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sábado, 26 de marzo de 2011

LA TEOLOGÍA DEL AGUA


Por José Enrique Galarreta sj
III Domingo de Cuaresma (Juan 4,5-42) - Ciclo A

Uno de los más bellos y famosos textos del evangelio de Juan. Es estupenda la escenificación, el progreso del diálogo, los muchos detalles que ambientan perfectamente el relato... Pero nos importa mucho más el significado. Jesús es el Agua Viva. El cuarto evangelio lleva al límite el género "Evangelio", en el que los sucesos se narran por su significado.

Parecen historias, narran muy probablemente sucesos que ocurrieron, pero son sobre todo tratados de teología.

El suceso es perfectamente verosímil, bien ambientado en todos sus detalles. El paso de Jesús por Samaria hacia Jerusalén no está atestiguado en ningún otro evangelio, pero no es imposible: el pozo puede ser el "de Jacob", aunque la localización de Sicar ha suscitado discusiones. El texto refleja también perfectamente la posición religiosa de los samaritanos respecto a los judíos.

Sobre este relato, Juan construye "la Teología del Agua viva". Parecería una invitación a hablar del bautismo; el texto sin embargo tiene una connotación bautismal mucho más amplia. Se toma el agua en el sentido más bíblico, como aparece en el Libro del Éxodo, tal como lo vemos en la Primera Lectura de hoy. No se trata de sumergirse, lavarse, sino de "beber". En este sentido, el texto ilumina al bautismo, porque allí empezamos a beber del agua de Jesús.

En estos tres domingos de Cuaresma (3º, 4º y 5º), vamos a leer tres narraciones del cuarto evangelio:

- Hoy, el de la Samaritana, cuyo tema es "el agua viva".

- El domingo 4º, el ciego de nacimiento, cuyo tema es "la luz".

- El domingo 5º, la resurrección de Lázaro, cuyo tema es "la vida".

Los tres son símbolos perfectos de Jesús y, a través de él, de Dios.


Jesús y la samaritana: un mundo lleno de novedades. Jesús está cansado y sediento, y no puede sacar agua porque el pozo es profundo. Nuestra fe no se basa en un Jesús mágico, exento de cansancio o de debilidades. Nunca insistiremos demasiado en que creemos en ese hombre.

Jesús habla con una mujer, y una mujer samaritana, herética y extranjera, y además de mala fama. Hasta sus discípulos se extrañan. Pero es que es el médico, viene a curar, a salvar, tiene que estar con los enfermos.

Preciosa imagen de Dios. A Jesús le interesa poco el Templo, el culto exterior, incluso “los justos”; le interesa que la mujer arregle su vida. Jesús sueña con salvar el mundo entero: pero necesita ayuda.

Esto define nuestra misión: ¿quieres ayudar a Dios a que sus hijos vivan como hijos?

Sí, lo de Jesús es diferente.

EL AGUA VIVA.

Lo que es el agua para la vida normal, eso es Jesús para la vida humana. Jesús es el Agua, Jesús es La Palabra, Jesús es el que da el Espíritu. Jesús no es un pozo a donde se va a beber de vez en cuando, es una fuente de espíritu: el que bebe de Jesús es fuente. Él mismo siente brotar de dentro de sí el Agua que brota hasta la Vida eterna, y no tiene más sed de otras aguas, porque Jesús quita la sed de todas las otras cosas.

Es importante que adquiramos la manera de hablar de la Biblia. Nosotros funcionamos siempre por conceptos, y queremos abarcar con ellos la realidad precisa y clara. Pero estamos hablando de Dios, y toda la Biblia, y los evangelios, nos hablan de Él con imágenes. Y ¡qué estupendas imágenes! La mayor parte de nuestro organismo es agua. Sin agua no podemos vivir. El mayor tormento es la sed. Encontrar agua en el desierto es un milagro increíble. Eso es Dios para nuestra vida, eso es el evangelio. Sería magnífico que pudiéramos decir sin extrañeza, "vamos a beber en el evangelio de Marcos".

