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MISIONEROS EN CAMINO: VI Domingo del T.O. (Mt 5, 17-37) - Ciclo A: Dar plenitud
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sábado, 12 de febrero de 2011

VI Domingo del T.O. (Mt 5, 17-37) - Ciclo A: Dar plenitud



El fragmento del Evangelio que compartimos hoy es continuación de los proclamados los dos domingos anteriores, correspondientes al llamado Sermón de la Montaña, la nueva Ley para el seguidor de Jesús. Se trata de una exposición de las exigencias de la Ley de Moisés, para una comunidad judeo-cristiana que busca su identidad como tal. ¿Cómo ser judío y cristiano a la vez? Mateo quiere responder a esa pregunta con estos fragmentos.
Es importante ubicar adecuadamente el texto en su contexto para que ilumine mejor nuestra vida de fe y nuestro propio camino con Jesús, para nosotros que no somos judíos, sino, sencillamente, cristianos.
Cuando se habla del la Ley y los Profetas, no se refiera a un código, sino a toda la revelación bíblica, es decir, a todo el Primer Testamento, con todas las esperanzas del Reinado de Dios, con toda la promesa de una nueva vida para el pueblo. Los Evangelios insisten en decir que las profecías se cumplían en Jesús. Mateo emplea el verbo  plerosai – dar cumplimiento) para indicar que en la persona de Jesús, Dios estaba cumpliendo su promesa (1,22; 2,15.17.23; 4,14; 12,17…). Jesús no echa por tierra todas las esperanzas del pueblo, lo que hace es realizarlas en plenitud. En Jesús, Dios cumple su promesa con el ser humano, en Jesús se ven realizadas las esperanzas del pueblo.
“Porque les aseguro: antes que desaparezcan el cielo y la tierra, ni una letra ni una coma desaparecerán de la Ley antes que todo se realice”. Aquí sí habla sólo de la Ley. Pero no habla de dar cumplimiento (plerosai), sino de realizar (genetai). El punto de partida de la Ley de Moisés es la experiencia del Éxodo, la liberación de la esclavitud y la búsqueda de la tierra prometida. No se trata de hacer cumplir cada precepto, prohibición o amenaza del código judío, sino de realizar los anhelos de libertad que hay en el pueblo. “Se pensaba en los tiempos de Jesús, y así lo enseñaban los rabinos, que el Mesías tenía qua hacer el Éxodo definitivo; que el éxodo que hizo Moisés no era más que una figura anticipada del éxodo definitivo, de la liberación definitiva y de la tierra prometida definitiva, que llevará a cabo el Mesías”[1]
Mateo afirma que la liberación de la esclavitud, el camino del Éxodo y la llegada a la tierra prometida se va a hacer realidad en la medida que el creyente haga camino con Jesús, permita que el Espíritu oriente su vida y haga realidad la justicia del Reino. No se trata de observar la Ley, porque la Ley antigua ya no será tenida en cuenta como código ético para la vida del seguidor de Jesús. No porque la Ley judía sea mala sino porque al cristiano se le hace una nueva propuesta de vida a partir de la palabra y el testimonio de Jesús.
En cuando a la Ley judía, hay algunas cosas que sí deben ser superadas radicalmente como la venganza o la ley del talión. Hay otras cosas que se creían abominables y hoy las consideramos normales como comer mariscos (Lev 11,10ss), tocar un cerdo (Lev 21,20) o llevar un vestido de dos tejidos diferentes (Lev 19,19s). Asimismo hay cosas que permitía la Ley, pero hoy vemos que atentan contra la dignidad humana, como la posibilidad de vender a la hija como esclava (Ex 21,7). Hay cosas buenas que manda la Ley como el amor a Dios y a los hermanos, pero el creyente actuará no porque haya una ley de fuera que le diga lo que debe o no debe hacer, sino porque permite que el Espíritu de Dios actúe en él y oriente su vida.
Se trata de pasar de la edad infantil en la que se actúa, por una ley de fuera a madurar como ser humano y actuar desde dentro con el Espíritu de Jesús resucitado. “Como Jesús viene a empezar la edad adulta de la humanidad, todo lo que sea código externo de conducta se ha terminado. Es ahora el principio interno del hombre, ese Espíritu nuevo, el que lo lleva. Eso es ser adulto. Por eso la Ley como código está completamente abolida…El Éxodo se abrió con la muerte de Jesús cuando él da su Espíritu, y nosotros vamos saliendo de la sociedad injusta, que es la tierra de la esclavitud, para entrar en la tierra prometida, que es ésta comunidad que vamos creando, que queremos crear, donde la relación humana es relación de amor. No de rivalidad, no de hostilidad de unos con otros, no de dominio, no de prestigio, sino de igualdad, de entrega, de solidaridad.”[2]
Cuando se habla de mandamientos más pequeños no hace referencia a la Ley antigua, sino a las Bienaventuranzas, que Mateo lo llama mandamientos para indicar que están en continuidad armoniosa con los antiguos, pero sin llegar a la casuística fundamentalista de los escribas y fariseos, como lo veremos ahora. No se trata de un desprecio por lo antiguo sino de darle todo su valor. La Ley antigua será para el seguidor de Jesús un motivo de inspiración, de reflexión, de oración, si es preciso, mas no se tendrá en cuenta como código de obligatorio cumplimiento, porque sí.
Las Bienaventuranzas deben ser no tanto un código represivo y restrictivo, sino una continua fuente de inspiración, un reto constante, una utopía que debe ser tenida en cuenta para realizar la vida, para evaluar la fidelidad a la Nueva Alianza sellada con la sangra de Cristo.
La vivencia de las Bienaventuranzas será la puerta de entrada al Reino de Dios. Quien no acepte de palabra o de obra, quien no viva en ese espíritu, no podrá ser testigo de su obra. Y no se trata de una amenaza con la exclusión del Reino, se trata de algo lógico: quien no viva la misericordia, no podrá alcanzar misericordia, no porque Dios lo castigue, sino porque así es. Quien no abre su corazón al perdón, al amor, al servicio, quien se cierre en su egoísmo, se autoexcluye de la nueva vida que viene como consecuencia del Reino.
“Por eso, el que suprima uno solo de los mandamientos más pequeños y les enseñe eso a los demás, será el más pequeño en el Reino de los cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos.” Quien cumpla, porque ¡eso sí! primero es la vivencia, la experiencia, la práctica, y enseñe, con su vida y con su palabra, será grande en el Reino de los cielos, será testigo de la grandeza del amor de Dios que se manifiesta al ser humano.
Los escribas y fariseos eran personajes paradigmáticos en su momento por ser hombres religiosos y cumplidores de la Alianza. Tenían buen nombre y eran respetados por todos. Nadie se atrevía a dudar de la reputación de un fariseo, de la sabiduría de un escriba, ni a cuestionar su vivencia religiosa y fiel cumplimiento de la Ley. Pero, Jesús era “un atrevido”, pues se metió en el rancho de estos incuestionables personajes y descubrió que detrás del manto de santidad con el que se cubrían, detrás del estricto cumplimiento de la ley se escondían personajes miedosos, escrupulosos y fanáticos que pasaban lo fundamental de la vida que es una vivencia en el amor misericordioso de Dios reflejado en el prójimo. Escribas y fariseos se la pasaban mirando con lupa los 635 preceptos y prohibiciones de la Ley, llenos de escrúpulos: porque rozaron su mano con un pagano, porque en la plaza tuvieron que comprarle vino a un pecador, porque un ratón pisó chimenea y entonces había que tumbarla y hacer otra, porque en sábado se podían caminar sólo unos cuantos pasos… en fin, amargaban su propia vida y amargaban la de los demás, con el pretexto de mantener la pulcritud de la religión.
Mateo señaló que por ahí no es el camino. Que el seguidor de Jesús debe superar ese legalismo fanático y hacer una opción radical por la justicia del Reino. La fidelidad a la alianza no debe ser medida por el cumplimiento o la violación de unos preceptos dados desde la estratosfera, sino por una radical entrega y generosidad a la construcción de la justicia, de la fraternidad y solidaridad vivida por Jesús y sus auténticos seguidores. Así que hoy en día no vale la pena estar como los fariseos pensando si utilizó o no utilizó condón, si se tomó o no se tomó la pastilla, si fue el sábado o el domingo a la misa, si esta misa es de precepto o no es de precepto y otras cosas, que sin dejar de ser importantes, no pueden determinar la vivencia cristiana. Lo que hay que ver es qué sentido le doy a mis relaciones humanas, a mi afectividad, a la vivencia de la fe, a mi compromiso con la justicia del Reino en el hoy de mi historia. Si soy honesto conmigo mismo y con los demás, si estoy construyendo honestamente mi vida y contribuyo a la realización de una mejor humanidad.


