para ambos aplica Jesús el mandato de repetirlos en memoria y a ejemplo suyo.
"Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". Sublime resumen e introducción a estos dos gestos finales: lavatorio de los pies e institución de la Eucaristía, que iluminan y dan sentido a toda la vida de Cristo, centrada en esa doble motivación: amor al Padre y amor a los hombres, sus hermanos, como principio, medio y fin.
El amor de Jesús no quedó en palabras, ni siquiera en esos dos signos: Eucaristía y lavatorio de los pies, sino que pasó a la acción. Él dio la vida por sus amigos y por todos nosotros; y "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos", hizo notar entonces Jesús. De hecho es el amor lo que da la perspectiva y la profundidad de campo al cuadro de la pasión y muerte de Jesús, en cuyas vísperas está él ya desde la cena del jueves santo.
En aquella tarde se realizaron dos entregas bien diferentes. Jesús se da a sus amigos en la Eucaristía: Este pan es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; este vino es mi sangre, derramada por vosotros. A esta donación sin reservas Judas responde con la traición, que el Señor ya conocía: Uno de vosotros me va a entregar.
Darse a sí mismo, como Jesús, o vender al hermano, como Judas, es la disyuntiva que constantemente nos plantea la vida. Nuestra opción de cristianos no puede ser otra que la de Jesús tal día como hoy: amar a los demás como él nos amó.
Te bendecimos, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
con todos los creyentes y los pobres de todo el mundo,
porque el cuerpo de Cristo es el pan que nos fortalece
y su sangre es el vino de la fiesta pascual que nos reúne.
Te glorificamos, Dios nuestro,
al partir el pan y te damos gracias cuando alzamos nuestra copa,
porque son el cuerpo y la sangre de tu Hijo amado.
Gracias a él son posibles el cielo y la tierra nuevos,
el amor, la paz y la fraternidad entre los hombres.
Concédenos tu Espíritu para seguir creyendo
y amando porque ése es tu mandato y nuestro empeño para siempre.
El triduo pascual evidencia la unión inseparable que existe entre la teología de la cruz y la teología de la gloria, como se significa visiblemente en Jesús resucitado mostrando a sus discípulos las señales de la cruz en su cuerpo glorioso. Hoy celebramos la institución de la Eucaristía por Jesús en la cena de despedida de sus discípulos, la víspera de su pasión. Tarde grávida de recuerdos, palabras de adiós, signos sacramentales y gestos de profundo sabor fraterno.
Entre los temas principales que destacan en la liturgia de hoy: eucaristía, sacerdocio ministerial y amor fraterno en la comunidad cristiana, el primero y determinante de los demás es la Eucaristía, memorial de la pasión y muerte del Señor hasta que él vuelva de nuevo (2ª lectura), y nueva pascua o banquete sacrificial del pueblo cristiano, que viene a sustituir a la cena pascual judía, memorial de liberación (1ª lectura).
En la cena del Señor sitúan algunos teólogos el nacimiento de la Iglesia, pues es evidente que el mandato de Jesús "haced esto en conmemoración mía" origina la repetición de la Eucaristía y, por tanto, la convocación permanente de la asamblea eclesial a través de los tiempos. Asimismo, ese mandato y deseo de Cristo de repetir su cena eucarística es posible en la comunidad gracias al ministerio sacerdotal de los obispos y presbíteros en continuidad con los apóstoles del cenáculo.
2. Un testamento de amor. En el transcurso de la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: "Me queda poco tiempo de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros" (Jn 13,33ss). El amor fraterno o mandamiento de Jesús aparece como signo visible de la comunidad cristiana. Será lo que la identifique ante el mundo.
Hay dos gestos en la cena del Señor que apuntan al amor fraterno: el lavatorio de los pies de los apóstoles por Jesús y la mesa común en que se participa eucarísticamente y por primera vez su cuerpo y su sangre. Ambos gestos son expresión de servicio, amor y entrega por parte de Cristo e invitación para que nosotros hagamos lo mismo, pues para ambos aplica Jesús el mandato de repetirlos en memoria y a ejemplo suyo.
"Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". Sublime resumen e introducción a estos dos gestos finales: lavatorio de los pies e institución de la Eucaristía, que iluminan y dan sentido a toda la vida de Cristo, centrada en esa doble motivación: amor al Padre y amor a los hombres, sus hermanos, como principio, medio y fin.
El amor de Jesús no quedó en palabras, ni siquiera en esos dos signos: Eucaristía y lavatorio de los pies, sino que pasó a la acción. Él dio la vida por sus amigos y por todos nosotros; y "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos", hizo notar entonces Jesús. De hecho es el amor lo que da la perspectiva y la profundidad de campo al cuadro de la pasión y muerte de Jesús, en cuyas vísperas está él ya desde la cena del jueves santo.
En aquella tarde se realizaron dos entregas bien diferentes. Jesús se da a sus amigos en la Eucaristía: Este pan es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; este vino es mi sangre, derramada por vosotros. A esta donación sin reservas Judas responde con la traición, que el Señor ya conocía: Uno de vosotros me va a entregar.
Darse a sí mismo, como Jesús, o vender al hermano, como Judas, es la disyuntiva que constantemente nos plantea la vida. Nuestra opción de cristianos no puede ser otra que la de Jesús tal día como hoy: amar a los demás como él nos amó.
Te bendecimos, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
con todos los creyentes y los pobres de todo el mundo,
porque el cuerpo de Cristo es el pan que nos fortalece
y su sangre es el vino de la fiesta pascual que nos reúne.
Te glorificamos, Dios nuestro,
al partir el pan y te damos gracias cuando alzamos nuestra copa,
porque son el cuerpo y la sangre de tu Hijo amado.
Gracias a él son posibles el cielo y la tierra nuevos,
el amor, la paz y la fraternidad entre los hombres.
Concédenos tu Espíritu para seguir creyendo
y amando porque ése es tu mandato y nuestro empeño para siempre.
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