Por Angel Moreno
Es frecuente, con motivo de las fiestas de Navidad, intercambiar regalos con los amigos y familiares. Yo he tenido la suerte de recibir algunos y entre ellos, el de un libro: “Te enseñaré el fervor”. Me sirvió de compañía en los aeropuertos, en los tiempos de espera antes de embarcar los días previos a Navidad.
No pretendo resumir las ciento cincuenta páginas del libro, pero sí decir que me ha dado luz un argumento que el autor, Xavier Quinzá., desarrolla en la primera parte del texto. Es verdad que cuando se cita de forma atomizada y extrapolada, es fácil no transmitir bien el sentido o transmitirlo con sentido totalmente distinto.
Al ir leyendo las distintas páginas, en el margen anoté: “Deseo-Esperanza-Amor / Posesión”. Hemos avanzado, durante el tiempo de Adviento, con el fuerte deseo de la Navidad. Si tuviéramos que identificar este tramo del Año Litúrgico, lo señalaríamos como tiempo de esperanza. El deseo suscita esperanza. A su vez, la esperanza, fruto del deseo, se presenta como pasión, y “¡si es una pasión sólo podemos padecerla!” Porque “una esperanza apasionada es una esperanza que duele”. Es mejor experimentarla como don que se recibe.
“Lo que ardientemente queremos es vivir en plenitud el amor de Dios en medio de las vicisitudes de la vida”. Pero este anhelo es inalcanzable. Cuando se posee, ya no se espera, y se rompe el amor. Sólo el amor de Dios se experimenta sin sentirse uno poseído y a Él nadie lo puede poseer.
Es fácil que cuando el sueño, el proyecto, el anhelo, el deseo se concretan y se tienen a la mano, se evapore la experiencia gratificante, por la temporalidad o por la distancia entre el afán y el resultado. En el caso del amor divino, “la experiencia de Dios siempre mayor nos pone delante de nuestros ojos la conciencia de inutilidad”.
La mayor esperanza es la de ser amados y la de amar en relación con Dios. “La llave de la energía para afrontar el futuro está en sabernos amados y acogidos”. Pero a su vez es muy fácil que el deseo y la esperanza, cuando van a concretarse en el amor, no sepamos celebrarlos sin el afán posesivo. “Es en la debilidad y en el clamor del sufrimiento donde Dios habita para siempre”. Paradójicamente, el deseo de comunicación y de amor crece “en la misma medida que mengua el deseo de posesión”.
“En la figura del Amor hecho carne, desearle es seguir deseando, es no dejar que el deseo nos agote la capacidad de desear en adelante. Y ello configura una dimensión humana del deseo como fuente y no como simple objeto de satisfacción”
“Debemos dejarnos fascinar por Dios, afectar por sus invitaciones, mover el corazón, dejarnos seducir por sus palabras… No podemos olvidar que también lo cotidiano es el ámbito de lo íntimo. Aprendamos a buscarle y a encontrarle no en la clausura sino en la vida, no en la soledad, sino en la solicitud”.
He entresacado algunas de las ideas que más me han iluminado y dado sentido a la celebración de la Navidad, que a su vez es reveladora del Dios siempre más: aun haciéndose niño, nos solicita la ofrenda del deseo permanente, de la esperanza que se nos regala, del amor que nos posibilita amar, sin poseer.
No pretendo resumir las ciento cincuenta páginas del libro, pero sí decir que me ha dado luz un argumento que el autor, Xavier Quinzá., desarrolla en la primera parte del texto. Es verdad que cuando se cita de forma atomizada y extrapolada, es fácil no transmitir bien el sentido o transmitirlo con sentido totalmente distinto.
Al ir leyendo las distintas páginas, en el margen anoté: “Deseo-Esperanza-Amor / Posesión”. Hemos avanzado, durante el tiempo de Adviento, con el fuerte deseo de la Navidad. Si tuviéramos que identificar este tramo del Año Litúrgico, lo señalaríamos como tiempo de esperanza. El deseo suscita esperanza. A su vez, la esperanza, fruto del deseo, se presenta como pasión, y “¡si es una pasión sólo podemos padecerla!” Porque “una esperanza apasionada es una esperanza que duele”. Es mejor experimentarla como don que se recibe.
“Lo que ardientemente queremos es vivir en plenitud el amor de Dios en medio de las vicisitudes de la vida”. Pero este anhelo es inalcanzable. Cuando se posee, ya no se espera, y se rompe el amor. Sólo el amor de Dios se experimenta sin sentirse uno poseído y a Él nadie lo puede poseer.
Es fácil que cuando el sueño, el proyecto, el anhelo, el deseo se concretan y se tienen a la mano, se evapore la experiencia gratificante, por la temporalidad o por la distancia entre el afán y el resultado. En el caso del amor divino, “la experiencia de Dios siempre mayor nos pone delante de nuestros ojos la conciencia de inutilidad”.
La mayor esperanza es la de ser amados y la de amar en relación con Dios. “La llave de la energía para afrontar el futuro está en sabernos amados y acogidos”. Pero a su vez es muy fácil que el deseo y la esperanza, cuando van a concretarse en el amor, no sepamos celebrarlos sin el afán posesivo. “Es en la debilidad y en el clamor del sufrimiento donde Dios habita para siempre”. Paradójicamente, el deseo de comunicación y de amor crece “en la misma medida que mengua el deseo de posesión”.
“En la figura del Amor hecho carne, desearle es seguir deseando, es no dejar que el deseo nos agote la capacidad de desear en adelante. Y ello configura una dimensión humana del deseo como fuente y no como simple objeto de satisfacción”
“Debemos dejarnos fascinar por Dios, afectar por sus invitaciones, mover el corazón, dejarnos seducir por sus palabras… No podemos olvidar que también lo cotidiano es el ámbito de lo íntimo. Aprendamos a buscarle y a encontrarle no en la clausura sino en la vida, no en la soledad, sino en la solicitud”.
He entresacado algunas de las ideas que más me han iluminado y dado sentido a la celebración de la Navidad, que a su vez es reveladora del Dios siempre más: aun haciéndose niño, nos solicita la ofrenda del deseo permanente, de la esperanza que se nos regala, del amor que nos posibilita amar, sin poseer.
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