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jueves, 18 de noviembre de 2010

¿Cristo Rey?


Por Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R.
XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 23, 35-43) - Ciclo C:
Jesucristo, Rey del Universo

Aunque la idea se gestaba desde la caída de la monarquía francesa (1848), la fiesta de Cristo Rey la instituyó en la liturgia católica, el Papa Pío XI, en 1925. Se vivía no sólo una época crítica en las viejas monarquías europeas, sino el ocaso de éstas y el nacimiento de los regímenes republicanos. Hay que reconocer con dolor y humildad que una de las motivaciones más fuertes para la institución de esta fiesta fue el afán de defender las monarquías del viejo mundo; incluida la vaticana, única monarquía absoluta vigente en occidente.
Los motivos por los cuales se instituyó esta solemnidad en la liturgia romana no son testimonio de vida cristiana. Pero las lecturas propuestas para hoy nos ayudan a profundizar en el testimonio de Jesús como ser humano y, curiosamente, no tanto como el Rey, sino como el anti-Rey.
Jesús, como todo ser humano, tuvo la tentación del poder. El relato de las tentaciones representan no sólo un momento de la vida de Jesús sino todo un acontecimiento existencial (Mt 8,4). Pero él no se dejó seducir por la tentación del poder sino que la venció, optó decididamente por otro camino y se convirtió en un servidor de tiempo completo.
Vale la pena recordar que en el tiempo de Jesús parte del pueblo esperaba un Mesías davídico, es decir, un rey al estilo de David que derrotara a los romanos, se tomara el poder, hiciera justicia y devolviera el esplendor que Israel había tenido como pueblo. Otros sectores esperaban un nuevo Moisés y un Sumo Sacerdote que purificara el Templo y le devolviera la dignidad. El inconformismo y las esperanzas del pueblo eran el caldo de cultivo para ganar su apoyo y escalar la cima del poder. Una oportunidad clara se dio con el acontecimiento de la multiplicación de los panes y de los peces. El mismo pueblo quiso hacerlo rey, pero él se negó rotundamente a conquistar el solio de David. (Jn 6,15). Sus opciones eran otras: “¿Quién es más importante, el que está a la mesa o el que está sirviendo? El que está sentado, por supuesto. Sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,27).
¿Por qué Jesús optó por otro camino? ¿Acaso vivía conforme con la manera como estaba organizada la sociedad de su tiempo? ¿Con el imperio romano, con Herodes o con los sacerdotes? ¿Era un reaccionario que calmaba las conciencias? ¡Claro que no! ¡Todo lo contrario!
Él comprendió que la sociedad judía de su tiempo, y en general toda la humanidad, si quería ser mejor, tenía que cambiar no sólo de bando, sino de lógica. Es que nuestra humanidad está aún muy lejos de alcanzar la madurez. Porque, como dijo Eric Fromm: Enmarañados en estas trampas del poder a que nos conduce nuestro miedo a la libertad, cuando un régimen opresor de cualquier signo que sea se nos hace insoportable, buscamos cómo derrocarlo... para sustituirlo por otro que sin embargo funciona sobre la misma lógica.
Las revoluciones siempre se autoproclaman defensoras de las libertades, de la justicia, de la verdad y de todo lo bueno que requiere el ser humano para ser feliz. Pero la gran mayoría de éstas han terminado oprimiendo al mismo ser humano que dicen defender. En el Israel del siglo II a.C., los Macabeos lograron derrocar al imperio seléucida; pero una vez llegaron al poder siguieron con la misma lógica, hasta que fueron derrocados por otro más poderoso: Pompeyo, emperador romano, quien en el 69 a.C. invadió e hizo de Israel una colonia romana. En el año 66 d.C. la revolución celota quiso derrocar a los romanos, así como los macabeos habían derrocado a los seléucidas, pero no tuvieron buen término. Los romanos reprimieron cruelmente la insurrección celota y destruyeron totalmente el país.
La revolución proletaria propuesta por Marx y Engels, y aplicada con éxito en Rusia por Lenin, cayó en lo mismo. Una vez derrocados los zares, mucha gente pensó que se haría realidad la utopía soñada por grandes pensadores como Tomás Moro y otros. Pero pronto entraron en la lógica del poder y Lenin se convirtió en un semidiós a quien se le debía rendir culto en la Plaza Roja. Todo aquel que cuestionara su ejercicio del poder era considerado un enemigo de la revolución y, por lo tanto, debía ser eliminado. Donde quiera que estuviera debía ser encontrado, como le pasó a León Trostki, antiguo comandante del Comité Militar Revolucionario, quien por cuestionar la política de Lenin, fue asesinado en México.
Los “padres de la patria”, en cuyas manos quedó el destino de muchos de nuestros pueblos latinoamericanos después de la independencia, siguieron con la misma lógica de poder y se convirtieron en los nuevos tiranos. Las revoluciones armadas (exceptuando algunos grupos que renunciaron a las armas y se integraron a la sociedad civil), además de no haber logrado el cambio, se convirtieron en una jauría de lobos hambrientos de dinero y poder que terminaron oprimiendo a los mismos pobres por los cuales decían luchar. La misma Iglesia cuando ha actuado con la lógica del poder en vez de ser Buena Noticia se ha convertido en una temida y odiada institución opresora. Y lo que es peor: en nombre de Jesucristo.
Jesús hizo la más grande de las revoluciones: se rebeló contra el deseo natural de mandar sobre lo demás y se convirtió en servidor. Se rebeló contra el deseo natural de poseer y se entregó totalmente a los demás, hasta la última gota de su sangre. Según las palabras de Fromm, “Jesús fue el héroe del amor, un héroe sin poder, que no se valió de la fuerza, que no deseó gobernar ni poseer nada. Fue un héroe del ser, del dar, del compartir.”[1] La historia nos demuestra cada día que Jesús tenía razón: ante todo tenemos que cambiar la lógica del poder que domina, oprime y genera muerte, por la lógica del amor que sirve, levanta y genera vida. No es el servilismo esclavista; es el servicio fraterno, entre hermanos.
La humanidad inmadura, a nivel individual o social, dominada por los miedos, la codicia y los egoísmos busca enfermizamente el poder para sentirse segura. Unos buscan hacerse con el poder, y otros buscan ser dominados porque no se atreven a asumir con responsabilidad su propia libertad. De eso no queda otra cosa sino miseria y dolor. Jesús es la antítesis de esa vieja humanidad, la imagen de Dios invisible y el Primogénito de todas las criaturas (Col 1,12-20 – 2da lect.). Con su vida nos mostró la imagen de un Dios misericordioso, más que la de un Dios poderoso. En el patíbulo de la cruz, castigo que daban a los rebeldes, aparentemente vencieron los poderosos que lo condenaron, pero fue Él quien venció porque Dios se puso a su favor. Porque Dios se rebeló contra esos poderes establecidos, y se reveló a sí mismo al resucitar a quien no había querido ser Dios y a quien no había querido ser rey. A quien sólo quiso ser el Hijo del hombre, el hermano, el servidor y el constructor de la humanidad nueva. A Ése que con su vida nos enseñó cómo ser auténticamente humanos. A nuestro Hermano Mayor, que nos hermana y nos hace verdaderos hijos de Dios. A Ése que en la cruz pagó el preció de ser y actuar como un ser humano totalmente libre para Dios y para los demás. A Ése que luchó toda su vida, no para conquistar un pueblo y reinar sobre él sino para construir el reinado de Dios. “El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.[2]


