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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequeticos: II Domingo de Cuaresma (Mt 17,1-9) - Ciclo A
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jueves, 17 de marzo de 2011

Materiales liturgicos y catequeticos: II Domingo de Cuaresma (Mt 17,1-9) - Ciclo A



Monición de entrada

(A)
Estamos reunidos para celebrar la Eucaristía en este segundo domingo de Cuaresma.
Jesús, fue capaz de superar y de transformar la frágil realidad de nuestra condición humana.
Porque luchó y venció, hoy le vemos lleno de gloria, como el Hijo de Dios, el amado del Padre, a quien debemos escuchar y seguir.
Jesús fue como el grano de trigo que cae en la tierra y da fruto abundante.
La Transfiguración de Jesús es una invitación, no sólo a la esperanza, sino a una existencia consagrada a dar fruto, a hacer posible la transformación del hombre y de las estructuras humanas.

(B)

La historia de la salvación comienza con un hombre: Abrahán, escogido y llamado por Dios, para ser padre y jefe espiritual de un gran pueblo.
Y Abrahán, fiado en la palabra del Señor, no duda, ni pide explicaciones o garantías. Se fía de Dios y basta.
Por eso, Abrahán será reconocido como el “padre de los creyentes”.
Nosotros, también necesitamos fiarnos de la Palabra de Dios y esperar en Dios contra toda esperanza, sobre todo en los momentos y situaciones difíciles de la vida.
Nuestro Dios, como el de Abrahán, es también el Dios de la promesa y de la esperanza.


(C)

El relato evangélico que vamos a escuchar hoy, nos recuerda aquella voz que conmovió a los discípulos y que debería resonar también hoy en el corazón de esta profunda crisis que vive la humanidad: «este es mi Hijo amado. Escuchadlo».
Encontrarse con Jesús es descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad, que no engaña, que no miente, que no promete lo que no puede dar, que no traiciona, que te comprende y te perdona todo. Alguien que sabe por qué vivir, ofreciendo respuestas a las preguntas fundamentales de la vida y, la esperanza para morir.
Al celebrar la Eucaristía vamos a prestar atención al mensaje que hoy nos trae Jesús

(D)

Bienvenidos a celebrar la Eucaristía del segundo domingo de cuaresma.
Escuchar a Jesús es una característica esencial del cristiano. Hoy nos propone vivir con Él la experiencia del monte Tabor, dónde Dios nos invita a escuchar a su Hijo predilecto.
Dispongámonos a celebrar esta Eucaristía como una experiencia profunda de podernos encontrar con el Señor y escucharle.


Peticiones de perdón

(A)

En este segundo domingo de Cuaresma renovamos nuestra voluntad de convertirnos al Señor. Y vamos a presentarle nuestros fallos y pecados, especialmente los que nacen de nuestra falta de esperanza:

Porque no nos esmeramos ni sacrificamos para hacer crecer la esperanza en Ti. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Porque no somos fuertes para vencer las tentaciones contra la esperanza. CRISTO, TEN PIEDAD...
Porque no estamos atentos para repartir un poco de nuestra esperanza con los que más la necesitan. SEÑOR, TEN PIEDAD...

(B)

Dios nuestro, Tú eres Padre y nos has trazado un camino que termina en encuentro y en perdón.
Porque somos hombres cercanos al pecado, Dios, Padre nuestro, ten piedad de nosotros. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Porque somos frágiles y nuestro corazón duda, Dios, Salvador nuestro, ten piedad de nosotros. CRISTO, TEN PIEDAD...
Porque somos soberbios y nos cerramos a tu gracia, Dios, Santificador nuestro, ten piedad de nosotros. SEÑOR, TEN PIEDAD...

Señor, que no sea vana nuestra súplica, porque un corazón humillado Tú no lo desprecias. Amén.


(C)

La Palabra del Señor es la verdad y la vida: ¿Sabremos ponerla en práctica?. SEÑOR, TEN PIEDAD...
La Palabra del Señor es la luz: ¿Sabremos acogerla e iluminar a todos? CRISTO, TEN PIEDAD...
La Palabra del Señor está muy cerca de nosotros: ¿Sabremos entenderla? SEÑOR, TEN PIEDAD...


