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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequeticos: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 20, 27-38) - Ciclo C
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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Materiales liturgicos y catequeticos: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 20, 27-38) - Ciclo C



Monición de entrada

(A)
Dios es amigo de la vida. Éste es el gran convencimiento de Jesús y éste es el mensaje que hoy nos transmite.
Una invitación para amar con pasión la creación entera, para cuidar y defender con fuerza la vida del ser humano y para vivir con una gran esperanza, la muerte no es el final del camino.
Celebremos la Eucaristía con gozo, Dios nos ama.

(B)
Hermanos, cuando nos reunimos para celebrar la fe, invocamos a Jesús resucitado y al Dios de la vida, que nos ha creado y es nuestro destino.
Hoy vamos a celebrar especialmente que Dios es Padre de todos, nos llama a vivir en plenitud en la tierra y después en el cielo. Hace pocos días hemos visitado el cementerio y hemos recordado a nuestros antepasados. Hoy la Palabra de Dios insiste en el horizonte de la resurrección. Lo oiremos: "Nuestro Dios es un Dios de vivos...".

(C)
El evangelio de hoy nos habla de la otra vida y de la resurrección. Nosotros entendemos la resurrección como un revivir, en el sentido de volver otra vez a la vida, como un paso atrás.
Jesús nos dice que debemos entenderlo como un paso adelante. Muerte y vida son dos modos de la misma realidad. según Jesús,
vivir consiste en ir dando la vida, hasta la entrega total que es la muerte. Morir es querer vivir cerrados sobre nosotros mismos y cerrados a los demás, lo que nosotros llamamos “aprovechar la vida”.
"El que vive dando su vida, no la pierde nunca, la da”.
"El que vive encerrado en sí mismo, sin querer dar su vida a los demás, la pierde con la muerte"

(D)
Hermanos, si de vez en cuando nos preguntamos sobre el sentido de la vida, del dolor o de la muerte y dudamos del más allá, la Palabra de Dios y la fe nos dicen hoy palabras de esperanza y que clarifican el sentido y el futuro. Precisamente la Eucaristía o la celebración dominical es prenda y garantía de esa feliz realidad futura que nos espera.


Saludo del sacerdote

Que el Dios de la Vida y del Amor esté con todos vosotros...


Pedimos perdón

(A)

A Dios, nuestro Padre, que es Dios de vivos y no de muertos, pedimos perdón por nuestras limitaciones.

- Tú, Jesús, que dijiste: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas". SEÑOR, TEN PIEDAD...
- Tú, Jesús, que dijiste: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá". CRISTO, TEN PIEDAD...
- Tú, Jesús, que dijiste: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna". SEÑOR, TEN PIEDAD...


(B)

Jesús nos habla de aprovechar la vida para ayudar a los demás dar la vida para conseguir la salvación. Nosotros entendemos nuestra vida de otra manera y actuamos conforme a ella. Por eso vamos a pedir perdón a Dios.

Nos cuesta poner nuestra vida al servicio de los demás ayudando a los más necesitados. SEÑOR, TEN PIEDAD...
No entendemos cómo será nuestra resurrección, y nos olvidamos de Dios. CRISTO, TEN PIEDAD...
Nos gustaría resucitar y volver a esta vida, como ahora, aunque decimos, a menudo, que es un valle de lágrimas. SEÑOR, TEN PIEDAD...

(C)

Tú que llenas la vida de sentido: Señor, ten piedad.
Tú que eres la resurrección y la vida: Cristo, ten piedad.
Tú que intercedes por nosotros: Señor, ten piedad.

(D)

El pecado es un atentado contra la vida. Convertirnos es volver de nuevo al camino que conduce a la vida:

Por las veces que preferimos las cosas a las personas, Señor, ten piedad
Por las veces que hacemos sufrir a los demás, Cristo, ten piedad
Por las veces que apoyamos o no resistimos a los poderes de la muerte, Señor; ten piedad

Dios de la vida y de la misericordia, te pedimos que transformes nuestro corazón. Por Cristo nuestro Señor.


