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martes, 7 de diciembre de 2010

Materiales liturgicos y catequeticos:Inmaculada Concepción de Santa María Virgen



Moniciones de entrada:

(A)
¡Bienvenidos! Siempre es un gozo el encontrarnos los hermanos para celebrar la fe. Pero si quien nos reúne es María, la virgen madre, entonces nuestro gozo adquiere un matiz especialmente entrañable. Y si la fiesta es dentro del adviento, de la espera de la salvación, y a María la contemplamos como vencedora del pecado, que da su sí para que en sus entrañas se encarne el salvador, entonces nuestro gozo es esperanza fundada y alegría en la celebración. ¿Y qué celebración mejor que la eucaristía, hermanados en el fruto bendito de su vientre, Jesús? Expresemos estos gozosos sentimientos a lo largo de esta Eucaristía que nos disponemos a celebrar...

(B)
La fiesta de la Inmaculada Concepción de María, que celebramos en medio del Adviento, es toda una invitación a dar gracias por lo que ella representa en nuestro caminar creyente; pero también es una oportunidad para reconocerla como la Virgen del Adviento. María nos sigue mostrando cómo merece la pena acoger hoy a Jesucristo, para luego brindarlo como regalo de salvación a todo el mundo.



(C)





Cuando llega una fiesta de la Virgen, sobre todo si es la Inmaculada, todos estamos esperando que nos expliquen, nos cuenten, nos demuestren cosas sobre la Virgen. Sin embargo, hoy se nos invita a contemplar, a entrar de puntillas en el misterio, a escuchar su silencio, a dejarnos iluminar por su luz.

Lo mismo que hizo ella a la llegada el ángel, tenemos que hacer nosotros: intentar desaparecer para que aparezca Él, mientras oímos de sus labios: “Hágase en mí según tu palabra”.



(C)


En este tiempo de preparación a la Venida de Jesús, vamos a centrar, hoy, la atención en María, la Madre de Jesús: la que mejor preparó su venida, porque le llevó en su seno.
Es que, además , es hoy su Fiesta, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción.
María Virgen, es un “si” a Dios, para quien nada es imposible, y al que ama, con todo su corazón y con toda su alma.
María Virgen, es un “no” a la mediocridad, a una vida sin ideales, al engaño de un amor sin compromiso, a la búsqueda desmedida del placer.
María Virgen es un himno valiente al amor, al don de sí misma, y a la mirada limpia.
Sólo aquel que ama con generosidad puede comprender a María.
Vamos a celebrarlo, porque María es nuestra Madre, y hoy es su Fiesta.

Acto penitencial:

(A)

Con sencillez y humildad, como María, acojamos de Dios y de los hermanos el perdón que cura nuestras heridas.


• Tú, Señor, eres el Dios del amor que cura y perdona. SEÑOR, TEN PIEDAD.

• Tú, Señor, eres el Dios del Si que salva. CRISTO, TEN PIEDAD.

• Tú, Señor, eres el Dios de la Promesa que se cumple. SEÑOR, TEN PIEDAD.


(B)

Antes de iniciar nuestra celebración, recojámonos un segundo en nuestros corazones y, ante María, la llena de gracia, reconozcámonos pecadores.

Tú, que miraste la humildad de María: Señor, ten piedad...
Tú, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado: Cristo, ten piedad...
Tú, que habitas en nosotros: Señor, ten piedad...





Escuchamos la Palabra


Monición a las lecturas

No es casualidad que la fiesta de la Inmaculada se sitúe dentro del Adviento. Cuando Dios quiere venir a compartir nuestra vida, el Padre se encarga de hacer los preparativos, y lo primero que prepara es a la Madre, a María.

Era una joven nazarena, de una familia modesta. En ella no hay ningún título que destaque, pero había sido preparada para la misión más importante desde toda la eternidad.

Sus cualidades son innumerables, pero pueden resumirse en la humildad y la disponibilidad.

El hijo de Dios será introducido en el templo más hermoso que hemos conocido. Un templo construido por las manos de Dios, y que se llama María.




Lectura del libro del Génesis

Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: - ¿Dónde estás?

Él contestó: - Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.

El Señor le replicó: - ¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?

Adán respondió: - La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí.