Escuchamos la Palabra

Monición a la lectura:

Toda vocación empieza por una llamada que nos saca de nuestra casa y de nuestras casillas. Puede tener formas diversas, pero siempre es una llamada a cortar con algo o con alguien, a ponerse en camino, a superarse, trascenderse y transfigurarse. La llamada puede decir: sal o sube o baja o ven...
No se sabe lo que nos espera, pero hay promesa y bendición: “crecerás, te ensancharás”, tendrás fruto, darás vida, vivirás...
No responder a la llamada significa conformismo, rutina, apego, falta de libertad, parálisis, esterilidad, muerte.

Lectura del libro del Génesis

En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán: -Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.
Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.

Palabra de Dios
Monición al salmo:

Necesitamos, Señor, tu misericordia, porque es grande nuestra miseria y sólo Tú puedes salvarnos.
Andamos preocupados, nerviosos y endurecidos. Vivimos en un mundo sin corazón.
Por eso, Señor, compadécete de nosotros, que tu corazón grande cure nuestro corazón pequeño y ponga corazón en este mundo, y así todos los hombres se entiendan, se ayuden y se quieran, como Tú esperas de nosotros, pero nosotros lo esperamos de Ti.

Salmo: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
(Salmo 32)

Monición al Evangelio

El Tabor es una experiencia luminosa; una cercanía de Dios que conmociona y transfigura. Estas experiencias no son duraderas. Pero las necesitamos tanto. La necesitaban los discípulos, que deberían hacer acopio de luz, para cuando llegara la noche. La necesitaba Jesús que tenía delante el problema de la muerte, nada fácil de entender ni de aceptar. Y las necesitamos nosotros, porque muchas veces se nos apaga la fe y porque nos pesa demasiado la vida.

+ Lectura del santo Evangelio según San Mateo

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y tocándolos les dijo: -Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: -No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

Palabra del Señor


Homilías

(A)

¿Qué hay detrás de la tapia?

Hace tiempo leí una pequeña historieta que me gustó. En una leprosería había un leproso que se pasaba el día encerrado sobre sí mismo, triste y sin esperanza. Hasta que un día comenzó a sonreír. Todo el mundo se preguntaba ¿qué había pasado? Y se dieron cuenta de que todas las mañanas se asomaba al muro que lo separaba de la calle. Se subía al muro. Bajaba y comenzaba a sonreír. Llenos de curiosidad se acercaron. Una señora todos los días pasaba a esa hora por allí. Esperaba ver al leproso. Y desde la calle le regalaba una sonrisa. Y esto era suficiente para hacerle feliz a aquel hombre lleno de angustia y tristeza durante todo el día.
Me viene esta anécdota precisamente, el segundo domingo de Cuaresma, en el que leemos la Transfiguración de Jesús en el Tabor. Un momento en el que Jesús se transforma y todo él se ilumina dejando transparentar lo que lleva dentro detrás del muro de su humanidad.
Con frecuencia todos nos quedamos a esta parte del muro y no vemos la vida que camina por la calle ni las sonrisas que nos llegan.
Vemos a los demás, no por lo que llevan dentro, sino por lo que vemos desde afuera.
Vemos a los demás, tapados y escondidos detrás del muro de sus cuerpos.
Vemos los árboles, desde su áspera corteza, y no vemos la savia que corre por dentro.
Vemos las rejas de la cárcel, y no vemos a los hombres que sufren privación de libertad allá dentro.
Vemos las rejas de los conventos de clausura, y no vemos esas almas contemplativas que han consagrado su vida a Dios y dedican sus vidas a orar por la Iglesia y el mundo.
Vemos la enfermedad y vemos muy poco al enfermo.
Vemos el pan de la mesa, y no vemos el sudor de quien lo ha ganado con su amor y el esfuerzo de su trabajo.
Vemos el cuerpo gastado y arrugado del anciano ya cansado, y no vemos al hombre que vive y siente y ama y tiene necesidad de cariño, allí dentro.
Vemos a la Iglesia desde sus debilidades humanas, y no vemos al Jesús que vive resucitado en ella.
Vemos el pan de la Eucaristía, y vemos muy poco al Jesús que se encierra dentro de ese pan.
El leproso fue capaz de subirse al muro y así poder ver la vida que caminaba por la calle y la sonrisa que alguien le regalaba cada mañana, suficiente para sentirse vivo durante el día.
La transfiguración de Jesús nos hace ver no el muro de su cuerpo sino la transparencia de lo que hay dentro de El. Como el leproso que revive por una sonrisa mañanera venida del otro lado del muro, también los discípulos comenzaron a revivir, llenos de alegría, al ver esa sonrisa transfigurada de Jesús. “Maestro, qué bien se está aquí. Hagamos tres tiendas. Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Hasta ahora le conocían a través del muro de su humanidad. Aquella mañana comenzaron a verlo desde dentro, desde su divinidad escondida.
Es importante ver la corteza del árbol. Pero es más importante ver correr la savia que sube por dentro del tronco y hace brotar las ramas, las flores y los sabrosos frutos. Hoy cuidamos mucho la estética de “nuestro muro” y ello nos impide ver el alma, el corazón y la vida que llevamos dentro. Nos quedamos con la superficie y nos olvidamos de la profundidad que se esconde por detrás.
Nos miramos y nos vemos cada mañana en el espejo. Pero el espejo no nos muestra nuestra verdad interior. No nos muestra nuestro corazón ni nuestra alma. Es preciso aprender a mirar y ver no lo que llevamos de cáscara sino lo que vive dentro, late dentro, ama dentro. Es preciso aprender a mirar al mundo y descubrir a Dios. Es preciso mirar al hombre y descubrir en él, a un hermano.

