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lunes, 22 de noviembre de 2010

Sálvate a ti mismo




Ponle un poco de imaginación. No te costará mucho.
A Jesús de Nazaret lo han clavado en la cruz. Por la fama que tenía y porque muchos tenemos un “gusto morboso” frente al sufrimiento ajeno, se ha congregado un buen número de gente.
No falta quien diga: “si ha salvado a otros, que se salve a sí mismo”… “que baje de la cruz y creeremos en él”.
¿Te imaginas el espectáculo? Jesús se baja de la cruz. Se han borrado las heridas y la sangre. La multitud que estaba presente lo hubiera recocido como el Mesías… Posiblemente podría haberlo hecho. Pero Jesús decidió quedarse clavado en la cruz.

La última tentación

Quizás hayas leído el libro de Nikos Kazantzakis “La última tentación de Cristo”… o visto la película de Scorsese (te recomiendo el libro). La trama es la siguiente: Jesús está en la cruz. Pierde la consciencia. En “sueños” se imagina lo que hubiera sido su vida si en vez de seguir un camino que sabía que le iba a llevar a la muerte, hubiera elegido otro camino… formando una familia, preocupándose por su bienestar y el de los suyos y dejando de lado lo que Dios le pedía: vivir el amor a toda la humidad hasta las últimas consecuencias (la muerte) para mostrar a la humanidad lo que significa una vida plenamente humana.
Al final Jesús recobra la consciencia y se da cuenta de que sigue en la cruz… no ha caído en la “última tentación”: poner su felicidad personal antes que mostrar a todos el camino de la felicidad al que Dios llama a todo el género humano: que el amor es más fuerte que la muerte.
Cuando nos movemos por el miedo
Uno de los grandes sicólogos del siglo XX, Erich Fromm, plantea, en su libro “El miedo a la libertad”, que ante la angustia que produce en el ser humano la conciencia de estar separados del resto de la creación, adoptamos dos actitudes igualmente patológicas: dominar a otros, y buscar de quién depender entregándole nuestra libertad. En ambos casos, las personas buscamos cómo, a través de estos mecanismos, disolver esa barrera que nos separa de las otras personas y del resto del universo.
El pecado fundamental del ser humano es, según esto, un pecado de poder mal administrado, mal asumido. Y esto es el origen de todos los otros pecados: la avaricia, que conduce a un orden económico injusto; la soberbia, que nos impide ver con claridad nuestros errores y pecados; la mentira, que nos lleva a manipular o a dejarnos manipular; la lujuria, el sexo utilizado como instrumento de poder para “poseer”, oprimir; el miedo, que nos impide levantarnos y caminar sobre nuestros propios pies.
Jesús fue libre frente al miedo y se hizo esclavo del amor. Eso fue lo que hizo que no se bajara de la cruz.

La realidad de nuestra Iglesia

Tenemos que reconocer que como Iglesia nos falta mucho para tener la libertad de Jesús. Nos sentimos “atacados” y recurrimos a hacer memoria del anticlericalismo de los años 30, intentando recuperar un sistema de “cristiandad” muerto hace años.
Quizás, en gran parte, nos sigue moviendo el miedo –como a los apóstoles después de la muerte de Jesús- y nos falta abrirnos a la fuerza y valentía del Espíritu para ser testigos de un mundo nuevo basado en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Testigos del Reino de Dios que pasa por ser capaces de permanecer en la cruz, no como signo de muerte, sino como signo de amor hasta las últimas consecuencias.
La propuesta que le hacen a Jesús: “sálvate a ti mismo”, es lo mismo que decirle “traiciónate a ti mismo”.
La “realeza” de Jesús es mantenerse fiel a sí mismo. No caigamos en la tentación de traicionarnos a nosotros mismos. Habremos traicionado el mensaje de Dios.

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WebJCP | Abril 2007