Estos temas generales no impiden que se analicen y se invite a reflexionar y a actuar honestamente en temas concretos, como los que vienen:
a) Homicidio: matar no es sólo quitar la vida física. Hay otras formas de acabar con la vida de la otra persona o de un grupo social. Cuántas personas hoy soportan una vida de sufrimiento y dolor porque desde niñas recibieron desprecios. Porque les dijeron que no valían, que no servían para nada, que no eran dignas de amar. Cuántos pueblos hoy son víctimas de grupos homicidas, tanto de bandas criminales identificadas, como de criminales de cuello blanco que saquean el erario público, manipulan a su antojo la contratación, impiden soluciones, entorpecen procesos de saneamiento, y tienen el descaro de presentarse como “la fórmula ganadora” ante los votantes que se echan asimismo la soga al cuello, porque al fin y al cabo cada pueblo tiene los gobernantes que se merece si no es responsable de su destino. El Evangelio va más allá e invita a pensar en las relaciones humanas, en los sentimientos y pensamientos que nos mueven a obrar a favor o en contra de los demás. A superar odios, rencores, egoísmos, palabras y expresiones destructivas y todo aquello que detiene nuestra vida.
b) Adulterio: nuestra mentalidad sexista tiende a llevarnos pensar que la infidelidad es exclusivamente acostarse con otra persona distinta a la pareja. El Evangelio invita a revisar los pensamientos, sentimientos e impulsos del corazón, y la forma como miramos y deseamos. También el adulterio es todo tipo de falsificación fraude, de infidelidad a compromisos profundos con otra u otras personas. En la pareja se es infiel cuando se anula a la otra persona, cuando se incumplen compromisos de perseverancia, de mutua edificación, cuando no se es leal, cuando se esconden verdades, cuando se juega sucio de cualquier manera… Por eso vale la pena recordar: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”
c) Opciones radicales: Hay cosas, costumbres, elementos de nuestra cultura, de nuestra personalidad y hasta personas, que definitivamente debemos arrancar de nuestra vida para siempre. Algunas veces estas realidades están profundamente arraigadas a nosotros, como lo están nuestros miembros. Pero nos hacen daño y ponen en peligro nuestra vida tanto como si alguno estos miembros estuvieran gangrenados. Por eso, aunque nos duela en la misma proporción como si tuviéramos que quitarnos un pie, un ojo o una mano, hay que salir de ellos. Y, si es preciso, vale la pena buscar la ayuda de un cirujano, de un especialista X para que nos ayude a pensar, a optar y a actuar con radicalidad. Porque todo aquello que amenace la vida, que la afecte negativamente, que detenga su normal desarrollo, cualquiera que fuera su ropaje, debe ser cortado, aunque duela. Se trata de salvar la vida, de darle más calidad y dignidad. Vale la pena pensar qué elementos de mi vida necesito cortar.
d) Divorcio: En el tiempo de Jesús estaba permitido el divorcio pero sólo cuando los varones lo decidían, tal como lo manda Dt 24,1s. Esto hacía que muchas mujeres tuvieran que soportar la convivencia o sobrevivencia con un marido ogro, o el divorcio y el posterior abandono, (pues la mujer no podía tener bienes) por cualquier motivo que disgustara al hombre, como el simple hecho de dejar quemar el pan, o de tener derriere caído después de 10 hijos. Con la negativa del divorcio lo primero que se busca es detener esa injusticia. Segundo, el Evangelio invita a tomar en serio la vida matrimonial, a darle solidez a las opciones vitales que el ser humano hace, sobre todo cuando se trata de unión afectiva en la que, además, se ven involucradas otras vidas, en este caso los hijos. A encontrarle un sentido auténtico a la indisolubilidad del matrimonio, no tanto como una Ley que reprima y obligue, sino como una gran oportunidad para realizar en plenitud la vida humana. Dicho proyecto no se logrará sin el compromiso decidido de los dos, la perseverancia, la constancia y, por supuesto, la ayuda divina.
e) Juramentos: En la parte civil naturalmente se necesitan los contratos, los papeles, los documentos, etc. Pero en la vida diaria, cuando la persona es honesta y le da valor a su palabra, cuando se valora a sí mismo y tienen una buena autoestima, no necesita poner el nombre de nada ni de nadie como testigo. Es necesario, sencillamente, respetar el nombre de Dios y hacer valer nuestra palabra.


