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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y Reflexiones para el II Domingo del T.O. (Jn 1, 29-34) - Ciclo A
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sábado, 15 de enero de 2011

Homilías y Reflexiones para el II Domingo del T.O. (Jn 1, 29-34) - Ciclo A

Publicado por Iglesia que Camina

“EL QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO”

Comenzamos este tiempo ordinario con una nueva imagen y un nuevo rostro de Dios. Juan presentó y señaló a Jesús, no como el que viene a complicarnos la vida, sino el que viene a liberarnos, el que viene a quitar el pecado del mundo porque, querámoslo o no, el pecado nos esclaviza.

Con frecuencia nos imaginamos que el poder hacer lo que se nos antoja y nos viene en gana es sentirnos libres. Sin embargo, nos guste o no, lo creamos o no, el pecado nos esclaviza. ¿Acaso la adicción a la droga nos hace libres? ¿Acaso la adicción al bingo nos hace libres? ¿Acaso la adicción al sexo nos hace libres? ¿Acaso la mentira y el engaño nos hacen libres? ¿Por qué entonces tanto el alcohólico como al adicto a las drogas termina confesando: “No puedo dejarlas”, lo consigo unos días y luego vuelvo de nuevo a las mismas? ¿Es esa la libertad que deseamos o no es más bien la esclavitud que nos ata y nos impide decidir libre y responsablemente?

Cuando Juan señala a Jesús como “el que quita el pecado del mundo”, nos está diciendo “éste es el que nos viene a devolver la libertad”.

Pero nos dice algo más. Son muchos los que piensan que Dios es “el inventor del pecado”, que las cosas son malas porque Dios quiere que sean malas. Dios no hace el mal, no puede hacerlo, solo es capaz de hacer el bien. Dios declara malas aquellas cosas que en sí mismas son malas. Cuando decimos que la mentira es pecado, no es porque Dios lo quiera, sino porque la mentira en sí misma es mala. El robar no es malo porque Dios lo prohíbe sino porque robar al otro es en sí mismo malo. El perder la cabeza llenándola de alcohol no es malo porque Dios así lo quiera, sino porque es hacernos un grave daño a nosotros mismos y reducirnos al estado de animalidad, perdiendo la racionalidad.

Somos nosotros los que corrompemos las cosas. La sexualidad es buena, pero debidamente usada. Mas si la utilizamos para ser infieles o violar o engendrar hijos fuera del matrimonio, nadie dirá que es buena. Es buena en sí misma, pero mala en el uso que hacemos de ella. La riqueza es buena, pero nosotros podemos podrirla consiguiéndola a costa de los demás y empobreciendo a los demás. No es pecado el tener, sino el tener lo que le corresponde al otro.

El pecado lo hemos inventado nosotros perturbando el sentido de las cosas, no Dios. Al contrario, Jesús viene a liberar al mundo del pecado, viene a liberarlo de sus esclavitudes. Eso es lo que nos cuesta creer. ¿No tendremos que cambiar nuestra idea de Dios?



“YO LO HE VISTO”

Sólo se puede hablar bien de Dios cuando “lo hemos visto”.

¿Que Dios es invisible? Claro que sí, pero se revela y manifiesta en Jesús. Quien ve a Jesús ve a Dios. No lo veremos con los ojos, pero sí podremos verlo en la fe y en la experiencia de nuestros corazones donde Él habita y mora. Jesús mismo lo dijo: “Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre.”

Hablamos demasiado de Dios sin haberlo visto y experimentado nunca. ¿Cómo hablar de alguien si no le conocemos? Uno de nuestros problemas como creyentes es que conocemos siempre de segundo mano, pero nunca lo hemos conocido experimentándolo.

Juan comienza diciendo que no lo conocía, pero vio bajar el Espíritu Santo sobre Él y confiesa que “yo lo he visto” y lo he visto como “el cordero que quita el pecado del mundo”.

Padres que necesitan ver a Dios, para hablar debidamente de Él a sus hijos.
Sacerdotes que necesitan ver a Dios, y no sólo conocerlo a través de los libros de teología.
Creyentes que necesitan ver a Dios, para luego expresarlo y confesarlo ante los demás.