El Señor Dios dijo a la mujer: - ¿Qué es lo que has hecho?

Ella respondió: - La serpiente me engañó y comí.
El Señor Dios dijo a la serpiente: - Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.

El hombre llamó a su mujer Eva por ser la madre de todos los que viven.



Palabra de Dios


Salmo: Esta es mi mansión...



+ Lectura del santo Evangelio según san Lucas



En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando a su presencia, dijo: - Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.

Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo: - No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Y María dijo al ángel: - ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?

El ángel le contestó: - El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.

María contestó: - Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró.

Palabra del Señor









Homilías



(A)



Celebramos hoy una fiesta entrañable: la Inmaculada. La tradición, en nuestro contexto cultural religioso cristiano, dedica un mes al recuerdo de María: el mes de mayo. Quizás porque asocia a María toda la belleza que la naturaleza ofrece en ese tiempo. Pero el mes cargado de sensibilidad mariana es precisamente el mes de diciembre. ¿Quién mejor que María estuvo pendiente y expectante ante el acontecimiento del nacimiento de Jesús? En el corazón del Adviento, hoy celebramos lo que Dios hizo en María como privilegio especial por ser Madre de Jesús: preservarla de lo que llamamos “pecado original”.

Los sabios, es su deber, intentar explicar qué es eso del pecado original. No resulta fácil en ocasiones buscar argumentos científicos para explicar cosas que todos sentimos. Pablo en la carta a los Romanos 7,19 confiesa que siente en él mismo una fuerza que le lleva a hacer el mal que no quiere. Y esta experiencia nos es común a todos. No somos capaces de ser lo buenos que quisiéramos ser. Ser buenos nos supera. Estamos dañados en lo más profundo de nuestro ser. Salimos con un “defecto de fabricación”. Nuestra condición humana lleva en sí misma una tendencia al egoísmo, a no hacer todo el bien que desearíamos. Esto es una manera de describir el pecado original. Llamados a encontrar a un Dios que no puede ser descubierto nada más que en el amor, nos vemos sorprendidos por íntimos y hondos deseos de “hacernos nosotros dioses”, de interrumpir el camino de amor y mirarnos sólo a nosotros mismos. “No vayas a Dios, hazte tú mismo dios. Sí, tú mismo puedes ser un dios. Haz tu “santa voluntad y déjate de historias”...

Cuando hoy celebramos la Inmaculada Concepción de María, lo que celebramos es que María estuvo desde el primer instante abierta al amor, abierta a Dios, orientada del todo hacia Dios. Fue un antojo de Dios con ella, destinada a ser Madre de su Hijo. Y nos alegramos de que Dios tuviera este antojo que le permitió caminar en el amor y dar un sí grande.

Decir sí no es cualquier cosa. Tú sabes cómo está hoy esto de los síes. Vivimos en tanta fragilidad que casi hemos llegado a creernos que no podemos dar síes largos, para siempre. Entre nosotros se extiende una cultura de síes cortos, provisionales, para probar..., sin demasiado compromiso. Fijaos dónde estamos llegando: no nos fiamos del sí que pronunciamos ni del sí que nos pronuncian. Puede ser que resulte, puede ser que no resulte... Desde los síes más insignificantes a los síes más comprometidos de la existencia, el sí de la vida humana es siempre una ventura y una fuerza que nos impulsa a crecer y a madurar. Maduramos y nos hacemos verdaderamente adultos manteniendo las exigencias del sí. Claro, decir sí es decir también no. No a todo lo que nos aparta de lo original, de lo esencial. El sí nos pide un ejercicio continuo de búsqueda para discernir por dónde nos filtra el egoísmo. El egoísmo es como el agua o como el gas: encuentran nuestros puntos débiles y por allí empiezan a filtrarse, a hacer goteras o a dar señales de escape...

Hay síes que nosotros tenemos que romper porque no nos dejan crecer y hay síes que tenemos que mantener para poder crecer. Y no valen excusas. Las excusas, como en el libro del Génesis, lo único que desvelan es nuestro pecado y la resistencia a reconocer nuestra culpa.

La Inmaculada, la mujer de síes incondicionales, la bendecida por Dios es hoy nuestro escudo y nuestra fuerza. También una garantía segura en la que apoyar la fragilidad de nuestros síes minados por el egoísmo.