(B)

Las personas ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el mensaje que toda persona nos puede comunicar.
Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos junto a los demás, sin apenas detenernos a escuchar realmente a nadie. Se diría que al hombre contemporáneo se le está olvidando el arte de escuchar.
En este contexto, tampoco resulta tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Y sin embargo, solamente desde esa escucha cobra su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Más aún. Sólo desde la escucha nace la verdadera fe.
Un famoso médico siquiatra decía en cierta ocasión: «Cuando un enfermo empieza a escucharme o a escuchar de verdad a otros... entonces, está ya curado».
Algo semejante se puede decir del creyente. Si comienza a escuchar de verdad a Dios, está salvado.
La experiencia de escuchar a Jesús puede ser desconcertante. No es el que nosotros esperábamos o habíamos imaginado. Incluso, puede suceder que, en un primer momento, decepcione nuestras pretensiones o expectativas.
Su persona se nos escapa. No encaja en nuestros esquemas normales. Sentimos que nos arranca de nuestras falsas seguridades e intuimos que nos conduce hacia la verdad última de la vida. Una verdad que no queremos aceptar.
Pero si la escucha es sincera y paciente, hay algo que se nos va imponiendo. Encontrarse con Jesús es descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué vivir y por qué morir. Más aún. Alguien que es la Verdad.
Entonces empieza a iluminarse nuestra vida con una luz nueva. Comenzamos a descubrir con él y desde él cuál es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario.
Pero ya no estamos solos. Alguien cercano y único nos libera una y otra vez del desaliento, el desgaste, la desconfianza o la huída. Alguien nos invita a buscar la felicidad de una manera nueva, confiando ilimitadamente en el Padre, a pesar de nuestro pecado.
¿Cómo responder hoy a esa invitación dirigida a los discípulos en la montaña de la transfiguración? «Este es mi Hijo amado. Escuchadlo».
Quizás tengamos que empezar por elevar desde el fondo de nuestro corazón esa súplica que repiten los monjes del monte Athos: «Oh Dios, dame un corazón que sepa escuchar".

(C)

