Por B. Caballero
1. Claves de lectura de la Pasión del Señor. La semana santa que hoy comenzamos actualiza en la comunidad cristiana los misterios centrales de la redención: pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Por eso debe alcanzar entre nosotros el nivel de una auténtica vivencia de fe. Pues solamente desde la fe se capta el misterio y la paradoja de Cristo: resurrección, vida y triunfo a través de la humillación, la cruz y la muerte.
En cada uno de los tres ciclos de este domingo se combinan dos evangelios: entrada de Jesús en Jerusalén (procesión de ramos) y pasión de nuestro Señor (misa). La entrada mesiánica de Cristo en Jerusalén está relacionada con su pasión, como se desprende de las dos lecturas que median entre los ramos y la pasión, en que aparece Jesús como el siervo paciente del Señor (1ª lect.), a pesar de su condición divina (2ª lect.).
La historia de la pasión y muerte del Señor nos es referida por los cuatro evangelistas. Aunque presentan algunas diferencias accidentales, coinciden en el contenido fundamental y en las líneas generales de la narración de los hechos. He aquí algunas claves de lectura, comunes a los cuatro evangelistas, para leer desde la fe la pasión de nuestro Señor Jesucristo:
a) Testimonio de fe cristológica. Los relatos de la pasión del Señor, bajo su entramado histórico de los sucesos narrados, contienen una proclamación pospascual de Jesucristo como Mesías e Hijo de Dios. No son, pues, mera crónica de los hechos, sino también kerigma y proclamación, interpretación teológica y profesión de fe cristiana. La pasión y muerte del Señor tuvo lugar "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", como decimos en el credo; y se operó mediante la libre obediencia de Jesús al plan salvador de Dios que ama al hombre pecador.
El desarrollo y desenlace de la pasión puede parecer, como lo creyeron los apóstoles en el momento de los hechos, la consecuencia arbitraria de un error judicial y el resultado lógico y fatal de unas circunstancias adversas, alentadas por los enemigos de Jesús. Todo eso explicaría racionalmente la muerte injusta de un hombre inocente y justo.
Pero más tarde, releídos los acontecimientos a la luz de la fe subsiguiente a pascua de resurrección, los apóstoles los entendieron —y nosotros con ellos— como la realización del plan de salvación determinado por Dios, quien no prescindió de la dialéctica que se establece entre voluntad salvadora divina y culpa humana, como parte de la escenificación y desarrollo del drama. En medio del temporal Cristo aparece siempre como dueño de la situación. Es consciente del papel que desempeña y de su condición de hijo de Dios y rey mesiánico.
b) Contraposición de fe e incredulidad. Aceptación y rechazo de Jesús como mesías e hijo de Dios se enfrentan dialécticamente en los cuatro relatos de la pasión, al igual que en el resto del evangelio. Los judíos, es decir, sumos pontífices, sanedrín y pueblo en su mayor parte, a pesar de cumplirse en Jesús de Nazaret las profecías mesiánicas del antiguo testamento, lo rechazan y exigen su muerte a Pilato. En cambio, los gentiles o paganos, representados a lo largo del evangelio en diversos tipos: magos, samaritana, mujer cananea, leproso samaritano entre los diez, centurión romano de Cafarnaún, y ahora el centurión que asiste a la crucifixión al lado del pequeño grupo de fieles a Jesús (María, las mujeres y Juan), reconocen a Jesús como "verdaderamente Hijo de Dios".
c) Referencia eclesial. El valor eclesiológico de la pasión del Señor se percibe en la ejemplaridad que la misma presenta para la autocomprensión de la propia Iglesia. Es decir, la pasión del Señor ayuda a la Iglesia naciente, y a través de los siglos, a una mejor comprensión de sí misma como continuadora de la misión de Cristo. Olvidándose del triunfalismo y del poder político, como Jesús, la comunidad eclesial será siempre ante el mundo parte del escándalo y misterio de la cruz del Señor; por tanto, incomprendida y perseguida, como lo anunció Cristo y lo experimentaron personalmente tanto él como sus discípulos.
