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viernes, 26 de noviembre de 2010

A HOMILÍA MÁS JOVEN: INICIOS


I Domingo de Adviento (Mt 24, 37-44) - Ciclo A
Por Pedrojosé Ynaraja

1.- El haber establecido el hombre una clasificación cíclica del tiempo, tiene sus ventajas. La SEMANA disciplina la vida. La agenda se llena de anotaciones y advertencias de lo que uno debe hacer y se establecen normas de vida. El MES, acumula semanas y tiñe de peculiares variaciones climáticas la vida. El AÑO, invita al examen de la vida pasada y al planteamiento del futuro.

Es muy provechoso espiritualmente, descubrir la vida que Dios nos ha concedido. Hace años decidí calcular los días que Dios me había regalado. Fue entonces una tarea ardua. Primero conté los del año en que nací, después le fui añadiendo los de los sucesivos, teniendo en cuenta los bisiestos, finalmente los transcurridos el año en curso. Por precaución, repase las sumas más de una vez. Pese al trabajo que supuso, me sentí satisfecho de los cálculos. Supe el montón de días que había acumulado. Recordé unos que estaban vacíos de contenido, otros repletos de buen hacer, de algunos me avergonzaba ¡había perdido tanto tiempo! Me di cuenta de que la labor había resultado útil para mi vida espiritual. Primero se lo agradecí a Dios. Después, me di cuenta de que aquel día, el del cálculo, estaba nuevecito, que lo estrenaba. Era un obsequio de Dios. Se lo agradecí y me propuse aprovecharlo, contento como un niño con zapatos nuevos, pisando un charco. Hice un rápido balance y saqué provisionales consecuencias. Traté de enderezar mi vida y de hacerla, a partir de entonces, más útil para el Reino de los Cielos.

2.- Actualmente para vosotros, mis queridos jóvenes lectores, y para mí mismo, la tarea, si os decidís a emprenderla, resulta mucho más fácil. Un programa de “Microsoft office” os dará la respuesta de inmediato. Anotáis la fecha de vuestro nacimiento y de inmediato os dirá los días que Dios os ha concedido. El tiempo bien empleado es una fortuna muy superior a la que uno pueda atesorar en lingotes de oro. El gastado inútilmente, el empleado en malas acciones u omisiones, se puede saldar ante Dios, acudiendo a la caja de compensación que es su perdón sacramental. Que confesarse no es solo borrar las deudas, sino conseguir crédito para continuar la vida con más seguridad y esperanza.

3.- Esta reflexión os la he escrito porque el año litúrgico empieza este domingo, que llamamos primero de Adviento. En algo se parecería al de Cuaresma, tal vez más rico en contenido, pero este periodo tiene la particularidad de que nos empuja a una fiesta, a un misterio, a una Esperanza: la Navidad que se aproxima. Ya sé que lo sabéis. Me cuentan que hasta en Japón, país donde el cristianismo es muy minoritario, los letreros de escaparates lo anuncian. Pero yo quisiera que esa navidad, la pongo en minúscula, la del consumismo y el derroche, tratarais de olvidarla. En ciertos lugares como consecuencia del mismo consumismo, ya va desapareciendo. Esa temporada, esas vacaciones, son días de huida a la montaña para dedicarlos a esquiar. Al desvanecerse el nombre entre los cañones de nieve artificial y olvidado ya el contenido cristiano, se está mejor dispuesto a recibir el mensaje de Navidad como una novedad. Preparaos para un día con entusiasmo anunciársela.

4.- No lo olvidéis: nuestro mundo occidental esta falto de Esperanza. Sufre una herida que supura lentamente, causándole desgana espiritual, posible infección general y angustia. Os propongo que individualmente o, muchísimo mejor, si lo podéis hacer, juntos en grupo, diseñéis una Navidad en la que no entre ninguno de los ingredientes que la afean o desdibujan. Primero es preciso una labor de limpieza. Olvidarse de las bebidas que se anuncian, de los pasteles que se presentan como imprescindibles o evocadores de sentimientos que no son realidad. ¿Por qué llamar días de familia, si los que se encuentran en un recinto, acostumbran a ser fragmentos familiares o sucedáneos falsos de matrimonio?