Quizá uno de los sentimientos más abundantes en nuestro tiempo es el de la incomodidad y el de la tristeza.
Es difícil encontrar personas que te digan sinceramente que “están bien”. Los sociólogos hablan de la soledad de las grandes ciudades, de la incomunicación que impone la sociedad, de la frustración que el entorno crea en las personas, traumas de todo tipo...
No sé si en otras épocas el hombre ha sentido también la tristeza, el hastío y la soledad. No sé si en otras épocas resultaba igualmente difícil encontrar hombres y mujeres que se “encontrasen bien”, que fueran felices, que estuvieran deseosos de vivir.
Según el evangelio de hoy, Pedro, Santiago y Juan ante Jesús transfigurado, resplandeciente como el sol y con vestiduras tan blancas como la nieve, tuvieron una expresión maravillosa: ¡Qué bien se está aquí! Es una expresión redonda. Con ella dijeron a todos los que –a través de los tiempos- leyéramos el evangelio, que hay un medio de sentirse a gusto en la vida: estar cerca de Jesús.
Jesús victorioso recibe la aprobación del Padre que le llama su Hijo amado y predilecto. El resultado es que los discípulos asombrados, sienten, por encima de todo, una sensación de absoluta felicidad que resumen en su estupenda frase.
Me parece que una misión primaria del cristiano sería que despertásemos en los demás el sentimiento de que se está bien junto a nosotros. Para eso no tenemos más que un camino: ser
–como Cristo- hijos de Dios, hijos amados y predilectos. Pero estos títulos sólo se ganan si somos capaces de hacer lo que Él hizo: amar sin medida, entregarse sin tasa, desprenderse del propio yo, ser comprensivos, dialogantes, humildes. Elegir a los pequeños, preferir a los pecadores. Huir de los dogmatismos, no condenar, no juzgar, ofrecer la mejilla, dar el manto, amar hasta el enemigo, no condenar...; es decir, todo lo contrario de lo que solemos hacer nosotros. Por eso no es extraño que nos encontremos tal mal los unos junto a los otros. No es extraño que no sepamos encontrar la paz y la concordia porque cada uno hablamos nuestro propio idioma completamente diferente del de los demás. Por eso no es extraño que la soledad nos invada.
Por eso no es extraño que cuando cerca de nosotros pasa algún hombre o alguna mujer que se parecen a Jesús sintamos que algo raro flota en el ambiente y que una sensación de paz y bienestar nos invade, y nos haga exclamar ¡qué bien se está aquí!.
Los cristianos es evidente que –en gran número- no nos hemos transfigurado. Por eso los que viven cerca de nosotros, los que comparten con nosotros la vida no sientan habitualmente que a nuestro lado la vida es más bella, más honda...
A pesar de cuanto ocurra a nuestro alrededor, el cristianismo lleva en sí un germen de felicidad contagiosa –cuando el cristianismo se vive de verdad- que hace exclamar a los demás: ¡qué bien se está con fulano o con fulana!.
El mejor obsequio que podríamos hacer a nuestro mundo es devolverle la sensación de bienestar que experimentaron cerca de Cristo transfigurado, Pedro, Santiago y Juan.

(D)

El Tabor es una experiencia maravillosa: luz en el rostro y alegría en el corazón.
Necesitamos alguna experiencia del Tabor para que la noche no se nos haga tan oscura y nos acordemos que hay estrellas.
Necesitamos el Tabor para que se nos encienda el alma, para que la esperanza no se nos tambalee. Necesitamos el Tabor para hacernos más sensibles, para crecer en la dicha y la belleza, para fortalecer la fe de los hermanos, para saber que el hombre puede siempre superarse.
La transfiguración es una gracia, pero nunca, desde luego, una gracia barata. El Señor impone sus reglas y sus condiciones- Y algunos imperativos se repiten:
Sal: Abrahán amigo, sal de tu tierra y de tu patria, sal de tu familia y de tus seres queridos, sal de tus costumbres y de tus comodidades, corta con los dulces lazos que te atan a tantas cosas, lugares y personas. Despójate de tus tesoros. por cada trozo de tierra que dejes, yo te regalaré trozos de cielo.
Sube: sube hasta la cima del monte. No sigas los caminos cómodos y trillados del rebaño. Sube hacia metas más altas. En la montaña se respira mejor. Subiendo te encontrarás más fuerte. El camino que sube es camino que te eleva y te hace crecer.
Escucha: Que hablas demasiado y apenas sabes lo que dices. Escuchad todos, que no sois capaces de hacer silencio en vuestro corazón. Habláis y no escucháis. Incluso cuando os acercáis a mi, no paráis de hablar y no abrís el oído para escuchar mi Palabra.
Escuchad a los profetas, el que los escucha me escucha a mi. Sus palabras llevan luz y llevan vida.
Pero escuchad sobre todo, a mi Hijo. Él es la Palabra perfecta. Con su palabra todo se ilumina.
Pero escuchad bien, mis buenos discípulos. Debéis guardar la palabra en el corazón, como hacía la mujer que mejor ha sabido escuchar: María.
Baja: Baja, porque no se puede estar siempre en la cumbre. Bajad, porque muchos os esperan allí abajo. En el pueblo, en los caminos, hay muchos hombres que sufren y trabajan. Es necesario llevarles un poco de luz y del consuelo que aquí habéis recibido. No se enciende una luz para guardarla. Tampoco se puede almacenar la dicha, porque se pudre. Nadie puede ser feliz a solas.
Bajad todos mis discípulos a predicar el evangelio. Bajad, donde están los que sufren, para estar y luchar con ellos. Bajad a levantar a los caídos, a curar heridas, a enjugar lágrimas y a extender la mano a todo el que os pida.


