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MISIONEROS EN CAMINO: Evangelio Misionero del Dia: 2 de Enero de 2011 - DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD
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domingo, 2 de enero de 2011

Evangelio Misionero del Dia: 2 de Enero de 2011 - DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 1-18

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz,
sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de Él, al declarar:
«Éste es Aquél del que yo dije:
El que viene después de mí me ha precedido,
porque existía antes que yo».

De su plenitud, todos nosotros hemos participado
y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios;
el que lo ha revelado es el Dios Hijo único,
que está en el seno del Padre.

Palabra del Señor.

Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf

- ¿Cuál es la página más bella de la Biblia?...
A quien nos hiciera esta pregunta, nosotros le responderíamos:
- Dígalo usted, por favor, que yo quiero saberlo.
Y el otro no sabría qué contestar, porque no sabría cuál escoger. Depende de gustos.
Depende de situaciones del espíritu. Pero de una cosa estamos seguros: que la página primera del Evangelio de Juan es lo más profundo de la Biblia entera.
Empieza como el Génesis: “En el principio”. Pero Moisés lo dice para describir las creación de las cosas. Antes, para él, no había nada, sino un Dios del que nada se atreve a decir.
Viene Juan, y comienza su Evangelio de la misma manera: “En el principio”. Pero con mirada de genio divino, se adentra en el seno de Dios, y nos dice cómo en ese Dios Creador había algo más que un Dios omnipotente: en un principio sin principio, allí había un Hijo tan eterno como su Padre.
A éste Hijo de Dios, Juan lo llama Verbo, Palabra, porque es la Palabra que se dice Dios a Sí mismo, y en esa Palabra y esa imagen Dios lo ve todo y por ella lo crea todo.
Sigue Juan hablando de lo que adivina y le inspira el mismo Espíritu Santo, y al Verbo lo llama Luz y Vida.
Porque es Luz, el Credo de la Iglesia explanará esta palabra de Juan, y confesará lo confesamos nosotros en todas las Misas dominicales que ese Verbo o Palabra de Dios es luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho.
Y porque es Vida, un día se hace Hombre para traernos la Vida de Dios, su Gracia y su Gloria, de manera que los hombres lleguemos a ser participantes de la Vida de Dios. Desde ese momento dichoso de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, la Luz de Dios brilla sobre todo el mundo, del que se alejaron las tinieblas igual que la noche se aleja de la Tierra cuando sale al Sol.
Desde ese momento también, la Vida irrumpe en el mundo, y el mundo se llena de la Vida de Dios. De este modo, la muerte está condenada a morir y a desaparecer completamente, porque la Vida habrá eliminado el pecado de las almas y arrancará a los sepulcros todas las presas que habían devorado...
¿No les parece que nos estamos subiendo demasiado con nuestra consideración de hoy?... ¿No parecemos un poquito presuntuosos, como si Juan nos diera algo de envidia y quisiéramos ser tan listos como él?...
No; no hay tal cosa. Y, si hubiera envidia, sería una envidia bendita. Lo único que hacemos es seguir las huellas trazadas por Juan para descubrir la grandeza de nuestro Señor Jesucristo, al que amamos tanto. Cuando leemos esta página parece que nos transportamos al Cielo, y estamos gozando ya de lo que va a ser nuestra dicha eterna: ver a Jesús, nuestro Jesús, nuestro hermano,
hombre como nosotros, pero unido personalmente a la Divinidad: ¡un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, y engolfado en la gloria que tenía antes de todos los siglos, antes de que el mundo existiese!...
La lástima es que una página tan bella de Juan, toda llena de luz, tiene también sus sombras. Unas sombras que no ha metido Dios, desde luego, sino que las hemos introducido los hombres. Porque este Evangelio tan sublime reconoce, lamenta y condena la actitud de tantos hombres obstinados.
¿Cómo es posible que venga al mundo la Palabra de Dios, y sea rechazada?
¿Cómo es posible que el Hijo de Dios no sea reconocido?
¿Cómo es posible que se levante un muro a la Luz para que no pasen sus esplendores?
¿Cómo es posible que se nos dé la Vida y muchos se empeñen en vivir muertos?...
Todo esto lo reconoce Juan, y lo sintetiza en esta expresión dolorosa, diríamos que una de las más dolorosas de todo el Evangelio:
- Vino a los suyos, y los suyos no lo quisieron recibir.
En el mundo moderno, en la sociedad de consumo y del bienestar, tampoco se le quiere recibir, ni a Jesucristo ni su mensaje, porque se oponen a tantos caprichos que oscurecen las mentes y matan los corazones.
Pero nosotros lo recibimos, y al recibir a Jesucristo somos y vivimos como hijos de Dios.
Luz y vida. Esto es Jesucristo, y esto queremos ser nosotros, como imágenes suyas vivientes.
Al mundo en tinieblas que nos rodea, nosotros le llevamos algo de luz.
Al mundo que yace en la muerte, nosotros le llevamos un aliento de vida.
Nosotros sabemos dar a tantos hermanos que las necesitan esa luz y esa vida que Jesucristo nos comunica a nosotros. Es la razón de nuestro apostolado. No podemos consentir que muchos hermanos nuestros vivan sin luz, a oscuras en sus mentes, y sin la vida de Dios en sus corazones.
Nosotros trabajamos por llevar a todos la verdad de Jesucristo. Y entonces todos, iluminados y vivificados en Cristo, caminamos hacia la luz indeficiente y hacia la vida que nunca muere...
¡Señor Jesucristo!
Si pensamos en ti, tu grandeza nos sobrecoge. Pero, cuanto más te conocemos, más pasmados nos deja tu amor inmenso. ¡Cómo nos has querido Tú, Jesús! ¡Y cómo queremos quererte nosotros!...

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WebJCP | Abril 2007