5.- Iniciada la empresa, continúa con la fase más creativa. Se establece las jornadas de las que se dispone, se delinean las casillas correspondientes. Se pone en unas los actos litúrgicos, por ejemplo la misa de medianoche, si se celebra en el lugar. Se encarga uno de preparar la música alegre que amenizará los buenos ratos de convivencia. Que no sea tan selecta que algunos sean incapaces de disfrutarla. Pero que a alguien se le encargue del control de calidad de la “materia prima” entrante. Ignoradas totalmente las tontas canciones que hablan de peces que saltan o demonios a los que les han cortado supuestos rabos, hay que escoger de la tradición local o de otros sitios, bonitas melodías (Latinoamérica las tiene muy bonitas, ingenuas y hasta revolucionarias). Más que luces deslumbrantes, se encargará otro de lámparas de aceite o de cera suavemente perfumada. Se escogerán los pósters que adornarán las paredes. El más ingenioso, se encargará de preparar algún juego de interrogantes o preguntas, que se refieran a los hechos y lugares donde ocurrió la primera Navidad. Al que tenga fama o dotes piadosas, se le encargará la preparación de las oraciones.

6.- Se puede recabar ayuda pidiendo información de cómo pasa la Navidad un solitario ermitaño del desierto, la comunidad femenina contemplativa que hay en Belén, el más próximo monasterio carmelitano, el diminuto grupito de monjes de nueva creación y sugestivos nombres, que viven sumergidos en lo más marginal y depravado de una gran ciudad. Esta podría ser labor de cada uno por separado. Resultaría ser el gran misterio, la gran sorpresa, que se guarda para compartir en los encuentros íntimos de aquellas jornadas. Si el misterio de la Navidad es que Dios escoge el planeta tierra de entre tantos astros de nuestra galaxia, para plantar su tienda en él e incorporarse a la vida de los hombres y con ellos tomar parte en los dolores, alegrías y proyectos, hay que gozarlo en consecuencia. Con ellos quiso colaborar al progreso humano, condimentando cualquier trabajo con la salsa de la Gracia. Aportando su Saber divino y su poder sagrado, pero sin ahogar las buenas iniciativas. Si esto y mucho más es la Navidad, ¿como lo podría poner en práctica un grupo joven que se ha ido a convivir en un lugar algo apartado, pretendiendo que su música se asemeje, con ritmos humanos y actuales, eso sí, al villancico de los ángeles, el que les cantaron al mayoral y los rabadanes que pasaban la noche al raso por el desierto de Judá? ¿Cómo vivir a la manera y con la ilusión de los pastores, que descubren a la parejita con su Hijo, ellos que habían tenido el privilegio de ser a los primeros que se les había anunciado? ¿Cómo gozar del amor de amistad, o el de enamoramiento, semejante al que se respiraría en aquella habitación donde había un pesebre para que descansara el Niño? Porque entre José y María, los dos enamorados, y los beduinos, amigos sin duda, hubo un encuentro entusiasmado y generoso. Imaginaos también la tradición que se recuerda en el lugar. Dicen que el inexperto José, cualquier joven lo es en estos menesteres, se fue al pueblo a buscar una comadrona, para que ayudara a su Esposa en el parto y, cuando llegaron, cuentan que eran dos las generosas colaboradoras, se encontraron con que ya había nacido el Niño. Seguro que no se irían de inmediato, ayudarían a lavar y envolver a la Criatura, en los pañales que la previsora Virgen traía preparados desde Nazaret. Por cierto, que alguien se debería preocupar de enterarse y traer si es posible unos pañales. Traer dátiles también, fruta que nunca falta al pastor, pues, dicen que con solo cinco, puede uno subsistir un día. Y preparar leche de calidad, como si estuviera recién ordeñada. Y derivados de ella. Os digo, por experiencia, que cualquier cuajada artesanal, endulzada con miel o higos, es una delicia. Añádanse granadas, que son muy buenas, y, en el momento oportuno, exprimirlas y gozar bebiendo el jugo, que es exquisito, y almendras, pistachos y nueces, frutas estas conocidas de José y María. Todo lo que os he sugerido es el marco, la vivencia, es cosa vuestra. Empezad a rezar para que Dios apoye la iniciativa y proponeos ser muy sinceros, muy comunicativos, compartir el corazón, con sus ilusiones y angustias, para gozar de la riqueza navideña.

Ahora me doy cuenta, mis queridos jóvenes lectores, que no os he escrito ningún comentario a los textos litúrgicos de este domingo ¿me lo perdonáis?

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WebJCP | Abril 2007