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miércoles, 16 de marzo de 2011

¡DIOS EN EL ASFALTO!


II Domingo de Cuaresma (Mt 17,1-9) - Ciclo A
Por Javier Leoz

Quien dice “sí” a Dios, está emplazado a configurar su vida conforme a la voluntad del Señor. En cuántos momentos hemos sentido el fracaso del mundo y ha sido en la oración, en la reflexión o en la búsqueda de las cimas de la fe donde se ha sentido nuestro corazón sobrecogido, nuestra alma edificada y nuestra existencia más serenada.

1.- Ha quedado atrás el primer domingo de la Santa Cuaresma: la lucha entre el bien y el mal. Hoy damos un paso más y, camino hacia Jerusalén, el Señor se transfigura delante de nuestros ojos. Brilla con nuevo resplandor su persona. Sabemos que, Jesús, no es aquel “Niño” que nació en Belén y que ha crecido solamente en estatura y dignidad humana: es el Hijo de Dios. Una vez más, como en su Bautismo en el río Jordán, se abren los cielos y Dios de nuevo ilumina su sendero. Un camino que no estará exento de cruz y de sufrimiento.
Recientemente en una estadística se reflejaba que las generaciones jóvenes están siendo dispuestas a nivel técnico o de conocimientos sobre la ciencia, el arte o la astronomía (entre otras muchas cosas) pero que queda pendiente una asignatura: ayudarles a disponerse para sufrir. No porque haya que se masoquistas, ni mucho menos, sino porque cuando se toman medidas ante una eventualidad (y el sufrimiento es una realidad antes o después) las personas podemos estar a la altura para hacerles frente y sacar, de esas situaciones de prueba, lecciones para nuestro propio crecimiento personal, espiritual o eclesial.

2.- Necesitamos transfigurarnos para que, cuando llegue el momento, podamos en toda circunstancia y lugar dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Si no nos dejamos tocar por el dedo de Dios, aconsejar por su voz y arrastrar por su resplandor, no será posible. Necesitamos la fragancia de Dios, signos de su presencia y de su poder. Pero ¿cómo lo vamos a tener sino lo buscamos? ¿Cómo vamos a percibir su voz si andamos sumergidos y perdidos en mil valles infectados de ruidos y de contiendas? ¿Cómo vamos a descubrir su apariencia si preferimos otros destellos más artificiales y sin contenido alguno?
Caminaba un peregrino en busca del “Dios perdido”. Se afanaba escudriñarlo en las azoteas de los grandes rascacielos y en las cumbres de los más altos montes. Un buen día una voz sonó en su interior: “A Dios lo tienes muy cerca de ti, en el asfalto por donde pisas”.
En nuestro personal viacrucis (a veces con muchas caídas y contradicciones) el Señor se nos revela como fuerza. En nuestro avance hacia la Jerusalén que nos aguarda (cuando cerremos los ojos a este mundo) el Señor nos habla y se nos muestra de mil modos y maneras. Sólo es cuestión de creer en El, de esperar en El y de fiarnos de El. La gloria de Dios no nos espera más allá de las nubes y del sol; hay que descubrirla y saber encontrarla junto a nosotros. Como les ocurrió a aquellos discípulos: no entendían, no comprendían…pero veían con sus ojos totalmente asombrados que Jesús era mucho más de lo que pensaban y que, Dios, andaba mucho más cerca de lo que ellos podían imaginar.

3.- Disfrutemos en esta cuaresma con la presencia de Jesús; en la Eucaristía, en el sacramento de la confesión, por la visita a un enfermo o con el silencio tan necesario y urgente para nuestra salud física, mental o espiritual.
Miremos un poco nuestro ayer, o nuestro hoy, y ojala seamos capaces de encontrar muchos momentos en los que hemos podido decir “Señor, qué bien he estado aquí”. Y no olvidemos, que en el ascenso hacia una gran montaña, todo se mezcla: el sufrimiento y el gozo, la tristeza y la alegría, la fuerza y la debilidad. Todo es necesario y….por todas su fases se pasa.

4.- CÁMBIAME, SEÑOR
Para que, mi rostro al igual que el tuyo
sea irradiación del Dios que vive en mí y tanto quiero
Y, descubriéndolo como mi todo y mi vida
hable de tal manera con El
que, en el monte de mi existencia,
pueda exclamar: ¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
CÁMBIAME, SEÑOR
Y, sintiéndome tocado por tu gracia
no acalle ni limite la voz que pregone tu poder
la voz que cante tus hazañas
la voz que alabe tu santidad y tu grandeza
CÁMBIAME, SEÑOR
Que cuando la prueba me asalte en el camino
sepa que, tu presencia, me acompaña
me guía, me consuela y me empuja a seguir adelante
Que, cuando mire al cielo, como Tú miraste
crea, escuche y me embargue
la presencia de un Dios que se fía de mí
que confía en mí y que tanto espera de mí.
CÁMBIAME, SEÑOR
Siendo testigo de tu reino
de que, otro mundo, todavía es posible
Porque, Tú Jesús, eres el enviado
el Ungido, el preferido, el amado
Aquel que es capaz, por su obediencia,
de cambiar a toda la humanidad.

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WebJCP | Abril 2007