Todos estos símbolos expresan muy bien la condición de la vida humana, necesitada de alimento, luz, agua... para caminar. Es una vez más la confirmación de la imagen de Dios que Jesús nos da. Nosotros solemos preferir otros términos: Eterno, Creador, Señor, Juez... Pero Jesús usa mucho más estos términos inmediatos: agua, luz, vida, pan, pastor, puerta, médico, padre. Todos ellos subrayan una misma línea: Jesús presenta a Dios como aliado, en la línea más antigua de la Revelación.

El hombre tiene que andar un camino. Dios es su ayuda mejor en el camino. La Palabra de Jesús es la mejor luz, el agua, el pan del camino, Dios es el pastor y el médico. Estamos acostumbrados a dirigirnos a Dios diciendo "Dios mío". Llegamos hasta a decirle "Padre mío". Sería magnífico que no nos disonara invocarle diciendo "Agua mía".

Cuando la Samaritana entiende que Jesús le ofrece más que el agua del pozo, pasa inmediatamente a planteamientos religiosos habituales, que a Jesús no le interesan: el Mesías, el templo en Jerusalén o en el Garizim.... Pero todo eso no es el agua de Jesús. El agua de Jesús es que los verdaderos adoradores den culto en espíritu y en verdad. Y esto no se limita a decir que hay que hacer en el templo un culto verdadero, con entrega del espíritu a Dios, sino que hay que dar un verdadero culto, que rebasa el templo y convierte toda la vida en culto.

Esta "novedad de Jesús" estaba ya sembrada en el Antiguo Testamento, y el mismo Jesús cita la frase del profeta Oseas "Misericordia quiero y no sacrificios". Pero es en Jesús donde aparece con toda su fuerza y en su sentido más radical. Dios no está en el Templo, como un Señor que reside en un palacio. Está en todas partes y sobre todo en todos sus hijos los seres humanos; allí hay que servir a Dios. Los templos y los lugares sagrados han sido para las religiones lugares para encerrar a los dioses, para que no estén fuera de ellos.

Por eso, para los conceptos religiosos tradicionales hay diferencia entre lo sagrado y lo profano. Con Jesús, esto desaparece, porque no hay nada profano. Es más, si la vida no es sagrada, el templo es profano, porque es inútil.

Una última consideración, uniendo los dos temas que hemos enunciado. El mundo necesita agua, está sediento. Está sediento de agua física, de pan físico, de vivienda física, y está sediento de Agua Viva, de conocer a Dios, de saber quién es y cuál es su Casa. Éste es el espacio sagrado de los que siguen a Jesús, éste es su culto, ésta es La Palabra de que son portadores.

Demasiadas veces hemos pensado que llevar a los pueblos La Palabra es predicarles la religión. Esto es sólo una caricatura, y un empequeñecimiento de La Palabra. La Palabra no son nuestras palabras: La Palabra es Jesús, un modo diferente de vivir, una manera de situarse ante los demás, una nueva relación con Dios. Todo esto se explica con palabras, pero solo se transmite con obras.

Por esta razón, el agua vuelve a aparecer en la última "parábola", la del Juicio final. En ella se diferencia lo válido de lo inválido, no por la predicación, ni por la pertenencia jurídica a la Iglesia, sino por la mejor de todas las frases que puede entender cualquiera:

"Porque tuve sed y me disteis de beber"

Y es que Jesús lo cambia todo: nuestra relación con Dios, el Agua Viva: nuestra relación con los demás, con los que hemos de compartir nuestra Agua, el concepto mismo de religión, que es el agua que hace fecunda la vida de los humanos.

"¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"

Esta duda del pueblo de Israel es quizá también la nuestra. ¿Dónde está tu Dios?. En un mundo lleno de tanta miseria y tanta maldad ¿dónde está Dios? Hace falta un fe muy fuerte para seguir hablando del Dios Padre de todos, para seguir afirmando que existe, que se entera, que nos quiere ... ¿por qué sigue permitiendo tanto mal para sus hijos?.

Jesús no nos ha explicado este por qué. Jesús nos ha dicho lo que quiere hacer el Padre, y que nos necesita para hacerlo. Jesús no ha hablado del Creador, ni nos ha explicado por qué el Padre da permiso para que caiga cada uno de nuestros cabellos, y lo da también para tanto mal. Jesús sí nos ha dicho que en este desierto, el Agua, la luz, la sal, el pan... es la Palabra de Dios.

