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MISIONEROS EN CAMINO: XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 19, 1-10) - Ciclo C: Conversión
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sábado, 30 de octubre de 2010

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 19, 1-10) - Ciclo C: Conversión



Según la enseñanza de los rabinos en el tiempo de Jesús, aquel que no comulgara con todas las prescripciones de la Ley y de La Tradición, es decir, quien no estuviera dentro de la ortodoxia, quedaba excluido de la salvación. Entre este grupo se encuentra a prostitutas, publicanos (cobradores de impuestos para Roma), ladrones, usureros, pastores, médicos, sastres, barberos y carniceros. Aquellos que no pagaban el diezmo, trabajaban en sábado y hacían caso omiso a la pureza ritual. Ni hablar de los pobres que ignoraban la Ley, pues los fariseos decían que eran gente maldita (Jn7,49) y que por ellos venían muchas desgracias para el pueblo.
Zaqueo estaba dentro de ese grupo de condenamos porque era jefe de recaudadores de impuestos y muy rico. Riqueza adquirida fruto de la explotación y de la traición a su pueblo. ¡Claro que se trataba de una persona injusta que llenaba sus arcas a expensas del empobrecimiento y la miseria de los demás! Y sabemos que Jesús siempre estuvo en contra de todo tipo de injusticia. Pero él, para rechazar la injusticia, no condenó a la persona injusta, sino que buscó su transformación de una manera muy pedagógica. Quiso, como escribió Pablo: cambiar el mal a fuerza de bien (Rom 8,21).
Zaqueo era un hombre excluido, juzgado y condenado por el sistema religioso, y despreciado por todo el pueblo. Un ser humano con apariencia de dios, un hombre acomodado y aparentemente sin problemas, pero con un drama tremendo que le impedía vivir libremente y ser feliz. Un hombre con profundos complejos de inferioridad, que pretendía ocultar con la acumulación de riqueza, para sentirse importante. Un hombre pequeño que se subía a los árboles para estar por encima de los demás, sentirse importante y colmar el vacío de su propia insignificancia. No obstante, era un hombre que no había aplastado totalmente su conciencia humana y que, hastiado de su vaciedad, buscaba tímidamente al Maestro de Nazareth, en quien veía una luz de esperanza para su vida.
Zaqueo no lograba ver a Jesús a causa del gentío, porque una comunidad que sigue a Jesús es un medio eficaz para encontrarse con él, pero una muchedumbre de gente que camina como borrego tras el espectáculo religioso del momento, oculta su figura y su propuesta de salvación. Jesús se acercó al árbol donde se había subido Zaqueo, lo invitó a bajarse y se hizo el invitado. Lo aceptó como persona y se atrevió a creer en lo bueno que podía dar este hombre rico e injusto, menospreciado por todos. No lo rechazó como ser humano ni le reprochó su actitud injusta, sino que le brindó su amistad y le manifestó su deseo de quedarse en su casa, es decir, de entrar en su mundo, en su vida y hacerse su amigo.
Zaqueo comprendió que ante sus ojos había una oportunidad única que tal vez nunca volvería a tener. Por eso, sin pensarlo dos veces bajó rápido y recibió a Jesús en su casa con alegría. Se trató de un acto de fe y de un voto de confianza en Jesús. Zaqueo le creyó a Jesús y le abrió las puertas de su corazón para que entrara y transformara su vida. Fue un acto espontáneo en el que dejó a un lado la voluntad de poder y el delirio de grandeza, y se dejó conducir por su sed humana de una amistad sincera, realidad que difícilmente se encuentra en el oscuro mundo de los negocios sucios. La alegría de Zaqueo es manifestación de que el Reino de Dios se empezaba a gestar en él. Se trataba de la misma alegría del hombre que encontró un tesoro en el campo y lleno de alegría lo escondió, vendió todo lo que tenía para comprar el campo y así quedarse con el tesoro (Mt 13,44). Se trataba de la misma alegría del pastor que encontró a su oveja extraviada, o de la alegría de aquella mujer que encontró su dracma perdida (Lc 15,1ss).
Las críticas no se hicieron esperar, esta vez no sólo de la élite religiosa, sino de todo el pueblo. Las personas que se atreven a cuestionar lo incuestionable, a “irrespetar” lo más respetable y a romper los tabúes de las sociedades, suelen ser vistas como peligrosas. Con su actitud para con los pecadores ponía en peligro el sistema religioso: “Nada especial en esta historia, puesto que si Dios ama por igual a buenos y malos, entonces el sistema se viene abajo; la enseñanza tradicional no tiene más fundamento, los guías del pueblo ya dejan de serlo, la organización de la sinagoga y del templo está minada por la base. Si las prostitutas y los publicanos tienen los primeros puestos en el reino de los cielos, ¿de qué sirve ser escriba, pastor, sacerdote?[1]
Mientras unos criticaban a Jesús y veían un peligro en él, Zaqueo aprovechaba el paso de Dios por su vida, se dejaba transformar por su amor incondicional, generoso y compasivo; daba muestras concretas de su transformación y de su sí al Reino de Dios: “Mira, Señor: voy a dar a los pobres la mitad de lo que tengo, y si a alguien le cobré más de lo debido, le voy a devolver cuatro veces más.” (Lc 19,8). Como dice Leonardo Boff, aquí vemos claramente que “lo redentor en Jesús no es propiamente la cruz, la sangre, ni la muerte, tomados en sí mismos. Sino su actitud de entrega y de perdón”.[2]
Lo que no habían logrado las autoridades y todo el pueblo religioso con su actitud condenatoria, lo hizo Jesús al mostrar el rostro misericordioso de Dios. Como personas religiosas, miembros de una comunidad cristiana, podríamos preguntarnos cuál es nuestra actitud ante estas personas que, como Zaqueo, viven en un mundo tan lleno de privilegios como tan efímero, engañoso y deshumanizante.
Ahora pongámonos en el sitio de Zaqueo. Jesús sigue invitándonos a bajarnos de todos los falsos pedestales para encontrarnos con él. Su invitación generosa a comer con nosotros y a entrar en nuestra vida trae consigo la invitación a despojarnos de todo aquello que nos impida vivir como hermanos. A reparar el daño que hayamos cometido y a comprometernos con la construcción del Reino. “Nadie está excluido de la llamada a participar en el Reino. Pero la llamada de Jesús al rico es la invitación a dejar de acaparar para sí. Es la invitación a abrirse a los pobres y a compartir con ellos”.[3]
El Reino de Dios propuesto por Jesús no ataca alguien en particular, sino que combate todo tipo de injusticia y favorece a toda la humanidad. “Si Jesús, el Mesías del reino de justicia viene a los injustos, pecadores y publicanos, quiere indicarnos con esto que también es indigno del hombre ser esclavo de la injusticia. Con estos hombres injustos celebra el banquete futuro de los justos”.[4]
Se trata de optar a favor de la justicia y en contra de todo tipo de opresión y engaño. Cuando, como Zaqueo, la persona renuncia a la vida de engaño, mentira, opresión e injusticia y se convierte radicalmente, experimenta la verdadera vida. Cuando deja el mundo de privilegios fruto de la opresión y se decide a vivir llanamente con otros seres humanos en condiciones de dignidad; cuando con todos sus recursos promueve una vida digna como derecho y oportunidad para todos, experimenta la auténtica alegría que le da paz y felicidad. El primer beneficiario de la decisión de Zaqueo fue él mismo. Por eso dijo Jesús: “Hoy llegó la salvación a esta casa”.
Sin lugar a dudas que si optamos por una vida justa, si actuamos con honestidad y promovemos la dignificación y los derechos humanos, los primeros beneficiados seremos nosotros mismos. Viviremos en armonía con la vida, en comunión con el amor misericordioso de Dios y ahí encontraremos nuestra plenitud. Podremos escuchar en lo profundo de nuestra vida cada día esas hermosas palabras de Jesús: “Hoy llegó la salvación a esta casa”. Sin prepotencias, sin falsas seguridades, qué bueno sentir que estamos haciendo realidad el plan de salvación en la medida que aceptamos a Jesús en nuestra vida y vivimos en continua conversión.


