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Publicado por Esquila Misional
La población infantil y femenina en Haití ya era vulnerable antes del terremoto. Tras la tragedia esta problemática se agudizó más: sin hogar, hacinadas en enormes campamentos, sin electricidad ni salubridad, son presa fácil de delincuentes, tratantes y violadores.
Antes del catastrófico temblor, Haití vivía serios problemas sociales, políticos, económicos, educativos, de equidad de género, de inseguridad, de corrupción, etcétera. Las violaciones sexuales, por ejemplo, eran un problema grave, pero ahora en los gigantescos campamentos de damnificados (muchos sin electricidad ni sanidad) han aumentado las agresiones a mujeres, adolescentes y niñas, denuncia la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos (ACNUDH).
Los ataques sexuales ocurren a diario, pero no son denunciados debido al temor a ser señaladas por la sociedad, a las represalias de sus agresores o simplemente porque no confían en sus autoridades, quienes incluso las obligan a prostituirse a cambio de comida. «Las jóvenes deben negociar sexualmente para obtener albergue y poder comer», revela el Instituto Interuniversitario de Investigación y Desarrollo de ese país.
En algunos campamentos ni siquiera entran las patrullas. Incluso los defensores de derechos humanos se quejan de que los policías de la ONU «sólo pasan por las calles que cubren una pequeña porción del campamento, pero nunca salen de sus autos».
Niñez
La desgracia en el país tiene rostro infantil: casi un millón 500 mil menores se han visto afectados de forma directa por el desastre; muchos otros se encuentran en riesgo y siguen necesitando asistencia y protección. Niñas y niños, que suponen casi la mitad de la población, son el grupo más vulnerable.
Unicef señala que «ya antes del terremoto, los niños de Haití se enfrentaban a indicadores muy desfavorables: uno de cada 13 de ellos moría antes de cumplir cinco años; más de 30 por ciento de los haitianos menores de 5 años sufrían malnutrición; 55 por ciento de los infantes en edad escolar estaban sin escolarizar; cerca de 2 mil niñas y niños eran traficados anualmente en la frontera; 200 mil menores eran explotados como trabajadores domésticos; 50 mil infantes fueron separados de sus familias y enviados a instituciones, y 4 mil chicos vivían en las calles».
Y es que «una generación de niños ha sido marcada por el desastre: con casi 40 por ciento de todos los haitianos menores de 15 años, millón y medio de ellos se ha visto afectado directamente por el terremoto», reporta Unicef.
Actualmente los retos son: proteger a los más vulnerables de la violencia, explotación, abuso y abandono; asegurar acceso a agua y alimentos; que asistan a la escuela; prevenir y tratar la amenaza de malnutrición en los infantes; reconstruir las más de 4 mil 500 escuelas que quedaron totalmente destruidas, los más de 50 hospitales y centros de salud que colapsaron, etcétera. No olvidemos que, como dice Unicef, «la educación es la clave de la recuperación, la transformación y el desarrollo general de Haití».
La población haitiana sigue sufriendo, sobre todo, la más vulnerable: mujeres, niños, personas con discapacidad y ancianos. La violencia hacia las féminas resulta alarmante. Por eso, como ciudadanos del mundo, exijamos a las autoridades internacionales (ONU, Organización de Estados Americanos, etcétera) velar por la integridad de las haitianas e invito a nuestros lectores a solidarizarse para ayudar a este pueblo que tanto nos necesita
Antes del catastrófico temblor, Haití vivía serios problemas sociales, políticos, económicos, educativos, de equidad de género, de inseguridad, de corrupción, etcétera. Las violaciones sexuales, por ejemplo, eran un problema grave, pero ahora en los gigantescos campamentos de damnificados (muchos sin electricidad ni sanidad) han aumentado las agresiones a mujeres, adolescentes y niñas, denuncia la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos (ACNUDH).
Los ataques sexuales ocurren a diario, pero no son denunciados debido al temor a ser señaladas por la sociedad, a las represalias de sus agresores o simplemente porque no confían en sus autoridades, quienes incluso las obligan a prostituirse a cambio de comida. «Las jóvenes deben negociar sexualmente para obtener albergue y poder comer», revela el Instituto Interuniversitario de Investigación y Desarrollo de ese país.
En algunos campamentos ni siquiera entran las patrullas. Incluso los defensores de derechos humanos se quejan de que los policías de la ONU «sólo pasan por las calles que cubren una pequeña porción del campamento, pero nunca salen de sus autos».
Niñez
La desgracia en el país tiene rostro infantil: casi un millón 500 mil menores se han visto afectados de forma directa por el desastre; muchos otros se encuentran en riesgo y siguen necesitando asistencia y protección. Niñas y niños, que suponen casi la mitad de la población, son el grupo más vulnerable.
Unicef señala que «ya antes del terremoto, los niños de Haití se enfrentaban a indicadores muy desfavorables: uno de cada 13 de ellos moría antes de cumplir cinco años; más de 30 por ciento de los haitianos menores de 5 años sufrían malnutrición; 55 por ciento de los infantes en edad escolar estaban sin escolarizar; cerca de 2 mil niñas y niños eran traficados anualmente en la frontera; 200 mil menores eran explotados como trabajadores domésticos; 50 mil infantes fueron separados de sus familias y enviados a instituciones, y 4 mil chicos vivían en las calles».
Y es que «una generación de niños ha sido marcada por el desastre: con casi 40 por ciento de todos los haitianos menores de 15 años, millón y medio de ellos se ha visto afectado directamente por el terremoto», reporta Unicef.
Actualmente los retos son: proteger a los más vulnerables de la violencia, explotación, abuso y abandono; asegurar acceso a agua y alimentos; que asistan a la escuela; prevenir y tratar la amenaza de malnutrición en los infantes; reconstruir las más de 4 mil 500 escuelas que quedaron totalmente destruidas, los más de 50 hospitales y centros de salud que colapsaron, etcétera. No olvidemos que, como dice Unicef, «la educación es la clave de la recuperación, la transformación y el desarrollo general de Haití».
La población haitiana sigue sufriendo, sobre todo, la más vulnerable: mujeres, niños, personas con discapacidad y ancianos. La violencia hacia las féminas resulta alarmante. Por eso, como ciudadanos del mundo, exijamos a las autoridades internacionales (ONU, Organización de Estados Americanos, etcétera) velar por la integridad de las haitianas e invito a nuestros lectores a solidarizarse para ayudar a este pueblo que tanto nos necesita
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