Gloria

Es el momento del agradecimiento. Por eso, todos unidos decimos:


Escuchamos la Palabra

Monición a las lecturas

La Palabra de Dios siempre nos anima a caminar en la esperanza.
Especialmente las lecturas de hoy, nos ayudan a vivir sin miedo. Si somos eternos, ¿por qué vivir preocupados permanentemente por la muerte?
Tengamos, más bien, esperanza, confianza, el sentimiento de que Dios cuida de nosotros y nos lo regala todo, incluso la vida eterna.
La vida de cada ser humano, además de ser un regalo que Dios nos hace, es, sobre todo, el gran obsequio de darnos la posibilidad de ser felices.


Lectura del segundo libro de los Macabeos

En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarles a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. El mayor de ellos habló en nombre de los demás: «¿Que pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.» El segundo, estando para morir, dijo: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.» Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo enseguida y alargo las manos con gran valor. Y habló dignamente: «De Dios las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios.» El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto, Y cuando estaba a la muerte, dijo: «Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida.»
Palabra de Dios

Salmo responsorial. 16
R/ Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

+ Lectura del Santo Evangelio según San Lucas

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección [y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuándo llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella].» Jesús les contestó: «En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos".

Palabra del Señor

Evangelio dialogado (Niños)
Dios nos ha llamado a la vida para que vivamos siempre (Lc 20,27-38)

Narrador: Un día se le acercaron a Jesús un grupo de hombres que se llamaban saduceos. (Los saduceos no creían en la resurrección) Y le preguntaron a Jesús para ponerle a prueba:

Saduceo: - Maestro, si una mujer se casa varias veces porque se le han ido muriendo sus maridos, cuando ella muera y resucite, ¿de cuál de ellos será la mujer?

Narrador: Jesús les contestó:

Jesús: - El casarse es cosa que se hace en esta vida. Pero cuando uno muere y resucita ya no tendrá nada que ver con el matrimonio y la muerte. Todos los hombres serán como ángeles. Serán hijos e hijas de Dios, porque habrán resucitado. Pues Dios es un Dios de vivos y no de muertos.

Narrador: Después de decirles esto Jesús, nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor



Homilías

(A)

Han pasado dos mil años y todavía nosotros seguimos con la mentalidad de un Dios metido en un sepulcro. Seguimos pensando más en un Dios muerto y de muertos que en un Dios vivo y para los vivos.

El Evangelio de hoy nos habla claramente de que Dios no es un Dios de muertos sino un Dios de vivos y para los vivos.

Cuentan de un monje ilusionado por visitar el Santo Sepulcro. Cuando consiguió el dinero se puso en camino. En esto oyó que alguien le seguía:
- ¿A dónde vas, padre mío?
- Al Santo Sepulcro de Jerusalén. Ha sido la ilusión de mi vida.
- ¿Cuánto dinero tienes para eso?
- Treinta libras
Dame las treinta libras: tengo mi mujer enferma, mis hijos con hambre. Dámelas y da tres vueltas alrededor de mí, arrodíllate, póstrate ante mí y luego vuelve al monasterio.
El monje sacó las treinta libras y se las dio. Dio las tres vueltas, se arrodilló y volvió al monasterio.
Más tarde comprendió plenamente que el mendigo era el mismo Cristo. (Vida Nueva Cuaderno 5)

Somos capaces de gastarnos nuestros ahorros de treinta libras para visitar el Sepulcro de Cristo, y nos olvidamos que Jesús ya no está ni en Jerusalén, ni en el Sepulcro, sino que lo tenemos a nuestro lado, compañero nuestro de camino de cada día.

También las mujeres de la mañana de Pascua lo imaginaban en el Sepulcro, cuando en realidad, Él se estaba paseando tranquilamente por el jardín.

No nos duele gastar nuestro dinero en una peregrinación a Tierra Santa. Y no me parece mal. Yo la visité unas cinco veces. Y no estoy arrepentido. De lo que sí me arrepiento es que luego de haber ido tan lejos, luego no sea capaz de verlo y reconocerlo en el hermano que tengo a mi lado.

