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MISIONEROS EN CAMINO: Las dos caras de Francisco Javier
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domingo, 5 de diciembre de 2010

Las dos caras de Francisco Javier



Hoy, fiesta de San Francisco Javier, recuerdo una de las conclusiones que saqué después de escribir un largo libro sobre su vida ( El aventurero de Dios): Que en realidad existieron dos Javier, que un hermano coadjutor contemporáneo distinguió muy bien: “Al principio maestro Francisco pescaba con red, luego empezó a pescar con caña”.

Efectivamente el ardoroso y altivo navarro que había conseguido doblegar Ignacio en la Universidad de París al principio estaba obsesionado con “salvar almas del infierno” entre los paravas y pescadores de perlas. Bautizaba a destajo hasta cansársele los brazos de cristianar.

Después de conocer a los monjes Zen en Japón y su alto nivel espiritual e intelectual comenzó a cambiar de táctica y a servirse del diálogo e incluso a estimarlos profundamente. De este modo a sus sucesores japoneses les dejó las primeras semillas de Inculturación, ese témino inventado por Pedro Arrupe, que pude resumirse en leer a Dios e incluso a Jesucristo desde cada cultura en vez de predicarle desde los códigos de la nuestra.

Veamos por sus cartas un momento de ese diálogo:

A lo que decían ellos que Dios no era misericordioso, pues tan cruel era en castigar. Mas decían, que si era verdad que Dios criara el género humano (como nosotros decíamos) que por qué causa permitía que los demonios, siendo tan malos, nos tentasen, pues Dios criara los hombres, para que lo sirviesen (así como nosotros decíamos); y que si Dios fuera bueno, no criara los hombres con tantas flaquezas e inclinaciones a pecados, mas los criara sin ningún mal, y que este principio no podía ser bueno, pues él hizo el infierno, cosa tan mala como es, y no tiene piedad con los que allá van, pues para siempre han de estar (según nosotros decíamos); y que si Dios fuera bueno, no diera los diez mandamientos que dio, pues eran tan difíciles para guardar.

Y mucho y muy mal les parecía de Dios, que los hombres que van al infierno, no tuvieran ninguna redención, diciendo que sus leyes eran más fundadas en piedad, de lo que era la ley de Dios. Tuvieron una grande duda contra la suma bondad de Dios, diciendo que no era misericordioso, pues no se manifestara a ellos primero que nosotros allá fuésemos; si era verdad (como nosotros decíamos) que los que no adoraban a Dios, todos iban al infierno, que Dios no tuvo piedad de sus antepasados, pues los dejó ir al infierno, sin darles conocimiento de sí. (San Francisco Xavier 29 de enero de 1552: 96, 18-21).

La respuesta no deja de sorprendernos hoy por su agudeza y por la formación teológica que revela:

Dímosles nosotros razón por donde les probamos que la ley de Dios era la primera de todas, diciéndoles que, antes que las leyes de la China viniesen a Japón, los japones sabían que matar, hurtar, levantar falso testimonio y obrar contra los otros diez mandamientos era mal, y tenían remordimientos de conciencia en señal del mal que hacían, porque apartarse del mal y hacer bien, estaba escrito en el corazón de los hombres; y así los mandamientos de Dios los sabían las gentes sin que otro ninguno se lo enseñara, sino el Criador de todas las gentes. Y que si en esto ponían alguna duda, lo experimentasen tomando a un hombre que fue criado en un monte, sin tener noticia de las leyes que vinieron de la China, ni saber leer ni escribir, y preguntasen a este hombre criado en el bosque, si matar, hurtar, y hacer contra los diez mandamientos era pecado o no; si guardarlos era bien o no. Por la respuesta que éste daría, siendo tan bárbaro, sin enseñársela otra gente, verían cómo aquel tal sabía la ley de Dios. Pues ¿quién enseñó a éste el bien y el mal sino Dios que lo crió? Y si en los bárbaros hay este conocimiento, ¿qué será en la gente discreta? De manera que, antes de que hubiese ley escrita, estaba la ley de Dios, escrita en los corazones de los hombres. Cuadróles tanto esta razón a todos, que quedaron muy satisfechos. Sacarlos de esta duda fue grande ayuda para que se hicieran cristianos.

Y, al percatarse de que su pobre sotanilla no le ayudaba ante los señores del lugar, decide engalanarse con sedas y acudir a sus palacios con boato y hasta con originales regalos occidentales, como un arcabuz de repetición o unos primitivos anteojos. Hacía falta que Francisco tuviese encanto, fuerza en la convicción y fuego en el discurso para que semejante razonamiento no se convirtiese en su derrota. Pero si con frecuencia triunfa en las disputas es por la virtud de otros argumentos que tenían poco que ver con la misericordia divina, ni con la revelación…

Llega así a la conclusión que los futuros jesuitas que vayan a Japón deben ser universitarios que tengan conocimientos científicos y filosóficos.

Para saber más de San Francisco Javier

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WebJCP | Abril 2007