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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y Reflexiones para el VII Domingo del T.O. (Mt 5, 38-48) - Ciclo A
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sábado, 19 de febrero de 2011

Homilías y Reflexiones para el VII Domingo del T.O. (Mt 5, 38-48) - Ciclo A


Publicado por Iglesia que Camina

¿Y NOSOTROS A QUIÉNES AMAMOS?

Todos decimos amar mucho, pero a quiénes amamos en realidad. Echemos una mirada en torno a nosotros y nos daremos cuenta de quiénes son aquellos a quienes ama nuestro corazón.

Yo no me atrevería a decir que si alguien me da una bofetada, le ponga la otra mejilla. ¿Sería capaz de no responderle? No. Eso no es cobardía como algunos piensan. Cobardía es pegar al otro. Valentía es detener nuestra mano y no devolverle un puñete.

¿Qué alguien te ha hecho daño?
¿Serías capaz de seguirle amando a pesar de todo?
¿Qué alguien no te habla?
¿Serías capaz de saludarle amablemente?
¿Qué alguien te pone una cara amarga?
¿Serías capaz de sonreírle?

G. Guiton, filósofo francés, decía en una conferencia, allá por 1955, que los problemas de una época se conocen por las palabras que más se utilizan, las cuales son una señal de que su contenido está en crisis, y daba una razón. Hoy todo habla de amor: películas de amor, libros de amor, charlas de amor. ¿No será una clara señal de que el amor está en crisis entre nosotros?

Basta abrir los periódicos para darnos cuenta de los resentimientos y hasta rencores y venganzas de los unos con los otros. Bastaría examinar todo lo que se dice y escribe en este tiempo de elecciones, para darnos cuenta de cómo cada uno trata de sacarle la mugre al otro para desacreditarle y restarle votos.

El verdadero amor no puede tener ni fronteras políticas, ni fronteras de enemistad, ni fronteras de status social, ni fronteras de intereses particulares.

Jesús no se mete a solucionar los problemas que nosotros mismos nos armamos, pero sí nos marca el camino para que esos problemas no existan: el amor a todos.

Para el verdadero amor no existen amigos y enemigos, no existen colores ni culturas. Sin embargo, nosotros preferimos solucionar los problemas con las armas, con la pena de muerte o, simplemente, con el odio y la enemistad. Jesús nos manda amar a todos, no excluir a nadie, y además nos dice que una de las señales que de “somos hijos de Dios” es si amamos a aquellos que nos caen mal o nos han hecho algún daño. En el diccionario de Dios no existe la palabra “enemigo”, sólo existen las palabras de “hijos”, “hermanos”, “amigos”. Por supuesto, que tampoco existe las palabras “odio”, “no hablarnos”, pero sí existe con letras mayúsculas: AMOR.




NO BASTA DECIR “YO AMO”

Para saber si amamos de verdad tendremos que preguntarle al otro o a los otros “si se sienten amados”. Un marido se lamentaba ante un psicólogo de que no entendía porqué su esposa le había pedido la separación y el divorcio, cuando él se sentía muy bien en el matrimonio. El psicólogo le respondió: “Usted se sentía bien en su matrimonio, pero se preguntó alguna vez si también ella se sentía bien. Es posible que usted estuviese muy tranquilo y feliz, pero no le importó saber si ella también se sentía amada realmente por usted.”

Bella respuesta. No basta pensar que yo amo, lo importante es saber si los demás sienten lo mismo. La verdad de nuestro amor son los otros, “los amados”.

¿La esposa se siente amada? ¿El esposo se siente amado? ¿Los hijos se sienten amados? ¿Tus hermanos y vecinos se sienten amados?
Cuántos esposos se atreverían no a preguntarle a la esposa: me amas, sino te sientes amada. Igual pregunta tendrían que hacer las esposas.
Decimos que amamos a los hijos, pero les han preguntado si realmente se sienten amados de verdad.

Porque puede que lo que nosotros entendemos por amor no sea el amor que ellos necesitan o esperan de nosotros. Noto que entre los esposos existen demasiadas preguntas: “¿Todavía me amas?” Pero observo que apenas se preguntan el uno al otro si se sienten amados. Y ese es el verdadero test del amor.

Se necesita aquí de mucha sinceridad porque, con frecuencia, para no crear mayores problemas la respuesta es “si”, aunque en el corazón estamos diciendo “no”. Así nunca se podrá solucionar los problemas ni habrá posibilidad de que el otro cambie.





¿UN DIOS ÚTIL O UN DIOS AMOR?

Tendríamos que preguntarnos por qué amamos a Dios. Es posible que las respuestas sean muy variadas. Sin embargo, la pregunta es fundamental porque nuestro amor no es sino un don y una participación en el amor de Dios. Amamos porque somos amados. Amamos porque primero Dios nos ama a nosotros.

El problema está en que para muchos de nosotros es posible que amemos a Dios “en cuanto garantiza nuestra felicidad y no precisamente porque sea Dios, sino porque nos resulta útil”.