Oración

Padre y Madre Dios, misterio infinito, que estás en el cielo, en la tierra, todo y en todos. Te bendecimos por el derroche de amor que nos has dado por medio de Jesús. Te damos gracias porque hoy sigues invitándonos a vivir este proceso de conversión. Gracias por todas las oportunidades que nos das para ser mejores. Perdónanos si algunas veces hemos sido injustos, deshonestos y mezquinos con los demás y con nosotros mismos. Perdónanos si en algún momento como creyentes nos hemos limitado a cumplir estrictamente los preceptos y a evitar las prohibiciones, sin hacer opciones radicales por la justicia del Reino.
Hoy manifestamos nuestro deseo de bajarnos de todas aquellas falsas seguridades que “sostienen” nuestra vida y nos hacen sentir superiores a los demás. Hoy manifestamos nuestra decisión de optar por una vida llana, honesta contigo, con nosotros mismos y con los demás seres humanos. Una vida en justicia, en servicio, en hermandad y en fraternidad, movida por la misericordia. Pedimos la gracia de tu Espíritu para mantenernos firmes en este camino de fe. Pedimos la gracia de tu Espíritu para que podamos vivir con sabiduría y amor, de manera que descubramos en el día a día, la forma más correcta de ser fieles a ti, atendiendo siempre tu llamado, según los signos de los tiempos. Amén.


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[1] MYRE André, Escándalo, Jesús y los pobres, Bogotá 1993, 33.
[2] BOFF Leonardo, Textos selectos. Bogotá 1992, 93.
[3] GUTIERREZ Gustavo, Compartir la palabra, Salamanca 1996, 352.
[4] MOLTMANN Jürgen, Esperanza y planificación del futuro, Salamanca 1997, 241.

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WebJCP | Abril 2007