(E)

Los apóstoles viven una gozosa experiencia, una especie de luna de miel junto a Jesús. Sí. Están con la ilusión primera de todo lo que comienza. Siguen a Jesús y todo marcha bien. De pronto comienzan las dificultades, eso que nos hace exclamar: «Si lo llego a saber, no me meto en esta aventura». «Yo creía que esto iba a resultar más fácil». «¡Qué necesidad tengo yo de meterme en líos a mis años, con los bien que están... otros». Las frases se pueden multiplicar. La realidad es muy sencilla: al principio todo parece de rosas, pero el camino trae sorpresas... No es que «la ilusión inicial sea falsa». Al inicio está en germen, en promesa todo lo que esperamos, todo lo que nos hace partir y nos pone en marcha. Pero no es posible adelantar todo. La vida va atrayendo, poco a poco, la dura realidad. Y habrá que mirar al principio para recuperar fuerzas y ver que en los objetivos iniciales estaba todo iniciado, aunque no desarrollado.
Las personas y los grupos palpamos cada día esta realidad. Muchos se vuelven atrás a la primera dificultad; no soportan caminar entre rosas con espinas.
Jesús siente que su grupo de discípulos no está al margen de esta dinámica. Jesús acaba de hablar de la muerte que le espera y se encamina hacia Jerusalén, donde lo anunciado tendrá cumplimiento. Necesita «confirmar» a los suyos para que resistan en el seguimiento a pesar de lo duro que viene.
Como los discípulos, tenemos la tendencia de arrimarnos al “sol que más calienta”, para sacar “algún beneficio”. Unos seguían a Jesús pero no ocultaban que lo que en el fondo pensaban era sentarse a la derecha de él algún día. El poder, con tal de llegar a él, exige algunas incomodidades, pero después recompensa... Como veis, este funcionamiento no es de hoy. Hay personas que se despersonalizan con tal de llegar a tener poder... Y llegan. Y cuando llegan ya no son personas, están despersonalizadas. Las consecuencias las pagarán los otros, además de ellos mismos...
Los seguidores de Jesús tenemos que aprender que al lado de Jesús no hay poder, sino servicio; al lado de Jesús no hay puestos, sino últimos puestos; al lado de Jesús no se ve todo claro, se va aclarando uno esperando que la Luz llegue más tarde... Y cuando llega, la verdad deslumbra.

Jesús elige a los más íntimos, a los «pilares del grupo», para mostrarles, por unos instantes, su identidad y su relación directa con toda las tradición religiosa anterior: Moisés y Elías. Se deja ver para hacer saber su identidad en el marco de una oración.
Suben al monte a orar. Y en la oración es donde acontece lo que ellos no esperan. Lo que acontece les pilla por sorpresa hasta el punto de no entenderlo bien. Pero sucede algo que entenderán más tarde. Ven y escuchan una voz de revelación: Es mi Hijo; escuchadle.Algo así como esto: «Pase lo que pase, triunfe o esté clavado en la cruz, es mi Hijo. No reneguéis ni lo abandonéis».
“Escuchadle”. Hoy se nos grita a nosotros este imperativo... Es difícil escuchar. Muy difícil. Oímos ruidos. Mucha gente vive la experiencia de que su palabra se convierte en un ruido más de tantos como nos invaden. “Me siento muy solo, nadie me escucha, nadie me toma en serio, nadie toma en serio lo que digo”. Es tremenda la soledad que viene de sentirse excluido por no ser escuchado.
La soledad es saber que nadie te escucha, que nadie guarda tu palabra en su corazón, que nadie te comprende. Que nadie te presta atención.
“Escuchadle”, prestad atención a Dios, dad importancia a Dios, acoged la palabra de Dios... Esta es la revelación del Padre sobre su hijo. Prestar atención a Dios es “escuchar a su Hijo, el Enviado”. Está bien hacer las “obras de Dios”, pero es insuficiente. Ser creyente es ser oyente, ser escuchador.
“Escuchadle”. Escuchar a Dios, prestarle atención es, al mismo tiempo, saberse escuchado por Dios y sentir que nos tiene en cuenta...
Nos sobran ruidos, preocupaciones, ansiedades... Aunque hay veces que tenemos que confesar que nos horroriza el silencio y preferimos el ruido al silencio.

