Publicado por Antena Misionera
Todo lo que nos dicen y escuchamos provoca un “eco emocional” en nosotros.
De hecho dos personas distintas, en momentos distintos nos pueden decir la misma cosa y pueden producir en nosotros reacciones totalmente opuestas. Lo que dijo uno en un momento concreto lo podemos aceptar positivamente; lo mismo, dicho por otra personas en otro momento nos puede producir un rechazo absoluto.
Sin duda cuenta el cómo valoramos y la credibilidad que damos a cada persona. Pero el mensaje es el mismo. Lo que en el fondo determina la aceptación o el rechazo es el momento, somos nosotros mismos, es nuestro estado de ánimo, nuestra capacidad de escuchar de forma objetiva.
Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos como por la aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazos. Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:
- Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve.
El hombre obedeció y marchó al cementerio, donde llevó a cabo lo ordenado.
Cuando regresó, el sabio le preguntó:
- ¿Qué te han contestado los muertos?
- Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos?
- Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas.
Completada la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
- ¿Qué te han contestado los muertos ahora?
- Tampoco ha contestado en esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
- Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?
Sólo desde la libertad se escucha
Cuando nos convertimos en “esclavos” de la imagen y cómo nos ven los demás resulta difícil escuchar.
Mientras otro habla, en vez de escuchar estamos pendientes de cuándo podremos hablar nosotros y de qué argumentos usar. Poco nos importa lo que diga el otro. El objetivo es salir ganando.
Mientras vamos preparando nuestra respuesta nos perdemos la riqueza que puede encerrar la aportación del otro.
Sólo saltarán nuestras alertas cuando nos sintamos alagados o criticados. Los argumentos que pueda aportar para defender su punto de vista, poco o nada nos interesan.
No es que tengamos que ser como muertos, pero la preocupación de lo que opinan de nosotros nos hace perder la libertad para asumir lo que hay de positivo en otras formas de pensar. Nos cerramos a la escucha.
La escucha exige ser coherentes
Es curioso comprobar cómo en un diálogo o en una reunión te encuentras con personas que en un momento dado defienden una opinión y minutos más tarde ponen toda su capacidad de razonamiento para defender exactamente lo contrario.
Quien siempre pretende “llevarse el gato al agua” y que su postura sea la que prevalezca, ni siquiera se da cuenta de las contradicciones en las que cae. No tiene problema en contradecirse a sí mismo. Lo único importante es ganar la discusión.
La capacidad de escucha no sólo pasa por la apertura a lo que el otro dice, sino también por la coherencia con lo que nosotros pensamos.
La coherencia no es una “defensa numantina” de nuestras ideas. Hay que estar abiertos a cambiar de opinión, pero sin traicionar lo que pensamos simplemente para salir “vencedores” en el diálogo.
Hay muertos y muertos
Volviendo al relato del principio hay distintos tipos de muertos. Aquellos a los que no les afecta lo que digan, porque encerrados en su egoísmo les da igual todo (viven encerrados en sus tumbas). Y aquellos que han llegado a ese grado de libertad donde el prestigio personal, o la pérdida del prestigio, no les hace cambiar su opinión. Su preocupación no es qué lugar ocupan en la estructura familiar, en la estructura empresarial, social o religiosa.
La fidelidad a sí mismo está por encima del prestigio y la imagen. Sólo desde ahí se puede establecer un diálogo fructífero.
De hecho, Jesús de Nazaret, una vez que pasó por la muerte… y superó la muerte, entra en diálogo con todas las culturas y religiones. Tiene algo original que aportar a todos y su figura se va enriqueciendo con las aportaciones que vienen de otras tradiciones.
Una Iglesia que no sea capaz de pasar por la experiencia de la muerte (del martirio) es difícil que pueda aportar algo a una humanidad que en medio del sufrimiento busca una vida más humana.
“El que intente guardar su vida la perderá, el que la pierda la ganará”. Extrañas palabras dichas por Jesús. Lo cierto es que una Iglesia que busque defenderse está perdida, una Iglesia dispuesta a morir en la escucha se convertirá en misionera y evangelizadora.
