Por Javier Leoz
Si hemos visto alguna vez una estalagmita vemos como, ésta, se forma con el paso de los años cuando, al caer millones y millones de gotas de agua, van depositando calcita en el suelo y formando así una especie de columna. El resultado, aparentemente, es invisible. Con el tiempo, espectacular.
1.- Una vez más, Lucas, nos adentra en el tema de la oración. Y, según él, ha de ser insistente. Nos narra una preciosa parábola en la que, con la constancia, se nos asegura que Dios siempre cumple aquello que se le pide. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿De qué manera? Eso ya es otra cosa.
Al igual que la estalagmita, puede que a veces nos parezca que la “gota de agua de nuestra oración” no produce fruto. Que es estéril. Que no merece la pena. En cuántos momentos nos encontramos con personas que dicen que hace tiempo dejaron de orar porque les parecía algo innecesario o una pérdida de tiempo. Y, al contrario, otras que en la reflexión, la meditación y la oración diaria es donde mejor se encuentran y donde alcanzan respuestas a muchos interrogantes o, por lo menos, fuerza para seguir adelante.
Jesús, más que nunca en estos tiempos de ruidos y de superficialidad, nos invita a no abandonar la columna de la oración. Con ella podemos unir la tierra y el cielo y al hombre con Dios. ¿Cómo? Siendo constantes, alegres y persistentes en la oración. No está de más el recordar que, también una gota con su goteo permanente, es capaz de romper una gigantesca roca. Y no es menos cierto que, la oración permanente, produce sosiego, seguridad, optimismo y la sensación de que Dios camina codo a codo con la humanidad. Para ello, claro está, hay que orientar la antena de nuestra conciencia en la dirección desde la cual el Señor emite.
2.- Cuando se quiere algo o se quiere a alguien, el cansancio, desaparece del vocabulario palabras como desilusión, desencanto, aburrimiento o pesimismo. Nosotros, como cristianos, no queremos “algo” (aunque anhelamos el cielo) amamos a Alguien: a Dios. Y por eso le rezamos y nos confiamos a su presencia, a su Palabra y a la promesa de que nunca nos dejará abandonados.
Siempre nos acompañarán enigmas y dudas: ¿Por qué el mal en el mundo? ¿Por qué unos tienen tanto y otros tan poco? ¿Por qué las guerras y los suicidios, las crisis y los desastres naturales? Preguntas que, muchas veces, sólo tienen una respuesta: el hombre es libre con todas sus consecuencias. Dios no es ningún tutor que vigila y dirige nuestras vidas como si fuéramos marionetas. Su deseo, como Padre, es que crezcamos, que maduremos y que por lo tanto seamos conscientes que el vivir implica confiar y arriesgarse creyendo con todas las consecuencias en El.
3.- El Santo Cura de Ars a un joven sacerdote que, aparentemente, no veía frutos pastorales en su vida pastoral le apostillaba: ¿no será que no rezas con fe? ¿No será que no lo haces frecuentemente? ¿No será que no lo haces con insistencia? Fe, frecuencia e insistencia son tres termómetros que ponen sobre la mesa la verdad y la profundidad de nuestra oración.
1.- Una vez más, Lucas, nos adentra en el tema de la oración. Y, según él, ha de ser insistente. Nos narra una preciosa parábola en la que, con la constancia, se nos asegura que Dios siempre cumple aquello que se le pide. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿De qué manera? Eso ya es otra cosa.
Al igual que la estalagmita, puede que a veces nos parezca que la “gota de agua de nuestra oración” no produce fruto. Que es estéril. Que no merece la pena. En cuántos momentos nos encontramos con personas que dicen que hace tiempo dejaron de orar porque les parecía algo innecesario o una pérdida de tiempo. Y, al contrario, otras que en la reflexión, la meditación y la oración diaria es donde mejor se encuentran y donde alcanzan respuestas a muchos interrogantes o, por lo menos, fuerza para seguir adelante.