Ésa es una constante aleccionadora en la historia de la salvación de Dios, tanto en la vida de Jesús como en el caminar del pueblo de Dios, e incluso en el itinerario personal de cada creyente. La lección del sufrimiento redentor de Cristo y de su ardua victoria sobre el mal enseña a la Iglesia que solamente mediante el sacrificio, el servicio, la encarnación y solidaridad con el mundo, especialmente con los más pobres y marginados, se opera la liberación integral del hombre, la salvación evangélica de Jesús y la extensión del reino de Dios.
De donde se concluye que a estas claves de lectura de la pasión del Señor hay que añadir todavía otra, siempre válida: la referencia a la pasión y muerte del hombre de hoy, es decir, a los crucificados de la tierra; pues en ellos está el Cristo sufriente, oculto pero real, según la parábola del juicio final. (Para un desarrollo más amplio de esta útima clave, ver la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz: 14 de septiembre: 3. La cruz plantada en los caminos de la vida).
La pasión fue para Jesús la hora del testimonio supremo de toda su vida. Él dijo: Éste es mi mandamiento nuevo: amaos unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,12s). Y Jesús la dio para hacernos hijos de Dios y hermanos unos de otros. De Cristo hemos de aprender a amar y sufrir por amor para que no se malogre su pasión. Entrando de lleno en la órbita de Jesús y muertos al pecado con él, resucitaremos a una vida nueva, la vida de Dios.
En cada uno de los tres ciclos de este domingo se combinan dos evangelios: entrada de Jesús en Jerusalén (procesión de ramos) y pasión de nuestro Señor (misa). La entrada mesiánica de Cristo en Jerusalén está relacionada con su pasión, como se desprende de las dos lecturas que median entre los ramos y la pasión, en que aparece Jesús como el siervo paciente del Señor (1ª lect.), a pesar de su condición divina (2ª lect.).
La historia de la pasión y muerte del Señor nos es referida por los cuatro evangelistas. Aunque presentan algunas diferencias accidentales, coinciden en el contenido fundamental y en las líneas generales de la narración de los hechos. He aquí algunas claves de lectura, comunes a los cuatro evangelistas, para leer desde la fe la pasión de nuestro Señor Jesucristo:
a) Testimonio de fe cristológica. Los relatos de la pasión del Señor, bajo su entramado histórico de los sucesos narrados, contienen una proclamación pospascual de Jesucristo como Mesías e Hijo de Dios. No son, pues, mera crónica de los hechos, sino también kerigma y proclamación, interpretación teológica y profesión de fe cristiana. La pasión y muerte del Señor tuvo lugar "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", como decimos en el credo; y se operó mediante la libre obediencia de Jesús al plan salvador de Dios que ama al hombre pecador.
El desarrollo y desenlace de la pasión puede parecer, como lo creyeron los apóstoles en el momento de los hechos, la consecuencia arbitraria de un error judicial y el resultado lógico y fatal de unas circunstancias adversas, alentadas por los enemigos de Jesús. Todo eso explicaría racionalmente la muerte injusta de un hombre inocente y justo.
Pero más tarde, releídos los acontecimientos a la luz de la fe subsiguiente a pascua de resurrección, los apóstoles los entendieron —y nosotros con ellos— como la realización del plan de salvación determinado por Dios, quien no prescindió de la dialéctica que se establece entre voluntad salvadora divina y culpa humana, como parte de la escenificación y desarrollo del drama. En medio del temporal Cristo aparece siempre como dueño de la situación. Es consciente del papel que desempeña y de su condición de hijo de Dios y rey mesiánico.