El “sí” de María es una buena palabra de ánimo para nuestros síes, sobre todo para los que más nos cuesta pronunciar con el corazón... Los síes de nuestros labios valen poco mientras no estén pronunciados antes en el corazón. Que al final podamos decir: Dios, que se haga en mí lo que tú quieres. Estoy dispuesto. Estoy disponible.



(B)



“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

La fe de María, su espera del Mesías fue tan intensa, tan firme, tan abierta a los designios del Padre, que hizo posible que se hiciera carne en ella el Mesías, el Hijo de Dios.

Fue una vocación singular, a la que María respondió con un “si”, también, singular y único.

También Jesús, puede y quiere nacer y desarrollarse en cada cristiano, en cada hombre, que vive abierto a lo que Dios le pide en cada momento, aunque lo llame de otra forma.

Para María no fue fácil. Cuando Dios irrumpe en la vida de una persona, trastoca todos sus planes, la lanza a la intemperie, al riesgo, a la inseguridad. María fue la primera que dijo un “si” definitivo al plan de Dios. En su “si” está el “si” de tantos millones de personas que a lo largo de los siglos han tenido fe en Dios, que tal vez no lo veían claro, que pasaban dificultades, pero que se fiaron de Él.

Su “si” inicial fue extendiéndose a todos los acontecimientos de su vida. Solamente a lo largo de los días irá comprendiendo a lo que se había comprometido con aquel “si”.

En el “si” de María hallamos el ejemplo, pleno y total, de nuestras pequeñas respuestas. Porque lo mismo que caemos en el mal somos capaces de generosidades.

María deja que Dios actúe plenamente en su vida. Frente a la actitud de autosuficiencia que preside tantas veces la actuación de los hombres, y que es la raíz profunda del pecado, María toma como estilo de su actuar la confianza total en Dios. El que actúa es Dios. Ella le deja actuar, no pone ningún tipo de estorbo a la acción divina.

Toda nuestra vida está entretejida de llamadas de Dios y de respuestas o evasivas nuestras. Toda nuestra vida está llena de ángeles o de mensajeros. Todas esas llamadas divinas a lo largo de la historia han sido “promesas” que en la mano de los hombres, en nuestras manos, está el que se puedan convertir en realidad.

Dios se nos comunica a través de las pequeñas ocupaciones de nuestra vida de cada día. No vayamos a buscarlo en otra parte.

Nuestra vida puede convertirse en una anunciación continua: hoy puedo ser yo el elegido para algo, hoy puede pedirme el Señor una respuesta, puede necesitar mi colaboración.

Hoy y siempre, la Palabra de Dios busca entrañas maternales que la acojan, alimenten y comuniquen. Hoy y siempre, el Señor espera escuchar el “si” de los pequeños y los humildes, el “si” de los libres y solidarios, el “si” de los hombres de buena voluntad.

También en nosotros, Dios, si le dejamos, puede obrar maravillas.



(C)



En este día celebramos a la Virgen María como una mujer limpia de todo pecado y llena de gracia. Es como abrir nuestros ojos a una humanidad nueva. Porque el Señor hacía maravillas en ella, todas las generaciones la proclamarían dichosa. Allí estaba esa mujer asombrosa. Pero de esa mujer pobre y sencilla arrancaría un tiempo nuevo para la historia del mundo. Ella era la llave de ese tiempo nuevo. Cuando Dios se lo anuncia, ella contesta: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. No se trataba de que aparecería un caudillo o un general o un imperio poderoso. Ese tiempo nuevo comenzaría con el nacimiento de sus entrañas de un Niño pobre. Pero ese Niño pobre estaba llamado a cambiar los caminos de los hombres.

Sabemos que Jesús recorrió pueblos y ciudades de Israel enseñando a los hombres un mensaje nuevo y hermoso: nos enseñó a sentirnos hijos de Dios, a ser hermanos, a perdonarnos, a compartir nuestras cosas con alegría, a ser sencillos, serviciales, personas de buen corazón. Pero estas cosas tan bonitas, ya entonces, no fueron bien aceptadas por todos. Hubo gente que prefirió su vida vieja y siguieron practicando el egoísmo, la insolidaridad, la violencia, la rapiña. Jesús, el fruto bendito de una mujer maravillosa, cayó víctima de los que no quisieron cambios ni valores hermosos para su vida.

