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sábado, 15 de enero de 2011

II Domingo del T.O. (Jn 1, 29-34) - Ciclo A: Cuando decimos “pecado del mundo”, ¿qué queremos decir?


Publicado por Pastoral Vocacional

Hemos terminado el tiempo festivo de Navidad-Epifanía y comenzamos el curso normal de los domingos hasta que llegue el tiempo de Cuaresma y Pascua. En este domingo hemos escuchado algo que resume el sentido de la misión de Jesús. Dice Juan Bautista: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Hablar hoy de “Cordero de Dios” no es fácil. Y cuando decimos “pecado del mundo”, ¿qué queremos decir?
Pues bien, a los judíos contemporáneos de Jesús, la expresión “Cordero de Dios” les recordaba lo que el profeta Isaías había dicho del Siervo de Dios, quien con su sufrimiento salvará al pueblo: "Maltratado, se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero" (Is 53,7).
Evidentemente, los judíos veían también en dicha expresión una clara referencia al cordero de Pascua, con cuya sangre los hebreos habían sido liberados de la esclavitud de Egipto.
A nosotros hoy, la expresión “Cordero de Dios” nos recuerda que Jesús va a realizar su misión, no por el camino de la fuerza y el poder, sino por el del servicio humilde y paciente. Jesús será un modelo perfecto de la no-violencia; el luchará para destruir el imperio del mal y del odio en el mundo únicamente con la fuerza de su palabra y el testimonio de su amor hasta el extremo.
Este cordero humilde y paciente, en su lucha contra los lobos que matan, al final saldrá victorioso. A pesar de las apariencias y de que es sacrificado, en el Apocalipsis aparece como el gran triunfador (Apoc 5, 6ss).
Y ¿qué decir hoy del pecado del mundo? Con esta expresión, el evangelio se refiere a al mal que hay en el mundo, más allá de lo que cada uno de nosotros pueda hacer. El pecado del mundo es básicamente mentira, soberbia, avaricia, injusticia, corrupción, inmoralidad, y en todo eso, rechazo y negación de Dios. De ahí se derivan toda clase de pecados. Contra ese pecado del mundo luchó Jesús, el “siervo de Dios”.
Al hablar hoy de este tema del pecado en el mundo, hemos de tener en cuenta dos cosas: la primera es que en nuestra sociedad se ha perdido la conciencia de pecado, y esto trae consecuencias terribles para los individuos y para la comunidad humana.
En segundo lugar, hay un grave malentendido que denuncia muy acertadamente J.A. Pagola, que consiste en lo siguiente: Bastantes cristianos tienen una idea de Dios que es una especie de tirano que impone su voluntad caprichosa, nos abruma con un montón de prohibiciones y parece que no quiere que seamos felices.
Lo que, en el fondo, me parece más grave es el que estos cristianos no han conocido el verdadero rostro de Dios manifestado en Cristo; no han comprendido que Dios no tiene celos de la felicidad del hombre, no está permanentemente espiándonos y controlando nuestros pecados, para castigarnos en cuanto nos descuidemos; no saben que Dios está empeñado en "quitar el pecado del mundo" porque eso es lo que nos impide ser verdaderamente libres y felices; no saben que las cosas no son malas porque Dios ha querido que sean pecado, sino que es al revés, porque son malas y nos hacen daño a nosotros y a los demás, es por lo que son pecado. Y ese pecado es el que Dios quiere quitar del corazón del mundo.
Dios sabe muy bien que el hombre al pecar, renuncia a ser humano, da la espalda a la verdad, a la justicia y al amor a los demás, mata la esperanza, apaga la alegría interior, mata a la vida, hace un mundo injusto e inhumano.
En esta situación, cuando Juan nos presenta a Jesús como "el que quita el pecado del mundo", está anunciándonos que Dios está de nuestro lado frente al mal, que las cosas pueden cambiar, que podemos liberarnos de nuestra tristeza, infelicidad e injusticia.
El pecado desaparece cuando uno se arrepiente de verdad y acoge con humildad y agradecimiento el perdón de Dios en Cristo, y, con el Espíritu de Dios, lucha también contra el pecado del mundo
En nuestra Eucaristía, el Cordero que quita el pecado del mundo se da a sí mismo como alimento. Así fortalecidos, podremos ir por la vida arrancando el pecado que produce
desde las personas, instituciones y estructuras diversas, la injusticia, la tristeza y la infelicidad de tantísimos hermanos nuestros en el mundo.

Los sacerdotes, en cuanto ministros de la Palabra y del sacramento de la reconciliación, estamos llamados a esta importantísima misión de “quitar el pecado del mundo” De alguna manera hemos de ser los “barrenderos” que limpian de suciedad los ambientes de la vida y convivencia humana, para hacer posible la fiesta de los amigos y hermanos en Cristo, el que nos hace libres, nos reconcilia, y comunica su alegría y su paz.

Julio García Velasco

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WebJCP | Abril 2007