Porque la verdadera presencia de Jesús hoy la tenemos muy cerca de nosotros:
Lo tenemos en el Sagrario donde nos espera cada día.
Lo tenemos en los Sacramentos donde lo podemos encontrar a diario.
Lo tenemos en el hermano que está a nuestro lado.
Lo tenemos en el mendigo que nos alarga su mano porque tiene hambre.
Lo tenemos en el enfermo que sufre y con frecuencia está demasiado solo.
Lo tenemos en el que tiene sed y al que nos cuesta darle un vaso de agua.
Lo tenemos en el anciano que se muere de soledad más que de años.
Lo tenemos en el encarcelado que se pudre años entre unas rejas.

El Dios de nuestro fe no es un Dios de muertos.
Es el Dios que vive en los que están vivos.
Es el Dios que nos invita a encontrarlo entre los vivos.
Es el Dios que está en nosotros para darnos viva.

Anthony de Melo la historia de aquellos discípulos que le preguntaban al maestro si había vida después de la muerte, y el maestro respondió con una sonrisa. Extrañados le volvieron a preguntar el por qué de su respuesta evasiva, a lo que el Maestro respondió: “¿No habéis observado que los que no saben qué hacer con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente?”

Cuando no somos capaces de vivir de verdad la vida entonces preguntamos por la vida eterna.
Cuando no somos capaces de vivir a Dios en nuestra vida, preguntamos por el Dios de la vida eterna.
Cuando no somos capaces de ver a Dios en esta vida, nos preocupamos si lo veremos en la otra.
Cuando no somos capaces de ver a Dios en el hermano, preguntamos si Dios existe.
Cuando no somos capaces de ver a Dios en el que sufre, preguntamos por la felicidad eterna.

Y tal vez lo peor es que para justificar la ausencia de Dios en medio de nosotros, preferimos poner en duda el Dios del más allá.
Pero como tampoco nos resignamos a quedarnos en el vacío, nos inventamos un mundo parecido al nuestro un tanto mejorado, aunque luego esto nos vaya a crear problemas matrimoniales.

Dios es el Dios de los que han muerto y siguen viviendo en El.
Pero antes es el Dios de los que aún seguimos vivos. Porque solo la experiencia de Dios en la vida puede ser garantía del Dios después de la muerte.

Necesitamos vivir a Dios no solo cuando estamos de luto. También necesitamos vivir a Dios cuando estamos vestidos de fiesta y disfrutamos de lo gozos y las alegrías de nuestra vida. Dios no comienza después de nuestra muerte. Dios comienza con nosotros cuando nacemos. Dios no comienza cuando nos encontramos en el más allá. Dios comienza en nosotros cuando estamos en el más acá. “El que come mi carne y vive mi sangre tiene vida eterna”.

Para encontrarnos con Dios no hace falta ir al Santo Sepulcro.
Basta encontrarlo en el propio hogar: en la esposa, en el esposo y en los hijos.
Basta encontrarlo cuando salimos a la calle y nos topamos con el hermano necesitado.
Si queremos un Dios para la eternidad, primero debemos encontrarnos con el Dios que está en nosotros y nos está dando la nueva vida. Es un Dios para vivir

(B)