Pero aquella enseñanza de algo nuevo cayó sobre el mundo como una semilla. Es verdad que mucha semilla se perdió, pero otra sigue produciendo sus frutos hermosos. Por eso nos podemos encontrar con que, mientras unas personas trabajan por la paz, por los pobres, por hacer un mundo más humano y más justo, otros siguen con sus planes de hombres viejos. Al echar una mirada al milenio que terminó, podemos encontrarnos con cosas hermosas, pero también podemos encontrarnos con guerras, injusticias, violencia, hambre, racismo, dictaduras y un cúmulo inmenso de despropósitos que han amargado la vida a muchos millones de seres humanos. Es el mundo viejo y sucio que ha salido de nuestras manos.

Cada uno de nosotros estamos en alguno de estos bandos. Para bien o para mal, todos hemos puesto nuestro grano de arena. Podemos llevar en el corazón egoísmo, envidia, odio, rencores. Con estas cosas estamos ensuciando el mundo. Pero también podemos poner respeto, cariño, solidaridad, servicio y valores evangélicos que harán más bonita la vida de todos.

Cuando nos acercamos a la Navidad podemos recordar a la Virgen María como la mujer llena de gracia, preparándose para dar la Luz nueva para el mundo en su Hijo Jesús. Podemos imaginar cuántas esperanzas pondría en su Hijo, cuántas ilusiones se haría sobre las cosas que su Hijo habría de arreglar en aquel mundo viejo. Se abría para los seres humanos un horizonte nuevo y hermoso.

A esa mujer que fue bendita de Dios, los cristianos le tenemos un cariño especial y la hemos proclamado nuestra madre. En ella encontramos ánimos para ser sencillos y humildes, personas de buen corazón, capaces de ponernos dócilmente en las manos de Dios para lo que Él nos pida. En ella encontramos la llamada de Dios a vivir nuestra fe con alegría, a fiarnos de Dios y a disfrutar del amor de Dios, que nunca nos deja solos.





(D)



LA ALEGRIA POSIBLE



La primera palabra de parte de Dios a los hombres, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría. Es lo que escucha María: Alégrate.

J. Moltmann, el gran teólogo de la esperanza, lo ha expresado así: «La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no condena, sino absolución. Cristo nace de la alegría de Dios y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo».

Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le puede obligar a que esté alegre ni se le puede imponer la alegría por la fuerza. La verdadera alegría debe nacer y crecer en lo más profundo de nosotros mismos.

De lo contrario; será risa exterior, carcajada vacía, euforia creada quizás en una «sala de fiestas», pero la alegría se quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón.

La alegría es un don hermoso, pero también muy vulnerable. Un don que hay que saber cultivar con humildad y generosidad en el fondo del alma. H. Hesse explica los rostros atormentados, nerviosos y tristes de tantos hombres, de esta manera tan simple: «Es porque la felicidad sólo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la bolsa».

Pero hay algo más. ¿Cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír, cuando aún no están secas todas las lágrimas, sino que brotan diariamente otras nuevas? ¿Cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre, la miseria o la guerra?

La alegría de María es el gozo de una mujer creyente que se alegra en Dios salvador, el que levanta a los humillados y dispersa a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos.

La alegría verdadera sólo es posible en el corazón del hombre que anhela y busca justicia; libertad y fraternidad entre los hombres.

María se alegra en Dios, porque viene a consumar la esperanza de los abandonados.

Sólo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran.

Sólo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados.

Sólo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros.

Sólo puede celebrar la Navidad quien busca sinceramente el nacimiento de un hombre nuevo entre nosotros.




