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MISIONEROS EN CAMINO: III Domingo de Adviento, GAUDETE (Mt 11, 2-11) - Ciclo A: EL QUE HA DE VENIR
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viernes, 10 de diciembre de 2010

III Domingo de Adviento, GAUDETE (Mt 11, 2-11) - Ciclo A: EL QUE HA DE VENIR



Los profetas en Israel, entre otras cosas, ayudaban a que el pueblo tomara conciencia del momento histórico por el que pasaban. Cuando se trataba de situaciones críticas, debían hacer ver las fallas que había en los actos humanos para que esa situación se diera, no para acomplejarlos y obligarlos a aceptar las desgracias como un castigo de Dios, sino para buscar la solución. Una vez denunciado, a los responsables de la crisis los profetas les anunciaban la fidelidad de Dios con su pueblo y alimentaban la esperanza para que todos se comprometieran y trabajaran decididamente para superarla. En otras palabras: hacían ver la situación de desierto, las razones por las cuales pasaban por el desierto, y anunciaban cómo Dios convertiría ese desierto en un campo alegre lleno de flores y de júbilo (Is 35,1).

La literatura, el folklore, la música y demás elementos culturales manifiestan y alimentan el espíritu de un pueblo. En nuestros pueblos tenemos muchas manifestaciones culturales que nos identifican, nos enorgullecen y nos hacen crecer como seres humanos. Aunque hay también algunas expresiones culturales, algunas canciones populares en la cuales se expresa una frustración fatal y un sinsentido total de la existencia. Canciones que sólo invitan a emborracharse y a perder el sentido, a tomar para olvidar, a odiar, a vengarse, a engañar e incluso a matar: canciones como esta: “A este mundo vive uno es a sufrir… y si el mar se convirtiera en aguardiente, me lanzaría para morirme borracho…” Hay más: “La liberación solo es para las ricas, porque las pobres estamos en la olleta. Maldito el día en que me casé con este sinvergüenza que me tiene jodida”: Y este otro “Ella se fue, me abandonó y destrozó mi corazón. Esta noche quiero beber hasta morir, es que me duele el corazón por la traición de esa mujer. Por eso quiero tomar hasta… no sé qué hacer…” Qué tal esta: “Cuando me muera levanten un cruz de marihuana, con diez botellas de vino y cien barajas clavadas, al fin que fue mi destino andar en las sendas malas…sobre mi tumba levanten una cruz de marihuana, no quiero llanto ni rezo, tampoco tierra sagrada. Que me entierren en sierra con leones de mi manada…” ¡Y qué tal esta perla!: “En una cantina lo encontré, en una cantina lo perdí. Hoy voy de cantina en cantina, buscando al ingrato que me abandonó. Si no me querés te corto la cara con una cuchilla de esas de afeitar. El día de la boda te doy puñaladas, te arranco el ombligo y mato a tu mamá”… Ni hablar del reggaeton y su lenguaje vulgar y denigrante: “Si tu me calientas, si tu me provocas, vas a tener que aguantar, mami… te voy a dar duro”. Por no mencionar otras peores… Este tipo de literatura afecta negativamente el inconciente de las personas y de las sociedades. Hay niños que crecen escuchando y tarareando este tipo de música… ¡Ojalá seamos muy cuidadosos con nuestros hijos!

Nosotros como personas o como comunidad, pasamos por momentos de desierto. A veces vivimos crisis de tipo económico, emocional, efectivo, familiar, social, político, etc. Pero con nuestro esfuerzo y animados por la gracia de Dios, podemos sobreponernos a todo. Tenemos la capacidad de superar el subdesarrollo económico, científico, cultural, político y religioso, así como la dependencia y la infantilidad que nos lleva a entregarle nuestra libertad a un caudillo, cualquiera que sea y en nombre de quien sea.