Oración
Oh Dios, Padre y Madre, origen y meta de nuestra vida. Abrimos nuestros labios para expresarte nuestro agradecimiento por todas las manifestaciones de tu amor reflejadas en las personas, en las cosas, en los acontecimientos de cada día, en cada detalle bello que procede de ti. Levantamos nuestras manos y nuestra voz para bendecirte, para alabarte, para glorificarte, para rendirte culto desde lo más profundo de nuestro ser, donde tú habitas sigiloso conduciendo nuestros pasos. Te bendecimos por enviarnos a tu Hijo muy amado Jesucristo que abrió los ojos, nos ayudó ver los peligros de las relaciones enfermizas del poder, y nos señaló un camino de plenitud y libertad.
Te pedimos que nos libres de todo tipo de opresión, de todo tipo de esclavitud, de todo tipo tiranía, cualquiera que fuera su nombre. No permitas que renunciemos a nuestra libertad por miedo a asumirla o por miedo a perder seguridades. No permitas que nos convirtamos en tiranos que necesitan enfermizamente mandar a otros para sentirse vivos. Líbranos de permitir entre nosotros relaciones de poder y abuso, del maltrato físico, verbal o psicológico. Líbranos de autoritarismos represivos, impositivos y excluyentes propios del príncipe de este mundo.
Pedimos la gracia de tu Espíritu para que, asumiendo el estilo de Jesús, podamos vivir con total libertad para amar, para servir y para construir nuestra propia realización y felicidad. Queremos formar familias y comunidades basadas no en relaciones de dominación y dependencia enfermizas, sino en relaciones fraternas, en las cuales se promueva la libertad y la corresponsabilidad. Queremos formar parte de la nueva humanidad creada a partir de Jesús, el primogénito de los resucitados. Amén.

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WebJCP | Abril 2007