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jueves, 14 de abril de 2011

Estación de tránsito


De tu experiencia asistiendo enfermos en situación terminal, ¿que te resulta más destacable?
Varias cosas, sin duda. La primera es el cambio enorme de perspectiva que se produce en uno junto al lecho de muerte de alguien. Este cambio no depende de si el que va a morir es pariente o desconocido, alguien particularmente querido o no. Es resultado de la cercanía, de la inminencia de la muerte.
Los Padres antiguos hablaban del – recuerdo de la muerte – como un modo de situarse útil para el desarrollo espiritual, un modo de no dejarse encandilar por los espejismos del mundo. Bueno, al lado de alguien que se está muriendo, este recuerdo se hace presencia y las valoraciones que uno tiene en lo cotidiano cambian mucho.
Es como si no pudiera uno preocuparse tanto por lo que ahora si, advierte como secundario, como algo accesorio. Cuando la experiencia de acompañar gente moribunda se hace frecuente, esta cambio de valoración tiende a instalarse como mirada permanente. Uno empieza a buscar el sentido de las acciones, a tratar de que la propia vida tenga significado.
Te destacaría también, la clara conciencia que se adquiere, gracias a lo que está viviendo el otro, de la postergación en la que vivimos sumidos. Postergación de lo que sentimos importante. Cuando el paciente tiene varios días de agonía, con períodos de lucidez, una de las cosas que se trata de hacer es de permitirle efectuar una catarsis, una descarga de aquello que lo oprime y que a lo mejor no ha tenido tiempo o no pudo comentar con el confesor, debido a que no se trata de pecados, sino de solo vivencias que necesitan integración en la mente y el espíritu.
Y es regla común que casi todos hablen de la no expresión del afecto que tienen por los seres que han tenido cerca en la vida. Es un lamento habitual y muchas veces no hay tiempo ya de hacerle saber a alguien cuanto se lo ha valorado. No hay que esperar a situaciones límites. Es importante, para uno y los demás la expresión clara del afecto y la valoración mas allá de circunstanciales distancias que lo cotidiano pueda interponer.
Otra cuestión que sale a luz ante la inminencia de la propia muerte es la traición a sí mismo o el abandono de los propios talentos en que se ha incurrido debido a “las urgencias” que la sociedad suele imponernos. Al estarse muriendo, parece que comprendemos que aquellas urgencias no eran tales y que valía la pena ejecutar algún acto de audacia, en pos de la concreción de aquello que permitía la manifestación profunda de nuestro ser.
Esta vinculado al tema de los dones que se han recibido y al desarrollo de los mismos. Pareciera que reconocer lo que Dios nos ha dado como particularidad, como talento personal es importante, como si estuviera relacionado al sentido de la vida.
Podría hablarte horas ya que son muchos los acontecimientos interiores que se viven acompañando y despidiendo a las personas que están en el trance de morir. Te destaco solo tres mas:
- He visto como la fe en Dios, en su bondad y en el sentido de su creación, permitía a algunas personas morir en un estado que definiría como de - Celebración -; he visto gente morir contenta y abriendo los brazos del alma al encuentro con el Padre y eso ha sido un enorme regalo que la vida me ha dado, un gran consuelo. Me ha dotado de algunas certezas que son difíciles de transmitir.
- Lo que consideramos importante en nuestra biografía parece no serlo tanto en esos momentos previos al tránsito. Resulta llamativo como, al preguntar por los mejores momentos que recuerdan de toda su vida, se sorprenden y contestan hechos o anécdotas que uno no se imaginaría como destacadas. Hechos por demás simples, en donde lo sagrado estaba escondido y que ahora se revela claramente, ante la mirada limpia de aquél que ya no tiene expectativas de logros o ambiciones personales.
Es como si al irse rindiendo el “yo”, se mostrara ante los ojos del corazón, una realidad que siempre estuvo acompañándonos y que era portadora de un significado en todo lo que fuimos haciendo. Es decir: Se siente que todo ha tenido un sentido, que todo en cierto modo “ha estado bien”, de repente todo “cuadra” y la persona siente su propia muerte como parte de un - plan mayor - que lo abarca y lo enaltece.
Esta última vivencia la he visto ocurrir tanto en creyentes como no creyentes, he creído ver la misericordia de Dios fluyendo a través de esta nueva interpretación que la persona podía hacer de lo que ha vivido.
Por último y lejos de toda celebración y aún más lejos de todo encuentro con el sentido de la vida, he visto a muchas personas morir doloridas, contraídas, agonizando en cuerpo y alma. Las he visto morir sin fe, sin calor familiar, rechazando todo consuelo, de tanto dolor que albergaban por sus frustraciones y enojos. Se iban sin poder comprender todo lo que les había ocurrido.
Esas noches, con esos hermanos que se sentían desamparados, he vivido las experiencias de mayor trascendencia. Me ha parecido entonces, que en esos momentos, uno era el humilde e imperfecto instrumento de gran misericordia. He visto como una mirada amorosa tomaba la mía y se derramaba sobre aquel que se encogía doliente.
He sentido allí tremendas conmociones interiores, emociones profundas de compasión que se presentaban como “redentoras”. La invocación secreta del Nombre de Jesucristo era como una tinte que se desplegaba por la habitación y que arropaba al ser humano aquél que sintetizaba el dolor de todos.
Al alejarme en algún amanecer, luego de vivencias tales, se me aparecía el mundo como un gran Gólgota en donde día tras día se anticipaba el misterio de la resurrección.

Publicado por Hesiquia

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WebJCP | Abril 2007