(E)

DIOS, PENDIENTE DEL "SI" DE UNA DONCELLA

Parece increíble. Dios pide el asentimiento de una joven aldeana para verificar en su seno la humanización del Hijo divino.
Dios no avasalla, no se impone, "propone" a mediadores humanos para que descubran su presencia a los hombres. Y María dice "sí" a la propuesta de Dios. Pero no creamos que hubiera sido absurdo decir "no" al proyecto. La cosa no será nada sencilla para la joven nazarena. El primer problema lo tendrá cuando se lo explique a José, su esposo. Decir "sí" significa embarcarse en una aventura cuyo fin no se adivina, significa romper el proyecto de su vida personal que tiene como cualquier joven de su edad.
Y María no pide tiempo para asegurarse haciendo una consulta familiar; en cuanto sabe que es voluntad de Dios, pronuncia un "sí" rotundo, con el que el Hijo de Dios se "a-vecina", se hace vecino a los hombres en Nazaret. Así, de puntillas, a través del seno de una joven humilde, entra Dios en la historia humana.
María acepta al hijo, pero sin apropiarse jamás de él. Engendra al hijo y lo alumbra para darlo, para estar ella misma a su lado colaborando en su proyecto liberador.
Como María, cada comunidad, cada familia, cada cristiano lleva dentro a Cristo. Pero no para que sea exclusivamente "nuestro" Salvador, ni como un sagrario inerte, sino como luz y fuerza que hay que comunicar a los demás.
Es oportuno recordar que quien tiene a Cristo sólo para sí, en realidad no lo tiene. Porque quien lo tiene dentro de sí, se siente impulsado a comunicarlo a los demás, se vuelve "cristóforo".
De la misma manera que respetó la voluntad de la que había de ser su madre para humanarse y esperó su "sí", del mismo modo espera el "sí" de nuestra libertad para llegar a otros y transformar sus vidas.
Hay que decir que Dios respeta la libertad de los hombres casi hasta el escándalo de las catástrofes, de los 60 millones de muertos de hambre cada año por nuestra pasividad. Por el contrario, muchos millones de seres humanos han podido nacer, han podido seguir viviendo, han resucitado a una vida digna, han llegado a la fe, se han encontrado con Cristo, porque ha habido "cristóforos" como María que les han acercado al Señor.
¡Cuántas cosas y qué transcendentales dependen de nosotros! Tu marido o tu esposa, tu hijo o tu hermano, tu cuñado o tu primo, tu familia, tu compañero de trabajo, se quedarán sin Cristo, si tú no le dices "sí" y te prestas como María a ser mensajero de su persona. Nuestro barrio, nuestro entorno laboral, zonas de la sociedad en que vivimos quedarán sin luz, si las comunidades cristianas no son mediadoras de salvación para los demás.

LOS MENSAJEROS
Dios sigue enviando mensajeros para comunicarnos su voluntad; lo que hace falta es tener el espíritu despierto para reconocerlos: Cuando veo o escucho un testimonio aleccionador y siento admiración, cuando descubro en los miembros de mi grupo o comunidad cristiana gestos y actitudes de generosidad y me viene de dentro una voz que dice: "¡qué bueno sería hacer algo semejante!"... el testigo que me interpela es un ángel del Señor.
Cuando alguien que está con las manos en la masa de una tarea humanitaria, evangelizadora o promocional me invita a que le eche una mano, ése es, quizás, un mensajero del Señor, cuya llamada es preciso discernir.
El libro que he cogido entre las manos y que despierta inquietudes en mí y me propone caminos nuevos, una reunión en la que han surgido iniciativas... pueden ser mensajeros del Señor. Es preciso discernirlo. Las personas dispuestas, los cristianos vigilantes, los santos se encuentran con muchos mensajeros que les comunican mensajes del Señor. Adviento es realizar un lavado de oídos para escuchar cada vez más fielmente a los mensajeros (ángeles) del Señor.

NAVIDAD PARA TODOS
Aquel "sí" generoso de María hizo posible la primera Navidad de Jesús. Pero con la luz de Cristo ocurre lo mismo que con la luz eléctrica; se ha inventado ya hace más de un siglo, pero, ¿de qué les sirve a los más pobres si no les llega? A pesar de que hace ya veinte siglos que llegó la "Luz" divina de Jesús de Nazaret, hay todavía comunidades, ambientes, incontables personas, a los que no ha llega esa Luz.
Paul Claudel, que se lamentaba de haber llegado tan tarde a la fe por negligencia de los cristianos en ofrecérsela, nos interpela a todos: "¿Qué habéis hecho de la luz, hijos de la luz?".
Oremos como enseñó Francisco de Asís, el hombre luz: "Que donde haya tinieblas, yo ponga tu luz". Que Jesús nazca en algún corazón. Así, Navidad será un acontecimiento y no una mera conmemoración.



