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domingo, 2 de enero de 2011

Domingo II de Navidad: Rumbo al barrio de la alegría


Publicado por Entra y Verás

Encaramos la recta final de las fiestas navideñas. Todavía estamos a tiempo de rectificar y vivir estos días de forma coherente y de acuerdo con lo que se celebra. No es un escaparate de hipocresía. No todo es estupendo, pero tenemos que hacer un esfuerzo por abrir nuestro corazón y marchar convencidos al "barrio de la alegría".

Nos encontramos ya en la recta final de la tarea de “celebrar las Navidades” y puede que durante las estos días muchos puedan cantar con Sabina, «Vivo en el número 7 calle Melancolía quiero mudarme hace años al barrio de la alegría, pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía…» Mientras otros se frotan las manos esperando que las navidades se alarguen, no son pocos los que quieren que cuanto antes se apaguen las luces de las calles, cesen los villancicos y llegue por fin la “cuesta de enero”, aunque la verdad es que creo que este año la cuesta va a ser más empinada que el anterior. La causa de esta melancolía para algunos puede estar en darse cuenta de que durante los días de Navidad lo que hacemos es un paréntesis dentro de la lógica normal de la vida, pues los valores proclamados por la Navidad en los que parece que todo se tiñe de felicidad, nos envolvemos en celofán y nos abonamos a lo cursi o, peor aún, empapelamos la casa de gorritos rojos y nos disfrazamos de reno; a partir del siete de enero se esfuman o se encierran en el armario junto a las figuras del Belén y el árbol de Navidad, a la espera del próximo 24 de diciembre. Desde este punto de vista se ve que la Navidad no es más que un expositor de cinismo en estado puro.

Pero, quizá, la pregunta más importante que podemos hacernos es si de verdad hay algo que celebrar si no somos capaces de creer de verdad y con el corazón que hace 2010 años se produjo el acontecimiento más asombroso de la historia: el nacimiento de Jesús, a quien los cristianos reconocemos como el Hijo de Dios, el Dios con nosotros, el Dios hecho Hombre, frágil, vulnerable, pequeño, Niño. Esta es la piedra angular que da sentido y fundamento a todos los valores que expresa la Navidad.

Aparentemente la encarnación de Dios no cambia nada. Después de 2010 navidades seguimos siendo igual de brutos. La diferencia entre el antes y el después se asienta en que Alguien ha decidido hacer ese camino con nosotros, nos ha puesto la mano en el hombro y se nos ha ofrecido como fiel compañero de viaje. En este Dios-Niño nuestra vida se llena de esperanza, no porque huyamos de la realidad, ni porque vayamos a dejar de tropezar ocho veces en la misma piedra, sino vivimos acompañados por Dios encarnado.

Mas aún, que Dios haya decidido salvarnos desde la Cueva y la Cruz es la revelación más desconcertante de Dios, la menos obvia. Si Dios no hubiera descendido hasta los infiernos de la vida, difícilmente, quienes por desgracia viven en ellos, habrían encontrado en Él un compañero. Los últimos son lugar de cita siempre y para todos, empezando por Dios a quien sólo podemos encontrarle ahí. Si pasamos esa página el resto del catecismo, por muy pío que sea, carece sentido.

Celebremos la Navidad como es debido. Todavía estamos a tiempo. Quitémonos los disfraces y huyamos de la melancolía. Mudémonos de corazón al barrio de la alegría e instalémonos allí no hasta el siete de enero sino para siempre. Un camino posible, subir al tranvía de este Dios que se encarna, que se encoje, que nos permite mirarle a los ojos y reflejarnos en los suyos cargados de ternura. Este Dios que nos enseña a amar y ser amados de verdad y que nos invita a emprender desde ya una verdadera revolución de la ternura, que nos haga de una vez por todas más humanos.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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WebJCP | Abril 2007