Oración
Oh Padre y Madre Dios, te damos gracias porque en Jesús encontramos la plenitud de la revelación; tu amor misericordioso se hace visible en la palabra y la obra de Jesús. Te pedimos que hagas desaparecer entre nosotros toda irresponsabilidad ética. Que nos ayudes a ver los peligros de llevar una vida desordenada, “sin dios y sin ley”, y a optar decididamente por realizar un proyecto vital sobre bases sólidas de responsabilidad, honestidad, justicia, lealtad, verdad y todo aquello que nos enseñó tu Hijo querido.
Líbranos del legalismo farisaico que muchas veces predomina en el interior de nuestras comunidades. Líbranos de tomar a la ligera e irresponsablemente esta nueva alianza sellada con la sangre de Jesús. Ayúdanos a vivir con autenticidad ese hermoso camino que primero recorrió tu Hijo y que ahora nos corresponde a nosotros realizarlo para hacer parte de los bienaventurados del Reino. Sólo con tu ayuda podremos dar lo máximo y alcanzar esta utopía cristiana.
Nos abrimos a la gracia de tu Espíritu para que hagamos realidad tu proyecto de salvación, en unión con todos nuestros hermanos que creemos en Jesucristo, hijo tuyo y hermano nuestro que vive por los siglos de los siglos. Amén.


Comentarios al autor: neptalidv@yahoo.com


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WebJCP | Abril 2007