El fragmento de Isaías que leemos hoy quiere animar al pueblo para que en medio del caos generado por el destierro en Babilonia, ponga su confianza en la acción salvadora de Dios y trabaje para transformar su realidad. Porque ese Dios que creo todas las cosas a partir de la nada, que puso orden donde todo era caos y que dio la libertad a su pueblo arrancándolo del poder de Faraón y conduciéndolo por un inmenso desierto, rescatará a su pueblo, esta vez de la mano de los Babilonios, y lo devolverá a su tierra. “Rescatados por el Señor, volverán del destierro y entrarán a Sión con gritos de júbilo. Se abre paso la perpetua alegría, el gozo desbordado los inunda, y quedan atrás el pesar y la tristeza.” (Is 35,10).
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Para este mismo anhelo utópico de la paz y la alegría perpetua, Santiago (en la segunda lectura) nos invita a vivir en esperanza con la paciencia del agricultor. El agricultor hace su trabajo: limpia el terreno, siembra en buena temporada, riega y cuida, pero debe esperar a que la semilla germine por sí misma y a que el sol abrace la planta y le de la energía precisa. Una vez hecho su trabajo, no le queda otra cosa sino esperar con paciencia a que con el tiempo pueda recoger los frutos. A nosotros nos corresponde hacer el trabajo con mucho cuidado y dedicación. Debemos ocuparnos de aquello que podemos hacer. Lo que no podemos hacer es preciso dejárselo al tiempo y sobre todo a Dios, en cuyas manos está nuestra historia.
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Generalmente los pobres reciben malas noticias: que el niño se enfermó y no tienen para el médico. Que cortaron algún servicio como la luz, el agua, el teléfono o el gas, porque este mes no alcanzó para pagar todo. Que el colegio público donde estudiaba la muchacha lo cerraron por falta de presupuesto y que al más grandecito, el que vende dulces en el semáforo de la 46, junto a la catedral, lo atracaron y le robaron el plante. En ciertas temporadas los pobres son protagonistas de la noticia porque se desbordó el río y se metió al barrio subnormal, porque el terremoto destruyó su casa y las ayudas internacionales se perdieron por el camino o porque el huracán les dañó los cultivos que con tanto esfuerzo habían sembrado. Ellos no entienden qué es eso del calentamiento global, la capa de ozono, la biosfera y la estratosfera, pero son quienes más sufren los estragos causados especialmente por quienes comen solos y ensucian a todos, como afirmaba un curtido anciano en su sabiduría popular.

El caso colombiano es uno de los más conocidos en Latinoamérica por ser uno de los más graves. En Colombia se vive hoy una de las crisis humanitarias más grandes de toda su historia, superada tan sólo por la invasión y colonización española y su respectiva tragedia para los pueblos aborígenes. A muchos pequeños propietarios que tenían sus tierras los mataron, a otros los intimidaron y les dieron una fatídica noticia de parte de un grupo paramilitar: “En 2 horas deben abandonar la zona; de lo contrario no respondemos…” ¿Por qué? Hay muchos motivos: unas veces se da porque un terrateniente necesita agrandar su finca, porque en la zona encontraron petróleo, oro, gas o carbón y la multinacional exige la zona libre de “problemas”, porque se va a construir una troncal y no quieren pagar indemnizaciones… Para los grupos armados (guerrilleros o paramilitares) la cuestión es muy simple: “Eran colaboradores del otro bando y por lo tanto se convirtieron en objetivo militar.”[1].

Ante la pregunta de los discípulos de Juan sobre el posible mesianismo de Jesús, Él no respondió con teorías. Los invitó a que vieran las obras: “los ciegos recobran la vista, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios de su enfermedad, y los sordos oyen; resucitan los muertos, y a los pobres se les anuncia la buena noticia.” Jesús siempre manifiesta su obra salvadora por medio de signos liberadores. El Reino de Dios inaugurado por Jesús, se hace realidad cuando con su presencia vivimos una experiencia profunda de liberación física, psicológica, emocional, social y espiritual.

¿Hemos experimentado la liberación de Jesucristo en nuestra propia carne? ¿Somos nosotros buena noticia para los demás, especialmente para los pobres o nos escandalizamos de quienes, como Jesús, hacen la opción fundamental de trabajar con y por los pobres? “Bienaventurado aquel que no escandaliza de mí” (Mt 11,6).

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WebJCP | Abril 2007