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MISIONEROS EN CAMINO: TODOS ESPERAN ALGO DE MÍ - III Domingo de Adviento, GAUDETE (Mt 11, 2-11) - Ciclo A
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sábado, 11 de diciembre de 2010

TODOS ESPERAN ALGO DE MÍ - III Domingo de Adviento, GAUDETE (Mt 11, 2-11) - Ciclo A



Después de haber hablado de la vida pública de Jesús durante ocho capítulos, el evangelio de Mateo vuelve a hablar de Juan de una manera sorprendente. Leídos esos capítulos, nosotros ya sabemos quién es Jesús, pero Juan desde la cárcel no las tiene todas consigo.

La pregunta a Jesús es muy concreta, pero él responde a dos cuestiones muy distintas.
De sí mismo responde de manera indirecta con lo que dice Isaías del Mesías.
De Juan responde por su cuenta y riesgo, de una manera también sorprendente.

La propuesta del evangelio de hoy es desconcertante. El Precursor dudando que el anunciado sea auténtico. ¡Cómo que Juan no sabía quién era Jesús!
¿No había dicho que no era digno de llevarle las sandalias?
¿No había dicho Juan que su bautismo era sólo de agua, que él bautizaría con Espíritu Santo y fuego?
¿No había dicho que él era el que tenía que ser bautizado por Jesús?
¿No había visto al Espíritu bajar sobre él como una paloma?
¿No había oído la voz del cielo: Este es mi Hijo amado?

¿A qué viene ahora la pregunta ingenua de, si es o no es, el que ha de venir? Mateo ha dejado ya muy claro qué es lo que Jesús predica y qué es lo que hace. Todo eso lo conocía ya el Bautista. Cuando dice: “las obras de Cristo”, “Cristo” no es aquí nombre, sino adjetivo (“Ungido”, “Mesías”).

Una vez más vamos a dejar clara una cosa: Los evangelios no son crónicas de sucesos. Aunque hace referencia a hechos que sucedieron realmente, la intención al convertirlos en relatos es de plantear y resolver problemas teológicos.

El tema que propone el relato de hoy fue muy difícil de resolver para los primeros cristianos, que eran todos judíos. Para ellos no fue fácil aceptar a Jesús como Mesías. Su mensaje y su manera de comportarse, nada tenían que ver con lo que los judíos de su tiempo esperaban.

No se trata tanto de hablar de Juan, cuanto de intentar que todos se den cuenta del significado de Jesús, tan difícil de asimilar por aquella religiosidad anquilosada y materialista.

Es muy importante que caigamos en la cuenta del lenguaje que se emplea en la Biblia. Estos escritos nacen en una cultura oriental, completamente distinta de la cultura grecorromana donde se desplegó más tarde el cristianismo. En aquella cultura, la manera de comunicar verdades era el relato. Contando una historia, se le dice al interlocutor lo que se le quiere comunicar. Nada que ver con la cultura grecorromana, que había desarrollado un lenguaje lógico, discursivo, racional, que por medio de silogismos se accedía y se comunicaba la verdad.

Sigue siendo una catástrofe para la interpretación del evangelio que nos empeñemos en mirar como lenguaje lógico lo que no es más que un medio para comunicar algo, y tomarlo como crónicas de acontecimientos históricos.

En estos días de Navidad, da verdadera pena oír hablar de los pastores, de los reyes magos, de los inocentes, de los ángeles apareciéndose a los pastores o de las apariciones a María y a José, como historias reales, cuyo objetivo es enterarnos de lo que pasó. Y todo, sin hacer puñetero caso a los exegetas que llevan más de dos siglos diciendo que esa no es la manera adecuada de entender la Biblia.

No sólo distorsionamos los textos, haciéndoles decir lo que no dicen; sino que nos quedamos en ayunas del verdadero mensaje, y esto es mucho más grave. Podéis imaginar lo que yo siento cuando veo a una persona salirse de la iglesia por oírme decir que esos relatos no son historia.

“Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro”.

Jesús simplemente les dice: “Contadle” a Juan lo que estáis viendo. No les está diciendo que su misión es curar a los inválidos. Lo que hace Jesús es recordar la manera de hablar de Isaías, para que Juan asociara lo visto con los tiempos mesiánicos. Ni todos los leprosos van a quedar limpios, ni todos los sordos van a oír, (en realidad no llegan a una docena los milagros que nos cuentan los evangelios).

Además, También dice Isaías que el lobo habitará con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito, que el desierto y el yermo se regocijarán, que se alegrarán el páramo y la estepa. Estas imágenes no tenemos más remedio que entenderlas como símbolos. ¿Por qué esperamos que los ciegos vean, los sordos oigan, cuando llegue el Mesías?

“Id y anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo”.

Los ciegos, sordos, cojos, inválidos, leprosos y hoy muchos otros colectivos siguen siendo símbolos de la marginación más radical que afecta a muchísimos seres humanos. El texto quiere decir que la llegada del Reino tendrá consecuencias para todos, pero sobre todo para los más desfavorecidos, que habían perdido toda esperanza. Quiere decir que el que acoja el Reino, saldrá de la dinámica de la opresión y entrará en la dinámica del amor.