Jesús, más que nunca en estos tiempos de ruidos y de superficialidad, nos invita a no abandonar la columna de la oración. Con ella podemos unir la tierra y el cielo y al hombre con Dios. ¿Cómo? Siendo constantes, alegres y persistentes en la oración. No está de más el recordar que, también una gota con su goteo permanente, es capaz de romper una gigantesca roca. Y no es menos cierto que, la oración permanente, produce sosiego, seguridad, optimismo y la sensación de que Dios camina codo a codo con la humanidad. Para ello, claro está, hay que orientar la antena de nuestra conciencia en la dirección desde la cual el Señor emite.
2.- Cuando se quiere algo o se quiere a alguien, el cansancio, desaparece del vocabulario palabras como desilusión, desencanto, aburrimiento o pesimismo. Nosotros, como cristianos, no queremos “algo” (aunque anhelamos el cielo) amamos a Alguien: a Dios. Y por eso le rezamos y nos confiamos a su presencia, a su Palabra y a la promesa de que nunca nos dejará abandonados.
Siempre nos acompañarán enigmas y dudas: ¿Por qué el mal en el mundo? ¿Por qué unos tienen tanto y otros tan poco? ¿Por qué las guerras y los suicidios, las crisis y los desastres naturales? Preguntas que, muchas veces, sólo tienen una respuesta: el hombre es libre con todas sus consecuencias. Dios no es ningún tutor que vigila y dirige nuestras vidas como si fuéramos marionetas. Su deseo, como Padre, es que crezcamos, que maduremos y que por lo tanto seamos conscientes que el vivir implica confiar y arriesgarse creyendo con todas las consecuencias en El.
3.- El Santo Cura de Ars a un joven sacerdote que, aparentemente, no veía frutos pastorales en su vida pastoral le apostillaba: ¿no será que no rezas con fe? ¿No será que no lo haces frecuentemente? ¿No será que no lo haces con insistencia? Fe, frecuencia e insistencia son tres termómetros que ponen sobre la mesa la verdad y la profundidad de nuestra oración.
4.- ESCÚCHAME, SEÑOR
Aunque, mi pensamiento, vuele por otros cielos
y no sea consciente de tu presencia
Aunque, mis labios se abran para bendecirte,
y mi corazón siga amando otros dioses.
ESCÚCHAME, SEÑOR
Porque, temo y siento a veces,
que mi oración es pura y simple palabrería,
que mi alabanza es un quedar bien contigo
que mi confianza es débil y muy interesada
ESCÚCHAME, SEÑOR
Porque tengo miedo a cortar contigo
Porque, aún hablándote, me siento solo
Porque, aún queriéndote,
no siempre eres mi amor primero
¿ME ESCUCHARÁS, SEÑOR?
¡Ayúdame!
Que no caiga en la tentación de la pereza
Que no me canse nunca de estar junto a Ti
ni de buscarte en el oasis de la oración.
¿ME ESCUCHARÁS, SEÑOR?
Ojala, que en el día que tú me llames,
aún con mis deficiencias, hipocresías y pecados
encuentres un poco de fe, sólo un poco de fe,
en este que siempre quiere ser tu amigo
Amén
Aunque, mi pensamiento, vuele por otros cielos
y no sea consciente de tu presencia
Aunque, mis labios se abran para bendecirte,
y mi corazón siga amando otros dioses.
ESCÚCHAME, SEÑOR
Porque, temo y siento a veces,
que mi oración es pura y simple palabrería,
que mi alabanza es un quedar bien contigo
que mi confianza es débil y muy interesada
ESCÚCHAME, SEÑOR
Porque tengo miedo a cortar contigo
Porque, aún hablándote, me siento solo
Porque, aún queriéndote,
no siempre eres mi amor primero
¿ME ESCUCHARÁS, SEÑOR?
¡Ayúdame!
Que no caiga en la tentación de la pereza
Que no me canse nunca de estar junto a Ti
ni de buscarte en el oasis de la oración.
¿ME ESCUCHARÁS, SEÑOR?
Ojala, que en el día que tú me llames,
aún con mis deficiencias, hipocresías y pecados
encuentres un poco de fe, sólo un poco de fe,
en este que siempre quiere ser tu amigo
Amén
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