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lunes, 8 de noviembre de 2010

El granjero de Dios


Publicado por Esquila Misional

Pocas personas impactan tanto con su mirada y su sonrisa como las que están llenas del Espíritu de Dios. Este es el caso y la historia de un hombre sencillo que ha sabido creer y apostar en la fuerza de los campesinos haitianos para construir un mundo mejor: el hermano Francklin Armand.

No fue fácil encontrarlo, siempre está en movimiento. Lo busqué durante varios días para pedirle una entrevista para Esquila Misional. Cuando finalmente lo encontré en la casa de formación de su comunidad religiosa en la capital, Francklin Armand estaba en el gallinero dándoles de comer a todo un emporio de aves.

–¿Ves, padre? Ahora estamos produciendo mil gallinas por semana. ¿Cómo compartiríamos alimento con el hermano necesitado si no tuviéramos nada que ofrecer? Esta es la clave: ¡trabajar con el corazón y con la cabeza para que sucedan los milagros! Éstas fueron sus palabras de bienvenida.

Sus manos callosas y su piel negra y curtida me recordaron inmediatamente a los campesinos africanos con quienes conviví durante varios años. El tono seguro de su voz, su cabeza de algodón coronando la sabiduría de sus años y un pequeño corazón de madera en forma de cruz en su pecho me hacían volver a la realidad y tomar conciencia de que estaba ante un hombre de Dios, el fundador de la congregación haitiana de los Hermanitos de la Encarnación, nacidos de la espiritualidad de otro gran santo: El hermano francés Carlos de Foucauld.

Con el alimento de las aves en la mano y caminando entre decenas de jaulas, el Hermano proseguía con su enseñanza: «El cristianismo es una praxis revolucionaria en su esencia. La fe y la miseria nunca van de la mano; incluso antes, para el pueblo de Israel la miseria nunca fue bien vista, ¿cómo llevar a Jerusalén los dones si no tienes nada que ofrecer?, ¿cómo pagar el diezmo si no tienes nada? Por eso, Cristo nunca optó por la miseria, hizo una opción por los pobres –que es diferente– y compartía el fruto de su trabajo. Nosotros también, como Hermanos religiosos, hacemos la opción de trabajar con nuestras propias manos y ganarnos el pan con el sudor de nuestro esfuerzo. Aquí no hay lugar para flojos o acomodados. El que no trabaja, que se regrese a su casa.

»Nuestra comunidad –proseguía el sabio fundador sin dejar de caminar– nació hace 34 años, yo era miembro de otra congregación religiosa que se dedica a la educación. Pero me di cuenta que más del 70 por ciento de la población haitiana vivía en zona rural y era analfabeta; además, la gente no podía venir a nuestras escuelas que estaban en zonas urbanas porque tenían que trabajar. Entonces me dije, si ellos no pueden venir, nosotros vamos a ir. Fue así como comencé, con un pequeño grupo de hermanos, a visitar las áreas rurales, las montañas, los campos... Ahí nació nuestra congregación con ayuda del obispo de Hinche.

»Trabajamos y evangelizamos “a la carta”. Cuando llegamos a algún lado, no llevamos planes prefabricados sino que esperamos que, junto con las personas del lugar, especialmente campesinos, los pequeños proyectos vayan naciendo poco a poco a solicitud de ellos mismos. No trabajamos para ellos sino con ellos. Parafraseando a san Pablo diría que “nos hacemos campesinos con los campesinos”.

»Si Dios es creador, nosotros debemos ser co-creadores con él, por eso nos ha hecho capaces de transformar el mundo… esto es parte de nuestro carisma. Hasta ahora, por ejemplo, hemos construido 128 lagos artificiales con casi 9 millones de metros cúbicos de agua, producimos miles de gallinas al mes, tenemos decenas de escuelas de artes y oficios para campesinos, centros de artesanos, etcétera. Estamos convencidos de que hace falta cambiar no sólo el corazón de la persona, sino la realidad que nos circunda. El Evangelio tiene una dimensión social, económica y política, y todo lo verdaderamente humano está muy cerca del cristianismo».

A pregunta expresa sobre qué tan difícil ha sido todo este proceso y sobre si el desánimo y el cansancio no los había tocado, el hermano Francklin súbitamente se detiene, me mira, y esbozando una gran sonrisa, me dice: «Hay que tener mucha paciencia para ganarse la confianza de la gente y su proximidad. Si hace falta ir a una pelea de gallos o a un baile para encontrarme con ellos, lo hago. Hay que quitarnos tantos prejuicios de la cabeza y regresar a lo esencial: la experiencia de amor con Jesucristo. Estoy convencido de que la gloria de Dios es el hombre de pie, “el hombre viviente” como decía san Ireneo. El haitiano excluido social, económica y religiosamente no puede ser la gloria de Dios. Por eso, a raíz del terremoto, acostumbro decirles a las personas que esto que nos pasó no fue culpa de él, un Dios que vive de la miseria del hombre no es Dios.

»Al inicio fuimos perseguidos por las autoridades del Gobierno e incluso mandaron policías para que nos investigaran porque pensaban que «inyectábamos» ideas comunistas entre la población. Una vez nos detuvieron y tuvo que venir el obispo para explicar que nosotros éramos religiosos y lo que enseñábamos era sólo el Evangelio.

»Nuestra dinámica de vida es muy sencilla: reflexión, oración y acción. No tenemos prisa para hacer las cosas, sabemos que Dios tiene sus tiempos y nosotros respetamos su ritmo, creo que lo importante no es a qué hora llegaremos, sino saber a dónde queremos llegar. Los haitianos no sabemos todavía que somos una fuerza, algún día comprenderemos esa verdad, por ahora nos toca plantar la semilla de la vida nueva...».

En ese momento, el hermano Francklin se detiene nuevamente, me sonríe, me da un fuerte abrazo y se despide porque tiene que seguir dando de comer a sus animalitos...

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WebJCP | Abril 2007