Por Ernesto Duque
De hecho dos personas distintas, en momentos distintos nos pueden decir la misma cosa y pueden producir en nosotros reacciones totalmente opuestas. Lo que dijo uno en un momento concreto lo podemos aceptar positivamente; lo mismo, dicho por otra personas en otro momento nos puede producir un rechazo absoluto.
Sin duda cuenta el cómo valoramos y la credibilidad que damos a cada persona. Pero el mensaje es el mismo. Lo que en el fondo determina la aceptación o el rechazo es el momento, somos nosotros mismos, es nuestro estado de ánimo, nuestra capacidad de escuchar de forma objetiva.
Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos como por la aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazos. Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:
- Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve.
El hombre obedeció y marchó al cementerio, donde llevó a cabo lo ordenado.
Cuando regresó, el sabio le preguntó:
- ¿Qué te han contestado los muertos?
- Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos?
- Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas.
Completada la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
- ¿Qué te han contestado los muertos ahora?
- Tampoco ha contestado en esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
- Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?
Sólo desde la libertad se escucha
Cuando nos convertimos en “esclavos” de la imagen y cómo nos ven los demás resulta difícil escuchar.
Mientras otro habla, en vez de escuchar estamos pendientes de cuándo podremos hablar nosotros y de qué argumentos usar. Poco nos importa lo que diga el otro. El objetivo es salir ganando.
Mientras vamos preparando nuestra respuesta nos perdemos la riqueza que puede encerrar la aportación del otro.
Sólo saltarán nuestras alertas cuando nos sintamos alagados o criticados. Los argumentos que pueda aportar para defender su punto de vista, poco o nada nos interesan.
No es que tengamos que ser como muertos, pero la preocupación de lo que opinan de nosotros nos hace perder la libertad para asumir lo que hay de positivo en otras formas de pensar. Nos cerramos a la escucha.
La escucha exige ser coherentes
Es curioso comprobar cómo en un diálogo o en una reunión te encuentras con personas que en un momento dado defienden una opinión y minutos más tarde ponen toda su capacidad de razonamiento para defender exactamente lo contrario.
Quien siempre pretende “llevarse el gato al agua” y que su postura sea la que prevalezca, ni siquiera se da cuenta de las contradicciones en las que cae. No tiene problema en contradecirse a sí mismo. Lo único importante es ganar la discusión.
La capacidad de escucha no sólo pasa por la apertura a lo que el otro dice, sino también por la coherencia con lo que nosotros pensamos.
La coherencia no es una “defensa numantina” de nuestras ideas. Hay que estar abiertos a cambiar de opinión, pero sin traicionar lo que pensamos simplemente para salir “vencedores” en el diálogo.
Hay muertos y muertos
Volviendo al relato del principio hay distintos tipos de muertos. Aquellos a los que no les afecta lo que digan, porque encerrados en su egoísmo les da igual todo (viven encerrados en sus tumbas). Y aquellos que han llegado a ese grado de libertad donde el prestigio personal, o la pérdida del prestigio, no les hace cambiar su opinión. Su preocupación no es qué lugar ocupan en la estructura familiar, en la estructura empresarial, social o religiosa.
La fidelidad a sí mismo está por encima del prestigio y la imagen. Sólo desde ahí se puede establecer un diálogo fructífero.
De hecho, Jesús de Nazaret, una vez que pasó por la muerte… y superó la muerte, entra en diálogo con todas las culturas y religiones. Tiene algo original que aportar a todos y su figura se va enriqueciendo con las aportaciones que vienen de otras tradiciones.
Una Iglesia que no sea capaz de pasar por la experiencia de la muerte (del martirio) es difícil que pueda aportar algo a una humanidad que en medio del sufrimiento busca una vida más humana.
“El que intente guardar su vida la perderá, el que la pierda la ganará”. Extrañas palabras dichas por Jesús. Lo cierto es que una Iglesia que busque defenderse está perdida, una Iglesia dispuesta a morir en la escucha se convertirá en misionera y evangelizadora.
Por Ernesto Duque
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