La NAVIDAD nos sirve de excusa y motivo de encuentro para que no sigan sumando los desencuentros y a lo mejor se enciende alguna lucecita de esperanza, de vida, en estos tiempos recios, sombríos y duros. Necesitamos de Buenas Noticias: “Os ha nacido el Salvador”. “Feliz portal, mansión de Paz, que alberga a Dios”.
Agraciados en el Hijo, nos sobrepasa el derroche de su Gracia (Ef.1, 3-6). Y en consecuencia, debemos ser dichosos, felices, bienaventurados. Y si no lo somos algo no funciona en nosotros, en el entorno, en la sociedad, en la Iglesia.
Ahí está la sociedad “con males”: La ceniza volcánica oscurece los cielos, el petróleo contamina los mares, los abusos sexuales de sacerdotes con niños claman al cielo; un NORTE, amenazado, en crisis, insatisfecho, carente de sentido de vida y un SUR, convulso, que se desangra entre pobrezas, drogas, corrupción, injusticias y contrabando.
No terminamos de encontrar el rumbo, el norte; sentirnos a gusto en la casa común, en “la aldea global”, que ofrece y promete un mundo integrado, interdependiente, intercultural,interreligioso, con visiones nuevas plurales, en el marco institucional democrático de las libertades y derechos fundamentales.
Por otra parte da la sensación de que la Iglesia no es capaz de anunciar el Evangelio en una sociedad democrática. No se maneja en esta sociedad plural y creyente en una relación de libertad.
¿Por qué existe tanto miedo o viven asustados en un mundo que tenemos denominación de origen,el sello del Espíritu Santo, la alborada de nuevos signos de los tiempos y el impulso creador de las nuevas tecnologías?
¿Por qué nos puede la fiesta aburrida, vacía del consumo y no brilla la luz, la vida, la esperanza del recién nacido?
El imaginario navideño con sus símbolos, mitos, ritos religiosos, costumbres populares, solidarias, entrañables,
sin evadirse del consumo, nos lleva a otro imaginario social de las culturas más originarias: “EL VIVIR BIEN EN LA TIERRA SIN MALES”.
Agraciados en el Hijo, nos sobrepasa el derroche de su Gracia (Ef.1, 3-6). Y en consecuencia, debemos ser dichosos, felices, bienaventurados. Y si no lo somos algo no funciona en nosotros, en el entorno, en la sociedad, en la Iglesia.
Ahí está la sociedad “con males”: La ceniza volcánica oscurece los cielos, el petróleo contamina los mares, los abusos sexuales de sacerdotes con niños claman al cielo; un NORTE, amenazado, en crisis, insatisfecho, carente de sentido de vida y un SUR, convulso, que se desangra entre pobrezas, drogas, corrupción, injusticias y contrabando.
No terminamos de encontrar el rumbo, el norte; sentirnos a gusto en la casa común, en “la aldea global”, que ofrece y promete un mundo integrado, interdependiente, intercultural,interreligioso, con visiones nuevas plurales, en el marco institucional democrático de las libertades y derechos fundamentales.
Por otra parte da la sensación de que la Iglesia no es capaz de anunciar el Evangelio en una sociedad democrática. No se maneja en esta sociedad plural y creyente en una relación de libertad.
¿Por qué existe tanto miedo o viven asustados en un mundo que tenemos denominación de origen,el sello del Espíritu Santo, la alborada de nuevos signos de los tiempos y el impulso creador de las nuevas tecnologías?
¿Por qué nos puede la fiesta aburrida, vacía del consumo y no brilla la luz, la vida, la esperanza del recién nacido?
El imaginario navideño con sus símbolos, mitos, ritos religiosos, costumbres populares, solidarias, entrañables,
sin evadirse del consumo, nos lleva a otro imaginario social de las culturas más originarias: “EL VIVIR BIEN EN LA TIERRA SIN MALES”.
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