La llegada del otoño con sus hojas amarillas que van cayendo de los árboles nos ayuda a comprender fácilmente lo que significa el final de la vida. Es precisamente en este noviembre otoñal cuando la Iglesia tiene un especial recuerdo para los difuntos. Y hoy la liturgia nos dice plásticamente que nuestro Dios "no es un Dios de muertos sino de vivos..."
Nunca como ahora nos viene bien recordar esto, en un momento donde muchos creyentes con nuestro comportamiento damos la impresión de ser seguidores de un "Dios de muerte"...
El otoño tiene su parte de tristeza, pero no le falta su encanto, tal vez porque es el tiempo en que se termina la recolección de los frutos del campo. También la muerte, siempre triste, es como el tiempo de la cosecha...
Podemos decir que el culto a los muertos es tan antiguo como el hombre. Y siempre ha sido un elemento fundamental en todas las religiones. No podía ser de otra manera. El hombre, amante de la vida, se resiste a morir para siempre. Un deseo tan universal y tan profundo no puede ser un deseo ciego sin posibilidad de verse cumplido.
En los tiempos actuales, a pesar de la enorme plaga de
increencia, es el hecho inevitable y constante de la muerte el que hace que el hombre no prescinda absolutamente de la religión. Todos los días los medios de comunicación nos hablan de muertes. Tal vez por referirse a personas lejanas a nosotros, podemos acostumbrarnos a este tipo de noticias sin que nos impresione demasiado. Pero de cuando en cuando la visita de la muerte llega a nuestro mundo concreto, a nuestro pueblo, a nuestros familiares, amigos o vecinos...
Entonces es más fácil que nos haga reflexionar sobre lo que es la vida. De hecho entre nosotros la muerte tiene mucho poder de convocatoria y cada vez acude más gente a los entierros o
aniversarios, tal vez porque los medios de comunicación lo hacen más factible.
Ello es siempre positivo, aunque sólo fuera por aquello de que el enterrar a los muertos es una obra de misericordia. Si además se aprovecha para orar y escuchar la Palabra de Dios, mejor que mejor... Pero habría que resaltar ciertas sombras existentes en este terreno del culto a los muertos:
- Nuestro Dios es un Dios de vivos... y la práctica religiosa no debe limitarse solamente al culto a los muertos. Sin menospreciar la buena fe de aquellos que tienen por costumbre ir a los entierros e incluso a misas de difuntos, hay que reconocer que el cristiano tiene el deber de dar culto a Dios también en otras ocasiones. Reducir la práctica religiosa a sólo estos momentos supone un empobrecimiento que necesariamente da una visión fúnebre del cristianismo. Privarse de la gozosa celebración de la Misa del Domingo en la parroquia, con el argumento, de que soy creyente pero no practicante..., da muy poca consistencia a nuestra fe. ¿Se puede ser cristiano sin practicar? ¿Se podrá ser futbolista sin jugar al fútbol? ¿Será posible ser ATS sin tener contacto con los enfermos? ¿Se podrá ser crítico de cine sin ver películas?.. y sin embargo, se puede ser cristiano sin practicarlo...
- El culto a los muertos no puede reducirse a un mero acto de sociedad. Ir a los entierros o a las misas por los muertos por mero compromiso, para ser visto por los familiares del difunto no deja de ser una manera más de guardar las apariencias. Y si algo rechazó Jesús, fue la hipocresía. Si además uno es cristiano y no participa en la celebración: dígase esto de los que pudiendo entrar en la Iglesia en el momento del funeral se quedan en la puerta de
Iglesia no guardando el silencio sagrado que esos momentos requieren...
- El valor de la misa es infinito. La misa en realidad nunca es sólo por un difunto, sino por todos, los nombremos o no. Y por
supuesto que su valor no depende del número de personas que asistan ni del lugar en que se celebre. Hay quien piensa que si encarga una misa y él u otras personas cercanas no asisten, ya no vale. Del mismo modo que algunos sólo aparecen por la Iglesia cuando hay misa por "sus muertos"...
Olvidamos, muchas veces, que la Misa no fue instituida primordialmente para rogar por los muertos, sino para reunir a una comunidad de cristianos que se alegran de escuchar a su Señor, y de participar de su Pan de Vida.
Creo que nos viene bien una reflexión en este sentido... y desde ella, decir que los que creemos en la resurrección de Jesús, hemos de descubrir a un Dios amigo del hombre y apasionado por la Vida del hombre.
En este año se nos invita a descubrir el verdadero rostro de Dios... A veces convertimos las exequias de nuestro difuntos, en misas de intercesión a Dios por nuestros seres queridos... Nada más ridículo. ..
Nosotros los buenos y Dios un juez severo, al que tenemos que aplacar con nuestros rezos y ruegos para que sea benigno con nuestro muertos...
Él es mucho más comprensivo, mucho más bondadoso...que nuestros pobres esquemas mentales. En sus manos están mucho mejor que en las nuestras...
“Si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las pidan”.
Y éste me parece un criterio fundamental: lo que un padre en sus cabales no haría, no se nos ocurra pensar que el Padre del cielo sí lo haría. Por ello no es aceptable pensar que ponemos contento a Dios "fastidiándonos" o privándonos de las cosas buenas que Él mismo ha puesto a nuestra disposición para que seamos felices.
Un padre se siente profundamente feliz cuando ve a sus hijos disfrutar, pasarlo bien, gozar, vivir..


