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domingo, 13 de marzo de 2011

LA HOMILÍA MÁS JOVEN: SERENIDAD, ANGUSTIA Y CORAJE


I Domingo de Cuaresma (Mt 6, 1-6.16- 18) - Ciclo A
Por Pedrojosé Ynaraja

El que sea joven, entre mis queridos jóvenes lectores, lamentará que no le entienda su maestro o el tutor escolar. Si es un poco mayor, se quejará de que no le comprendan sus padres. Si ya es adulto, sufrirá la gran angustia de no entenderse a sí mismo. Aunque nos extrañe, es este un componente humano, propia de su realidad, desconocido por vegetales y animales, aunque de esto nada diga el correspondiente código genético. Jesús se hizo semejante a los hombres en todo, excepto en el pecado. Explícitamente lo dice la Carta a los Hebreos (4,15), e implícitamente otros lugares, que ponen más empeño en afirmar que se hizo “carne de pecado”, para expresar las limitaciones en las que encajó su existencia histórica. Si la interioridad del hombre es compleja: cuerpo, alma y espíritu entrelazados que se influyen, mucho más lo será la del Señor.

Os pondré un ejemplo. Tengo en casa una botellita con mercurio, agua y aceite, herméticamente cerrada. Muy diferentes entre sí los tres líquidos, participan conjuntamente de las influencias que reciben o promueve cada uno. Si agitáis la parte superior, el óleo, se moverá también el mercurio. Si ejercéis presión en el agua, se trasmitirá con la misma intensidad a los demás, como recuerda el principio de Pascal. Este frasco me gusta enseñarlo, como imagen elocuente de la personalidad humana. Pues bien, imaginaos que sometemos el recipiente a las radiaciones de una central nuclear. Aunque a la mirada nada habrá cambiado, el contenido gozará de unas características muy peculiares, que deberemos tener en cuenta si queremos manipularlo. Para bien o para mal. Tal vez a algunos de vosotros no os ayudará la descripción y os preguntaréis porqué se me ha ocurrido explicárosla. Olvidadla, si no os sirve. Recurro a tales imágenes, cuando hablamos de Jesucristo y en unos casos hay quienes exageran su realidad humana y quieren reducirla y creer que es idéntica a la diminuta personalidad de cada uno, o en otros, con la excusa de que era Dios, quieren simplificar las cosas, excluyendo aspectos de su rica entidad.

Hace muy pocos meses, como ya os conté, me movía por el terreno donde nos sitúa el evangelio a Jesús después de haberse bautizado. Este desierto, que llamamos de Judá, es pequeñito. Se trata de una franja paralela al curso del río Jordán, de no más de 30 Km. de anchura. Pese a que encima de Jericó, la Ciudad de las Palmeras, y a una cierta altura, que hoy se franquea con un aéreo, (a mi me ha gustado siempre subir a pie), se eleve una galería monacal, celdas e iglesia, encajada en la montaña, que se protege en ella y la santifica con su oración. No me imagino al Maestro detenerse en este balcón natural y lo supongo siempre adentrado en el desierto del que os hablaba. Es curiosa la fascinación que tienen estos lugares, ricos de un encanto, que no supera ni el más bello jardín del más precioso parque.

Desierto es soledad y silencio. Lugar donde se experimenta la batalla interior y a donde se acude para conseguir serenidad. La riqueza del desierto se amplia, si la estancia no es simple viaje turístico, sino que se detiene uno allí, añadiéndole el ayuno y la oración. Entonces si que es la “crême de la crême”. Es lo que hizo Cristo.

Fue tan intensa su experiencia que, pese a haberla vivido en soledad, no quiso reservársela para sí, y la contó a sus amigos. Es muy propio del humano que es buena persona el compartir con los suyos, tanto desgracias como suertes (aviso a los de temperamento inclinado a la reserva).

El relato nos llega condicionado por las circunstancias en que sucedió. Me refiero a características culturales. Por ello deberemos sacarle jugo, traspasando posibles situaciones nuestras. Tentación es lucha. No se olvide que si las batallas medievales fueron muy diferentes a las de la Gran Guerra, hablando en términos militares, las libradas en el ámbito espiritual, también difieren.

Lo primero que se le ofrece al Señor es la satisfacción de la más elemental de las necesidades de aquel momento: el hambre. Comer no es para Él una necesidad imperiosa, no está a punto de emprender un viaje o de iniciar un trabajo penoso, ni al borde de la muerte por inanición. Situado en la privilegiada experiencia mística, puede resultar hasta un capricho. Lo cual no quiere decir que no sintiera apetito. No se deja seducir. La gastronomía es cultura, se dice con frecuencia. El ayuno: sea de comida, de tabaco, de licores, de refrescos, bombones o chucherías, es ocasión de crecer en santidad, o de activar energías para la conversión.

La segunda tentación, de otra manera, es de plena actualidad. Se trata de presumir, de fardar, de tener éxito. Se logra con ello la admiración, la facilidad de seducir, de conquistar. Todo lo más alejado que uno pueda imaginar, respecto a la humildad. No se deja convencer y hasta le arguye con cierta ironía. (Cita el demonio, pero no cita con exactitud)

Lograr una situación importante en una gran multinacional, gozar de buen sueldo, primas y vehículo a cuenta de la empresa ¿Quién no lo desea? Dominar, poder mandar y prohibir, es el mayor deseo de gente, sean de la clase política, clerical o pequeño burguesa. Pero tampoco cae en ello, el Señor.

Os invito a que escribáis en un papel, situaciones paralelas, tentaciones semejantes a las que sometió el diablo a Jesús, a la medida de cada uno. Que los pequeños, somos tentados con caramelitos o dulces, no con invitaciones a heredar grandes fortunas o dominios de imperios comerciales.

Si vencemos, seremos asistidos por Dios, que es enigmático, pero que nunca engaña, ni defrauda (pero no le deis prisa, que es eterno).

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WebJCP | Abril 2007