Es cierto que Dios nos ama, pero el amor de Dios no es para estar pasivos y dejar que él lo haga todo por nosotros. “Dios quiere que obtengamos el paraíso, pero también aquí tendríamos que decir con el sudor de nuestra frente”, es decir, con el esfuerzo de cada día, con la lucha de cada día. Dios nos ama gratuitamente, es cierto, pero Dios tampoco crea perezosos. Dios quiere que seamos nosotros quienes con nuestro trabajo transformemos el mundo y le arranquemos los frutos para poder sobrevivir, pero también quiere que el cielo, la salvación, que son un regalo suyo, sean fruto del sudor de nuestra alma en sus luchas diarias de fidelidad a su amor y a su gracia.

Dios no es como esos padres que todo se lo dan hecho a sus hijos. Dios nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, pero no nos salva sin nosotros. También nosotros tenemos que poner nuestro granito de amor. Con Dios no vale eso de que “a mí que me lo den todo hecho y masticado”. Dios prefiere darnos fuerzas y energías para que nosotros lo hagamos todo como si Él no hiciese nada. Por eso, nosotros no podemos amar a Dios “por sernos útil, sino porque Él nos amó primero”. El verdadero amor no crea perezosos, sino dinamismos en nuestros corazones, para que también nosotros amemos como Él nos amó.





¿TE ATREVERÍAS A AMAR?

¿Te atreverías a amar? Piénsalo bien. El amor es paciente y lo excusa todo. ¿Cuánta capacidad tienes tú hoy de aguantar a los demás y disculparlos de sus debilidades y flaquezas? Porque amar a los demás, es excusarlo y comprenderlos en sus equivocaciones. ¿Te atreves a amar así hoy?
¿Te atreves a amar? Piénsalo bien. El amor no es envidioso. Al contrario, goza y celebra todo lo bueno que descubre en los demás. ¿Estarías tú dispuesto hoy a hacer fiesta en tu corazón por las cosas buenas que descubres en los demás? ¿Te atreves a amar así hoy?
¿Te atreves a amar? Piénsalo bien. El amor no se engríe. El que ama no es un creído, un autosuficiente. Al contrario, el que ama es humilde, sencillo y noble, es vidrio transparente. ¿Te animas a ser transparente hoy con todos, comenzando por ser transparente contigo mismo? ¿Te atreves a amar así hoy?
¿Te atreves a amar? Piénsalo bien. El amor es servicial. El que ama tiene que estar siempre al servicio de los demás. Quien no sabe servir no ha aprendido amar. Quien no es capaz de servir, no es capaz de amar. ¿Cuál es tu espíritu de servicio hasta hoy? ¿Y qué reservas de servicialidad hay en ti aún? ¿Te atreves a amar así hoy?
¿Te atreves a amar? Piénsalo bien. El amor no busca su propio interés. Quien ama por intereses personales ya no ama, busca hacer inversiones en el corazón de los demás. Eso más que amor se llama negocio. Amor no puede ser un negocio sino una gratuidad. ¿Te atreves a amar así hoy?
¿Te atreves a amar? Piénsalo bien. El amor no se irrita. No se encoleriza. No se le calienta la cabeza. Al contrario, el amor es paciente, sereno y tranquilo. El corazón que ama tiene más la serenidad de lago que la violencia de las aguas torrenciales del río. ¿Estarías dispuesto a no calentarte hoy con los tuyos, por más que las cosas no te salgan bien o los demás te fallen? ¿Te atreves a amar así hoy?
¿Te atreves a amar? Piénsalo bien. El amor todo lo cree y todo lo espera. Amar es creer a los demás, es fiarse de ellos, es tener fe en ellos y, además, es tener esperanza en ellos. Amar es tener la capacidad de creer que el otro pueda cambiar. Amar es tener la capacidad de creer que el otro es bueno, pero aún puede ser mejor. Amar es sentir que los demás significan mucho para nosotros. ¿Te atreves a amar así hoy?




¿QUIÉN VIVE DENTRO DE TI?

Un día se me ocurrió preguntar a un grupo de niños de Primera Comunión: ¿No os parece que la Iglesia está vacía y aquí no vive nadie? En su inocencia me respondieron: “No, Padrecito. Aquí vive Jesús. Aquí siempre hay alguien.” ¡Qué razón tenían aquellos niños!

Si preguntásemos a cada uno de los fieles, ¿no te parece que tú estás vacío y que dentro de ti no vive nadie? ¿Cuál sería la respuesta? ¿Sería: No, Padrecito, yo no estoy vacío por dentro, dentro de mí siempre hay alguien en casa?

En el fondo, es lo que nos dice Pablo en la segunda lectura: “¿No sabéis que sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros?” No somos casas deshabitadas, somos casas habitadas por el Espíritu Santo. Por eso cada uno es un templos o casa de Dios, incluso aún aquellos que nos parecen malos también son casas de Dios.

Lo que sucede es que cuando entramos en una Iglesia nos ponemos todos serios y reverentes aunque, tengo que decirlo, en ciertas bodas aquello más parece una plaza que otra cosa. Sin embargo, cuando nos encontramos con alguien a nadie se le ocurre mirarlo con reverencia, más bien lo solemos mirar con ojos de deseo. Qué maravilloso sería que cuando los demás nos miren, nos pudieran ver como la casa de Dios y nadie se atreviese a profanarnos con sus miradas y deseos. Nos quedamos con las paredes de nuestros cuerpos, pero no somos capaces de ver lo que hay dentro: el Espíritu Santo. ¿No crees que es una pena?

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WebJCP | Abril 2007