Oración de los fieles:

(A)


María es Madre de la Iglesia. Confiados en su intercesión, oremos al Padre de todos.

Respondemos a cada plegaria cantando: Madre del Adviento, ruega por nosotros...



1.- Por la Iglesia, por todos los creyentes. Que, viviendo en fidelidad al Evangelio, trabajemos a favor de la justicia y seamos testigos de la Buena Noticia de Jesucristo, en medio del mundo. Oremos...

2.- Por las mujeres, especialmente las que son víctimas de tantas vejaciones y violencias. Que, con el apoyo de todos, consigan el respeto a su dignidad y sigan llenando el mundo de vida. Oremos...

3.- Por los seminaristas que se preparan para ser sacerdotes. Que encuentren en nuestras comunidades apoyo e ilusión de quienes vamos a vivir con ellos una misión compartida. Oremos...

4.- Por nuestras comunidades cristianas. Que colaboremos con Dios en la tarea de seguir convocando a jóvenes que estén dispuestos a servir al Reino, siendo curas en nuestra Iglesia. Oremos...

5.- Por quienes estamos celebrando esta Eucaristía. Que, como María, siempre estemos atentos a las necesidades de los demás, y comuniquemos, con nuestro estilo de vida, la experiencia de la fe. Oremos...



Escucha, Padre, la oración que tu pueblo te dirige en este día. Por JNS.


(B)

Acudimos a Ti, Dios y Padre nuestro, para presentarte nuestras necesidades. Y convencidos de tu amor misericordioso te decimos: ¡ESCÚCHANOS, SEÑOR!
Te pedimos, Padre, que hagas de nosotros testigos de tu amor misericordioso.
¡ESCÚCHANOS, SEÑOR!
Te pedimos, Padre, que ayudes a tu Iglesia a luchar contra todo pecado, para que sea santa e inmaculada.
¡ESCÚCHANOS, SEÑOR!
Te pedimos, Padre, que todos nosotros encontremos en María consuelo, ayuda y fortaleza.
¡ESCÚCHANOS, SEÑOR!
Te pedimos, Padre, que nos preparemos dignamente para recibir a Jesús, tu hijo, el Salvador.
¡ESCÚCHANOS, SEÑOR!
Oremos: Te pedimos, Padre Misericordioso, por medio de María Inmaculada, que nos libres de nuestros pecados y nos hagas testigos de tu amor.



Presentación de ofrendas:



a) Presentación de un cofre o joyero
(Puede presentarlo uno de los hombres de la comunidad)

Este cofre, Señor, que te presentamos quiere ser signo que define la actitud de María. Ella guardaba en su corazón, como su mejor tesoro, todas las palabras que Tú la dirigías y las que su propio Hijo pronunciaba en cada momento de su vida. Nosotros, hoy, al ofrecerte este cofre, queremos, como ella, vivir pendientes de tus labios, escuchar todas y cada una de tus palabras, y guardarlas en nuestros corazones, porque no tenemos nada más preciado.

b) Presentación de un mural, cuyo motivo central sea “Fiat”
(Lo puede presentar algún joven de la comunidad)


No sabíamos, Señor, cómo decirte que nos comprometemos a vivir tus palabras y, por eso, hemos escrito esa palabra latina : “Fiat”, “Hágase”, porque no queremos sólo guardar tus palabras en nuestros corazones, ni siquiera meditarlas con detenimiento. Queremos, además, vivirlas y hacerlas carne de nuestra historia en todos y cada uno de los momentos de nuestra vida.




Prefacio

Bendito seas, Señor,
porque has hecho bendita a María,
Madre de tu Hijo y Madre nuestra.
En esta Fiesta de María
queremos alabarte y bendecirte,
porque gracias a esta Mujer,
sencilla y cariñosa,
Tú has sido un hermano
y amigo para nosotros.
Te lo queremos agradecer,
y por eso nos unimos a María,
a los santos y buenas personas
para entonar un himno de alabanza
diciendo:

Santo, Santo, Santo...