(C)

MÁS ALLÁ DE LA VIDA... LA VIDA
Que estamos viviendo una época de materialismo y hedonismo es innegable.
El famoso "panem et circensem" de los romanos tiene hoy una traducción perfecta y aumentada, porque comparado con los juegos que el momento actual puede proporcionar al hombre, los de la época romana eran de niños.
Los hombres viven como si no fueran a morir jamás. Trabajan sin descanso para acaparar, corren de un lado para otro intentando (según dicen) divertirse y gozar. Las revistas ponen delante de los asombrados lectores las vidas de los famosos que no descansan, los pobres, de fiesta en fiesta y de desfile de modelos en desfile de modelos.
Otros hombres, no tan afortunados (según el lenguaje usual), se esfuerzan por sobrevivir mirando con envidia a los afortunados que lo tienen todo y se lo pasan de primera.
Una contestación habitual en nuestras pantallas de televisión y en los medios de comunicación es: yo creo sólo en lo que veo. Más allá de la vida sólo hay vacío, nada.
Pues bien, los cristianos decimos que más allá de la vida está la vida. Hoy Jesucristo corrobora esta afirmación y avala con sus palabras la postura de los que, decididamente, dicen creer en la resurrección: El mismo será ejemplo incuestionable del triunfo de la vida sobre la muerte. La luz del Resucitado será la que se expandirá por el mundo dejando una estela que, veinte siglos más tarde, sigue dando quebraderos de cabeza a innumerables hombres y dividiendo a éstos según la postura que tomen respecto al mismo.
Pero yo querría pensar un poco en voz alta sobre lo que debe suponer el hecho de creer en la resurrección. Quizá sería conveniente detenerse hoy a pensar que la resurrección en la vida de Cristo no fue un hecho aislado, sino el colofón de toda su vida, la rúbrica final de su existencia, la respuesta del Padre a un modo de entender el cumplimiento de la misión para la que había nacido. Metafóricamente hablando, claro está, Cristo ganó paso a paso la maravilla de su resurrección y la consiguió paulatinamente en cada momento de su vida. Cuando esa vida con todo el cortejo de luces y sombras, alegría y dolor, entusiasmos y depresiones, gozos y dolores fue asumida en plenitud por Jesús hasta terminar en la Cruz sin regatear esfuerzo alguno, descendió luminosa la resurrección y los discípulos tuvieron la certeza de que el Maestro había resucitado y los precedía camino de Galilea.
Jesús creía en la resurrección, y porque creía en ella no sólo la predicaba, sino que iba poniendo diariamente los presupuestos necesarios para que la resurrección pudiera ser un hecho, un hecho gozoso que cambiara definitivamente y para siempre su destino.
Esta es quizá la enseñanza que hoy podríamos encontrar en el Evangelio. No basta para un cristiano decir que cree en la resurrección. Lo hemos repetido muchas veces pero me parece que nunca suficientemente: el cristianismo no es solamente un precioso conjunto de doctrina, dogmas y declaraciones. El cristianismo es, fundamentalmente, un modo de vivir, una especial manera de estar en el mundo, de enfrentarse con todos los problemas que éste lleva consigo. Y en el aspecto sobre el que hoy reflexionamos, creer en la resurrección no es sólo una proclamación, sino una postura práctica que tiene que reflejarse en los presupuestos básicos sobre los que fundamos nuestra existencia.
Si el cristiano cree en la resurrección no tiene más remedio que demostrarlo. Dará así al mundo una prueba irrefutable de su creencia. No se puede decir que hemos elegido creer en la resurrección, que es creer que el Dios que está al principio de nuestra vida estará también al final de la misma para transformarla definitivamente, sin ser consecuentes con esa creencia, sabiendo que ese Dios es el Dios que Cristo vino a desvelar a la tierra. Es decir, un Dios-Padre lleno de misericordia, de amor, de justicia, de comprensión, de sabiduría, de bondad. Es el Dios que sonrió al hijo pródigo, acarició a la oveja perdida, se alegró con la moneda encontrada, perdonó a Magdalena y fustigó a los escribas y fariseos hipócritas.
Creer en la resurrección es apostar por la vida, pero por una vida llena de unos presupuestos que, frecuentemente, no tendrán nada que ver con aquellos que constituyen la aspiración de los hombres que nos rodean y (digámoslo sinceramente) de nosotros mismos.
Hoy Cristo, hablando a los saduceos, que con un ejemplo burdo quieren ponerlo en evidencia, deja claro que, después de la muerte, la vida. Hay que pedirle sinceramente que nos enseñe a creerlo, pero de verdad.