Si te detienes un momento, descubrirás que a lo largo de tu vida, en contacto con las personas, subiendo o bajando al «monte Tabor de la profundidad», allí donde se ve un poco más que tierra plana..., se dan situaciones de Tabor con otras personas, con Dios mismo. Dices que entras en la iglesia buscando un poco de paz y silencio y sales viendo las cosas de otra manera, transfigurado... Sales escuchando más y reconociendo mejor y aceptando lo duro de la vida... Sales más evangelizado por el Padre.
Nada de la Escritura es un pasado que no pasa. Es un pasado que nos ayuda a reconocer la revelación de Dios también en nuestro presente...
Calla y escucha. ¡Si aprendiéramos a escuchar! ¡Si aprendiéramos a escucharle!.


Oración de los fieles

(A)

Confiados en el amor recibido en nuestro bautismo que no cesa de transfigurarnos, pedimos al Señor

Todos: HAZNOS DESCUBRIR TU GLORIA

Renueva a tu Iglesia, Señor, con la luz del evangelio; concédele que pueda brillar ante el mundo como un signo profético de unidad y de paz. OREMOS...
Renueva, Señor, el corazón de cada uno de tus discípulos; que sepamos reconocer tu rostro luminoso en cada uno de los hermanos, especialmente en los golpeados por la vida. OREMOS...
Renueva, Señor, por la luz de tu evangelio a quienes ya no creen en el amor y no descubren rostros transfigurados por él. OREMOS...
Renueva, cada día, Señor, a los que se esfuerzan en la transformación de este mundo, en los foros importantes o en los pequeños gestos de cada día, para que con la cooperación de todos se consiga una tierra y un cielo nuevos. OREMOS...
Renuévanos por dentro y haz que en esta eucaristía experimentemos que somos tus hijos amados y escuchemos las palabras de tu Hijo.

Dios nuestro, por Jesús haces desaparecer las sombras. Acoge nuestras oraciones. Purifícanos con el fuego de tu Espíritu para configurarnos con la voluntad de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

(B)

Dirigimos a Dios nuestras súplicas, diciéndole:
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN COMO EL TUYO.

Para que la Cuaresma nos ayude a descubrir la necesidad que tenemos de Ti en nuestra vida. OREMOS...
Para que estemos siempre dispuestos a recibir la paz y el perdón que Tú nos ofreces. OREMOS...
Para que la Cuaresma nos haga más generosos y desprendidos, más austeros y solidarios. OREMOS...
Para que hagamos las paces contigo a través de nuestro arrepentimiento y de nuestra conversión. OREMOS...

Danos, Señor, un corazón como el tuyo, para que vivamos en paz y en solidaridad con todos los hombres. Tú que vives...


Ofrendas

Dos símbolos: La Biblia y un vestido blanco.

Biblia:

La Palabra de Dios tiene que ser el fundamento de nuestra fe.
Si queremos que nuestra fe sea, de verdad, una fe auténtica, tenemos que basar y fundamentar nuestra fe en el Evangelio de Jesús, en sus enseñanzas, no en devociones piadosas, porque desvirtuaríamos nuestra fe, que tiene que ser fundamentalmente una fe “evangélica”.
Además de las cosas materiales que necesitamos para vivir, necesitamos como creyentes la Palabra de Dios:
Como alimento de nuestro espíritu.
Como luz que ilumina nuestra vida.
Como fuerza que nos ayuda en las dificultades.

Esforcémonos por escuchar siempre con atención la Palabra de Dios y valorarla, ya que es la que tiene que dar sentido a nuestra fe.

Vestido blanco:

“Cristo se transfiguró y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” nos dice el evangelio de este domingo.
Este “vestido blanco” (el que se presenta) es signo y resplandor de la gracia de Cristo, con el que tenemos que revestirnos.
Este vestido blanco nos recuerda la necesidad de nuestra renovación y de nuestra limpieza interior, tan fácilmente olvidadas o deterioradas por los atractivos de la vida, por nuestra apatía o por las dificultades y problemas de la vida.