Padrenuestro:

Esta es la gran noticia que nos ha traído Jesús, el Hijo de María: Que Dios es nuestro Padre. A un padre se le puede pedir todo. A nuestro Padre del Cielo, le pedimos lo mejor para todos: que seamos una gran familia donde las cosas que Él ha creado sean compartidas por todos y nadie pase necesidad. Por eso todos unidos, decimos: Padre nuestro...

Gesto de la Paz

Nuestro saludo de paz no tiene ningún sentido si no va acompañado de un firme deseo de trabajar con todas nuestras fuerzas para conseguir la paz en las familias, entre los amigos y en el mundo. Que María, la Reina de la Paz, nos dé fuerzas para trabajar a favor de la verdadera paz entre los hombres.

Compartimos el Pan:

Jesús nos invita a su Banquete. A una madre le gusta ver a sus hijos en paz y sentados en la misma mesa. Vamos a participar en este Comunión.


Oración a María

“No macular la Inmaculada”

Perdónanos, María, por tanto como te hemos desfigurado.
No fue mala voluntad, sino fruto del cariño.
Pero así somos los hombres: que parece que no podemos querer
si no es configurando al otro a imagen de nuestros pequeños deseos...
Así te hicimos Reina a Ti, la que cantaba a Dios
porque derriba a los poderosos de sus tronos.
Te atiborramos de alhajas a Ti,
que nunca llevaste más brillo que el de tu propia limpieza
-sólo para bendecir esas joyas ostentosas que nunca deberían llevar nuestras mujeres-.
Te dedicamos congresos y homenajes,
cuyo único objeto parecía ser
que no se hablase de los temas vidriosos, incómodos y difíciles.
Te hicimos aparecer a unos y a otros
para condenar revoluciones y afanes de progreso,
a Ti que callabas siempre.
Que sólo hablaste una vez para pronunciar
las palabras más subversivas de la historia.
Compréndelo María:
¿Puede un hijo resignarse a saber tan poco de su madre?
De ti sólo sabemos que callabas,
que guardabas en tu corazón lo que no entendías,
pero “estabas”:
Allí, al pie de aquel patíbulo que recapituló todas las cruces de la historia.
Nosotros no entendíamos tu silencio,
no supimos que él es quien te enseñó a decir “hágase”,
y a alabar al Señor porque mira a los humildes,
y es el Dios de los pobres,
y despide vacíos a los ricos y a los poderosos.
Enséñanos, al menos, a creer en ese Dios,
y en ningún otro,
ni aunque nos lo prediquen los sacerdotes de la Iglesia,
y aunque esa fe nos obligue a decir “hágase” muchas veces.
Y perdónanos, Madre, si también te pedimos que con todos tus nombres:
de Montserrat, de Macarena o del Rocío, de Aranzazu o la Bien Aparecida,
vengas un día a devolver todas tus joyas,
para que no deformen tu pureza,
y sirvan a los pobres de la tierra.
Hazlo Tú, madre, porque quienes deberíamos hacerlo
no tendremos valor para ello,
aunque lo pidan los papas o la tradición de nuestra Iglesia.
Y a tantas mujeres, benditas contigo,
hermanas tuyas en tanta discreción no aparente,
en servicio callado, y en el dolor secreto,
libéralas por fin.
Y déjanos cantar contigo
que nuestra alma glorifica al Señor porque te hizo.


(B)





Madre, eres espejo de la Esperanza,
y por eso te invocamos al acercarnos a la Navidad.
Enséñanos a saber esperar, como esperaste tú.
Esperaste con ilusión y cariño el Nacimiento de tu Hijo.
Esperaste con dolor al pie de la Cruz,
y recibiste con alegría a Jesús Resucitado.
Tú sabes de dolores y alegrías,
tú sabes de esperanzas cumplidas,
enséñanos a esperar:
como una madre espera a su hijo,
como el enfermo espera recuperar la salud,
como esperan el pan los hambrientos,
como esperan los pobres que se haga justicia,
como todos esperamos la paz y la libertad.
Madre de la Esperanza,
enséñanos a esperar,
a saber confiar y colaborar. Amén.



Bendición:

Amigos, fija nuestra mirada en María, imitémosla en nuestro caminar al encuentro del Señor que viene. Que interceda por nosotros para que su Hijo nos conceda el don de la conversión y llevemos una vida de acuerdo a su llamada. Para ello que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros. Amén.

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WebJCP | Abril 2007