(D)

No es Dios de muertos, sino de vivos Lc 20, 27-38

¿Por qué hay que morir, si, desde lo más hondo de nuestro ser, nos sentimos hechos para vivir? Algo se rebela muy dentro de nosotros ante la muerte. La vida debería ser distinta para todos, más hermosa, más feliz, más segura, más larga. En el fondo vivimos anhelando vida eterna.
No es difícil entender la actitud, hoy bastante generalizada, de vivir sin pensar en «la otra vida». ¿Para qué, si sólo estamos seguros de ésta? ¿No es mejor concentrar todas nuestras energías en disfrutar al máximo de nuestra existencia actual? ¿No ha llegado la hora de escuchar al profesor Tierno Galván, «instalados perfectamente en la finitud» y aprender a vivir y morir sin refugiarnos en ilusiones de resurrección o vida eterna?
Son preguntas que están en la conciencia del hombre contemporáneo. Pero esta actitud, aparentemente tan sensata y realista, ¿es la postura más sabia o es, más bien, la resignación
de quien se cierra al misterio último de la existencia mientras, en su interior, todo es protesta?
Sin duda, esta vida finita encierra un gran valor. Es muy grande vivir aunque sólo sea unos años. Es muy grande amar, gozar, crear un hogar, luchar por un mundo mejor. Pero hay algo que, honradamente, no podemos eludir: la verdad última de todo proceso -lo afirma la ciencia en todos los campos- sólo se capta en profundidad desde el final. Si lo único que nos espera a todos y a cada uno de nosotros es la nada, ¿qué sentido último pueden tener nuestros trabajos, esfuerzos y progresos?, ¿qué decir de los que han muerto sin haber disfrutado de felicidad alguna?, ¿cómo hacer justicia a quienes han muerto por defenderla?, ¿qué decir de tantas vidas malogradas, perdidas o sacrificadas?, ¿qué esperanza puede haber para ellos?, y ¿qué esperanza puede haber para nosotros mismos que no tardaremos en desaparecer de esta vida sin haber visto cumplidos nuestros deseos de felicidad y plenitud?
El misterio último de la vida exige alguna respuesta. En alguna ocasión, E. Chillida decía así: «De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada.» Desde los límites y la oscuridad de la razón humana, los creyentes nos abrimos con confianza al misterio de Dios. La invocación del salmista lo dice todo: «Dios mío, en Ti confío, no quede yo defraudado» (Sal 25, 1-2).
Lo único que sostiene al creyente es su fe en el poder salvador de ese Dios que, según Jesús, «no es Dios de muertos, sino de vivos».Dios no es sólo el creador de la vida; es el resucitador que la lleva a su plenitud.


Oración de los fieles

(A)

Tú eres el Dios de la vida porque eres un Dios Amor, misericordia y acogida maternal; movidos por la confianza de que siempre nos escuchas, te pedimos:

Por la Iglesia, para que alce con fuerza su voz profética en defensa de la vida, allí donde está seriamente amenazada, lesionada, destruida. Roguemos al Señor.
Por los Gobiernos y políticos, para que su preocupación primera sea la defensa de la vida del pueblo, sobre todo, de los colectivos más indefensos y amenazados. Roguemos al Señor.
Por las personas, que arriesgan su vida por defender la vida, para que el Señor les dé fortaleza. Roguemos al Señor.
Por nosotros y por la comunidad, para que nos solidaricemos en la lucha, para que la vida sea cada vez más humana, sana y feliz.Roguemos al Señor.