Esta es nuestra fe. Y no es fácil comunicarla. Pero es misión que se nos ha encomendado. Ofrecer agua en el desierto. Ser agua en el desierto. Esto nos llevaría otra vez a "vosotros sois la sal..."

De todo esto, Jesús es la prueba. Nuestra fe en la divinidad de Jesús va a ser puesta a prueba al ver su humanidad. Verle sufrir y morir es un escándalo. ¿Puede pasarle esto a al “hijo predilecto”? "Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz".

Y nos sucede lo mismo al ver la cruz de tantos crucificados de la tierra. Es el desafío más fuerte para nuestra fe. Si, después de la cruz, seguimos creyendo en Dios, es porque sabemos que, precisamente por eso no bajó de la cruz.

Nuestra fe es en Jesús crucificado, es decir: creemos en el Amor de Dios, a pesar del mal del mundo, a pesar del desierto, porque hemos visto a Jesús dar la toda la vida, hasta la misma muerte, por nosotros, los hijos pecadores, simplemente porque nosotros necesitamos creer en el amor, a pesar de que vemos el mal, el odio.

Quizá por eso no ponemos como señal del cristiano a Cristo Resucitado, sino a Jesús crucificado. Recordemos la frase perfecta de Juan 3,16 : “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”, corroborada por Pablo en Romanos 8, 32 “el que no escatimó ni a su propio hijo sino que lo entregó por todos nosotros”.

Sé de quién me he fiado

Preguntaban los israelitas en el desierto: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?". Es la pregunta básica de la fe: ¿me puedo fiar?, ¿será verdad todo esto?. Leemos el relato de la samaritana, y brota de nuestro interior la fuente de la fe en Jesús. De éste sí me puedo fiar. No hay Maestro como éste, no hay Palabra como ésta, no hay Religión como ésta. Si Dios es esto, esto es el Agua para mi vida, de esto sí me puedo fiar ( de ÉSTE sí me puedo fiar).




SALMO 42 – 43

Un sacerdote desterrado añora su servicio en el Templo, suspira por la Casa del Señor:

Como suspira una cierva por las aguas vivas
así suspira mi alma
por Ti, mi Dios.

Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo
¿cuándo iré a contemplar el Rostro del Señor?

No tengo otro pan que las lágrimas, de día y de noche
yo que escucho decir cada día
"¿dónde está tu Dios?"

"¿Dónde está tu Dios?". Tirados en el desierto de la vida, acosados por tanta oscuridad, por tanta sed, nuestro espíritu se levanta hacia La Fuente, añoramos La Vida, en que contemplaremos el Rostro del Señor.

¿Qué tienes tú, alma mía, por qué sufres,
por qué gimes en el fondo de mi ser?
Espera en Dios: voy a cantar su nombre,
"Salvador de mi vida, Tú, Dios mío"

Porque Tú eres mi Dios, Refugio mío,
no te olvides de mí,
¿por qué he de vivir en la tristeza
acosado por mis enemigos?
Envíame tu luz y tu verdad, y ellas sean mi guía,
ellas me llevarán a tu montaña, a tu Morada Santa.

Acosado por mis enemigos, por mi envidia y mi pereza, por mi lujuria y mi avaricia, por mi soberbia, por el pecado que está en las raíces de mi árbol. Pero sé que camino, hacia la Montaña Santa, de donde brota el arroyo del que bebo mientras atravieso el desierto.

Envíame tu luz y tu verdad, y ellas sean mi guía,
ellas me llevarán a tu montaña, a tu Morada Santa.
Y subiré hasta el altar del Señor,
del Dios de mi alegría,
y cantaré, y haré sonar mi arpa, Señor, Dios mío.

Cantando por el camino del desierto, camino de la Casa del Señor. Alma mía, que sufres añoranza de la Fuente, de la Casa; camina, alma mía por el desierto, y bebe de la Fuente de Jesús, y canta, porque no faltará el Agua en el desierto

¿Qué tienes tú, alma mía, por qué sufres,
por qué gimes en el fondo de mi ser?
Espera en Dios: voy a cantar su nombre,
"Salvador de mi vida, Tú, Dios mío"

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WebJCP | Abril 2007