b) Contraposición de fe e incredulidad. Aceptación y rechazo de Jesús como mesías e hijo de Dios se enfrentan dialécticamente en los cuatro relatos de la pasión, al igual que en el resto del evangelio. Los judíos, es decir, sumos pontífices, sanedrín y pueblo en su mayor parte, a pesar de cumplirse en Jesús de Nazaret las profecías mesiánicas del antiguo testamento, lo rechazan y exigen su muerte a Pilato. En cambio, los gentiles o paganos, representados a lo largo del evangelio en diversos tipos: magos, samaritana, mujer cananea, leproso samaritano entre los diez, centurión romano de Cafarnaún, y ahora el centurión que asiste a la crucifixión al lado del pequeño grupo de fieles a Jesús (María, las mujeres y Juan), reconocen a Jesús como "verdaderamente Hijo de Dios".
c) Referencia eclesial. El valor eclesiológico de la pasión del Señor se percibe en la ejemplaridad que la misma presenta para la autocomprensión de la propia Iglesia. Es decir, la pasión del Señor ayuda a la Iglesia naciente, y a través de los siglos, a una mejor comprensión de sí misma como continuadora de la misión de Cristo. Olvidándose del triunfalismo y del poder político, como Jesús, la comunidad eclesial será siempre ante el mundo parte del escándalo y misterio de la cruz del Señor; por tanto, incomprendida y perseguida, como lo anunció Cristo y lo experimentaron personalmente tanto él como sus discípulos.
Ésa es una constante aleccionadora en la historia de la salvación de Dios, tanto en la vida de Jesús como en el caminar del pueblo de Dios, e incluso en el itinerario personal de cada creyente. La lección del sufrimiento redentor de Cristo y de su ardua victoria sobre el mal enseña a la Iglesia que solamente mediante el sacrificio, el servicio, la encarnación y solidaridad con el mundo, especialmente con los más pobres y marginados, se opera la liberación integral del hombre, la salvación evangélica de Jesús y la extensión del reino de Dios.
De donde se concluye que a estas claves de lectura de la pasión del Señor hay que añadir todavía otra, siempre válida: la referencia a la pasión y muerte del hombre de hoy, es decir, a los crucificados de la tierra; pues en ellos está el Cristo sufriente, oculto pero real, según la parábola del juicio final. (Para un desarrollo más amplio de esta útima clave, ver la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz: 14 de septiembre: 3. La cruz plantada en los caminos de la vida).
La pasión fue para Jesús la hora del testimonio supremo de toda su vida. Él dijo: Éste es mi mandamiento nuevo: amaos unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,12s). Y Jesús la dio para hacernos hijos de Dios y hermanos unos de otros. De Cristo hemos de aprender a amar y sufrir por amor para que no se malogre su pasión. Entrando de lleno en la órbita de Jesús y muertos al pecado con él, resucitaremos a una vida nueva, la vida de Dios.
Gloria a ti, Señor Jesús, el servidor paciente del Padre,
porque con tu cruz gloriosa demuestras un amor sin fronteras.
Nadie te quita la vida,
sino que tú la entregas voluntariamente
por nosotros y por nuestra salvación.
¡Misterio de amor!
No queremos lavarnos las manos ni ser meros espectadores
en el drama de tu pasión.
Reconocernos nuestra culpa y pecado.
Tus enemigos creyeron acallar tu voz para siempre,
pero la semilla de tu palabra germina en el corazón
del que ama y del que vive contigo el espíritu de las bienaventuranzas.
Concédenos seguirte incondicionalmente,
mientras anunciamos tu muerte
y proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!
porque con tu cruz gloriosa demuestras un amor sin fronteras.
Nadie te quita la vida,
sino que tú la entregas voluntariamente
por nosotros y por nuestra salvación.
¡Misterio de amor!
No queremos lavarnos las manos ni ser meros espectadores
en el drama de tu pasión.
Reconocernos nuestra culpa y pecado.
Tus enemigos creyeron acallar tu voz para siempre,
pero la semilla de tu palabra germina en el corazón
del que ama y del que vive contigo el espíritu de las bienaventuranzas.
Concédenos seguirte incondicionalmente,
mientras anunciamos tu muerte
y proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!
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