Te damos gracias, Padre, por enviarnos a tu Hijo, para que tuviéramos vida más abundante. Anímanos y ayúdanos a seguir por el mismo camino.

(B)

Oremos por la Iglesia, para que sea portadora de vida y de esperanza, roguemos al Señor.
Oremos por los gobiernos, para que favorezcan la dignidad de todos los ciudadanos, roguemos al Señor.
Oremos por todos los cristianos, para que demos razón con nuestra vida de la fe que nos anima, roguemos al Señor.
Intercedamos por cuantos pasan por momentos difíciles, para que el desaliento no los venza, roguemos al Señor.
Oremos por los que no han descubierto el sentido cristiano de la resurrección. roguemos al Señor.
Por éstas y por nuestras intenciones, roguemos al Señor.

Ofrendas

. Partida de nacimiento: Señor, nos soñaste y nacimos para vivir.
. Acta de defunción: Señor, no eres un Dios de muertos, sino de
vivos.
. Anillos de boda: Padre, el amor nos habla del cielo, aunque en él todo será diferente.

Gesto.-Alguien levanta el Cirio pascual y dice: Para Dios todos estamos vivos. Confiad en Jesús.

(B)

PRESENTACIÓN DE UNAS TIJERAS DE PODAR

Señor, yo te traigo estas tijeras de podador. Todos conocemos cuál es su finalidad y cómo, matando lo superfluo, generan nueva y más vigorosa vida. También sabemos que la permanencia en tu Hijo Jesucristo nos pone en situación de poda, de morir para resucitar. Que las dificultades de la poda no nos hagan desistir de vivir en Jesucristo, de imitarle y de identificarnos con Él
.

PRESENTACIÓN DE UNA JARRA DE AGUA

Señor y Padre nuestro: Jesús nos recuerda en el evangelio, que un vaso de agua dado con amor no quedará sin recompensa. Te presento, en nombre de toda la Comunidad, esta jarra de agua, como expresión de tantos gestos de amor y de fraternidad como se viven en nuestro mundo; muchos de estos gestos, son callados y ocultos. Pero también te ofrecemos con esta jarra nuestro compromiso, concreto y generoso, de ser cercanos y solidarios, mujeres y hombres que comparten en la sencillez de la vida. Te pedimos que nos ayudes en esta tarea.



Prefacio…

Verdaderamente es nuestro deber darte gracias,
Señor, Padre santo,
por Jesucristo tu Hijo, nuestro hermano.
En El has dado respuesta
a nuestra ansia de vivir por siempre.
Tú no eres un Dios de muertos, sino de vivos.
Tú eres el Dios de Moisés, el Dios de Abrahán,
el Dios de los profetas.
Tú eres el Dios que resucitó a Jesús de la muerte,
como primicia de esta creación.
En la humanidad de Jesús glorificado
brilla para todo hombre
la esperanza de una final resurrección.
Y, aunque no deje de preocuparnos
el tener que pasar por la muerte.
sabemos que el que cree no morirá para siempre.
La vida de los que mueren en el Señor
no se termina, se transforma.
Bendito seas Dios de los vivientes,
porque has querido que ninguno
vuelva a la nada de los que Tú llamaste a la vida.
Con los ángeles, los santos y los mártires,
y con todos los que viven la esperanza,
cantamos el himno de tu gloria:

Santo, Santo, Santo...


Padre nuestro

Con la confianza, de que nuestra vida termina en las manos del Padre, nos dirigimos a Él con la plegaria que Jesús nos enseñó: Padre nuestro...

Nos damos la paz

El Resucitado es el Príncipe de la paz. Que la paz del Señor esté con todos vosotros...

Compartimos el pan

Mirad, este es el Pan de Vida Eterna, dichosos los invitados a la mesa del Señor...


Bendición

Hemos celebrado los misterios de la muerte y resurrección de Jesús. Volvamos a nuestra vida convencidos de que nuestra vida y nuestra muerte están siempre en manos de Dios. Para ello que la bendición de Dios Todopoderoso…

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WebJCP | Abril 2007