¿Alguien puede hablar de las manzanas si nunca ha visto una ni la ha probado?
¿Alguien puede hablar de las flores si nunca ha visto una flor?
Digamos, ¿alguien puede hablar dignamente de Dios si no lo ha visto?
Tristemente es lo que muchos hacemos.



AGRÁNDAME LA PUERTA

“Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños… y yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, ¡achícame, por piedad!” La frase es de Miguel Unamuno que, en medio de su “ateismo cristiano”^, no puede evitar que el problema de Dios vaya quemando su alma. Se siente impresionado por la frase del Evangelio de que la puerta es “estrecha” y él, en su orgullo y vanidad, se siente demasiado grande y teme que, al final del camino, no pueda pasar por ella.

Nosotros también la vemos demasiado estrecha, aunque personalmente debo confesar que me parece tremendamente ancha. Preferimos como Unamuno pedirle a Dios que la agrande, para que incluso los que dicen no creer puedan entrar. Pero por qué, como Unamuno, le pedimos que ya que la puerta seguirá siendo la misma, “nos achique a nosotros”, nos baje de nuestro orgullo, nos adelgace de nuestra vida llena de engaño y mentira, nos adelgace con una vida de coherencia con nuestro Bautismo, de coherencia con las posibilidades que Dios nos ofrece cada día, de coherencia con el amor que Dios nos tiene.

Parece que nos resulta más fácil que Dios cambie frente a nosotros, que nosotros cambiemos delante de Dios. Yo estoy seguro que hasta los malos inflados por sus maldades podrán entrar y más seguro todavía que Dios que quiere salvarnos nos hará una cirugía estética para que todos para entrar por ella. Porque la puerta del cielo no está hecha solo a la medida de los niños, sino también de los grandes, de los gordos y de los flacos, de los altos y de los bajitos. Unamuno habla con angustia; nosotros, que sí creemos de verdad, vivimos con el gozo y la esperanza de que el amor de Dios es más que todas nuestras debilidades.



“COSAS DE MAMÁ”

Cuentan que un día San Pedro estaba cansado de revisar a todos los que entraban en el cielo, pero en un momento se dio cuenta de que muchos que él rechazaba, se colaban en el cielo por una agujero extraño. Le echó una mirada y vio un rosario enorme que colgaba del cielo a la tierra. La gente se colgaba de él y entraba por ahí.

Se acercó a Jesús y le manifestó su extrañeza. Jesús sonriendo le dice: “Tranquilo, Pedro, son cosas de mamá.” Es decir, que aquellos que han vivido la devoción de María y han rezado el rosario, han encontrado en él la tabla de su salvación.

Muchos tenemos miedo a si nos salvaremos o nos condenaremos. Cuando muere alguien, la familia entra en una gran preocupación: “Padre, ¿dónde estará, porque en su vida tenía mucho que desear?”

No tengamos miedo. El primero empeñado en salvarnos es sin duda Jesús, no San Pedro. Y en todo caso “tenemos una mamá en el cielo” que no permite que se pierda ninguno de sus devotos. Ciertamente, el santo Rosario es como una cadena descolgada desde el cielo a la tierra, por la que muchos que nosotros creíamos malos se están trepando al cielo.

Si ella compartió con Jesús todos los sufrimientos de su Pasión, también ella comparte con Él el deseo que aquella Pasión y aquella Muerte no hayan sido inútiles. Tengamos fe, también los que nos creemos malos. Arriba tenemos a quien dio la vida por nosotros y a su lado tenemos a “su mamá” que, de alguna manera, también entregó su vida por nosotros sus hijos.



LA GENTE QUE ME GUSTA

Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla,
que no hay que decirle que haga las cosas,
sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace.

Me gusta la gente con capacidad para medir
las consecuencias de sus acciones,
la gente que no deja las soluciones al azar.

Me gusta la gente justa con su gente y consigo misma,
pero que no pierde de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.

Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo entre amigos,
produce más que los caóticos esfuerzos individuales.

Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.

Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos
serenos y razonables a las decisiones de un jefe.

Me gusta la gente de criterio, la que no traga entero,
la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó.

Me gusta la gente que, al aceptar sus errores,
se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente,
a éstos les llamo mis amigos.

Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece
cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.

Con gente como ésa, me comprometo a lo que sea,
ya que con haber tenido esa gente a mi lado
me doy por bien retribuido.

Mario Benedetti

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WebJCP | Abril 2007