Prefacio...

Dios de Abrahán, Dios de Jesús de Nazaret,
te damos gracias y te bendecimos
porque has sido bueno con nosotros.
No cuentas nuestros pecados
ni mides en una balanza nuestras caídas.
¿Quién podrá resistir en tu presencia,
si fueras un Dios que no olvida?
¿Quién se atrevería a mirar a lo alto
si tu mano señala siempre la ley?
Dios de Abrahán, Dios de Jesús de Nazaret,
te damos gracias y te bendecimos
porque has abierto tu corazón
y nos has revelado todo el torrente de amor
que reservas para nosotros.
Te damos gracias y te bendecimos
porque nos devuelves la alegría del corazón
y tu misericordia nos atrae
para proclamar con todos los ángeles y los santos
el himno de tu alabanza,
diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo...



Padre nuestro

Movidos por tu Espíritu, Dios misericordioso, nos atrevemos a llamarte Padre, tal como nos enseñó Jesús, tu Hijo amado, a quien Tú nos pediste que le escucháramos y le obedeciéramos siempre. Por eso, juntos te decimos: Padre nuestro...

Nos damos la paz

Vamos a pedir al Señor que nos dé ánimos para arriesgar nuestras vidas y así conseguir que cada día haya más paz en la tierra, y que un día podamos conseguir la verdadera paz en este mundo que Dios nos tiene preparado a los que nos esforzamos a favor de ella.
Que la Paz de Jesús esté con todos vosotros...

Compartimos el pan

No vemos, hermanos, sino el pan. Pero este pan es el signo de la presencia de Dios entre nosotros. Este es el pan que hace posible nuestro seguimiento a Jesús. Quien come de este pan se transforma en imagen de Jesús.
Dichosos los invitados a la mesa del Señor...

Oración

A tus amigos, Señor, les ocurrió lo mismo
que nos sucede a nosotros cuando oramos.
Siempre que pasamos un rato contigo
comentamos lo bien que nos dejas,
cuánto nos sanas por dentro, cómo nos energizas la vida...
Después viene el trajín de cada día y no volvemos a acordarnos,
te olvidamos enseguida,
te traspapelamos en los agobios, en el trabajo,
mientras seguimos recordando nostálgicos,
¡qué bien se estaba contigo!

Nos organizamos la vida dejando para ti las sobras del reloj.
Vivimos agitados, nos ocupan mil cosas
y para un rato que tenemos de descanso...
la tele te gana la partida; una película nos distrae,
un libro nos reclama, tenemos pendiente una llamada,
podría hacer una comida, una chapuza o cualquier cosa.
Y sentarnos a tu lado, hablar un poco contigo lo vamos dejando,
aunque estamos convencidos del bien que nos hace,
de lo que nos descansas, nos animas, nos dinamizas y nos habitas.

Subiste con tus amigos a una montaña alta y apartada,
nosotros tenemos que proponernos buscar el lugar
y el momento adecuado.
Cuando estamos contigo a solas,
cuando hacemos silencio, cuando nos ponemos a tu escucha
nos ocurre lo mismo que a Pedro, a Santiago y a Juan,
que nos cambias del todo,
sentimos que nuestra vida se transfigura
porque tú nos pones en contacto
con lo mejor de nosotros mismos,
tú nos descansas del trajín cotidiano,
nos impulsas a perdonar,
nos reconcilias con nosotros mismos,
nos haces los protagonistas de nuestra historia
y nos llenas de tu amor.
Así, de esa manera,
podemos con todo y la vida contigo se vuelve una fiesta.

¿Cómo no le vamos a contar a todos este secreto que nos llena de gozo?
Es lo que queremos hacer ahora al salir de misa, y para ello danos tu bendición…


Bendición

Con la luz de tu palabra y la fuerza de tu Cuerpo y de tu sangre queremos hacer un mundo nuevo y una historia distinta. Un mundo solidario, sin discriminaciones, un mundo limpio y cálido, donde todos disfrutemos de ser hermanos. “Bajamos” ahora de la montaña de nuestra celebración y somos enviados a la vida de cada día, para hacer realidad estos deseos. Para ello que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros. Amén.

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WebJCP | Abril 2007