Por cierto, entre los signos de la presencia del Mesías no hay ni un solo signo religioso: ni culto ni rezos ni sacrificios... Esto tenía que hacernos pensar. Los cristianos nos olvidamos con frecuencia que, para Jesús, lo primero es el hombre; incluso antes que el culto (Dios).

“A los pobres se les anuncia la buena noticia”.

Esta buena noticia es la que hemos olvidado los cristianos. Es la noticia de que Dios es Abba para todos. La noticia de que la salvación viene de Dios y ya se la ha concedido a todos.

La noticia de que Dios no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, sino que nos ha liberado ya de todos ellos.

La noticia de que no son los sabios y entendidos los que descubrirán ese Dios sino los sencillos.

La noticia de que no son los que detentan el poder, sea civil o religioso los que están más cerca de Dios, sino los que lo sufren y padecen.

La noticia de que no son lo “buenos” los que encontrarán a Dios de cara, sino las prostitutas y los pecadores.

“Y dichoso el que no se escandalice de mí”.

Ni Juan, ni los rabinos, ni los sacerdotes, ni los apóstoles estaban capacitados para entender a Jesús. Su figura en absoluto se ajusta a lo que ellos esperaban del Mesías. Jesús rompe todos los moldes, desbarata todas las expectativas.

Da mucho más de lo que nadie podía esperar, pero además lo que aporta va en la dirección contraria de lo que esperaban del Mesías. No viene con poder y fuerza. No viene a imponer nada, sino a proponer una dinámica de servicio.

Su actitud de no-violencia, de no defenderse de los enemigos, de no destruir al adversario, escandaliza a todos, incluido a Pedro. No sólo no viene a imponer “justicia” sino que acepta la injusticia en su propia carne.

De ahí la frase final de Jesús: “y dichoso el que no se escandalice de mí”. Jesús conocía muy bien las expectativas de los judíos de su tiempo con relación al Mesías, por eso no quería que le designasen con ese nombre.

El Reino no lo hacen presentes los ciegos o sordos o cojos curados, sino el que se preocupa de ellos. Sólo los hechos en beneficio de los demás hacen presente a Dios.

Por no tener esto en cuenta, la mayoría de nosotros creemos que lo importante es librar al pobre de sus carencias. El objetivo primero debe ser librarme yo de mi inhumanidad. Cuando hacemos un donativo por programación, efectivamente ayudamos al pobre que deja de pasar hambre, pero yo quedo exactamente igual que antes.

Incluso para un ciego, más importante que ver, es recuperar su humanidad machacada por el que se siente superior y le desprecia.

Que esa disponibilidad sea para con un rico o para con un pobre, no tiene ninguna importancia; lo que importa es la actitud. Tampoco importa que al necesitado se le dé un millón o sólo una sonrisa; en ambos casos allí está Dios.

Esa advertencia sirve también para nosotros hoy. Seguimos escandalizándonos, porque la salvación que Jesús nos trajo no corresponde a la que nosotros seguimos esperando. Seguimos sin enterarnos de que el amor que predica Jesús es absolutamente eficaz si se hace vida, pero es completamente inútil si se queda en teoría.

El amor nunca se pondrá al servicio de nuestro ego para conseguir seguridades o alcanzar provecho personal. El amor va siempre en dirección a los demás y se olvida de sí mismo. Nos empujará siempre a desprendernos de nuestro ego, potenciando la unidad con los demás. El amor compasivo es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo es nuestra destrucción

Una última reflexión para terminar. En contra de lo que solemos pensar, la inmensa mayoría de las miserias humanas no están a la vista. Todos estamos rodeados de carencias, más importantes que las estrictamente vitales como pueden ser alimento y vestido. La falta de alimento me puede matar biológicamente, pero la falta de amor (activo o pasivo) me mata como ser humano, y eso es mucho más grave.

Todos necesitamos ayuda de los demás en mil aspectos que ni siquiera queremos reconocer. Pero también yo puedo ayudar a todos los seres humanos que encuentro en mi camino. Cada uno necesitará algo distinto, pero puedo estar seguro de que todos esperan algo de mí.

Entrar en la dinámica del Adviento, significa que estoy dispuesto a aprovechar cualquier ocasión para hacer presente el Reino, no defraudando al que espera algo de mí.


Meditación-contemplación

¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!
Todos nos sentimos de una u otra manera defraudados.
La realidad no suele ser como nosotros la imaginamos,
Y seguimos esperando que Dios arregle por fin las cosas.
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La experiencia inmediata de nuestro ser biológico
puede impedir el descubrimiento de nuestro ser más profundo
y arruinar nuestras posibilidades como seres humanos.
La única manera de buscarlo es la meditación.
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Hay que nacer de nuevo, decía Jesús a Nicodemo.
Para nacer del Espíritu, hay que trascender lo puramente biológico.
La perla que hay en nuestro interior, está escondida.
Si no pongo toda la carne en el asador para buscarla, nunca la encontraré.
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WebJCP | Abril 2007